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Litoral: Lo que el agua se llevó
El lunes de la semana pasada amaneció despejado en Resistencia, capital del Chaco. Sus castigados pobladores miraron al sol agradecidos. No faltaban motivos. La noche anterior el fin parecía próximo: las defensas construidas con tierra, escombros y bolsas de arena, para contener el avance de las aguas sobre el centro de la ciudad, comenzaron a ceder cuando, poco después de medianoche, un violento temporal de viento y lluvia se abatió sobre ellas. La población en pleno suspendió el sueño y corrió a reforzar las defensas. En Villa Odorico, una de las zonas más expuestas a los desbordes del río Negro, todos trabajaban febrilmente tratando de restañar las filtraciones.’ Varias muchachas estudiantes de arquitectura, completamente empapadas, llenaban bolsas con arena, que transportaban sus compañeros, mientras otro equipo femenino preparaba ollas de café para los combatientes de la inundación.
Pero el lunes salió, abrasador y tropical, el sol. Aunque el calor sofocante y húmedo convertía a la ciudad en un infierno, era recibido como una bendición. Nada agravaría más el drama de 50.000 refugiados sin hogar que el frío.
Desde el primer momento, la Casa de Gobierno se convirtió en el cuartel general de donde partieron los auxilios a cualquier punto de la ciudad. Desde el primer momento, también, Radio Chaco colaboró en la difusión ininterrumpida de mensajes, pedidos urgentes, consejos sanitarios y boletines oficiales. El lunes 28 de febrero, a las cuatro de la tarde, la sede de la Gobernación presentaba el aspecto de costumbre; intenso trajinar de hombres y mujeres con una única idea fija: contener la inundación. De pronto, la voz corrió rápidamente por los pasillos: “Ya vino el Chacho”. Así llaman los chaqueños a su Gobernador.
Costó reconocerlo porque Deolindo Felipe Bittel —se hace llamar Felipe porque no le gusta Deolindo— apareció en su despacho con la camisa embarrada, el pantalón arremangado hasta las rodillas y los zapatos en la mano derecha. “Esta es una prueba de fuego para la provincia, pero sus hijos han respondido con un coraje inquebrantable”, dijo al enviado de Primera Plana. Habla con orgullo de su pueblo, aunque todavía se asombra de su estoicismo hasta del buen humor con que hace frente a la inundación más grave que haya azotado al litoral argentino en lo que va del siglo.
A las siete de la tarde irrumpieron en la Gobernación los recientemente arribados Ministros de Defensa, Interior y Salud Pública. “Venimos a traer la solidaridad del Presidente y de todo el pueblo de la Nación ante la tragedia que vive esta provincia”, dijo Juan Segundo Palmero. Y enumeró seguidamente las medidas tomadas por el gobierno nacional para ayudar a las provincias afectadas. Uno de los presentes murmuró al oído de un legislador provincial: “Con el envío que nos hacen tenemos comida para un día”. Bittel interiorizó a los Ministros de todo lo sucedido hasta ese momento, las necesidades inmediatas de la población —vivienda, comida, medicinas y ropa—, y los invitó a recorrer los sectores anegados.
La avenida 9 de Julio une la plaza principal de Resistencia con las localidades portuarias de Barranqueras y Puerto Vilelas, distantes 11 kilómetros. A pocas cuadras del centro las aguas cubren totalmente el pavimento, y más allá de los estudios de Radio Chaco la avenida sólo puede ser transitada por botes, lanchas con motor fuera de borda y camiones gasoleros. Las sombras del anochecer tornaban más sombrío el panorama. Casas abandonadas con el agua a la altura de las ventanas, calles transversales completamente anegadas y cubiertas con amenazadores camalotes, portadores de víboras venenosas, mosquitos y toda clase de insectos.
El camión que conducía a los Ministros y al Gobernador avanzaba lentamente por la avenida. En dirección contraria, carros, camiones y lanchas desfilaban con su carga completa de refugiados, muebles, artefactos y ropas salvados por milagro. En cada esquina, una imagen repetida: una mesa, y sobre ella todo lo que fuera posible llevar por las patrullas de salvamento. Más allá, un colchón flotando ante la mirada asombrada de un caballo famélico, casi totalmente cubierto por el agua.
De pronto, un grito: “Pan, señor... Tráiganos pan. El llamado partía de una casa vecina y hacia ella se dirigió la lancha policial. Dos niños pequeños, que parecían mellizos, se encontraban en el interior de una casa semicubierta por las aguas, aferrados a una madera. Sucios de lodo y completamente empapados, señalaban con el dedo el interior de la pieza. En un rincón yacía sin vida el cuerpo de la madre de los niños, vencida por el agua en el intento de salvar a sus hijos. Rosendo y José Esteban Mejía (3 años) no alcanzaban a comprender que su madre, Eusebia A. Cussigh (53), permaneciera tanto tiempo en el agua sin darles de comer.
La comitiva oficial no pudo llegar a Barranqueras. En las proximidades de la estatua de la República, las aguas superaban el metro de altura e impedían el avance del camión. Poco antes de las 22 se emprendió el regreso a la ciudad.
El martes a la mañana las noticias parecían más alentadoras. El río Paraná tendía a bajar a la altura de Misiones y en Resistencia continuaba el buen tiempo. El cambio de la hora oficial facilitó la audición de la pelea que, en Tokio, libraba Horacio Accavallo por el campeonato mundial de los moscas. Su triunfo desplazó por unas horas el tema de la inundación.
Primera Plana acompañó al Ministro provincial de Economía y Obras Públicas, ingeniero Luis Palacios Rivas, y al Subsecretario de Agricultura, doctor Carlos Peón, en un Cessna que sobrevoló la zona aledaña a la capital. Desde el aire el espectáculo era aún más sobrecogedor. Puerto Vilelas está muerto, evacuado, completamente vencido por las aguas. De sus casas sólo sobresalen los techos y las calles han quedado convertidas en ríos navegables. Barranqueras presenta un aspecto, similar; el embarcadero que comunica con Corrientes se encuentra parcialmente sumergido, impidiendo el tráfico de lanchones y el envío de víveres donados por el pueblo correntino.
Los evacuados se amontonan en cuarteles, edificios públicos, estadios deportivos, vagones y escuelas. “Nuestro problema más grave es la provisión de alimentos”, confesó a Primera Plana María G. de Bassi, asistente social encargada de una escuela céntrica de Resistencia. Bajo su jurisdicción se encuentran 200 refugiados, ubicados con sus familias en las aulas. Algunos muebles estratégicamente dispuestos tratan de asegurar una intimidad difícil de conseguir en un recinto que alberga a más de veinte personas.
Felipe Luna (43 años, dos hijos, enfermero) estaba a punto de abandonar la escuela: “Unos parientes me ofrecieron su casa. Si yo me voy puedo dejar el sitio para otros”. Luna sólo pudo salvar la ropa. Los muebles quedaron en la casa, totalmente anegada, en Barranqueras. Un intento por recuperar sus documentos casi le cuesta morir ahogado. Lo que más siente Evaristo Salinas (52 años, casado, jornalero) es la pérdida de su máquina de coser. “Nos costó 36.000 pesos y recién la empezaba a pagar; la necesitaba para que la patrona me ayudara con sus costuras, pero ahora...”
Santiago Aguirre tiene un almacén en Villa Emilia: “La mercadería se perdió toda. Lástima, porque ahora podría servir para repartirla”. La hija de Aguirre, Mónica (19 años) es estudiante universitaria y colabora en las tareas administrativas de la escuela-refugio. La inundación no respeta clases sociales.
Estos ejemplos pueden multiplicarse por miles. Todos tienen sus casas invadidas por las aguas, destruyendo los cimientos y resquebrajando las paredes. Lavarropas, cocinas, radios, muebles, ropas, todo completamente irrecuperable. Esta gente es consciente de su situación: cuando bajen las aguas el único capital que conservarán serán sus brazos para trabajar.
“Nuestra escuela está considerada como un refugio modelo por la disciplina, el orden y la limpieza que logramos mantener”, se ufana la señora de Bassi. No todos los refugios son modelos. En el que está situado en el Parque 2 de Febrero, debió intervenir el Ejército para restablecer el orden y obligar a los internados a limpiar las instalaciones. Este hecho revela otra cara de la moneda: los que hacen de la inundación una profesión. Apenas son evacuados de sus casas, abandonan el trabajo y diariamente se dirigen a las autoridades pidiendo soluciones para sus problemas, sin hacer personalmente ningún intento por mejorar su situación.
No faltan tampoco las anécdotas risueñas: Aurelio Zapata, vecino de Barranqueras y hombre previsor, apenas observó el avance de las aguas se afanó en construir una balsa con maderas y tambores de gasolina, en el interior de su casa. Una vez terminada, puso arriba sus muebles, montó él también y esperó los acontecimientos. Hubo que romper el techo cuando un brusco desnivel del agua lo proyectó contra el cielo raso. Los niños, mientras tanto, parecían ajenos al drama que los rodeaba; provistos de cubiertas y troncos, a modo de canoas, organizaban disputadas regatas que tenían su público entre los mayores.
Desde todos los sectores se convino en señalar la solidaridad del pueblo chaqueño como una de las máximas contribuciones en la lucha contra la creciente. Pero hubo excepciones. El astuto propietario de un camión recorría las zonas inundadas ofreciendo 50 pesos por cada pollo o gallina; la brillante especulación fue interrumpida por la policía. También debió intervenir la policía ante numerosas denuncias de robos en las casas previamente abandonadas por sus moradores. Esto motivó que muchas familias corrieran peligro de morir ahogadas antes que dejar sus viviendas.
El drama chaqueño puede medirse en cifras. El 40 por ciento de las cosechas se han perdido; varios cientos de kilómetros de caminos deberán ser reparados, al igual que puentes y embarcaderos; miles de viviendas tendrán que volver a levantarse. “La gente pobre hace las casas con paredes de 15 y cimientos de barro; no creo que aguanten”, como dice el obrero Pedro Retamoza (53 años, dos hijos), de Villa Concepción. No se sabe lo que quedará en pie cuando retrocedan las aguas, ni cuándo se producirá este fenómeno. “Es aventurado hablar de pérdidas materiales, pero calculo que la cifra debe andar por los 2.000 millones de pesos”, aventura el gobernador Bittel.
Al finalizar la semana, el panorama volvía a tornarse sombrío para el Chaco. Lluvias torrenciales se descargaban sobre la provincia aumentando el caudal de los ríos desbordados y derribando las defensas como castillos de naipes. El descenso del Paraná era trágicamente compensado con la crecida del río Paraguay.
La ciudad de Corrientes no parece haber sido afectada por la inusitada crecida del Paraná, que riega su costa oeste. Una alta barranca la protege de los caprichos del río, excepto en las zonas denominadas Bañado Norte y Bañado Sur, cuyos pobladores han sido evacuados, en número de ochenta. El drama de Corrientes está afincado en el interior de la provincia. En una región normalmente tapizada de lagunas, esteros y bañados, las lluvias copiosas caídas en los últimos meses crearon nuevas extensiones de agua. Un viaje en avión basta para comprobar que, insólitamente, hay en la provincia más superficie ocupada por agua que por tierra.
La falta de comunicaciones eficientes con el interior impedía, hasta la semana pasada, conocer la verdadera magnitud de la tragedia, pero en las esferas oficiales se hablaba con certeza de la pérdida total de la cosecha de algodón, y del 70 por ciento de las áreas sembradas con tabaco. “Nuestra provincia hace dos meses que vive en estado de emergencia”, aclaró a Primera Plana el Secretario Técnico de la Gobernación, José Luis Gorbeña. Explicó que las continuas lluvias registradas en enero y febrero, más la creciente del Paraná y sus afluentes, provocaron un desastre en los cultivos. “Todavía no tenemos noticias de pérdidas de vidas humanas, pero la situación de los agricultores es igualmente crítica”, agregó Gorbeña.
Para ocuparse de todo lo relacionado con el estado de emergencia, el gobierno provincial —a cargo de Diego Díaz Colodrero— creó una Comisión Ejecutiva, que a poco de entrar en funcionamiento había asegurado a los afectados una ración mínima de comida diaria de medio kilogramo por persona. El Ministerio de Obras Públicas, por su parte, estudiaba la construcción de viviendas prefabricadas de madera y de material plástico para proveer a las familias evacuadas.
Pese a la gravedad de la situación, el pueblo y el gobierno correntinos son conscientes de que el peligro mayor todavía no ha sido superado. El Paraná sigue creciendo en su curso inferior, anegando a su paso las localidades de la costa. Goya, la segunda ciudad de la provincia, se encuentra casi totalmente inundada y la situación no tiende a mejorar. Poniendo buena cara a la adversidad, algunos vecinos organizaron un baile para recaudar fondos de ayuda a los damnificados; utilizaron para ello una barcaza que normalmente cumple servicios entre esta ciudad y la localidad santafecina de Reconquista, actualmente suspendidos.
El miércoles, una noticia fechada en Buenos Aires y difundida con grandes titulares por todos los diarios locales, aumentaba la zozobra entre la población. Mediante un comunicado, el Ministerio de Salud Pública nacional admitía la existencia de algunos brotes de fiebre amarilla en Santo Tomé y Misiones, pero se insistía en recordar que “no existe riesgo de presentación de la fiebre en pueblos y ciudades por haberse erradicado el mosquito que lo transmite”. La vacunación antiamarílica continuaba intensamente en todo el territorio, y se calculaba finalizar la tarea en los primeros días 'de esta semana.
Al finalizar la semana la situación del Litoral continuaba agravándose. Las noticias de Formosa, sitiada por las aguas, advertían que la creciente del río Paraguay se haría sentir nuevamente sobre la ciudad y las poblaciones chaqueñas de Bermejo, Barranqueras y Puerto Vilelas. Mientras tanto, en la zona del Bajo Paraná, las poblaciones costeras de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe se aprestaban a luchar por todos los medios con ese enorme castigo líquido que se desplazaba hacia el sur.
8 de marzo de 1966
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