Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Mujeres
Nuestra guerra de cien años (1853-1947)
De la emancipación moral a la libreta cívica

DESPUES de Caseros, y durante todo el proceso constitucional, dos figuras femeninas cobraron excepcional relieve: Juana Manuela Gorriti y Juana Paula Manso, literatas, periodistas, educadoras, viajeras y entusiastas propulsoras de la dignificación social y cultivo intelectual de las argentinas. El 13 de diciembre de 1853, Juana Manso vaticinaba, en un articulo titulado "La emancipación moral de la mujer":
"...llegará un día en que el Código de los pueblos garantizará a la mujer los derechos de su libertad y de su inteligencia".
Trébol medicinal
La unión activa y organizada nació a impulsos de las tres primeras médicas argentinas: la venerable Cecilia Grierson, Petrona Eyle, recibida en Zurich y que luego revalidó su título en el país, y Elvira Rawson de Dellepiane, la más femenina de las feministas, quien desde muy joven demostró tener a la vez una cara bonita y un temple viril.

Bebé feminista
El siglo veinte, apenas nacido, demostró estar bajo el signo de la emancipación civil y política de la mujer: exactamente en 1900 la doctora Grierson fundó el Consejo Nacional de Mujeres, afiliado al organismo internacional de ese nombre. Cuatro años más tarde surgió la importante asociación Universitarias Argentinas y el 4 de noviembre de 1906, como resultado del entusiasmo que provocara el reciente Congreso de la Libre Palabra, se formó el Centro Feminista en torno a la figura ilustrada y prudente de la doctora Rawson de Dellepiane, que fué secundada por Manuela de Basaldúa y su hija María Teresa, muy versada en temas educacionales. El Centro Feminista de inmediato inició una intensa labor de propaganda y esclarecimiento por medio de artículos, conferencias, y hasta discursos callejeros... No sólo mujeres adhirieron a ese Centro, sino también hombres de los más diversos partidos, como por ejemplo, Adolfo Saldías, Rogelio Araya, Alfredo Palacios y Agustín Álvarez. Precisamente el rasgo ejemplar y el mérito más insigne de la campaña feminista —no sólo en sus comienzos sino en casi toda su trayectoria— fué aglutinar a todos los que anhelaban el progreso de la mujer, sin distinciones políticas, religiosas o de sexo.

La guerrera Julieta
El feminismo tenía en sus comienzos mucho de apostolado y bastante de aventura. La doctora Julieta Lanteri reunió los dos rasgos en grado superlativo: fué algo así como una Quijote del Siglo XX, que pretendió enrolarse en los registros militares de las secciones segunda y cuarta, el 2 de agosto de 1919. Los empleados se negaron por no tener la autorización correspondiente; Julieta se presentó esa misma noche al ministro de Guerra, quien le negó la autorización pedida, y el asunto llegó a los tribunales... En esas andanzas pro enrolamiento la acompañaron algunas animosas afiliadas del Partido Feminista Nacional, creación de Julieta. Como es lógico imaginar, la doctora Lanteri fué la primera mujer que se atrevió a hablar en la calle, desafiando las consecuencias desagradables, que las hubo.

Un nomeolvides para Carolina
Además de una caballero andante, el feminismo argentino tuvo una mártir: Carolina Muzzili, de humildísimo origen, autodidacta ,que murió a los veinte y ocho años en Córdoba, después de una breve pero intensa actividad en favor de las obreras y los niños trabajadores. Algunos de los escritos de esta muchacha, que sólo había seguido la escuela elemental, fueron premiados en el extranjero. Su método de investigación era ejemplar: recorría fábricas y talleres registrando con minuciosidad todos los detalles, horario, paga, salubridad, higiene; llevando estadísticas comparadas y estableciendo porcentajes rigurosos. En aquellos lugares que se cerraban a su estudio, lograba penetrar con un recurso heroico: empleándose como obrera, sin importarle dañar su ya escasa salud...

Una asociación aquí, un pedido allá...
...y un camino arduo que avanza hasta el voto. Así pueden sintetizarse los decenios que van desde el Primer Congreso Femenino.. Internacional de 1910 hasta el año 1945 Abundan las agrupaciones, las revistas — destacándose entre ellas Nuestra Causa y Nosotras—, los petitorios con firmas cada vez más numerosas; el movimiento llega a la Cámara de Diputados, termina por triunfar allí, y golpea a las puertas del Senado, que, como su colega el Senado francés y contemporáneamente con él, se dedica a bochar con tesón e hipocresía todos los proyectos a favor del sufragio femenino.
En 1918 se crea el Centro Unión Feminista Nacional, presidido por Berta de Gerchunoff, "para afrontar el problema de la emancipación civil y política de la mujer y la defensa de su situación económica.
El Centro Juana Manuela Gorriti, ex Centro Feminista, se convierte en la Asociación Pro-Derechos de la Mujer, siempre con la presidencia de la doctora Dellepiane, a cuyo lado continúa destacándose María Teresa de Basaldúa. la Asociación cuenta en 1919 con once mil adherentes y desde entonces hasta 1932 presenta a las Cámaras diez sucesivos petitorios por el sufragio femenino.
En 1927, las sanjuaninas, que desde hacía varios decenios votaban en las elecciones municipales, consiguieron el voto general en la provincia; por una vez, las de tierra adentro gozaban de privilegios que faltaban a las siempre demasiado favorecidas porteñas.
En 1930, impulsado por la energía y clarividencia de la señora Carmela Horne de Burmeister y alentado quizá por la obtención de los derechos civiles en 1926. un nutrido grupo de mujeres se constituye como Comité Argentino pro voto de la Mujer, y dos años más tarde cambia de nombre y amplía sus propósitos: es la Asociación Argentina del Sufragio Femenino que, siempre bajo la dirección de la señora Burmeister, auspicia la unión de las mujeres y su elevación cultural, proponiéndose patrocinar la creación de asilos, salas cunas, casas de salud, comedores públicos, abogar por la paz universal y combatir el indiferentismo y la ignorancia (¡oh, males antiguos y persistentes!...).
El 2 de mayo de 1932, los diarios dan cuenta de que se ha presentado al Congreso un petitorio con once mil firmas, que luego ascenderían a ciento sesenta y seis mil. Estas boletas de adhesión llenaban por completo una habitación en casa de la señora Silvia Saavedra Lamas de Pueyrredón, en cuyo poder se encuentran todavía.

Una ofensiva pro-voto inesperadamente ofensora
El 23 de julio de 1945, un importante núcleo femenino dirigido por la doctora Lucila de Gregorio Lavié decidió crear la Comisión Pro-Sufragio Femenino, declarando: "... sin ningún partidismo político, solicitamos la concesión del voto a la mujer con el fin de intervenir y colaborar en la resolución de los problemas del país". Por existir en ese momento un gobierno de facto, pareció probable que el voto se concediese por un decreto-ley que sería ratificado por las Cámaras después de las elecciones. Era el voto una aspiración tan antigua, venía debatiéndose en las Cámaras desde hacía tanto tiempo, y había sido estudiada, comentada, fundada tantas veces y con tanta prolijidad, que ninguna de las integrantes de la Comisión que pedía el voto para las argentinas imaginaba estar cometiendo un crimen de leso feminismo. Y, sin embargo, su iniciativa dió lugar al sainete nacional más imprevisible e irrisorio que sea posible imaginar.

Feministas en contra del voto
"Contra el voto femenino de favor", tal fué el grito que unió a una serie de conspicuas feministas en contra de la Comisión recién creada. En septiembre de ese año 1945, las representantes de la Junta de la Victoria, de la Comisión Femenina de Exhortación Democrática, de la Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas, de la Federación de Mujeres Universitarias, se reunieron en el teatro Argentino constituyendo la Asamblea Nacional de Mujeres.
Otro fué el criterio lógico y práctico de las integrantes de la Comisión apoyadas por el Consejo de Mujeres y la Asociación Argentina del Sufragio Femenino, cuya presidenta, la señora de Burmeister, explicó: "Como nuestro actual gobierno ha firmado el Acta de Chapultepec (que estatuye iguales derechos políticos para ambos sexos) a él le corresponde conceder por decreto el derecho de sufragio femenino para que después sea ratificado por el Honorable Congreso". La campaña pro-voto arreció pese a la oposición ya aludida; las adhesiones fueron aumentando: sólo entonces el sufragio se volvió una ambición de la mayoría de las argentinas. El 19 de julio de 1946 el Senado aprobó por unanimidad el proyecto de ley que concedía a la mujer sus derechos políticos; el 9 de septiembre de 1947 la Cámara de Diputados aprobó el proyecto ya sancionado por la Cámara de Senadores más de un año antes. En noviembre de 1951, por primera vez el país entero —y ya no sólo un sexo privilegiado— concurrió a las urnas.

Con final feliz
Indudablemente, el voto femenino que ha hecho correr tanta tinta, que suscitó tantas polémicas y por el cual lucharon y sufrieron tantas mujeres, es cosa seria, muy seria. Y en estos momentos, aquí, justo cuando se juega nuestro destino, es como para perder, no sólo el apetito y el sueño, sino el pelo y hasta los dientes... Por eso terminaremos con un cuentito de final feliz, para distraernos un rato, sin consecuencias dañosas para nuestro muy comprometido descanso. Ahí va, tal como lo encontramos en la Antología de Sing-Seng-Sura:
"En una aldea de China, hace muchos, muchísimos años, comenzó un gran incendio. Los mandarines estaban contentos: cuando ardieran las feas y sucias cabañas de bambú, convertirían el lugar en jardines de recreo. Las fuentes de la aldea tenían agua suficiente como para apagar el incendio, pero las tropas imperiales que las custodiaban vacilaban en contrariar las órdenes de los mandarines, de modo que veían crecer las llamas sin descruzar los brazos. Los aldeanos estaban muy afligidos: ¿tomar las fuentes por asalto? Imposible. Los jóvenes y fuertes estaban lejos, en la guerra; sólo quedaban ancianos, mujeres y niños. Así, no se les ocurría otra posibilidad sino la de resignarse y llorar. Pero un niño —¿o fué una mujer, o un anciano? La historia no lo dice claramente— tuvo una idea magnífica: "Cada uno de nosotros tiene su jarrito con agua para beber y somos miles, millares. Arrojando al mismo tiempo el agua de todos nuestros jarritos sobre el fuego, lo apagaremos" Entusiasmados, los aldeanos llevaron a la práctica el plan del niño y salvaron sus hogares.
¿Qué hubiera ocurrido si los aldeanos hubiesen preferido tomarse el agua o arrojarla en gesto de repudio a la cara de los mandarines?... Eso no debe preocuparnos. Algún malicioso podría suponer que estamos aludiendo al voto y a nuestras posibilidades de abstenernos de votar, votar en blanco, o votar con criterio de defensa nacional. Pero se equivocaría, pues aquí se trata sólo de narrar un cuento chino, y los cuentos chinos no tienen moraleja...

Revista Qué
25.06.1957

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