Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

elecciones
LA ARGENTINA
La escalada final contra las elecciones
Por poderoso que fuera un hombre, si era enemigo del Viejo, no podía menos que morir.
“El Viejo de la Montaña” — Marco Polo.

El día final de 1972 sorprendió a la Argentina con los síntomas de un país enfermo, que se agita en el fondo de un precipicio, sin fuerzas para recuperarse. Durante el año se arriesgaron diversos diagnósticos sobre la extraña y prolongada enfermedad de la política argentina, pero ninguno sirvió para que se administrase la medicina adecuada; ahora, sólo se espera que la democracia resucite entre marzo y abril, cuando el pueblo vote luego de siete años de veda cívica.
Puede ser injusta la descripción, si es cierto que la mayoría de los argentinos es sana y madura y que el país progresó a pesar de los fracasos revolucionarios del gobierno militar, de las luchas clasistas y del curioso pesimismo de la llamada clase dirigente. Pero no es menos cierto que esa mayoría sana ya no cree en promesas, en falsas opciones y adivinanzas; algo confundida, acepta las elecciones porque advierte que el poder militar puede proponer —como única alternativa del quedantismo— una tiranía ultraderechista. Con todo, los magos vaticinan que el país saldrá a flote. Peter van Wood, un astrólogo que frecuenta la gruta de Avellino, en Italia, predijo que "en la Argentina se registrará un progreso que hará salir al país de su actual impasse política”. Quizá acierten los vigías del cielo. Pero la gente que mira cerca no imagina el cambio mágico de la noche a la mañana, sencillamente porque sabe que entre el año viejo y el nuevo no trascurren doce meses sino apenas un segundo. Sería milagroso que un atleta que se quiebra la pierna el 31 de diciembre, ganara la maratón al día siguiente. Los argentinos, en síntesis, no creen en milagros.
Cuesta conjeturar que el gobierno crea en milagros, pero ocurre que, desde un mes atrás, Alejandro Lanusse cavila con optimismo sobre el eventual triunfo político de "su amigo” Ezequiel Martínez, quien en la tarde del viernes 29 de diciembre asoció su suerte a la del sanjuanino Leopoldo Bravo, líder del bloquismo y mentor de la Alianza Republicana. A menos de 70 días de las elecciones, son escasos los pesquisas que confieren posibilidades de éxito al denominado "partido oficialista”, en la medida en que para esos observadores el gobierno es absolutamente impopular. Sin duda el presidente y sus .asesores entienden lo contrario, y esa confianza en la fórmula Martínez-Bravo explica la firmeza de Lanusse en defender ante sus pares de la Junta de Comandantes la hipótesis de que el candidato militar —apoyado por políticos moderados y democráticos— logrará, en la primera vuelta, más del 18 por ciento de los votos del electorado independiente.
Dicen que Martínez "es el Cámpora de Lanusse” y que la Alianza Republicana "se parece a una sociedad anónima, por el momento sin fines de lucro, inscripta para el negocio que se pueda presentar entre marzo y abril”. Ambas figuras tienen aristas interesantes. Del duelo Lanusse-Perón resultó evidente que los dos caudillos quedaron fuera de combate como candidatos naturales a la presidencia constitucional, y que las cláusulas enunciadas el 7 de julio pasado limitaron, por decisión de las Fuerzas Armadas, tanto la codicia del líder populista como la presunta tentación del mandatario de la tercera etapa militar.
No debe extrañar, entonces, que Perón y Lanusse designen a sus hombres de confianza para que se desempeñen en el proceso político en trámite; uno y otro, educados en el mismo recinto —el Colegio Militar—, saben que el poder no se volea. Por eso, si la fórmula oficialista logra en marzo el porcentaje suficiente para llegar a la segunda vuelta, tal vez en el lapso de los dos comicios “la sociedad anónima Martínez-Bravo” consiga la incorporación de valiosos accionistas. Es una simple hipótesis de trabajo, que gira en torno a la sospecha de que entre la primera y la segunda elección "puede ocurrir de todo en la Argentina”.
El viernes 29, desde El Chocón, Lanusse recordó que "por dos veces, en 1958 y 1963, las Fuerzas Armadas trasfirieron el poder a sectores políticos que no las habían acompañado en sus intentos de pacificación. Ciertos dirigentes se entregaron a un doble juego y algunos —digámoslo crudamente— intentan practicarlo todavía hoy”. Sin nombrarlos, el presidente culpó a Arturo Frondizi y Ricardo Balbín —líderes de las agrupaciones políticas que triunfaron en las elecciones de 1958 y 1963— de haber llegado al poder sobre los cadáveres de los gobiernos de Pedro Eugenio Aramburu y José María Guido, ambos sostenidos por el filo de las bayonetas. Pero el presidente olvidó decir que también aquellos gobiernos provisionales, con el apoyo de los altos mandos, sobrellevaron una suerte de “doble juego” al condicionar los procesos electorales en defensa de intereses concretos. En otros términos: el tero nunca chilla encima de sus huevos.

LOS VIOLENTOS. El proceso normalizador sufrió, en la lluviosa mañana del jueves 28, un rudo golpe. En Lomas de Zamora, un guerrillero que vestía traje celeste ultimó a tiros al ex jefe de Política y Estrategia del Estado Mayor General Naval, almirante Emilio Berisso. Ese día se había derogado la pena de muerte, de modo que el eco de los disparos del miliciano retumbó como una bomba en la cabeza de los marinos. Se dijo, con cierta razón, que la tuerca guerrillera se ajusta sin problemas al tornillo de los militares autoritarios, o sea, que la subversión explica y justifica la tiranía de ultra-derecha. Pues bien, nunca como en ese jueves 28 progresaron los rumores sobre la anulación de la convocatoria electoral, montados sobre la supuesta impaciencia del comandante Carlos Coda.
La muerte de Berisso encrespó a los marinos y a sus camaradas del Ejército y de la Fuerza Aérea, pero ni los almirantes ni los brigadieres insinuaron a sus comandantes que elevaran quejas a Lanusse; sin embargo, en el atardecer del jueves 28, los alarmistas del "elenco estable” aseguraban que el almirantazgo se "oponía a la entrega del poder a Héctor Cámpora, en el caso de que ganase las elecciones”, al tiempo que se renovaba la suposición del golpe preventivo. La verdad era otra: en la tarde de ese jueves, el jefe accidental del Estado Mayor Conjunto, brigadier Osvaldo Cacciatore, visitó brevemente, a Lanusse para adoptar, “de conformidad con la Presidencia, las medidas del caso”. El presidente repudió el atentado contra Berisso y coincidió en la necesidad de "reprimir con dureza a la subversión”, para confiar al Estado Mayor Conjunto “el curso de acción más conveniente". Esa tarde trascendió que los altos mandos se oponían a la derogación del estado de sitio, y que se aplazarían los decretos para liberar y trasladar a varios detenidos por causas políticas.
Nadie, en la cúspide del poder, podía asegurar que después del atentado contra el jefe naval prosperaban dos hipótesis paralelas para la solución de los problemas políticos argentinos: la electoral y la autoritaria. Empero, los interesados en hacer fracasar las elecciones alentaban con denuedo las divergencias, olvidando que los altos mandos trabajan —sin vacilaciones— para afianzar el proceso normalizador. El mismo jueves 28 Lanusse reafirmó la vocación electoralista de las Fuerzas Armadas. Tras repudiar el crimen, el presidente dijo: “Todo será en vano. Nuestra fe en la democracia se mantiene incólume. Nada ni nadie podrá impedir la normalización constitucional. A las balas opondremos —junto al pueblo— la fuerza invencible del sufragio”. Dos días después, el sábado 30, durante la ceremonia de entrega de insignias y sables a los nuevos generales, almirantes y brigadieres, el jefe del Estado reiteró: “El pueblo todo se encuentra próximo al momento en el cual, con su voluntad, determinará el camino que habrá de recorrer para hacer más efectiva la institucionalización que las Fuerzas Armadas se han comprometido lograr”.
Otra fue la reacción de Perón al enterarse de la muerte de Berisso. Acatarrado, con una bufanda que le cubría as orejas, el caudillo de Tercer Mundo afirmó: “Si tuviera 50 años menos, no sería incomprensible que anduviera ahora colocando bombas o tomando justicia por propia mano”. También despotricó contra "la contumacia gorila de la dictadura militar”, y confesó haber “sufrido en carne propia la más hipócrita persecución”. Parece ser que Perón no desea regresar a la Argentina. Con la "bendición” del jefe desterrado, el lunes 1º un comando de milicianos intentó copar un destacamento policial en la avenida General Paz y Lope de Vega, en el linde capitalino. El resultado: dos policías gravemente heridos.
La decadencia de la política argentina, la ausencia de objetivos nacionales y los fracasos de la izquierda y la derecha explican la guerrilla, por encima de los conflictos ideológicos. Pero el escaso respeto por la vida humana que manifiestan los milicianos como "réplica justiciera a los abusos del sistema”, pone en evidencia —desde un en-foque político— que el extremismo guerrillero mira hacia la Edad Media como ejemplo de “progreso”. Es oportuno recordar que en el mundo medieval abundaban los grupos secretos que "juzgaban en la sombra y aplicaban condenas con golpes inesperados y tremendos”. La gente simple, los inocentes y hasta los intérpretes se estremecían de horror ante la sola mención de los Jueces Francos de la Tierra Roja, de Westfalia; el funesto Consejo de los Diez, de Venecia; la logia de monstruoso poder de Los asesinos de Siria y la crueldad del Viejo de la Montaña, aquel príncipe egoísta que reclutaba jóvenes de 20 años, a quienes luego de "mostrarles el paraíso, con vinos y cáñamo”, los juramentaba a “morir por su servicio”. Es lógico, pues, que a la guerrilla se le oponga un batallón de verdaderos "señores feudales".
Jorge Lozano

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba