Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Hasta ahora la conocíamos como cancionista, modelo y animadora. Pero Cristina Plate quiere mostrarnos otra Cristina: la que se preocupa por los niños. Y es esta Cristina la que en sucesivas entregas nos pedirá que la acompañemos en una gran aventura, en este...
VIAJE AL MUNDO DE LOS CHICOS
Fotos de Carlos Bosch

Se me ha ocurrido una aventura, una especie de safari a través de los niños, y de su mundo.
Sí. . . porque. . . es cierto que no los descuidamos, nosotros, "los grandes", pero, ¿y "los chicos"? ¿Qué opinan? ¿Cómo reciben las cosas que los "grandes" hacemos para ellos?
¿Cómo se ve el mundo cuando se tienen los ojos a un metro del suelo? Un poco porque siempre me interesó, y desde hace casi cinco años a través de mi hija, siento que la aventura en la cual me embarco no es totalmente nueva para mí. . . pero esta vez me la propongo más conscientemente: quiero saber más, más allá... o más acá. Más acá, porque después de los libros, después de mí —que soy una "grande" y los chicos creen que los "grandes" saben más de todo porque ya han salido al mundo—, estoy viendo que mi aventura se va a disfrazar de entrecasa . . . Tendré que recordar los juegos de la plaza, el valor de las figuritas "difíciles", el misterio del fondo del patio; voy a ir al circo, leeré historietas, veré televisión a las seis de la tarde. . . Porque, me parece que los chicos saben algo. . . que nosotros hemos olvidado. Tomaré varias semanas en recuperarlo: siete días para buscarlo en sus juegos; otros tantos para rastrearlo en las revistas que se escriben para ellos, en sus libros de texto, o de cuentos; una semana para ver cada uno de los espectáculos que se montan para entretenerlos (y saber si realmente los entretienen)... y, pensando que ustedes querrán, colegas "grandes", compartir la aventura conmigo, la iré trascribiendo, semana a semana, hasta rescatar ese algo que los chicos saben, ese tesoro.
Para esto recuperaré el asombro, y si tengo que entrevistar a alguien, será a aquellos chicos que reinventan el mundo en un cuadrado de arena, a mi hija, o al pupitre tallado que los espera hasta el año que viene.
Porque...

...Y LOS NIÑOS TENDRAN LA PALABRA
¡Qué porrazos empieza a darse una cuando termina la época de caerse de los árboles!. . .
De pronto, una es grande y cree que ya lo sabe todo. . . ¡Cuántas cosas sabía yo acerca de los niños, de sus necesidades, de cómo corresponder a ellos, de los límites que debe ponerse a los mimos! ... Iba segura y suficiente hacia mi probable maternidad, toda llena de palabras justas. . .
Y nació Leticia. Y me di cuenta de que tenía que aprenderlo todo otra vez. Y descubrí, además algo enorme: que ser mamá era la primera y única cosa irreversible que me había ocurrido. Me asusté mucho cuando comprendí esto: lo de la irreversibilidad. . . ¡Pero qué maravilla!

Ya hace casi cinco años que soy mamá. Trabajo, voy al cine o salgo a caminar sola de vez en cuando, pero Leticia ocupa todo el tiempo y el espacio.
De pronto me importa menos medir hasta qué grado estoy sola, como están solos casi todos los hombres y mujeres en esto que nos hemos propuesto como modo de vida. Me importa que Leticia no esté sola; me importa más que me sienta acompañándola.
Y no puedo dejar de replantear mi infancia. Casi sin darme cuenta —cuando no proponiéndomelo conscientemente— rescato anécdotas, períodos y características de mi propia niñez y de la de los que fueron niños conmigo, para ayudarme a comprender el mundo nuevo al que he ingresado.
Hasta hoy las exigencias de mi hija eran previsibles y de fácil satisfacción: cariño, calor, presencia, alimentos. . . Pero las cosas empezaron a cambiar desde el, momento en que Leticia comenzó su triunfal ingreso al mundo de la razón y de lo imprevisible: las preguntas. . . las preguntas. . . las adorables preguntas . . .
Además, Leticia comienza a independizarse, a actuar con propia iniciativa. Siempre fue bastante libre, pero ahora ha empezado a hacer cosas que podrían tomarse por intrascendentes o simples travesuras y que a mí me parecen importantes. . .
Hace cuatro días no más, en una de sus tantas idas y venidas por la casa, dijo algo así como que tenía el pelo largo o que el flequillo se le metía en los ojos. Algo dijo, es seguro. Siguió jugando a la enfermera con un enorme pañuelo blanco atado a la cabeza. Yo salí un rato. Cuando volví a casa para almorzar, le saqué el enorme pañuelo y se me escapó un grito. No sé muy bien por qué grité: no sé si fue por horror, por asombro o por alegría, pero lo que sí es cierto es que me asusté. Después del grito me largué a reír; y hoy, todavía, cuando pienso en lo que hizo, sonrío orgullosa: se había cortado el flequillo de la manera más divertida jamás vista. Le pregunté si el triángulo que había quedado dibujado en su frente era para que uno le diera besos. Me dijo que sí, con actitud de duende, y agregó, aliviada, que ya no le molestaba más el flequillo. . .

Esto que me propongo es, probablemente, algo doloroso, pero será como haber nacido dos veces sin haber muerto nunca. Me sacaré el esmalte de prolija-mamá-persona mayor. Quiero ser un filtro o un camino. Tengo que aprender muchas cosas: olvidar recordando, por ejemplo, para poder charlar con los chicos más allá de las palabras y llegar a los significados. El lenguaje nos traiciona a los mayores; pero nos empecinamos en serle fieles. A los chicos esto les preocupa menos; lo importante es que las cosas sean.
Aquí no quiero mentir. Aquí no "vendo" nada. Se acabó la Cristina de celuloide, con sonrisa llena de dientes e inalcanzable. Aquí no hay ficción, y este mundo me gusta más. Aquí también se sonríe.. . Pero aquí tengo que "fichar" ante mí misma.
Hacerse grande es aprender a guardar secretos. Y en el barullo, en el miedo, o en la convención de ser algo como la gente, uno se equivoca y se guarda, es decir se esconde, a sí mismo también. Por suerte, los chicos nos hacen volver a salir del cascarón de caramelo con que nos vestimos para gustar a los demás. . . Los chicos nos prefieren de carne y hueso. . . y de pelo.
A menudo recuerdo la respuesta dada por una nenita como pocas, a la pregunta de un mayor como todos: —"¿Qué quisieras para cuando seas grande?". —Quisiera no olvidarme de que fui chica."
Y me pregunto. . . si nosotros, los "grandes" de hoy, recordamos nuestra niñez y obramos consecuentemente. . . Porque, a pesar de los esfuerzos de muchos por no equivocar el paso. . . hay "mayores" que todavía son capaces de olvidos mayúsculos. Tomemos, por ejemplo, la tan mentada Exposición Internacional del Juguete, que todavía está "fresquita": cuando comenzó a saberse que se inauguraría una exposición del juguete en la Rural, me puse tan contenta como Leticia. Adelantándome, de atropellada que soy, no más, supuse que se abriría a nosotros un mundo de imaginería y color.
Fue un desencanto.
Luego de una hora de cola mitigada, es cierto, por una agradable mezcla de ansiedad y esperanza que solidarizaba a la masa humana que integrábamos, entramos, Leticia y yo de la mano. Ahora recuerdo la sensación que tuve todo el tiempo: no terminaba de entrar nunca, esperando a que pasara algo. Alguien parecía haberse empeñado en hacer las cosas exactamente a la inversa de lo que debían ser.
Yo había leído que se trataría de una muestra de juegos didácticos. Juegos didácticos había. . . pero se perdían de puro buenos, y por su menor espectacularidad. No eran automáticos: para que "anduvieran" debía ponerse en funcionamiento uno mismo, y la cosa no estaba como para detenerse. ¿Muestra, dije? Los chicos casi no se enteraron de qué se mostraba; avanzaban semiasfixiados entre las piernas de los mayores, sin ver la mercadería de la feria. . . porque no fue una exposición: fue una feria: Todo se vendía. Lo cual contribuyó a aumentar mi desconcierto; era la primera vez que había pagado una entrada para acceder a un local de ventas.
La disposición general de los stands era grosera y carente de magia: saltaba a la vista el desconocimiento o desinterés por la naturaleza infantil, y no había casi nada que invitara al niño a participar, a crear maravilla. La maravilla estaba prohibida: si no se compraba no se tocaba (salvo honrosas excepciones). . . y para terminar de desvirtuar el concepto de "cosa para niños", había puestos de venta de muebles, ropa, bebidas alcohólicas y pistolas de aire comprimido.
En resumen: la Exposición Internacional del Juguete resultó ser un enorme local de ventas. Al salir de ella, comprobamos todos que habían quedado allí dentro las expectativas y los sueños que, sin querer, habíamos creado en la ilusión siempre lista de nuestros hijos.

Volví a casa y a mí misma. Sentía vagamente deseos de pedir perdón. Como representante del bando de los grandes, me vi. . . si no culpable, por lo menos algo responsable de una gran equivocación. Y me propuse aprender lo necesario para alejarme del error.
Repito algo que dije antes: quiero ser un filtro o un camino. Quiero llamar a la puerta del mundo de los niños; saber a qué juegan o jugarían; qué leen o leerían, qué ven o quisieran ver. Volver con las pruebas de nuestra responsabilidad, y medir el tiempo que falta para poder decir que vivir es una verdadera fiesta.

Revista Semana Gráfica
18/12/1970

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