Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Cobrador
COMPULSIONES
Siete hombres de negro
El viernes pasado, más de treinta personas cargadas de deudas en Buenos Aires y alrededores soportaron insólitas visitas. Caballeros vestidos de gala —lustroso frac y galera— irrumpieron en clubes, residencias solariegas, oficinas de la city y comercios atestados de público. La operación no pudo menos de suscitar a su paso, un amontonamiento de curiosos; cláusula perfectamente previsible, por otra parte, en los planes de los hombres de negro. Munidos de portafolios donde relucen en letras rojas las palabras Finapren. Deuda Morosa, estos cobradores a domicilio jamás encaran una visita directa sin antes movilizar el entorno, máxima si el visitado tiene fama de moroso irreductible, quizá porque no haya nada más temible para un buen burgués que las llamas del escándalo. Así, al menos, lo creen Adolfo Cabello (50) y Mario Novillo Díaz (42), socios gerentes y fundadores de la empresa de cobranzas Finapren, una agencia infalible cuyo departamento Ojo de Águila puede jactarse —en boca de Cabello— “de atrapar en el aire cuanto cheque volador planea sobre Buenos Aires”.
El jueves último, en su oficina de Diagonal Norte 760, en la Capital, los dos empresarios explicaron la clave mayor del negocio que regentean. “Para nosotros —precisó Cabello— el deudor moroso no es un estafador. Más se parece en todo caso al tipo de persona que jamás devuelve un libro prestado. Es, si se quiere, un delincuente menor, tímido y hábil para manejar el olvido.” Esa condición, la de especular con el olvido o el cansancio de los acreedores, confirió a la morosidad categoría de negocio fructífero, "y como ya sabemos —concretó Novillo Díaz—, los apremios legales, juicios demandatorios y demás recursos apenas sirven para eternizar un pleito sin resolución que, por otra parte, tiene la desventaja de circunscribir la causa a los dos interesados exclusivamente. Cuando, en realidad, lo efectivo consiste en ventilarla: no hay deudor que tolere la publicidad de su culpa”.

PARA ATRAPAR AL DEUDOR. Como tantas otras, la historia de este curioso negocio, arrancó de un fracaso. Cuatro años atrás, Cabello y Díaz operaban en el rubro de la construcción, pero además actuaban como titulares de una compañía financiera donde llevaban a cabo gestiones prendarias: “El trabajo terminó por volvérsenos imposible —recordó Díaz—, así que tuvimos que pensar en un cambio. Todo el mundo nos debía dinero y apenas si nos quedaban esperanzas de recuperarlo. En ese entonces viajamos a Europa, y en Italia, un país donde no rigen ordenanzas contra ruidos molestos, vimos funcionar la desconcertante brigada de la orquesta roja. Una compañía de cobranzas que —después de agotar las instancias intimidatorias— despachaba rumbo al domicilio del deudor una banda musical integrada por musicantes vestidos de rojo. Imagínese, a nadie puede gustarle que ante su puerta le toquen el Danubio Azul a ritmo de circo”.
En la Argentina, esa fanfarria hubiera sido inaplicable. Otros métodos, sin embargo, surtirían tanto efecto, o acaso más, que la bullanguera compulsión peninsular: "No podíamos mandar gente desnuda —bromeó Cabello—, ni siquiera era posible confiar la tarea a personas de educación precaria o de dudosa moralidad; la solución fue el hombre de frac, un directo a la mandíbula, pero con elegancia, modales irreprochables y lenguaje exquisito. Para completar el clima introducimos el rutilante Ford de Bigotes, un Doble Phaeton del 23, propiedad de un pariente de mi socio: la figura de uno de nuestros hombres montado en la máquina resulta inolvidable”.
La brigada Ojo de Águila a veces desiste del Ford 23; en esos casos utiliza un Ambassador negro; nunca, en cambio, trueca el atuendo, base operativa de los siete hombres parcos que recorren la ciudad y el país —y desde el primero de enero pasado Uruguay, Bolivia y Chile— en procura de "dineros mal habidos”.
“Todos ellos —explicó Díaz— son antiguos conocidos nuestros, gente universitaria, de probada confianza y altamente ejecutiva." El menor de los siete tiene 30 años y se llama Oscar —los socios de Finapren consideraron prudente no revelar sus apellidos—, el mayor (38) es Alberto, y entre los dos se alinea el resto: Pepe, Carlos, Pedro, Juan y Carlos Alberto, un equipo cuya fama ha empezado a provocar célebres jaquecas. “Nuestros agentes —arguyó Díaz— jamás aceptan invitaciones de la gente que entrevistan. Ni siquiera pisan el umbral y sólo se remiten a entregar una de nuestras tarjetas con la intimación escrita al dorso. Por supuesto, en ningún caso aceptarían ser depositarios de una cobranza. Actúan con un rigor intachable."

LOS CHEQUES TAPARIAN EL SOL. Por ahora, nadie, en Buenos Aires, intentó una experiencia tan decisiva. Es posible, sin embargo, rastrear un antecedente de la brigada Ojo de Agua (Nota MR: textual en la crónica, tal vez sea Ojo de Águila) en otros cobradores uniformados de rojo que también golpean otras puertas. El aplomo, la resolución y elegancia de los siete caballeros de frac —en cambio— no conoció todavía —según Cabello— ningún tipo de fracaso: "Por mes logramos que casi 200 deudores cedan y paguen —estimó Díaz—; es curioso, además, comprobar cómo antiguos deudores nos visitan luego en función de clientes o mandantes.” En verdad, según la experiencia de Cabello, "esto no tendría por qué resultarnos novedoso: medio país está endeudado con la otra mitad, y a la larga las categorías son siempre reversibles”.
De acuerdo al contrato que la oficina de cobranzas firma con sus clientes, estos últimos "se hacen civil y criminalmente responsables ante los terceros damnificados por la autenticidad y legitimidad de la deuda cuyo cobro comisionan”. Si al cabo de tres meses, la gestión de cobro no produce resultados, lo oficina restituye a su cliente los documentos al cobro: "Afortunadamente, esto no nos ocurrió todavía —se ufanó Cabello—; obrando como lo hacemos, de gente de bien a gente de bien, el éxito está con nosotros”. Aficionado a las imágenes humorísticas, el propio Cabello gusta definir su empresa como "el primer campo de aterrizaje para cheques voladores. Y le digo más —exageró el viernes—: si los cheques voladores volaran en verdad, oscurecerían el sol de Buenos Aires, y no habría plantas ni parques, porque toda fotosíntesis sería imposible”. Pero las deudas agobian todas las latitudes. Del anécdota-rio de la morosidad, los memoriosos suelen evocar a los dueños de una boîte de Neuquén: amenazaron publicar —en un diario local— la lista de los deudores más comprometidos.
PANORAMA, FEBRERO 9, 1971

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