Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

CACHO FONTANA
LA FELICIDAD, ESA ESCLAVITUD
El enfático animador argentino relata las vicisitudes que lo instalaron en la fama, halago que lo somete a una alienación sofocante. Por eso asegura que abandonará la locución en los próximos dos años para convertirse en productor.

"Mire, este ambiente es una jungla. En esta profesión siempre hay alguien en la curva para ver cómo uno se mata. La recta, igual que en las carreras de autos, está vacía. La idea de nuestra profesión puede sintetizarse gráficamente así: si te ven en el desierto te tiran una anchoa". No es un principiante resentido porque le cerraron la puerta en la cara sino un hombre que ha pasado su vida acumulando éxitos en la radio y la televisión argentinas quien lo dice. Tal vez por eso, por el sereno aplomo que da el triunfo, no hay ofuscamiento en sus palabras, apenas la seguridad de estar emitiendo un juicio tan lapidario como verdadero. Y lo hace con la impunidad de un intocable. Porque de eso se trata: más de veinte años de cotidiana relación con un público que lo ha acompañado sin descanso hasta convertirlo en una figura de arraigo inusual colocan a Norberto Palese (38, una hija, más conocido como Jorge Cacho Fontana) en condiciones de despreocuparse por los escozores que pueda provocar una opinión tan severa. El tránsito, sin embargo, no ha sido fácil. Hijo de un ferroviario; empleado en los ferrocarriles él mismo, se inició en la locución casi accidentalmente, en 1949, después de interrumpir sus estudios de bachillerato en tercer año. Fue en el viejo Salón Argentina que hizo su debut presentando a la orquesta típica de Roberto Padula, en reemplazo de un compañero de trabajo. Nunca antes había estado frente a un micrófono, pero el ensayo no debió resultar demasiado desafortunado porque después de un corto período de aprendizaje, ingresaba al staff de locutores de Radio del Pueblo.
Dueño de un estilo que no coincidía con el melodramático tono imperante en el feudo de Víctor Chiappe, no tardó en emigrar, trasladándose a Radio El Mundo. De allí en adelante, su sombra se asoció a los programas más exitosos de esa emisora: El relámpago, Felipe, Pepe Iglesias, fueron familiarizando su voz con el público. "En esa época la radio no era noticia —memora—; los locutores eran voces, nunca imágenes. Fue con el advenimiento de la TV que se destapó el gran operativo". Obviamente, se refiere al vertiginoso proceso de creación de mitos desatado en la primera época de la televisión argentina que erigió a locutores y animadores en verdaderos ídolos populares. En cierta medida, Cacho Fontana permaneció al margen de ese proceso. Odol pregunta y La hora de Lassie representaron sus cautelosos primeros pasos en un medio desconocido. "Hace 14 ó 15 años, cuando empecé con Odol —explica ahora—, toda la gente hacía minutos, es decir aparecía 20 veces por día; algo que yo nunca quise hacer. Aunque ganara 12 mil pesos por mes en lugar de los 120 ó 180 que ganaban Pinky, Brizuela Méndez o Fito Salinas. Era simplemente una cuestión de cuidar la imagen, de no desgastarla". Fue esa prudencia lo que le permitió permanecer como locutor independiente en Radio El Mundo y emprender, tres años después, una experiencia que él mismo califica como la más apasionante de su carrera: el Fontana Show. Once años de emisión ininterrumpida demuestran que no estaba equivocado cuando planteó el programa entre 10 y 11 de la mañana, un horario que no ofrecía entonces el menor atractivo. "Pensé que la televisión iba a copar los horarios nocturnos, donde nosotros teníamos la base fuerte —lucubra—. Era lógico deducir que la radio se trasformaría: las diez de la mañana tenía que pasar a ser las nueve de la noche de antes. Entonces empecé con este trabajo, produciendo el programa en todos sus niveles, desde el comercial al artístico".
Simultáneamente, su atildada imagen iba imponiéndose a través de comerciales y ciclos televisivos en los que demostró una rara consecuencia, aparte de una insaciable vocación perfeccionista. De esas cosas, de una profesión que es su mundo dialogó durante más de tres horas con SIETE DIAS la semana pasada; una conversación que transitó además por su vida y sus proyectos, sus tres matrimonios, su hija, sus mínimas pasiones.
—¿Cacho Fontana tiene mucha plata?
—Mucho menos de lo que la gente se imagina. Sé que se ha tejido la gran historia en torno a la posición de Fontana y a lo que gana: ¿cuánto gana en Odol?, ¿en Terrabusi? Lo que puedo decir es que nunca he jugado al financista ni a la bolsa; no me he comprado nada fastuoso, porque Fontana no necesita más que trabajo, serenidad espiritual y ganas de vivir.
—¿Que hay de cierto en esa fantasía popular de que usted es accionista de Odol?
—¿Y cree que Odol me dejaría entrar? Yo no tengo inconveniente en reconocer que tenemos una gran confianza con la empresa, pero la única relación económica que mantenemos es que Odol paga lo que yo quiero cobrar. Y, lógicamente, yo me adapto a las necesidades de Odol.
—¿Entonces no es un hombre de empresa?
—Sé a qué se refiere: no tengo acciones en ninguna de las compañías que publicito. Soy el locutor de la compañía; los únicos lazos que me ligan a ellos son de amistad. Mi cotización la he conseguido a través de los años. Yo tengo una sola empresa.
—¿Cuál?
—El Fontana Show, es decir la producción del programa más toda la gente que lo realiza; son 40 personas: hay un cuerpo administrativo, secretarias, ayudantes, asistentes. ..
—Representante...
—No. No tengo secretaria, no tengo representante. Yo soy un producto de mí mismo y arreglo mis negocios personalmente. Lo hice así de entrada y la gente quiere que siga haciéndolo.
—Es decir que Fontana se vende a sí mismo.
—No precisamente. Un día apareció el asunto de lo que dice Fontana, la gente lo compra, pero yo nunca me propuse mi personalidad. No es una personalidad de espejo. Cuando ingresé en Radio El Mundo decían que yo no servía para pasar avisos; que mi manera de decir, mi dicción, mi estilo, no iban. Al cabo del tiempo parece que se demostró que no era así.
—¿Cómo nació su estilo, su manera de decir?
—Hay un señor que se llama Demetrio Sadan, un excelente redactor publicitario, que comenzó a escribir un poco como yo tenía que decir las cosas: palabras pesadas, contundentes, con fuerza.
—¿Sigue haciéndolo?
—No, pero cuando dejó de hacerlo yo había fundado una pequeña cosa que respondía a un mecanismo especial, que podía distinguirse del lote.
—Una forma de hacerse famoso, de ganar dinero.
—Sí, pero yo nunca quise ganar mucha guita, yo no trabajo por plata sino porque me gusta, porque realizo cosas y es mi vocación. Yo vivo de esto pero al artista lo dejo para la foto. Si me tienen que sacar una foto, magnífico: yo poso, pero inmediatamente dejo de ser el tipo de la fotografía. No vivo todo el día en ese mundo artificial y pegajoso, molesto, cansador. Vivo en un mundo serio.
—¿Cuál es ese mundo?
—El trabajo, esta forma de esclavitud, porque soy un tipo difícil para vivir.
—¿Neurótico?
—Mi trabajo me hace ser neurótico, malhumorado. Pero también es un mundo de constante renovación, de inquietud, de trabajo, en el que la frivolidad no tiene nada que hacer.
—¿Qué es la frivolidad?
—Cuando me divorcié de mi segunda esposa se abría un camino a la frivolidad, a la aparente frivolidad. Pero yo no soy un tipo de pensar a las 10 de la noche con quién voy a comer, no puedo tener todos los días una persona distinta a mi lado. No busco físicos, busco seres humanos, comunicación. De otra forma uno se destruye, lo destruyen. Yo enajeno cualquier cosa menos mi vida privada.
—¿Es posible separar con precisión la vida privada de la vida profesional?
—Es una gimnasia que vengo haciendo desde hace mucho tiempo. Soy vanidoso respecto a Palese y sobre él tengo una idea del futuro
que le espera. Mi meta son los cuarenta.
—¿Y dejar de trabajar?
—Bueno, dejar la parte activa del trabajo.
—El "Fontana Show".
—Sí. Y producir el programa, poner el Fontana del año, crear gente.
—Entonces tiene que inventar una persona.
—Tengo que encontrar un tipo; si ya lo hubiera encontrado, a lo mejor no estaba trabajando.
—¿Y qué atributos debe tener ese tipo?
—Tiene que ser una personalidad que a mí me guste humana y profesionalmente. No hablo de una imitación mía.
Casi milagrosamente, el nombre de Liliana Caldini no se había pronunciado a esta altura del diálogo aunque rondara constantemente. Cuando surge, Palese-Fontana sonríe con ternura no exenta de resignación, seguro que la alusión era inevitable y que tendrá que enredarse en explicaciones que, de alguna manera, lo obligan a poner sobre el tapete esa vida privada que, aun cuando no lo consiga, se empeña en mantener al margen. "Liliana llegó en un momento muy oportuno, muy tremendo —dice—. Es uno de los seres más completos que he tratado, y yo he tratado a mucha gente".
—Hace un rato decía que una de sus preocupaciones era actualizarse. ¿Casarse con una mujer mucho más joven que usted es una forma de hacerlo?
—No. Es una alternativa de la vida. No busqué una mujer joven. Me la puso el destino y yo hice lo que muchos quieren hacer y no se animan.
—¿Casarse?
—Sí, y a partir de ese momento Fontana deja de tener vida privada para la gente, pero a mi casa ya no entra nadie más, no vuelvo a sacarme una foto de promoción. No quiero que la gente me confunda.
—Sin embargo toda la publicidad que se dio a su matrimonio, ¿no significa bastardear hasta cierto punto su vida privada?
—No. Lo que pasa es que soy un tipo que anda bien física, material, profesionalmente, con una mujer linda, joven, inteligente al lado y resulta lógico que en un mundo lleno de traumas y de problemas, de tipos frustrados, me convierta en centro de mira y de crítica. Porque además soy un hombre feliz.
—¿Qué hace ese hombre feliz aparte de trabajar? ¿Lee?
—No tengo tiempo de leer y de ahí la necesidad de ponerle punto final a esto. Leo sólo para informarme.
—Es decir diarios, revistas.
—Sí, y todos los libros que puedan ser de carácter informativo, biográfico. Si voy a trasmitir el Premio Nobel, yo quiero saber quién es Nobel, tengo que informarme.
—¿Y literatura?
—En este momento mi mente no está para eso.
—¿Pero le gustaría hacerlo?
—Por supuesto. El gran ausente en mí es la cultura. Si yo hubiera sabido que alguna vez iba a ocupar este lugar, habría pospuesto cualquier cosa para poder ilustrarme.
—¿Entonces su reemplazante deberá ser un tipo culto ?
—Tiene que ser superior a mí. Viene de otra generación y al ser más joven tiene que ser mejor que yo.
—¿Incorpora gente joven con frecuencia al "Fontana Show"?
—Sí. Hace un año y medio, por ejemplo, incorporamos a cuatro autores jóvenes cuya inteligencia, capacidad y sentido del humorismo son nada comunes.
—¿Y Miguel Coronato Paz?
—Estuvo con nosotros hasta el año pasado. Se retiró por su propia voluntad. Ahora son estos muchachos los que tienen que inventar 70 chistes por día, de lunes a sábado, de enero a diciembre.
—¿No se repiten nunca?
—Nunca, jamás.
—Pero para inventar setenta chistes por día hay que trabajar desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde.
—No. El humor no es un trabajo como cualquier otro. Hay más frescura, más inquietud en esta gente; por eso los incorporamos y porque los conocidos tenemos la obligación de dar oportunidades a la gente de talento.
—¿Cómo se relacionaron con usted?
—La gente llega accidentalmente, por amigos comunes; me dicen: hay unos muchachos que escriben bien y yo los llamo. Nosotros nos preocupamos mucho por el armado del programa. Tratamos de conseguir material inédito, de emitir los discos antes que salgan.
—Se dice que los discjockeys cobran para hacerlo.
—A mí no me ofrecieron ni un mango. No sé si hay gente que cobra, pero nosotros no tenemos ningún compromiso con las grabadoras. Además existen contactos en España, Italia, Brasil, Estados Unidos que nos proveen de material. Pero lo compramos, no nos regalan nada. Eso sí: yo necesito novedades y las grabadoras que se conozcan.
—Cuando uno escucha el "Fontana Show" se encuentra con tres personas que están constantemente alegres, que se ríen. Sin embargo, debe de haber días que no están de humor; ¿cómo hacen?
—Para Beba, Rina y yo, los momentos que pasamos frente al micrófono son los mejores del día. Nos divertimos trabajando. Además los tres tenemos una responsabilidad profesional y somos capaces de dejar de lado los problemas personales.
—Usted inició la trasmisión de festivales internacionales de música el año pasado con el de San Remo. Después surgieron algunos problemas. ¿Cuáles fueron?
—Entiendo que la música es una forma de vincularse. Entonces pienso en producir junto con Canal 13 y Radio Rivadavia los espectáculos de festivales. Lo hacemos, pero como aquí se está esperando que alguien haga algo para hacerlo igual y mal, comenzó la utilización masiva de la palabra festival en cosas sin ningún nivel. Se hicieron hasta festivales de lavarropa.
—¿Eso significa que no lo hará más?
—No. Aunque yo haya perdido plata el año pasado, sembrando para recoger en el 71 y casi hayan arruinado la cosa, voy a intentar trasmitir nuevamente San Remo este año. Porque es importante y porque seguramente irá un argentino a competir y quiero estar allí, al lado de los argentinos que hacen cosas.
—¿Ese es su trabajo?
—Es parte de mi trabajo, como lo es mostrar a la gente los aspectos positivos del país aunque sin ocultar los negativos. Creo que mi trabajo es abrir un poco los ojos acerca de lo que nosotros podemos realizar y no hacemos, de todas las frustraciones que tenemos como país.
—¿Esas frustraciones le crean conflictos personales?
—Como ser humano no tengo ningún tipo de conflicto.
—¿Se analiza?
—No. Mi análisis es lo que realizo.
—¿Lo haría?
—No. No siento la necesidad. Yo soy sano de espíritu; un tipo extravertido, digo lo que siento. No hago misterios.
—Hay sin embargo un misterio en su vida. Usted tiene una hija de quince años de la que se sabe muy poco. ¿Cómo es su relación con ella?
—La normal de un padre que no vive con su hija. Tenemos contacto frecuente, no hay barreras, pero falta la convivencia directa.
—¿Eso lo angustia?
—En cierta forma, sí. Es la frustración del padre en todo el sentido de la palabra, de toda la responsabilidad que un hombre puede tener como padre.
—¿A qué cosas le tiene miedo?
—No a la muerte, ni a la vejez ni a ninguno de esos fantasmas a los que frecuentemente teme la gente. Mi angustia o mi miedo es no terminar bien el episodio Fontana, por el cual he sacrificado muchas cosas, inclusive vivir a pesar de que yo respiro por mi trabajo.
—¿Y Palese?
—Es lo que va a quedar. Es el resto de la cosa, lo positivo, lo real. Yo en Palese tengo que rescatar todo lo bueno y todo lo malo también. Cuando yo vuelva a ser Palese quiero tener contacto con la gente y ver si como tal le intereso. Puede ser que la gente ingrese a uno por Fontana, pero luego tengo que rescatar lo otro.
—¿Cuándo Palese va a matar a Fontana?
—No lo va a matar, sería muy dramático. Merece descansar, nunca morir en esa forma.
Revista Siete Días Ilustrados
22.02.1971

Con Rina Morán y María Ester Vignola

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