Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Barriletes
la cola que más corta es la que gana

barriletesDe todos los negocios al aire libre, el del señor Armando Gámbaro es el único que se beneficia con los días de viento y las tardes destempladas, llenas de remolinos y hojas secas, del otoño. Las ráfagas intempestivas del viento Sudeste alejan del cinturón verde de Palermo a vendedores de globos, heladeros, fabricantes de pororó, floristas, fotógrafos ambulantes, barquilleros, dispensadores de “suertes” (con loro o tití), operadores de calesitas y vendedores de rifas más o menos dudosas.
El venerable señor Gámbaro (80 años, innúmeros nietos) deposita una caja octogonal, visiblemente confeccionada con tablitas de cajón frutero, la destapa, y sobre el césped de la plaza República de Indonesia despliega un variado repertorio de barriletes, octógonos de caña bambú y papel, que exhiben los colores de los equipos de fútbol más mimados por la gloria.
Hasta bien avanzado mayo, su negocio va viento en popa. Publicidad: muy poca; con mano experta y sin fallar empuña el “hilo de chanchero” (amarre óptimo para un barrilete bien fabricado) y lo remonta, con una economía de movimientos que envidiaría el más estático bailador de flamenco “a la antigua”. Desde su apostadero (que a veces cambia por los espacios verdes que hay frente al Club Gimnasia y Esgrima) Gámbaro ve acercarse a los potenciales clientes, atraídos indefectiblemente por 'la flotante presencia del barrilete. A menudo, vende hasta el que está remontando (200 pesos sin hilo, 450 completo); enseña los principios fundamentales de la ciencia del remontado en pocas palabras y siempre con cortesía.

A nivel internacional
Su patriarcal calma se vio turbada, sin embargo, en los primeros días de febrero. La causa no fue injustificada. El primer sábado del mes, poco después de mediodía, una pequeña multitud se congregó frente al edificio de la Facultad de Derecho. Esgrimiendo una breve y sólida caña de “casting”, provista de eficiente reel, Will Yolen (norteamericano, 60 años, jubilado) lanzó un reto capaz de amoscar a cualquier barriletero ortodoxo que se precie de su condición.
“Soy el campeón internacional y puedo ganarle a cualquiera”, afirmó Yolen a los circunstantes, y desafió a que alguno de los presentes lo probara, aunque, claro, no por el título. Presidente y fundador de la International Kitefliers Association; (Asociación Internacional de Remontadores de Barriletes), el señor Yolen se encontraba en la Argentina en viaje de placer, pero no por eso desprovisto de los elementos necesarios para demostrar sus habilidades de maestro, inventor y verdadero innovador.
“Remontar barriletes —afirma— es lo mismo que pescar. Sólo que en lugar de un anzuelo, en la punta se pone un barrilete”. Sus afirmaciones, oportunamente traducidas para el auditorio por un intérprete oficioso, no tuvieron, sin embargo, oportunidad de ser puestas a prueba. El viento soplaba entre los árboles, de a ratos y a las cansadas. El señor Yolen corrió, gesticuló, se arrojó al suelo y sólo consiguió hacer subir unos cincuenta metros a uno de sus complicados aparatos.
“Ahora que remonte el abuelo”, clamaron varios aficionados presentes, a lo que don Gámbaro asintió con una sonrisa. Su barrilete criollo, en realidad, no subió mucho más que el del desafiante, pero —por lo menos— lo hizo con más dignidad.
“Esto no es nada —dijo para el atento auditorio de sus parciales—. Sería una pena para el señor, pero con una hojita de afeitar en la ‘cola’, lo dejo mirando”. Los pacíficos artefactos comerciales de don Gámbaro no llevan aditamentos agresivos. Sus admiradores afirman que con un barrilete “guerrero” (poca superficie, mucha cola erizada de navajitas) es capaz de derribar a cualquier contrincante, por hábiles que sean sus maniobras. “El hilo de chanchero —explica— es muy duro, pero cuando arriba hay viento, hasta el nylon se corta con una pasadita”. Opinión muy apreciada por los cultores de este insospechado deporte internacional.
Muchos años antes de que mister Yolen pisara estas tierras, quizás antes de que Gámbaro hubiera terminado su: primera cometa —como la de todos los ¡principiantes, es seguro que apenas se elevó, frenada por el lastre de una excesiva cantidad de engrudo— ya era habitual que los argentinos de pantalón corto, muchas veces “auxiliados” por desinteresados progenitores, aprovecharan las brisas de primavera y otoño para poner a prueba sus conocimientos de aerodinámica. El fervor pudo ser tal que preocupó a ediles cejijuntos y el juego fue prohibido (ver pág. 32). Múltiples ensayos y fracasos ayudaron a diseñar una estrategia: un cuerpo lo más plano posible y de gran superficie de sustentación constituye la piedra fundamental de todo buen barrilete; la cola es un aditamento estético que ayuda al cuerpo central a mantenerse en posición adecuada (“mordiendo” el aire con una inclinación de entre 30 y 45 grados con la horizontal); un correcto ajuste de las bridas colabora con el remontador para estabilizar el artefacto.
No se sabe si fue la prohibición municipal o la malsana costumbre de erizar con hojitas de afeitar las colas para convertir el cielo en un campo de combate, lo cierto es que la barriletomanía se encontró pronto en decadencia, también ahuyentada de las grandes ciudades por los altos edificios. Sólo unos pocos nostálgicos se ocupan, ahora, de trasmitir a las nuevas generaciones los secretos del antiguo arte aeronáutico.
Revista Panorama
15.04.1969
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