Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

ECONOMIA, PACIFICACION Y UNIDAD NACIONAL
PERON BALBIN: LOS UMBRALES BEL ACUERDO
La articulación de un plan económico y político conjunto parece ser el objetivo central de la estrategia articulada por el caudillo justicialista y aprobada por el radicalismo

A las 12 en punto del martes 31 de julio, después de una hora de diálogo con Juan Domingo Perón, el líder radical Ricardo 'Chino' Balbín sorteó las verjas de la residencia de Gaspar Campos, y se dirigió a una reunión con la cúpula de la UCR, a la que informó sobre los temas tratados. A partir de entonces, una ola de rumores y trascendidos mantuvo en vilo a la ciudadanía, pendiente de los resultados de esa decisiva reunión.
La charla, empero, no fue sino el hecho más publicitado de una semana rebosante en acontecimientos políticos, donde todas las fuerzas intensificaron contactos, preparándose para afrontar con mayores posibilidades la próxima, trascendental instancia institucional de la Argentina.
Esa reubicación de fuerzas y la aparente complejidad del proceso conforman un panorama que no siempre el hombre de la calle logra comprender. No obstante, si se tiene en cuenta que el intento de los partidos mayoritarios es orquestar un plan político y económico capaz de estabilizar al país durante un largo plazo, resulta ingenuo exigir definiciones concluyentes o acuerdos inmediatos a partidos que —durante casi 3 décadas— parecían defender posturas irreconciliables.

LA MARCHA HACIA SEPTIEMBRE
"Estoy convencido de que Perón ha cambiado; puedo hablar con él como con un viejo amigo y, por más que uno tenga sus recelos, este hombre es simpático como él solo". Con estas palabras, Ricardo Balbín confió a sus más íntimos la impresión que había recibido en su nueva entrevista con el general; no era más que la reafirmación de una opinión similar, vertida en su anterior reunión con el líder justicialista (ver Siete Días Nº 323).
Más allá de esas consideraciones, durante la charla Perón se habría mostrado sumamente permeable a las críticas deslizadas por Balbín acerca de la marcha del gobierno justicialista. "El país está parado; en ninguna provincia se hace nada", se comenta que apuntó el caudillo radical. La respuesta de Perón fue coincidente: Ahora que los gobernadores están en Buenos Aires les daremos un tirón de orejas". Otro punto que parecía urticante (la aplicación del programa económico de la Hora del Pueblo) también fue zanjado. Perón habría prometido a Balbín el cumplimiento de todo lo concertado en ese documento multipartidario.
Es que el acuerdo con la UCR representa —sin duda— la columna vertebral de un proyecto que el líder justicialista acaricia desde hace mucho tiempo. Perón considera que la actual crisis argentina sólo puede solucionarse logrando un sólido frente interno y aprovechando una situación internacional que (a diferencia del decenio 1945-55) lleva el signo de la multipolaridad, ya que son varios —no dos— los centros de poder mundial.
De esa manera, la oferta de Perón a la UCR no se limitaría al hecho de que Balbín ejerza la vice-presidencia (un tema aún no definido) sino que, por el contrario, tienen su eje fundamental en la "unidad nacional". Para lograría, Perón ya cuenta con el respaldo de los empresarios de la CGE y con el consenso de la mayoría de la clase trabajadora. La confluencia con el radicalismo incluiría en ese frente a los medianos productores agrarios y a amplios sectores de las capas medias.
En esas condiciones se pondría en marcha un proyecto de desarrollo de la industria nacional, apoyado por inversionistas europeos o árabes, lo que permitiría satisfacer numerosas reivindicaciones exigidas por los sectores más postergados de la sociedad. Los capitalistas extranjeros en cuestión exigen, a su vez, que el justicialismo alivie la tensión social imperante. Y aquí también resulta imprescindible el aporte de la UCR, capaz de evitar que la clase media luche frontalmente contra el peronismo, como ocurrió hasta 1955.
Pero ni el Movimiento Nacional Peronista ni el radicalismo han logrado homogeneizar las diversas fuerzas que coexisten en ambos grupos políticos. "Si usted tiene algún problema en su partido —le habría confiado JDP a Balbín—, no le quepa duda de que yo también tengo los míos".

LA CUESTION RADICAL
Si bien es cierto que los resultados de la Convención de la UCR —llevada a cabo en la Casa Radical el sábado 28 y el domingo 29 de julio— arrojaron una holgada ventaja para el balbinismo, eso no significa que la polémica interna con las huestes del Movimiento Renovación y Cambio haya concluido. Al votarse las mociones —una balbinista, la otra alfonsinista—, los guarismos revelaron que la conducción radical obtuvo 144 sufragios, contra 54 de la minoría alfonsinista.
Al margen de otros considerandos, la propuesta de los renovadores contenía un punto clave: el llamado a elecciones internas para que los afiliados de la UCR decidiesen cuál sería la fórmula que los representaría en las elecciones del 23 de septiembre.
Acaso por ello, el balbinismo hasta último momento busca llegar a una coincidencia con el sector alfonsinista. Incluso la reunión entre los jeques de ambas fracciones —se llevó a cabo en el escritorio jurídico de Rubén Rabanal, en el atardecer del sábado 28— fue solicitada por Ricardo Balbín. A ese encuentro Alfonsín llevó una propuesta de 11 puntos —diez de ellos escritos a máquina y el undécimo manuscrito—, donde consignaba las exigencias que, a su juicio, debía plantear el radicalismo como cuestión previa a cualquier tratativa sobre fórmulas electorales. También llevó Alfonsín una declaración sobre la actual situación nacional: era una carilla y media escrita de su puño y letra con un afilado lápiz negro. Pese a todo, los trascendidos posteriores coincidían en señalar que no se había llegado a acuerdo alguno.
Cuando ese sábado Alfonsín abandonó el cuartel general del Movimiento Renovación y Cambio —situado en Maipú y Rivadavia,
en pleno centro porteño— para dialogar con Balbín, media docena de sus partidarios se asentaron en la vecina confitería La Victoria. Allí, mientras merendaban chocolate con churros y sandwiches tostados con gaseosas, redoblaron sus críticas contra el Comité Nacional del partido. No obstante, había un punto en el cual los renovadores no lograban —ni logran— ponerse de acuerdo: algunos insisten en buscar coincidencias con otras fuerzas mayoritarias (incluido el peronismo), sobre la base de un programa de "avanzada", que logre conformar un frente de centroizquierda. Otros, en cambio, creían necesario mantener la individualidad partidaria, un argumento que —según sus censores— es producto de reminiscencias gorilas.
Sea como fuere, la negativa de la Convención a votar el programa de la minoría alfonsinista significa que no habrá tiempo para convocar a los afiliados a elecciones. La fórmula, en consecuencia, resultará de lo que decida la misma Convención, cuando reinicie sus sesiones, el próximo 11 de agosto.
Ocurre que las elecciones de convencionales del radicalismo se llevaron a cabo antes de que se creara el Movimiento Renovación y Cambio. Sólo en 4 provincias (Buenos Aires, Misiones, Formosa y Santa Fe) hubo puja interna: en los restantes distritos se confeccionó lista única con mayoría balbinista. Esa es la razón por la cual el alfonsinismo, que superó el 45 por ciento de los votos en los comicios que eligieron el binomio que la UCR presentó el 11 de marzo, no obtuvo siquiera un tercio de los votos de los convencionales.
Pero la postergación de la Convención también obedece a otro móvil: lograr un margen de tiempo que permita a Juan Domingo Perón concretar su oferta para motorizar una fórmula compartida.

LAS GRANDES MANIOBRAS
Esto último se encadena con un presunto dato que Perón habría anticipado a Balbín: el Congreso del Justicialismo —citado para el sábado 4 de agosto— consagraría a Perón como candidato a la presidencia de la Nación, pero dejaría vacante la vicepresidencia, para permitir que el líder disponga de una adecuada capacidad de maniobra, similar a la que obtuvo Balbín al lograr que la Convención Radical pasara a cuarto intermedio.
No fue esa la única especie: también se sugería que los sectores adictos al ministro de Bienestar Social, José López Rega, y el aparato de las 62 Organizaciones gremiales impulsarían el nombre de Isabel Perón, como candidata a vice. En ese sentido se inscribe la intensa pegatina de carteles en todo Buenos Aires, propiciando el binomio Perón-Perón.
No solo eso, también se especula con la posibilidad de que Chabela, una semana después de ser consagrada, produjera un renunciamiento similar al de Eva Duarte en 1951.
Otro episodio conmovió a los más expertos peronólogos: el domingo 30 de julio, JDP formó un nuevo Consejo Superior del Movimiento Nacional Peronista. En la rama política fueron designados el diputado Ferdinando Pedrini, el senador José Humberto Martiarena, el teniente Julián Licastro y José Manuel Camus. Los 4 nombres —señalan, los observadores— significaban un paso adelante en el acuerdo con el radicalismo, ya que todos ellos mantienen excelentes relaciones con el viejo partido de Yrigoyen.
La rama gremial se integró con José Rucci, Lorenzo Miguel, Casildo Herrera y Rodolfo Medina. El líder será el secretario general de la CGT, José Rucci. De ese modo trabajarán juntos los dirigentes de la central obrera y de las 62 Organizaciones piloteadas por Miguel. Ese respaldo al aparato gremial —en desmedro del peronismo de izquierda, que acusa de "burócratas" a los flamantes miembros del Consejo Superior— se reforzó con el discurso que Perón pronunció el lunes 30 de julio en la CGT; allí criticó acerbamente a quienes plantean la violencia: "Todo en su medida y armoniosamente", señaló. Al día siguiente, el diputado conservador Falabella proclamó: "Los conceptos de Perón sobre la violencia merecen la adhesión de cualquier conservador".
El general también innovó en la conducción de la radicalizada Juventud Peronista. Al frente de ella designó a Julio Yessi, quien además trabaja en el Ministerio de Bienestar Social junto a López Rega. Se afirmaba que la JP resistiría —si no formalmente, al menos en los hechos— a su nuevo jerarca, a quien considera "derechista". Por esa razón se presumía que Yessi trataría de crear una JP paralela, en un intento por neutralizar la indudable capacidad movilizadora de los jóvenes duros.
Ese marco cobijó el mensaje que, el lunes 30 por la noche, dirigió al país el presidente Raúl Lastiri. El primer mandatario señaló que no se tolerarán actos de violencia, los que serán reprimidos. El exhorto preocupó a Ricardo Balbín —lo escuchó mientras cenaba con un grupo de allegados—, quien al oírlo habría deslizado algunos gestos de desaprobación. "La UCR —declaró a Siete Días un joven senador norteño— está sorprendida por este discurso, de sugestivo corte macartista. Parece escrito por Lanusse", concluyó mientras deglutía un plato de tallarines.

¿NI YANQUIS NI CLASISTAS?
La semana pasada, un delicado episodio sacudió los círculos diplomáticos, y políticos: el entredicho con la embajada norteamericana. Todo se había iniciado cuando Max Krebs, encargado de negocios de la legación de Estados Unidos en la Argentina remitió a José Gelbard, ministro de Hacienda, un trío de memorándums, desarrollando su oposición a la proyectada ley de nacionalización de los depósitos bancarios y a la política nacional en materia de inversiones. El 26 de julio, el diplomático fue citado por el ministro de Relaciones Exteriores, Juan Vignes, quien le expresó su "profundo desagrado" por esas notas. El miércoles 1º se difundió un comunicado del Palacio San Martín, expresando que "hechos de esa naturaleza se consideran inaceptables". Si bien Krebs presentó formalmente sus excusas por el intríngulis, el episodio repercutió profundamente en casi todos los estamentos de la vida nacional. No se sorprendieron, en cambio, quienes sabían que el proyecto diagramado por Juan Perón contempla la posibilidad de ciertos roces con empresas multinacionales, especialmente las norteamericanas. En ese sentido, los financistas yanquis no ven con buenos ojos la entente Perón-Balbín, por cuanto el programa económico de la UCR pone al capital foráneo trabas en algunos casos más duras que las pautas programáticas del peronismo. Ese acuerdo económico radical - peronista parece ser la base de un "Movimiento de Unión Nacional" por el que trabajan Basilio Serrano, Ezequiel Perteagudo y Héctor Villalón. El proyecto —se insiste— intentaría abarcar a todas las fuerzas políticas argentinas, con excepción de los sectores ultraliberales (ligados económicamente a USA) y de la izquierda clasista.
En esa tesis parecen coincidir otras fuerzas, como lo revela la declaración de las 62 Organizaciones cordobesas, cuyas alas izquierda y derecha se unificaron diez días atrás (ver Siete Días Nº 324). En una solicitada publicada en el vespertino porteño La Razón, proclaman su adhesión a las "20 verdades justicialistas". Pero lo más importante se recoge al advertir que a los gremios firmantes se agrega una agrupación interna del Sindicato de Mecánicos (Smata). No figuran frentes gremiales peronistas de sindicatos controlados por los independientes de Agustín Tosco —donde curiosamente las 62 tienen fuertes minorías— sino sólo las de un gremio controlado por el clasismo, la variante más intransigente del marxismo vernáculo. Es que la llamada "izquierda revolucionaria" se opone frontalmente al plan de Perón, argumentando que "beneficia a la gran burguesía y perjudica a los trabajadores". Son ellos, además, quienes instan a rebeldías obreras.
En tanto, la tensión social subsistente se refleja en episodios como los registrados en la cordobesa localidad de San Francisco. Allí, el lunes 30, un paro activo desatado por la CGT local desembocó en violentos choques entre 10 mil manifestantes y las fuerzas policiales, que arrojaron como saldo la muerte de Rubén Molina, un joven de 17 años, y varios heridos graves. A mediados de semana la situación se había calmado, pero revelaba un peligroso estado de descontento que campea en diversos lugares del país.

EL REVERSO DE LA MONEDA
Para el caso de que, pese a todos los vaticinios, no se concrete una fórmula peronista-radical, la cúpula de la UCR barajaría varias posibilidades. Una de ellas es la abstención, señalando que "el pueblo ya eligió el 11 de marzo". Interrogado sobre esta perspectiva, el senador chaqueño Luis León sintetizó ante Siete Días: "Ni soñando". Otra especie —más exótica— señalaba que los radicales intentarían crear un frente de centroizquierda junto al alendismo y a otras fuerzas menores. El candidato presidencial sería Ricardo Balbín y el vice podría ser un alfonsinista, un izquierdista moderado o el senador León.
Por su parte, la jaqueada Juventud Peronista concretó —en la noche del miércoles 1º y al margen de Julio Yessi— una asamblea donde compartió la cabecera con la Juventud Radical y a la que acudieron las juventudes frondicistas, socialistas, intransigentes, cristianas, la poderosa Federación Juvenil Comunista y sacerdotes tercermundistas. Allí acordaron la unidad de acción "contra el imperialismo" y manifestaron la necesidad de la "movilización para garantizar el proceso elegido por el pueblo el 11 de marzo al votar los programas del Frejuli, la UCR y la Alianza Popular Revolucionaria". Era un intento de las radicalizadas juventudes políticas por plantear una alternativa propia frente a lo que califican de "ofensiva de las derechas".
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Recorte en la crónica
Juventud Radical: Unidad antiimperialista"
Durante toda la semana pasada, la mayoría de los medios de información coincidía en señalar a la Juventud Radical como paladín de la tesis de mantener la "individualidad partidaria" del partido, opuesta a toda alianza electoral. Se trataba de un error. Porque si bien es cierto que la JR dispara sus dardos contra Ricardo Balbín, no se opone, en última instancia, a la concreción de un frente radical-peronista. Por el contrario, los jóvenes boinas blancas aseguran que el único medio de garantizar la "liberación nacional y social" es concertar la unidad de los sectores mayoritarios.
Eso no significa tampoco que aprueben incondicionalmente el acuerdo Perón-Balbín. En ese sentido se inscribe su plan de 10 puntos —que podría ser ampliado—, en el que exigen el llamamiento a elecciones libres en la CGT, el repudio a la "burocracia sindical" y la adopción de medidas económicas antimonopolistas (ver Siete Días Nº 323). Esas serían las condiciones para apoyar un acuerdo electoral con el justicialismo.
Interrogado por Siete Días, Leopoldo Moreau, secretario general de la JR de la provincia de Buenos Aires, definió la línea del sector: "En estos momentos —se encrespó— los sectores de derecha liberal del radicalismo y de derecha fascista del peronismo han lanzado la consigna de la unidad nacional con el objeto de frenar el proceso de liberación votado por el pueblo el 11 de marzo. En ese proyecto reaccionario se inserta el llamamiento del balbinismo a Rucci, Gelbard, Carcagno y Leopoldo Bravo. Frente a esta realidad la JR y el Movimiento Renovación y Cambio proclaman la necesidad de la unidad antiimperialista entre todos los individuos y sectores que, como Agustín Tosco, la Juventud Peronista y algunas de las fuerzas que apoyaron a Oscar Alende, combatieron a la dictadura militar durante 6 años."
Esa actitud se reflejó en las consignas coreadas por la barra (foto) durante la Convención de la UCR. Los jóvenes —que por primera vez lograron copar la Casa Radical, un tradicional bastión de Julián Sancerni Jiménez— enfilaban su artillería contra lo que —según ellos— significa un contubernio entre las "derechas" del justicialismo y la UCR. Los estribillos más coreados fueron: "Los gorilas hoy se juntan / con la escoria sindical / para frenar el avance / de la lucha popular"; y, subiendo de tono, "Radicales por arriba / radicales por abajo / los que entregan el partido / que se vayan al c ... ". Esta última consigna se origina en la presunta falta de iniciativa que —dicen— muestra el accionar del actual Comité Nacional de la UCR. "Durante la Revolución Argentina —acusan los jóvenes en un documento interno—, Balbín no articuló una estrategia propia, sino que actuó girando en la órbita de Lanusse; hoy ocurre lo mismo, ya que depende de la iniciativa que tenga Juan Perón".
Así y todo, durante la Convención, los oradores juveniles —hostigados por el grito de "bolches", "guerrilleros" o "gorilas", que partían de los sectores ocupados por adictos balbinistas— no centraron su prédica en los carriles previstos. En vez de acentuar la necesidad de "unidad de los sectores populares", como se había acordado, recurrieron al argumento de la "individualidad partidaria". Esa omisión provocó —se afirma— no sólo el desencanto de la JR para con sus propios convencionales, sino también el enojo del mismísimo Raúl Alfonsín, quien habría hecho propias las tesis juveniles.
Así y todo, el convencional cordobés Carlos Becerra apoyó a los jóvenes en un alto del debate: "Denuncio —dijo— las maniobras dilatorias de la burocracia radical; los verdaderos objetivos populares están a la izquierda, no a la derecha".
Similares términos empleó Marcelo Stubrin —responsable universitario de la JR y secretario general de la Federación Universitaria Argentina (FUA)—, quien declaró a Siete Días: "Los balbinistas mendigan un ofrecimiento del peronismo. Por eso quieren que el Comité Nacional amplíe sus facultades en desmedro de la Convención. Nosotros nos opondremos, porque no podemos permitir que queden con las manos libres para aliarse con la burocracia sindical, mientras silencian la masacre de Ezeiza".
De todas maneras, la JR no fracturará al partido. Por un lado, para evitar una regorilización de la masa radical. Y por otro —el más importante—, porque su estrategia es a mediano plazo. Para entonces — imaginan— el alfonsinismo habrá tomado las riendas de la UCR, a la que trasformaría en la columna vertebral de un poderoso movimiento de izquierda moderada.

Revista Siete Días Ilustrados
06/08/1973

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