Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

MAR DEL PLATA
Vinicius on the rocks

Ex abogado y diplomático, poeta de éxito, autor de doscientos temas de bossa nova, Vinicius de Moraes se autodefine como "un mártir de la delicadeza". Ahíto de whisky y saudades aceptó en Mar del Plata un insólito, apasionante coloquio. En las piedras, junto al mar

Gusta autodefinirse como "el blanco más negro de Brasil" y no es una mera paradoja: tiene una honda, raigal consubstanciación con su tierra. No obstante se deslizó por los austeros claustros de Oxford en busca de un inútil título de abogado. Entusiasta frecuentador de cafetines y vinerías, bebedor hasta el naufragio, amante sin retaceos —transita ahora su séptima aventura matrimonial— ostenta los desquiciados blasones que lo emparientan con los poetas "malditos" como Villon y Baudelaire. Sin embargo, durante muchos años, perteneció a las huestes de Itamaraty, al mundo ordenado y sin aristas de la diplomacia: sin demasiadas convicciones fue durante cinco años vicecónsul en Los Angeles e integró las legaciones de su patria en París y Montevideo. Más de doscientas canciones populares (verdaderos hits como Garota de Ipanema o el tema de Orfeo Negro, film que lo consagró como guionista) desperdigaron su nombre por el mundo, a punto tal que el mismo Ungaretti tradujo sus canciones al italiano, las que cantadas por Sergio Endrigo y el mismo Vinicius constituyen un reciente hit discográfico. Pero sólo las élites intelectuales sabían entonces que Marcus Vinicius de Melo Moraes, numen de la bossa nova, era también autor de diez libros de poemas, una actividad que inició en 1932 con la publicación de 'Caminho para a distancia', su primer poemario.
Desde entonces los críticos de su literatura lo sancionan con los más dispares, variados adjetivos: entusiasta, sensual, ascético, sutil, místico, nostálgico, atrevido, superficial, erotizante, deslenguado y voluble son algunos de los epítetos que Vinicius —como lo llama todo Brasil— recibe con un aire entre satisfecho y desdeñoso, con su rotundo aspecto de viejo león, cariñoso y miope.
Así, fluctuando permanentemente entre el caos y el orden, entre la borrachera y la lucidez, entre la protesta y la indiferencia, entre la embajada y el piringundín, el juglar carioca no vacila en asumir las contradicciones que erizan su ajetreada biografía: un itinerario que comenzó el 19 de octubre de 1913 en Río de Janeiro en un hogar que V. de M. califica como "muy burgués y religioso, a punto tal que mis estudios los realicé en colegio de curas".
Desde temprano, cuando vivía en la isla del Gobernador ("donde conocí a los pájaros, las plantas y la vida sencilla del pueblo") se despierta su amor por la poesía. Claro que su primer poema no lo escribió: lo robó —a su padre, un excelente poeta inédito— para obsequiarlo a una garota llamada Sesci.
Tan impulsivo y pasional como entonces —aunque confiese ser "un mártir de la delicadeza"— SIETE DIAS lo encontró en Mar del Plata. Durante muchas tenidas, al término de sus recitales en La Fusa, compartió con él botellas y madrugadas, en la inquietante vecindad del mar o en la no menos inquietante de Gesse de Deus, una actriz de origen indígena que lo acompaña en su séptimo escarceo matrimonial. Todos los elementos estaban dados: botella, madrugada, mar y mujer —la intensa, rudimentaria cosmovisión de Vinicius-— para poner en marcha el generador de su restallante poesía. Para eludir orondos y formales reportajes, SIETE DIAS le propuso un juego que el artista aceptó con avidez: desgranar su biografía a partir de algunos fragmentos de su propia poesía, elegidos por el cronista.

En la melancolía de tus ojos / siento la noche que se inclina / y oigo las antiguas cantigas del mar. (Mar).

Mujer y mar. Una relación que tal vez me viene de mis primeras enamorad¡tas, cuando fui a vivir a la Isla del Gobernador, en la bahía de Guanabara. Mi padre perdió mucha plata y nosotros fuimos —felizmente— a vivir en esta isla. Allí tuve mis primeros contactos con gente sencilla, en su mayoría pescadores. Esa convivencia —que duró de los siete a los quince años— fue fundamental en toda mi vida posterior, aun en mi formación política. El contacto con el mar también me ayudó mucho: nadaba bien, era buen pescador, vivía en el agua. El mar significa un poco aquella cosa del Soneto de Meditación: el despedazarse contra el infinito. Yo era un poeta-mar, un poco desesperado, siempre un poco en lucha contra las fuerzas ignotas. Y la mujer, omnipresente siempre, mezclada con el mar: mis primeras experiencias sexuales fueron junto al mar.

Ah, que la mujer dé siempre la impresión de que, si / cerráramos los ojos, / al abrirlos ella ya no estaría presente / con su sonrisa y sus enredos. (Receta de mujer)

La mujer no es totalmente de uno. Y cuando lo es, pierde un poco el encanto de lo inesperado. Es como el mar, como la ola que viene y va. Como la vida misma. La vida viene en olas, como el mar. La mujer ideal nunca es la que está presente. Es decir: todo esto era así. Ahora es diferente, creo. Al menos, lo es para mí.

Duerme. Y como el mar en las tinieblas, / en su larga y constante arremetida / me despedazo en vano contra el infinito. (Sonetos de meditación)

Es un sentimiento constante, muy mío: una lucha permanente contra el infinito, contra los poderes mayores de la creación. Hubo una época en que yo tenía un lastre místico muy grande. Ahora creo haberlo perdido: ya no quiero correr más delante de mis piernas. Es decir, no quiero luchar contra cosas inexplicables. También porque de alguna manera perdí la noción de Dios, me hice agnóstico. Dios me dejó de interesar en la medida que lo fui sustituyendo por el interés de mis semejantes. Del poeta de primera persona que inflama mis primeros versos me cambié lentamente en alguien que tantea tinieblas en busca del El, un movimiento hacia el hombre total.

¡Y póngome a soñar... mujer, cómo te expandes! / Qué inmensa eres, mayor que el mar" y que la infancia. (El sumergidor)

La mujer es un ser mutable, creciendo siempre en mi vida, como el mar. Mi vida fue siempre la búsqueda de la mujer. De una mujer que fuese solamente mía. Nunca la encontraba; ahora tengo la impresión de haberla conseguido. Fue la búsqueda de una mujer a través de muchas. Gesse es la resultante de muchas experiencias. De muchas mujeres a las que quise muchísimo. En una época yo pensé que todo no pasaba de un intento de posesión excesiva, pero ahora no creo que sea así. Es un sentimiento de interpretación total. Si fuera necesario, agotaría una para descubrir la otra. También hay un sentimiento mío de desprotección, muy íntimo. Por eso a la mujer le doy todo. Y exijo la mujer-mujer, la mujer-madre, la mujer-compañera. Todas en una.

Quisiera darte también el mar en que nadé cuando niño, el tranquilo mar de aquella isla en que me perdía y sumergía y de donde extraje la forma elemental de todo lo que existe en el espacio. (Poema de cumpleaños)

Mi vida es una terrible persecución de la mujer a través del mar y del infinito. Terrible lío: una relación multidimensional, no encuadrada simplemente en el hecho del amor, en el hecho del sexo, en el hecho de la amistad o de la ternura. Es un hecho total: diría una cosmogonía de la mujer. Porque la mujer es también la tumba. Es por lo que yo camino hacia la muerte. Amor y muerte son una constante. Igual que mujer y mar. Siempre necesito una compañera a mi lado. En un poema (El haber) digo: "Queda ese diálogo cotidiano con la muerte, esa fascinación por el momento que vendrá, cuando, emocionada, ella me vea abrir la puerta como una vieja amante, sin saber que es mi más nueva enamorada". Así tengo el presentimiento de la muerte como una mujer más en mi vida. La última.

Sabía encontrar erizos, estrellas, / poemas en botellas. / A veces nadaba / un mundo de agua. (El poeta aprendiz)

La imagen más linda y concreta de mi niñez y adolescencia es la de mis primeros placeres sexuales con las niñas que eran mis enamoraditas. Hay un nombre de esa época: Marina. Fue la mujer de la que estuve más tiempo enamorado. Era morochita, muy linda, hermana de dos amigos míos. Otra fue Rosario. La conocí durante el último año que pasé en la Isla del Gobernador. Tenía 20 años: fue una gran aventura.

Pero siempre —¿cómo decirlo?—, en esos momentos de peligrosa inercia, de entrega mística, la aurora venia en mi auxilio (El chico de la isla)

Me resisto a aceptar el lado místico de mi naturaleza, de mi formación. Por eso casi todo lo que escribo tiene connotaciones políticas. Busco siempre una aurora que venga a salvarme de las tinieblas, de mirar a las estrellas, del infinito. Un poeta puede hablar del amor, de la mujer, del mar, sin dejar de intentar lo político en ello mismo. Porque esas cosas son reales y todo lo real es político. El amor continúa siendo para mí la mejor forma de protesta. Nunca me entregué a nada en la vida sin amor. Claro que así se sufre mucho. Pero es mejor, más positivo. Es más fácil aceptar las convenciones, los lugares comunes de la vida. Pero a través del amor, con todo el sufrimiento que puede traer, se llega a una suerte de esperanza, a algo que puede venir. Esperanza en la justicia social ... De todas maneras es mejor esperar que desesperar.

Por supuesto que te amo / y que tengo todo para ser feliz, / pero ocurre que soy triste. (Dialéctica)

A mí me parece que a pesar de considerarme un ser afirmativo, no pesimista, no sé tampoco ser alegre en una sociedad donde hay tanta injusticia, tanta tristeza. En mi época mística, yo era un ser humano más vuelto hacia mí mismo, a la búsqueda de mis problemas, al conocimiento metafísico. Ahora estoy tras un ideal pero no con respecto a mí sino vinculado a los que me rodean. Esa es mi constante, hoy y aquí. Es como si fuera una paz, una calma, en el seno mismo de la pasión. Es la búsqueda de una tranquilidad, de un bienestar, de una justicia social. Que la gente pudiera tener un mínimo: un barco, una caña de pescar, una mujer. Las dificultades para obtener ese mínimo me llevaron a muchas cosas. Fui abogado y después de trabajar durante un mes comprendí que eso nada tenía que ver conmigo. Y entonces me busqué un trabajo y entré en la diplomacia. Algo que me sirvió, al menos, para conocer gente y viajar. Conocer gente que no pertenecía a mi propia ecología.

Amiga, infinitamente amiga, / en algún lugar tu corazón late por mi. (La ausente)

Todas mis mujeres fueron grandes compañeras. Salvo —tal vez— la última, que fue1 un engaño de soledad, mi único engaño. No quisiera definir una por una a todas ellas, porque tal vez Gesse se sentiría mal por ello. Quiero hablar de ella. Tiene algo que no encontré en las otras: un lado telúrico. Ella es bahiana, muy ligada a su tierra. Me trajo algo distinto: una mística profunda, el candomblé. Yo ya estoy en él, ingresé a él y lo asumí. Ella conforma esos elementos que siempre están en mí: la mujer total, el mar, el amor. Es como si fuera —ella misma— la diosa de las aguas Yemanjá, a la que durante el candomblé se le arrojan flores desde la orilla. Sí, ella es una etapa. Tal vez la definitiva, la última.

JULIO CESAR PETRARCA
Revista Siete Días Ilustrados
22.02.1971

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