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TUPAMAROS: MITO Y REALIDAD
El Uruguay se desgarra en una farsa democrática. El Parlamento se enfrenta con el Ejecutivo mientras las cesantías, las deportaciones y la censura se manejan con impiedad, y la situación parece caótica. Al mismo tiempo una feroz conducción económica asfixia el bolsillo de los orientales. En este complejo caldo de cultivo sólo una voz protesta: la de los Tupamaros. Fernando Ainsa, uruguayo, autor de varias novelas y notable periodista, ha preparado esta nota especialmente para EXTRA.

DESDE el mes pasado, la sola enunciación de una palabra provoca la clausura del órgano de prensa que la pronuncia. Todo el Uruguay ha visto caer sobre sus espectaculares acciones, que antes ocupaban los titulares de los diarios y los espacios de radio y televisión, un pesado manto de silencio que deliciosos eufemismos insinúan y proponen sustitutivamente por “un grupo de desconocidos” o, el más peyorativo de “terroristas”. En rigor, su verdadero nombre de campaña y acción es Tupamaros, más protocolarmente conocidos como Movimiento de Liberación Nacional.
Dos días antes del decreto, por el cual el Presidente Pacheco Areco prohibió toda noticia sobre “los grupos que subvierten el orden y las bases de la nacionalidad”, una carpeta de tapas azuladas había sido puesta por manos nerviosas en su escritorio y aventajados secretarios le habían adelantado la mala noticia: una encuesta dirigida por una insospechable filial de Gallup lo presentaba en minoría en el seno de la opinión pública. Aunque moderado ganador en el Partido Colorado —donde los “rebeldes” Michelini, Roballo y Vasconcellos controlan una buena parte—, perdía ante el tradicional enemigo: el Partido Blanco. Las reglas del viejo juego político podrían haber tolerado estos vaivenes ocasionales —hasta el ortodoxo Partido Comunista veía acrecentar sus porcentajes de adhesión—, si no fuera por un alarmante capítulo final, impreso en hojas rosadas. Los Tupamaros —rezaba el informe— controlan la mayoría de la opinión en tres capas concéntricas: adherentes directos, esperanzados ciudadanos y meros simpatizantes.
Los rápidos cabildeos de los asesores más cercanos al Presidente encontraron una respuesta, auténtica herramienta del avestruz: el agujero del silencio impuesto, la prohibición de nombrar a quienes, por siete años han venido creciendo al socaire de las decepciones políticas tradicionales y de una crisis que ha carcomido particularmente los mejores esquemas del Uruguay —“Suiza de América”, el “welfare state latinoamericano”—. de la perfección del engranaje democrático representativo, de la avanzada legislación social de corte paternalista.
La sorpresa ha empezado a medirse con la vara del miedo y en la “ciudadela sitiada” del Parlamento —tal como lo llaman sin ironía los políticos de la oposición—, se precisa con cierta abrumada consternación que una línea divisoria, cada vez más ancha, separa a dos clase de uruguayos. Desgraciadamente —aducen los viejos liberales— para el grupo mayoritario no hay caudillos ni esperanzas y en ese campo propicio crece el prestigio de los Tupamaros. La encuesta reciente no es sino la prueba final de una incapacidad para insuflar a la juventud un ideal político válido por parte de esa capa de dirigentes en receso. Los hechos —se confiere— dan la razón a quienes, desde hace siete años, se han apartado de todo esquema político tradicional y de los últimos bastiones del “desarrollismo”, que dio lógicas esperanzas a toda una generación.

CRISOL FINAL DE LA GUERRILLA
¿Cómo se ha llegado a este estado de opinión en un país que escapaba a la tradicional violencia de América latina? Esta pregunta no sólo se la hacen gran parte de los orientales, sino que ha sido el único motivo de la atención internacional. “Der Spieguel”, “New York Times”, el atento “Le Monde” y las mayorías de las publicaciones iberoamericanas coinciden en destacar la novedad e importancia del fenómeno.
Cuando el “New York Times” afirmaba — 23 de enero de 1969— que el “Uruguay se ha convertido en el hogar de un movimiento guerrillero bien disciplinado, y potencialmente efectivo de unos mil hombres, que incluyen miembros de la élite nacional”, reconocía la asimilación que un grupo de acción directa ha hecho de toda una serie de derrotas guerrilleras. Nadie puede negar que hubo un momento en que el ámbito latinoamericano pareció propenso a la alternativa guerrillera. No sólo por que lo hubieran proclamado los teóricos de las opciones tajantes entre la política tradicional visiblemente gastada y la lucha armada, sino porque, de Guatemala a la misma Argentina, se intentó la experiencia.
Las defecciones en las zonas rurales no impidió que se considerara finalmente la viabilidad de la experiencia a escala urbana, donde el aislamiento y la exterminación del “foco” por un “cerco” es más difícil. La opción, ya decidida por la extrema izquierda, era entre las fórmulas abstractas y las condiciones reales de lucha enunciadas por Lenin. Las cartas estaban jugadas por esta última alternativa y no en vano un simple golpe militar desmoronó en Brasil un castillo de naipes planteado con seriedad: las “ligas campesinas” de Juliao y los “grupos de once” de Brizola.
Uruguay estaba al margen y se suponía, por parte de cualquier observador, como el último centro donde podía alcanzarse la violencia. Su descansado paisaje, su estilo de vida, sus festejados vicios —un cauteloso “no te metas”, un cínico “aquí no pasa nada” y un “todo se arregla”— gobernaban los cálculos. Pero una vez más, los Tupamaros habrían de volar el esquema, al asumir una rigurosa “praxis” no exenta de fines y demostrar que una jungla de asfalto como Montevideo es un escenario mucho más eficaz que las aisladas selvas colombianas o peruanas.
Sin embargo, en el origen también se había creído en la validez superior de la región rural. Desde principios de la década del 60. los esfuerzos de la vanguardia del Partido Socialista se habían localizado en el norte uruguayo, donde organizó un poderoso sindicato cañero, y varios líderes —como Raúl Sendic— cansados del verbalismo intelectualizado, se afincaron.
La derrota electoral de una fórmula frentista en 1962 —la Unión Popular— enriqueció esa corriente. La decepción los llevó a creer que la lucha armada era la única disyuntiva. Más concretamente, algunos recogían del Brasil una experiencia a no repetir, y otros de las guerras anticolonialistas de Argelia, el Congo, Angola y hasta del propio Vietnam, un método, un orden de prioridades y una férrea disciplina. En el centro de una posibilidad revolucionaria, el ejemplo de Cuba contagiaba la necesaria vitalidad e iluminaba las vías prácticas.
Empezaron los hechos inusuales, para el Uruguay, de esquemas flexibles.

LOS DERECHOS NO SE PIDEN
El 31 de julio de 1963 se produce un importante robo de armas y las
primeras maquinaciones giran alrededor de lo desconocido. Un par de días más tarde, gruesas letras de alquitrán pregonan por algunos muros: “¡Basta de diálogo!” A fines del mismo 1963 —y anunciando un tenso 1964— un “Comando del Hambre” asalta un camión cargado de víveres de un importante almacén en cadena y los reparte luego en un barrio modesto, comunicando que “está es la hora del pueblo y de la juventud. Los derechos no se piden”.
En 1964, más robos de armas; el 11 de junio, tres cañeros que reclaman “tierras para trabajar” inician una tradición: el asalto a un banco. Ese año. al aprehender la policía a otros ladrones recibe las primeras sorpresas: un estudiante y un profesor son los ejecutores materiales y un ingeniero de reconocida capacidad, quien ha suministrado las armas y ha planeado el asalto. No faltan ese año una seguidilla de bombas; entretanto, el Uruguay, quebrando una seria línea panamericana, ha roto relaciones diplomáticas con Cuba.
Los hechos subversivos parecen aislados. El país continúa inscripto en la lista de las excepciones. No se imagina una conexión entre los “actos extremistas” y una organización concreta. Sin embargo, 1965 dará la dimensión del fenómeno: una bomba en la puerta de los laboratorios Bayer y aparecen los Tupamaros. Volantes recogidos en la acera pronuncian un tajante “¡Viva el Vietcong! ¡Viva la Revolución! Tupamaros”.
Los meses sucesivos conocen el estado de sitio. Varias remociones en los altos mandos militares inquietan a los civilistas y el menudeo de bombas y petardos, permiten vaticinar la instauración de un régimen de fuerza. El fin de año y el verano aplacan, otra vez, los ánimos más enardecidos.
El M.L.N. igual trabaja. El 2 de febrero de 1966, al robarse otro contingente de armas, se empieza a manejar una forma de expropiación directa en nombre del pueblo y se denuncian a las 500 familias propietarias del país, la corrupción de los políticos y la usura de los banqueros y financistas. La opinión pública recoge los primeros ecos de un lenguaje novedoso que busca ser accesible al pueblo. Se termina con la tradición intelectualista de la izquierda ideológica.
A fines de ese año. se libra la primera batalla del Movimiento con la noticia: caen dos Tupamaros (Carlos Flores y Mario Robaina). Se los calibra como una organización de vastas ramificaciones. Cuatro centros donde se adiestraban integrantes, se imprimían volantes y se guarecía una célula son allanados en el espacio de diez días. Una nueva etapa de lucha ha comenzado. Todos son meros rumores: la tenía a la que se le cortan sucesivos anillos es, sin embargo, capaz de generar muchos otros. Mientras, la cabeza —la codiciada cabeza— no aparece. Y no apareció hasta el día de hoy.

COMIENZA LA ESCALADA
Lo que se sabe de los Tupamaros es, básicamente, lo que la policía ha podido descubrir y lo que ellos han querido divulgar. Y lo que se ha descubierto no puede ser más que una parte de un todo cuya verdadera proporción se ignora. La policía no ha cesado de anunciar, ante cada allanamiento, que “se ha dado un golpe mortal”. Algún hecho espectacular, una semana después, desmiente esa previsión y demuestra lo escurridizo de la expectativa creada.
Un hecho cierto es que la acción del M.L.N. supone una verdadera escalada pero que, en cada nueva etapa abordada, exige una nueva preparación para la siguiente. Un análisis de las acciones de los dos últimos años permite percibir claramente esa escalada real y, concretamente, el análisis del impacto psicológico producido por cada “escalón” en la opinión popular para la cual el lenguaje es totalmente novedoso:
—Robos de armas en el primer momento, aunque luego no se dejaron de producir cuando la ocasión lo permitió.
—Asaltos a bancos procurando fondos para el Movimiento que la policía casi nunca ha podido descubrir. Los clásicos sistemas de delación y conocimiento del hampa se han estrellado ante la solidez de un movimiento sin conexiones con el medio conocido por la policía. Los repetidos asaltos llevaron al M.L.N. a una perfección que le permitió encarar dos espectaculares robos a los casinos de Carrasco y San Rafael (Punta del Este).
—Acciones que conmueven a toda la opinión pública. Creada la expectativa los Tupamaros dieron el 7 de agosto de 1968 su primer gran golpe de publicidad: el secuestro del abogado Ulyses Pereira Reverbel a quien se sindicaba como asesor directo del Presidente. Las características y la perfección del “operativo” mezclan sabiamente las mejores técnicas de James Bond y las seriales televisivas, con los ascéticos consejos del “Ché”. Al secuestro se le da un claro contenido político, enumerativo de los males que sufre el país y las culpas del régimen.
—A ese tipo de acción espectacular, suceden otras indagatorias en profundidad de los males denunciados. La sustracción de los libros de una Financiera que actuaba al margen de la ley con la tolerancia del Gobierno, revela escandalosas conexiones de políticos y "grandes nombres" del país con los mecanismos de la usura y la especulación. El Presidente de la República se ve obligado a investigar lo que los Tupamaros han revelado, y varios jerarcas de la financiera son procesados.
Difusión masiva de sus mensajes. En el momento en que han dado sus golpes más directos al sistema, los Tupamaros redondean una imagen de precisión al interferir por cuarenta minutos la transmisión de una de las radios más escuchadas en la noche en que se juega un fundamental partido de la Copa América (Estudiantes vs. Nacional). Media capital escucha, entre atónita y emocionada, como una voz grave lee un comunicado a la opinión pública entre los acordes folklóricos del “Cielo de los Tupamaros”. La experiencia de interferir comunicaciones radiales se habrá de repetir dos veces más.
—Atentados terroristas de vastas proporciones. La escalada exige otras etapas y en el correr de este año dos poderosos artefactos vuelan por los aires la sede de un impopular organismo encargado de controlar precios y salarios y, en las vísperas de la llegada de Rockefeller, la gran filial Uruguaya de la General Motors.
Hasta aquí llega la historia.

LO QUE SE SABE, LO QUE SE INVENTA Y LO QUE SE SUPONE
Al margen de sus comunicados a la opinión pública, los Tupamaros han
sido cautelosos en sus declaraciones y han preferido siempre los actos a las palabras. En ese sentido, los pocos textos existentes han sido considerados como valiosas piezas doctrinarias: las 30 preguntas a un Tupamaro —publicadas en Chile—, algunas declaraciones a la prensa de los procesados y algunos mensajes a periodistas inquietos, han dado la pauta teórica de un movimiento, cuya lógica clave ha sido la clandestinidad Dos libros recientes, editados en Montevideo y hoy prohibidos —"Tupamaros: estrategia y acción” de Antonio Mercader y Jorge de Vera y "Tupamaros: la única vanguardia” de Carlos Núñez— pudieron convertirse rápidamente en “best-sellers” por incursionar con agudeza y precisión en el mundo interno de la organización. En el primero se mencionan algunos datos de interés:
¿Cuántos son? —Cerca de cien consagrados a la acción directa y una amplia base "periférica” que cumple la consigna de “ármate y espera”. Las especulaciones policiales al respecto han venido fracasando: cada cabeza segada parece generar como en el monstruo mitológico muchas otras.
¿Cómo están organizados? —Se ha hablado de una pirámide trunca, como símil geométrico de la organización. En la base están quienes se inician y se hallan a prueba. Sobre ellos las "células” compuestas de un número fijo de miembros con enlaces verticales y desconocimiento de otras células en el mismo nivel jerárquico. Los principios que rigen a cada una de ellas suponen una compartimentización absoluta de las tareas. En lo alto de la pirámide —se sostiene— están los dos comandos: el político y el militar.
¿Cómo se reclutan? —Este capítulo se ha prestado a numerosas interpretaciones que pueden rozar la fantasía absoluta o la cruda realidad Hay especialistas en “pescar” futuros miembros del movimiento y hay aspirantes "espontáneos” que necesitan de "padrinos” que informen adecuadamente de la vida y costumbres del candidato.
¿Cómo se adiestran? —Un rígido sistema controla todos sus actos, para lo cual es tan imprescindible la formación teórica, como la práctica y aún la física. Habilidades manuales o técnicas son tan vitales como un cabal conocimiento de los fines propuestos.
¿Cómo viven? —Un ascetismo monacal, un vivir con lo esencial o aún con menos, caracteriza nítidamente el modo de vida de las células. Cada allanamiento perpetrado sobre los centros descubiertos ha dejado esa respetuosa impresión: duros catres para dormir, escuetas herramientas, ropa modesta, un aura de estilo deliberadamente duro. Los escépticos —al manejarse las cifras millonarias productos de los asaltos— no dejaban, antes, de imputar a los Tupamaros un rumboso tren de vida. Hoy. la conducta severa y disciplinada de los penados en las cárceles, el cabal conocimiento de varias de sus sedes, han impuesto parte de una imagen de rudeza y disciplina nada habitual en un país de clases medias con vocación por el confort. Una vida en la clandestinidad, absoluta o parcial según los casos, está llena de renunciamientos y de un uso adecuado y eficaz de dos claves: el disfraz (muchos de ellos circulan con uniformes policiales de perfecta factura) y la falsificación.
¿Cuál es la próxima etapa? —Cuando hace unos días una célula descubierta ratificó públicamente la sospecha de que hijos de prominentes personalidades del país (un senador abogados de círculos banqueros, etc ) estaban en el Movimiento, la clara noción de la ruptura entre dos clases y dos modos de entender la política y el futuro del país, se hizo extensible a otro esquema mucho más temible: dos generaciones enfrentadas, hijos que han cortado todo vinculo con sus padres y a los que ven como símbolo de un Uruguay al que hay que extirpar y destruir sin, siquiera, intentar un diálogo. Desgraciadamente, se han dicho muchos padres, no estábamos haciendo nada por ellos.
Pero los hijos no parecen tener excesiva prisa. Una toma del poder está lejos y lo que interesa en la actualidad es, como confesó un anónimo Tupamaro “construir pacientemente sus bases materiales y el vasto movimiento de apoyo y cobertura que necesita un contingente armado para operar o subsistir en la ciudad”. También ir creando conciencia en la población, a través de acciones del grupo armado u otros medios, de que sin revolución no habrá cambio.
Algo que, por su clara simpleza, ya ha asustado a muchos.
Revista Extra
09/1969

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