Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Onassis
ONASSIS
DEL RIACHUELO A JACQUELINE
Aristóteles Sócrates Onassis, con ese aspecto de gangster ítalo-norteamericano de la época de la Ley Seca, es, no se sabe hasta cuándo, un compatriota que no ejerce la residencia desde que en 1943 dejó el país. Nació en Turquía; creció y cursó el bachillerato en Grecia; residió en la Argentina hasta obtener la carta de ciudadanía. Más tarde se convirtió en ciudadano del mundo, multimillonario del mundo, “griego de oro” del mundo: un verdadero mito.
Sus discutibles biógrafos —que más acentúan sus rastros y más los oscurecen— insisten en asegurar que Onassis llegó casi sin un peso a la Argentina y que su primer trabajo consistió en trasladar gente, a pura fuerza, remando un bote, de un extremo a otro del Riachuelo, en la zona del Dock Sud. Y que en seguida, cuando aún vivía en una lastimera pensión de la Boca, trabajó como peón de albañil y lavacopas del café de Corrientes y Talcahuano.
Es allí en donde una normal consecuencia de la tarea lo emparienta seriamente con su segunda nacionalidad: Onassis habría prolijado con toda alegría un pocilio de café sobre el que, rato antes, había posado sus labios Carlos Gardel. Tampoco se debe olvidar que en nuestro país Onassis recolectó su primer millón, paso inicial de su ascenso hacia la fortuna —estimada por algunos en 1.000 millones de dólares— y el poder.
Es más; quienes no se conforman con crear un Onassis que ni por todo el oro del mundo reniega de su ciudadanía argentina afirman que una vez por año, de riguroso incógnito, sentimental, extasiado, pasea por la calle Corrientes, vuelve al bar en el que ganó sus primeros pesos, toma un café, se codea con la gente, silba un tango.
El domingo 20 este hombre bajo (1,64 de altura), regordete (87 kilos), de piel aceitunada, muy corto de vista (en la oportunidad tenía puesto un par de lentes de contacto), ojeroso, se casó por segunda vez, en una boda íntima, de acuerdo con los rituales de la Iglesia Ortodoxa Griega, con alguien tan famosa como él, pero abismalmente distinta: Jacqueline Bouvier viuda de Kennedy, celebridad del jet set internacional, muchos años menor que su nuevo esposo.
Acerca de la edad de Onassis no hay acuerdo. Mientras constancias halladas en el Registro de Enrolados de Tribunales permiten establecer que en la actualidad Aristos tiene 68 años, por otro lado, en la página 657 del "¿Quién es quién?” griego, edición 1965, puede leerse —traductora mediante— que nació el 21 de septiembre de 1906, vale decir, 62 años atrás. María Aenlle de King, dueña de la casa de fotografías ubicada en Viamonte al 300 —justamente en la cuadra en donde vivió—, recuerda que era chica cuando el flamante marido de Jackie era todo un señor y supone que su edad exacta es 72. Finalmente, Aris Onassis, primo hermano del personaje, radicado en la Argentina desde 1929 y gerente de la oficina que maneja el movimiento de los buques de la flota Onassis en puertos argentinos, afirma que su pariente cumplió 60 años el 21 de septiembre pasado. “¿Sabe qué ocurre? —explica—; falsificó sus papeles para poder viajar. Cuando llegó al país en 1924 tenía 16 años.”

¿Entonces?
En aquella época, según censo practicado la semana anterior entre paisanos que lo conocieron, Onassis era un morocho de abundante cabellera y fornida musculatura. Un chico demasiado serio con respecto a su edad, que hablaba muy poco, y no sólo porque manejara el español con dificultad. Sumamente ahorrativo, la poca plata que gastaba de más —no se le conocían amoríos, ni vicios extraños— iba a parar a obras de beneficencia de la colectividad helénica en la Argentina. De vez en cuando invitaba con un modesto café a la turca en una mesa de connacionales que contaban penurias y esperanzas, en el desaparecido bar Acrópolis, de 25 de Mayo y Viamonte.
Aunque murieron quienes estuvieron más íntimamente ligados a él, antes de que se esfumara hacia 1934 (Nicolás Lurán, Lambro Katopodis eran sus nombres), otros griegos pudieron suministrar ciertos rasgos de su semblanza.
El anciano Juan Katopodis, 82 años, que vive de “comprar algo hoy, vender mañana”, conoció a Onassis cuando atendía un puesto de frutas en Leandro N. Alem y Córdoba. “Se enteró de que allí había otro compatriota suyo y me visitó”, expresa.
Argirio Grapsas, dueño de la cigarrería de Leandro N. Alem al 700, desmiente la información de que hubiera llegado sin un cobre. “El padre, riquísimo comerciante de tabacos orientales y pasas de uva, nunca dejó de ayudarlo”, sostiene. Especialmente, cuando los turcos levantaron su condena en un campo de Concentración.
Otros testimonios lo imaginan entusiasta de los deportes náuticos practicando remo en el L’Aviron Rowing Club, del Tigre, o insospechado amante del tango, fanático de Gardel.
Más ubicado sobre la tierra, Terry Onassis, otro primo hermano que vive en la Argentina desde 1938, declinó ofrecer cualquier tipo de información. En su oficina de Pampa al 800 aclaró: “Señor, el que se casa es él y no yo”.
Basilio Tchalidis, ex ejecutivo de la compañía Esso, que conoció a Onassis “hace 40 años, por lo menos”, declaró que era poco y nada lo que podía agregar.

Escalation
Si las anteriores ocupaciones flotan en una nebulosa complicada de aclarar, su empleo como operador técnico en la Unión Telefónica pudo ser debidamente confirmado; su primo Aris, por ejemplo, sostiene que, en realidad, fue su primer trabajo. Vivía en una aseada habitación de pensionado ubicada en Núñez.
Después, atraído por la posibilidad de importar tabaco de Turquía y Grecia y apoyado por la seguridad de algún dinero ahorrado, renunció a su trabajo y alquiló el local con vivienda de Viamonte 332, a 150 metros del Bajo.
Qué había allí antes de la llegada del moderno rey Midas nadie se acuerda. Qué hubo mientras lo ocupó no muchos lo saben, ya que el griego tapó las vidrieras con pintura azul. “Manufactura de tabacos exóticos”, avisaba un pequeño cartel a un costado del comercio. El gusto de los cigarrillos fabricados a mano en la calle Viamonte fascinaron, de a poco, a los fumadores porteños, atrapados hasta ese momento por mezclas cubanas o yanquis.
Un par de hábiles maniobras lo erigieron en el único importador regular de ese tipo de mercadería. Su marca, “Osman”, era reclamada con avidez. En 1928, Homero Sócrates, su padre —ya fallecido—, llegó a Buenos Aires para enterarse de las andanzas de su hijo. Estuvo cuatro semanas y juntos gozaron la alegría del reencuentro, la buena noticia de la liberación, las últimas novedades de la tierra y los amigos. Antes de irse, Onassis senior entregó una
fuerte suma de dinero a su hijo, que si su primo Aris calcula en cien mil, Katopodis prefiere situarla en el orden del millón de pesos.
Alentado por la inyección económica, el astuto Aristóteles no tuvo inconvenientes en inundar el mercado con el aromático humo de los Balcanes. En poco tiempo manejó vastas cantidades de dinero, cambió un Ford 1927 por un portentoso Hispano Suiza color verde. Dejó la casa-local de Viamonte (hoy una tintorería ocupada por japoneses con un extraño banderín blanquirrojo en la puerta: “Arriba pinchas”) y se trasladó a un chalet en Martínez. Sus condiciones de negociante emprendedor y productivo lo afirmaron como líder de la incipiente colectividad helénica en la Argentina. El resultado: a principios de 1929 lo nombran cónsul general de Grecia en la Argentina, un cargo honorario que le permitió vincularse con el negocio de la navegación, intuir sus doradas formas. Paralelamente, concretó varios negocios de envergadura, relacionados con el tabaco. En 1932 dejó el consulado, definitivamente tentado por el llamado del mar. Ese año se embarcó hacia Canadá decidido a invertir los milloncitos que había recolectado en el país. Allí no descansó ni un instante. Compró en cuotas, y con el dólar a 2,70 pesos, media docena de buques desarmados, tipo Liberty, construidos en 1912. Casi de inmediato vendió 4 y los 2 que retuvo salieron del astillero, listos para navegar, cuando estuvieron totalmente pagos. Era el principio de su carrera de armador. El nombre de Onassis ya andaba por aguas del mundo.
A fines de 1932 regresó a la Argentina y alquiló un piso recién construido en Reconquista al 300. Cuando se lo entregaron, en 1933, pagaba 425 pesos mensuales por un inmenso departamento que oficiaba, por mitades, de vivienda y oficinas. Allí, en donde hoy funcionan las oficinas de Nicolás Konialidis S.A., cuñado de Onassis, casado con Meropi Onassis, recibió a Panorama el primo Aris. El matrimonio Konialidis está ausente de su departamento de Alvear al 1600 —propiedad de Onassis—, de viaje por Europa asistiendo a las bodas.
Acicateado por los aciertos financieros, en 1934 engruesa la flota con un tercer buque; en ese día, el 21 de septiembre, día de su cumpleaños, se mudó definitivamente del país para instalarse en Londres, sede mundial del negocio naviero.
Según Aris, Onassis desde entonces volvió dos veces a la Argentina: en 1948 (de paso a Punta del Este) y en 1956 (de paso a Lima, requerido por un juicio que le seguía el gobierno peruano). El jueves último se supo en Buenos Aires que el procurador fiscal, doctor Juan Carlos Zapiola, como una manera de sumarse a los festejos, solicitaba la cancelación de su ciudadanía argentina, otorgada en noviembre de 1929 por el entonces juez federal Saúl Escobar. Argumenta su falta de residencia.
Justamente, 34 años atrás, Aris encargó (como si fueran trajes de medida) un ramillete de cargueros de 7 y 8 mil toneladas y los largó a producir. Formidable operación que en 1936 le permitió mandar a construir, en astilleros suecos, un supertanque de 14 mil toneladas. Antes que se lo entregaran adquirió un segundo mastodonte en Noruega, junto con tres buques tanques, de menor porte y usados.
“Y después nadie más lo paró. Hasta nosotros lo dejamos de ver”, se lamenta Aris Onassis. Y explica que últimamente ha encargado buques tanques de hasta 215 mil toneladas. La flota suma ahora 4 millones de toneladas.

La vida continúa
De joven pasaba horas y horas repitiendo la biografía de Zajaroff, un casi desconocido connacional que, como él, llegó, desde la nada, a ser un magnate.
De regreso de la fama, dueño de una de esas fortunas calificadas como incalculables, ingresado desde hace tiempo en la madurez, a la edad en que otros hombres reciben a sus nietos, Aristos acaba de vencer —por knock out— a otra reina de la seducción. O, si se quiere, Jacqueline Bouvier.
Un extraño vínculo, que por supuesto tiene su historia. Siete años atrás, el picaflor del mar Jónico le había echado el ojo a Lee Bouvier (hoy señora del príncipe polaco Estanislao Radziwill, casada en terceras nupcias), y hermana de Jackie. Por entonces Onassis intentó acercarse a Lee, según se dice, para que el gobierno Kennedy no siguiera adelante con un juicio que le había iniciado por 2.450 millones de dólares, acusado de negociados con barcos de guerra. Fue Jackie, en la oportunidad, quien se encargó de diluir la decisión de su hermana y convencerla en el sentido de que ese hombre no era para ella, por más dinero que denunciara su cuenta bancaria.
Con humildad y ojos aproximadamente húmedos, el potentado asistió a los funerales de John Kennedy en 1963. Varias veces más se reunió con representantes de la familia Kennedy en seguida de los funerales. Un chiste explicó la extraña presencia; se dijo que Bobby Kennedy habría arrancado a Onassis el compromiso de donar la mitad de su fortuna para los pobres latinoamericanos.

El gran magnate
Para acceder a Jackie, aparte de su enorme fortuna, Onassis debió clausurar una larga relación (10 años) con la soprano griega María Callas, por quien se había divorciado de su primera esposa, Athina “Tina” Livanos, 21 años menor que él, hija del supermillonario Stavros Livanos. Con Tina tuvo dos hijos, un par de malcriados, Cristina, de 17, y Alejandro, de 19 años.
En Buenos Aires, el cura párroco de la Iglesia Griega Ortodoxa, Mateo Sofronás, explicó a Panorama que “la boda era absolutamente legal y los 35 mil griegos que componemos la colectividad en el país nos hallamos muy, muy felices”. Hizo mención a las previsiones griegas en materia de divorcio.
De aquí en más Jackie se cansará de oír las mismas historias de boca de su poco susurrante marido.
Contará, por ejemplo, que en 1952 tuvo oportunidad de quedarse con todo el pequeño principado de Mónaco, ya que había adquirido el paquete accionario del casino de Montecarlo allí ubicado. Pero Rainiero se lo arrebató por decreto: la prepotencia, sin embargo, le deparó 5 millones de dólares. O que en 1950 vendió a capitales japoneses por una decena de millones (en dólares) su flota de barcos balleneros; y que en 1954 estuvo a punto de apoderarse de todo el petróleo de Arabia Saudita. Y que no sólo de barcos vive el hombre, aunque la demanda de petróleo, derivada principalmente de las acciones bélicas de Vietnam, vaya en aumento: los buenos negocios de Aristos tienen formas de hoteles, bancos, puertos.
Algunos tomaron en broma el vínculo. “Nixon tiene un compañero griego —Agnew Spiro—. Y ahora todos quieren uno”, dijo Bob Hope en un programa de TV el mismo día en que el mundo se enteró. Basurto, dibujante del diario “Crónica”, de Buenos Aires, fue menos sutil e imaginó que una señora de barrio le decía a otra: “La verdad que entre griego y griego me quedo con Zorba”.
Cushing, un cardenal de Boston, viejo amigo de la familia Kennedy, intimó con Jackie Bouvier a través de John. En ese carácter y conocida su influencia sobre esa familia, muchas personas se acercaron a él al conocerse la novedad para rogarle que hiciera desistir de sus propósitos a miss Bouvier. “Pero, ¿por qué no puede contraer enlace con quien desee?; ¿por qué habrían de condenarme o condenarla a ella? Tengo mis faltas y ellas las suyas, pero ése no es el problema. El problema estriba en que si realmente queremos llegar a unir a este país debemos emplear todos nuestros esfuerzos caritativos, amándonos y respetándonos mutuamente y estimándonos”, contemporizó el reverendo en alocución de la semana anterior dirigida a una delegación de Caritas.
Las sucesivas muertes que cercenaron a su familia encierran a Jackie en un clima de melancolía y pérdida, en el que se esconde su propio pánico. Para huir de ese sentimiento es preciso armar una estrategia, un juego en el que la elección de Onassis como marido apunta a una búsqueda de poder. Un poder que será capaz, incluso, de defenderla de sus terribles obligaciones como mito y de hacer comprender, con cinco años de atraso, que la pareja anterior no existe y que Kennedy ha muerto, que ya no hay más causa para seguir idealizando.
Pero más allá de todo, está el hecho del casamiento y sus causas. Parecería que Jacqueline lo ha elegido como una manera de escapar de la náusea hostil estadounidense. Porque evidentemente en EE. UU. reina la violencia y no los jueguitos de salón que a ella la divirtieron tanto toda su vida. Jackie se casa otra vez definitivamente perseguida por el asesino de su esposo, de su cuñado, de Luther, que no da la cara pero que la tiene amenazada de sobra. Se casa porque tiene miedo de seguir vinculada al clan Kennedy, a quien aquel asesino parece dispuesto a liquidar hasta la última sombra. Se casa porque tiene necesidad de matones, de otros matones que la protejan y mueran por ella y por sus hijos. A esta altura, ¿quién puede confiar en la policía norteamericana?
Acude entonces a un personaje cuyos principales datos psicológicos son su alto nivel de aspiración y una particular habilidad para visualizar las oportunidades que le permiten el logro de sus fines. Fines ligados al poder, el prestigio, el dinero; fines a los que sociólogos encuadran como pertenecientes al tipo “gangster” de personalidad, que se caracteriza por no aceptar los medios institucionalizados para arribar a dichos fines. Por su inmenso poder, el griego es capaz de restituirle a Jackie la seguridad perdida, de acercarle una bocanada de aire fresco.
El aire que rodeaba a la ex primera dama norteamericana se tornó irrespirable para ella y su gente desde que en junio de 1968 cayera Bob Kennedy. Estas vacaciones que inició en la isla griega junto al “profesor” Onassis pueden ser una buena terapia, el alejamiento de la claustrofobia.

Recuadros en la crónica
DEL SIGLO XVIII AL ELISEO (VIA OLYMPIC AIRWAYS)
La revista norteamericana “Time” dedicó su “covey story” de la semana pasada a bordar algunas opiniones acerca del matrimonio entre Jackie y Aristóteles. Esta es una síntesis de esa nota.

La semana pasada el “Cristina” estaba anclado frente a la isla Escorpio. Desde todos los rincones del mundo los escasos invitados volaron a la isla del mar Jónico. De Holanda llegaron los tulipanes y azahares con los que se confeccionaron las coronas para las cabezas de los novios. De la península helénica llegó Policarpo Atanasio, pastor de la iglesia Kapnikarea de Atenas. También de esta ciudad llegó Angelo, el peluquero que atendería el peinado de Jackie. Una orquesta de “bouzouk¡” fue contratada para que reiterara sin demasiada insistencia la canción favorita de Onassis: “Estos son amargos veranos. / Y tú me has enseñado a pasarlos junto a ti” . . .
“¿Cómo puedes hacerlo?”, se leía, mientras tanto, en los titulares de los principales diarios del mundo. El comentarista político del diario francés “Le Monde” dijo: “Jackie, cuyo coraje fue puesto a prueba durante el funeral de Kennedy, decide ahora sorprender al mundo con su casamiento con un hombre que podría ser su padre y cuya carrera contradice bastante —por no decir otra cosa— el espíritu liberal que animó al presidente Kennedy”.
Para la mayoría de los norteamericanos su unión con Onassis significa el adiós a una era y a un héroe y su entrada a una vida frívola y mundana. Hubieran preferido un candidato norteamericano, un lord inglés o el primer ministro canadiense Pierre Elliott Trudeau. No es asunto de nadie, por supuesto. El comentario, la chismografía y las posibles especulaciones sólo pueden considerarse absurdos y groseros. Todo el mundo recibió el impacto cautivante de su elegancia y de su estilo. Jackie asumió una imagen mítica, especialmente a partir de la muerte de su primer marido. Al elegir a Onassis da por tierra con el destacado lugar de privilegio que ocupaba. De ahí que el sentimiento más generalizado ante la noticia fuera el rechazo.
Sin embargo, antes de su casamiento con John, en 1953, el estilo de vida de Jackie distaba bastante de toda solemnidad. Concurrió a los más aristocráticos colegios, luego fue a la Sorbona para seguir un itinerario de fiestas y recepciones en Newport, Manhattan y Washington, que más alternó con divertidas labores pseudoperiodísticas, como fotógrafa del “Washington Post”. Ya en la Casa Blanca, disfrutó de nuevos esplendores. Su guardarropa personal estaba cotizado en 50.000 dólares anuales.
Después de un breve retiro motivado por el duelo, se reintegró a la vida social activa. Vendió su casa de Georgetown y su finca de campo en Virginia, trasladándose, con nada disimulado alivio, a Manhattan. Viajó por todo el mundo, participó en todo tipo de reuniones sociales y deportivas y protagonizó románticos encuentros con figuras como Pablo Casals, Truman Capote, Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn. Sus amigos piensan que estaba interesada particularmente en el cuidado de sus hijos y que no dejaban de atraerle la música, la literatura y el arte.

Especulaciones y discreción
Desde su departamento de quince habitaciones, sobre la 5a. avenida, acostumbraba a acompañar a sus hijos a la escuela. Ocasionalmente, los tres eran sorprendidos comiendo helados en un negocio cercano. Cuando John-John fue golpeado por un compañero en la nariz la noticia fue publicada en todo el mundo. Caroline concurre al Colegio del Sagrado Corazón, y el varón, peinado a lo “beatle”, iba hasta el semestre pasado al St. Davis, oportunidad en que se le recomendó que repitiera el curso. Actualmente asiste al Collegiate, considerada una de las escuelas para niños más excitantes de Nueva York. Por lo que se sabe hasta ahora, la nueva señora Onassis residirá, la mayor parte del año, en ese mismo departamento, decorado en tonos pasteles; por lo menos, hasta que los niños sean mayores.
Bajo la permanente vigilancia de los agentes del servicio secreto, Jackie debió conducirse, necesariamente, con discreción máxima con respecto a sus circunstanciales amigos. Acostumbraba a hacerse acompañar por hombres casados, para evitar comentarios sobre un posible “flirt”. Así, pidió prestados los maridos a numerosas amigas: el subsecretario de Defensa, Reswell Gilpatric, de 61 años, que la acompañó al Yucatán; Arthur Schlesinger Jr.; el compositor y director Leonard Bernstein y Robert Mc Namara. Más entretenidas resultaban las especulaciones sobre los candidatos a convertirse en sucesores de Kennedy. De todos ellos, el favorito era lord Harlech, de 50 años. El año pasado viajaron juntos a Camboya. Sus maneras distinguidas y aristocráticas hacían presuponer que formarían la pareja perfecta. Pero los hijos “hippies” del primer matrimonio del lord y cierta diferencia de edad entre los contrayentes posibles, parecen haber restado atractivo a la unión. Otros “pre candidatos” fueron Antonio Garrigues y Díaz Canabate, un viudo de 64 años, embajador de España ante el Vaticano, que acompañó a Jackie el año pasado, en su viaje a Roma. El director Mike Nichols, de 36, ofició varias veces de divertido e ingenioso compañero de salidas, y el editor George Plimpton, de 41, también cumplió su parte.

Manía adquisitiva
Sólo unas pocas revistas de cine se atrevieron a imaginar, en Estados Unidos, la posibilidad de un romance entre Jackie y Onassis. Esto hace pensar que ese tipo de revistas muchas veces está mejor informado de lo que se supone. En 1963, al poco tiempo de la muerte de su hijo Patrick Bouvier Kennedy, Jackie emprendió un crucero en el yate de Onassis, a pedido de su hermana Lee Radziwill, amiga íntima del magnate grecoargentino. Aris fue también uno de los primeros visitantes que, sin pertenecer al clan Kennedy, fueron admitidos en la residencia de la viuda para expresarle sus condolencias. El comentario periodístico despreció todos estos encuentros. Se consideraba a Onassis más a tono con los estibadores portuarios que con las refinadas costumbres de Jacqueline. Después de todo, a él se lo conoce más que nada, por una tenaz manía coleccionista: yates y cuadros, y huéspedes prominentes. El “Cristina” —adquirido a su competidor Stavros Niarchos, un Greco valuado en 250.000 dólares, Greta Garbo, Winston Churchill, Cary Grant.
Con María Callas se apropió de la voz más valiosa del mundo, aunque personalmente, detestase la ópera. Cuando se advirtió en él un esfuerzo especial por apropiarse de Jackie, se pensó que sólo lo guiaba aquel interés de coleccionista. Paradójicamente ella también lo es, ávidamente: pinturas y nuevas experiencias. Desde la muerte de Kennedy viajó por Irlanda, España, Italia, Suiza, Hawaii, el Caribe, Canadá, Grecia, México, Camboya y los principales centros turísticos de Estados Unidos. Con Onassis paseó por el Caribe y por Grecia; también como él se enoja, a veces, y violentamente: su publicitada batalla legal con el biógrafo de su marido, William Manchester, reveló su temperamento orgulloso al declarar: “El pueblo norteamericano me perdonaría cualquier cosa, excepto escaparme con Eddie Fischer”. Era éste en verdad, el problema más espinoso que enfrentaba después de la' muerte de su esposo: encontrar un marido que no terminara siendo simplemente “Mister Jackie Kennedy”. Con Onassis, ella seguramente no será conocida como su mujer, pero él tampoco como su marido.

Una bendición especial
Jackie comunicó su decisión a Onassis, por teléfono: “Sí, acepto su propuesta”, dijo ella. (El ya lo había confiado a sus médicos en su última revisación). Si alguna vez hubo un silencio ruidoso, fue el que mantuvieron los Kennedy acerca de este asunto, luego de conocerse la noticia. La declaración del senador Edward Kennedy, deseando felicidad a la nueva pareja, puede considerarse un modelo de frialdad, formalidad y brevedad. Joseph Kennedy —hasta la semana pasada su suegro—, sin habla desde el último ataque que sufriera hace siete años, fue conducido hasta ella, en silla de ruedas, en el departamento de Jackie en Nueva York. Con la precaria comunicación que mantiene, a través de su sobrina y acompañante inseparable, Joseph dejó entrever que bendecía a la nueva pareja.
El anuncio fue hecho por la madre de Jackie. Sus dos hermanas la acompañaron a Grecia, donde la Iglesia Ortodoxa permite a sus fieles divorciarse hasta dos veces. Todo hace pensar que el clan Kennedy no ha visto con buenos ojos esta decisión.

¿Razones freudianas?
Algunos observadores, impresionados por la fortuna de Onassis, sugirieron que el dinero sería una de las motivaciones de Jackie para elegir este esposo. Sin embargo, la fortuna personal de Onassis sólo asciende a 20 millones de dólares, de los que participan sus dos hijos; y ya se sabe que los gustos y caprichos de Jackie no son precisamente económicos. La columnista Susy Knickerbocker sugirió que “Jackie nunca podría haberse casado con un médico y radicarse en Connecticut”. Algunos partidarios de Freud resultaron más convincentes: necesitaba una imagen paterna; su propio padre, John Bouvier, que se divorció de su madre cuan
do ella tenía diez años. Onassis con su cabellera entrecana, y sus maneras autoritarias tiene todas las características de un padre; y hasta de un abuelo.
Pasa cuatro o cinco meses por año. a bordo del “Cristina” y aspira a ser una versión de moderno Ulises. No sobresale por su imaginación: ahora se sabe que en agosto del año pasado le regaló a Jackie una pulsera con la siguiente inscripción "J.I.L.Y” (“Jackie, I love You”(, igual que antes inscribió en similares regalos “T.I.L.Y.” y “M.l. L.Y” por Tina Livanos —su primera mujer— y María Callas, respectivamente).
Tampoco se caracteriza por su elegancia. Generalmente trabaja sin camisa y descuida notoriamente su figura. Es un noctámbulo insomne, y algunas veces paga crecidas sumas por los destrozos causados en clubes nocturnos luego de copiosas libaciones. Tiene, sin embargo, gran capacidad para entretener a sus invitados, relatando anécdotas sobre Winston Churchill. Su sentido del humor es bastante grosero. Su chiste favorito: “¿Cuál es la cosa más ruidosa del mundo? Dos esqueletos haciéndose el amor sobre un techo de zinc”. También se lo oyó roncar en su palco de alia Scala, en varias premiéres de la Callas.
Ahora Jackie será soberana absoluta de un imperio sostenido por 200 sirvientes y empleados; podrá trasladarse a voluntad en helicópteros, vehículos anfibios, la flota entera de la Olympic Airways o el mero “Cristina”. La liberación del corsé norteamericano le permitirá disfrutar de una vida frívola y mundana que obviamente la fascinó siempre. ¿Qué vio ella en Onassis? La respuesta será siempre una incógnita Por ahora la más plausible es que encontrará en el griego seguridad y protección que sólo un marido muchos años mayor puede brindar. De acuerdo con una regla respetada por casi todos los orientales, el marido debe doblar en más de siete años la edad de su mujer. Jackie sería un año más vieja de lo que se aconseja. Cuando en una oportunidad se le preguntó a Jackie en qué siglo le hubiera gustado vivir, no titubeó en contestar: el siglo XVIII francés. El universo desenfrenado de Aristóteles Sócrates Onassis se aproxima tanto al reinado de Luis XV como ningún otro en las cercanías. Aparentemente.
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¿SE CASARÍA USTED CON ONASSIS?
Aunque ninguna causa de fuerza mayor lo justificó, fue uno de esos casamientos a la apurada, y cuando las mujeres del orbe se enteraron, la Julieta del mundo ya estaba instalada en un avión, entre las nubes, en pos de su Romeo. Y no hubo nada que hacer, ni tiempo para oponerse.
Un grupo de argentinas se expidió acerca del tema; contestaron tres preguntas que les acercó Panorama: A) ¿Se casaría usted con Onassis?; B) A su juicio, ¿él es un viejo?; C) ¿Por qué causas cree que Jacqueline lo eligió para casarse?
■Nacha Guevara (actriz y cantante, 29 años): A) “No, por Dios. Porque es feo, muy feo”; B) “No sé qué edad tiene, pero por lo feo que es debe ser muy viejo”; C) “Yo no lo comprendo bien; pero lo importante es que lo entienda ella. ¡Qué lástima! Y yo pensé que iba a ser la viuda eterna”.
■Catalina Marcos (35 años, abogada, soltera): A) Puedo casarme con cualquiera, no excluyo a nadie; B) No es viejo quien trabaja como lo hace él; C) Podría ser por interés. Pero la verdad no se sabrá nunca, porque ella se la va a guardar.
■Marta Lynch (37 años, escritora, casada): A) Jamás, porque es un escuerzo físico y moral; B) No es viejo por la edad que tiene. Lo es porque representa todo lo podrido, caduco y terminado del mundo capitalista al que pertenece; C) Porque es una tilinga internacional con un cerebro de mosquito. La imagen de esos dos seres uniéndose en el yatch con grifos de oro la contrapongo frente a la imagen del Che, un año atrás, muriendo, solo, hambreado, traicionado en la selva boliviana. Y la sensación de basura que me produce la boda es tan grande que no vale la pena agregar nada más.
■Mónica Mihanovich (periodista, 33 años): A) Ni ebria ni dormida. Por un millón de razones, en especial por su tipo de vida; B) No es un viejo; apenas es un hombre mucho mayor que ella; C) Se me ocurre que para independizarse del clan Kennedy.
■Josefina Robirosa (pintora, 36 años): A) No, porque no me gusta nada. La vida que hace no le da tiempo para pensar; B) Viejo, para casarse, pero no viejo para ser un buen padre; C) No me lo explico.
■María Pereda (jefa de prensa del Ministerio del Interior, 32 años, casada): A) No, porque hemos hecho vidas muy distintas y porque no tenemos el mismo concepto sobre el matrimonio. El es un aventurero que no reconoce que el matrimonio es un sacramento; B) Sí; C) O porque está harta del clan Kennedy o porque el clan necesita plata y ella es la intermediaria. Honestamente, no creo que esté enamorada; desconfío de esos amores a larga distancia: una mujer de 39 años no se enamora porque sí.
■Graciela Pénelas (24 años, empleada): A) No. Moralmente me parece una repugnancia y culturalmente no es un hombre para Jackie; B) No sólo es viejo y horrible. Además se tiñe, se depila, se maquilla y todo eso; C) Jackie fue demasiado idealizada por todos. No merece esta admiración. Siendo católica de comunión diaria ha ido a golpear a las puertas de la Iglesia griega para casarse, sin importarle el escándalo.
■Luz Cortejarena (65 años, cronista de la sección Sociales de “La Razón”): A) M’hijito, yo no soy casadera. Me quedé viuda a los 27 años y nunca más volví a pensar en casarme; B) No sé si es viejo, pero es un hombre gastado por su poca moral; C) Unicamente por la fortuna. Porque para cualquier mujer decente es un hombre repulsivo.
■Malena Nelson de Blaquier (52 años, viuda, 9 hijos: “He casado a mis 7 hijas, pero por suerte con nadie como Onassis”): A) De ninguna manera, porque es antipático, feo y muy manoseado espiritualmente; B) Es un señor maduro, pero una señora amiga que lo conoce me dijo que era lo atractivo; C) Por la fiebre de figurar y por el dinero.
■Haydée Padilla (actriz, contestando según La Chona, su personaje): A) No, y menos después de haber sido esposa legítima del Kennedy que tenía el dinamismo y que tanto quería a los de color blanco como a los negros o a los amarillos; B) Kennedy tenía la salud al rostro. No como el Onassis, que una lo ve y dan ganas de cantarle el tango: “Qué falta de respeto, / qué atropello a la moral, / cualquiera es un señor / cualquiera es un ladrón”; C) Ella mató dos pájaros de un tiro: además de un esposo ahora tiene un abuelo.

Revista Panorama
29/10/1969
Onassis
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