Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

JOSE CARBAJAL
SABALERO Y ORIENTAL, PARA MAS DATOS
El intérprete uruguayo, cuya popularidad a en creciente aumento, inventarió para SIETE DIAS algunas de las pautas que
componen su peculiar evangelio artístico. Ese desmesurado programa que va desde la protesta política a la integración racial no soslaya, sin embargo, el necesario toque intimista

Nació, como Tolstoi, en un apartado pueblito de campaña. Allí, en ese caserío anclado frente al río, aprendió a observar las cosas humildes de su tierra: los patios de los ranchos, las calles polvorientas, el hombre de su patria. Por eso (quizá por eso mismo que quería Tolstoi: narrar las pequeñas cosas cotidianas para ser ecuménico) el canto de José Sabalero Carbajal apunta sobre el mundo, echa raíces en la vida sencilla de la gente y adquiere —sin buscarlo— un telúrico acento universal. Oriundo de Juan Lacasa (un villorrio uruguayo perdido entre Colonia y Montevideo), Carbajal (28, dos hijos) aprendió a cantar caminando: "Yo trabajaba en el Ministerio de Ganadería de mi país —recuerda—, en una oficina encargada de administrar un plan de plantaciones de trigo, maíz y cebada. Un día me encomendaron una diligencia ... Volví a los tres meses. Ocurrió que me fui a mi casa, agarré una mochila, la cargué con las pocas ropas que tenía y me largué a recorrer el norte uruguayo. Dormía en cualquier parte: en las comisarías, en las escuelas de provincia, al aire libre, al costado de los caminos. Fue en ese entonces cuando comencé a escribir mis primeros versos, que después se trasformaron en canciones. También me junté con un montón de gente en esa época. Hice muchos amigos, que aún conservo, y como no tenía plata (salí con 34 pesos) comía lo que ellos me daban: muchas noches las pasaba a puro pan y fiambre; aunque a veces —memora— ni siquiera tenía una miserable feta de mortadela".
Con todo, los lejanos días en que el autor de Chiquillada —un tema que en Argentina se conoció en versión de Leonardo Favio— gambeteaba el hambre por los caminos uruguayos parecen estar definitivamente superados. Pero la memoria es una de las virtudes de Carbajal: "En esos años nadie conocía mi nombre, pero yo solía andar lo mismo con la guitarra siempre a cuestas, hiciera sol o tronara. Los días de lluvia —recuerda— recalaba en algún boliche de campaña y cantaba para la gente del lugar ... Cosas sencillas, no más, sin pretensiones".
—Resulta raro, sin embargo, que un muchacho nacido en un pueblo de viejos pescadores de sábalos, como es la colonia de Juan Lacasa, tenga como vos esa fiebre ambulatoria que te impulsó a caminar por todos lados. Los pescadores son gente, por lo general, que se aquerencian en la costa y casi nunca dejan el bote ni se alejan demasiado del sitio en que nacieron.
—Yo, en cambio, me fui de mi casa a los 18 años y empecé a rodar por ahí, haciendo los mil oficios: vendí ropa, artículos de plástico y hasta repuestos para calentadores. Andaba pegado a un equipo de vendedores que recorría el país y así se me dio por caminar. Por ese entonces yo no sabía tocar la guitarra y sólo cantaba algunas canciones viejas. Hasta que un día calcé en este oficio y empecé a escribir versos. Después estudié música y me di el gusto de cantar para los muchachos de mi ¡pueblo. Nos juntábamos, en barra, en un rancho medio destartalado donde tomábamos mate, hacíamos tortas fritas y nos mandábamos alguno que otro vinito de cuando en cuando. Todo el pueblo hablaba mal de nuestras reuniones, pero te aseguro que fueron positivas. Yo sentí la necesidad de escribir porque iba al rancho, porque allí me encontraba con otros muchachos de mi edad que también tenían inquietudes. Sí, el camino y el rancho me convirtieron en poeta primero y en cantor después.
—¿Cómo era tu familia? ¿Cómo fue tu infancia?
—Hasta los 6 años estuve siempre en eso que ahora se llama guardería; pero no tuve una infancia desgraciada, decir lo contrario sería injusto para mis padres. Mi viejo era obrero de en horno de ladrillos y después fue peón en una fábrica textil. Mi vieja trabajaba de sirvienta por la mañana y en la textil por la tarde. Nosotros éramos seis hermanos y teníamos, necesariamente, que ocuparnos de los quehaceres de la casa: preparar la comida, acarrear agua desde la bomba de la esquina para que mi vieja pudiera lavar la ropa al llegar de la fábrica y todas esas cosas molestas a las que obliga la pobreza.
—¿Cuándo te iniciaste artísticamente?
—En 1966 me presenté en un Festival en la ciudad de Colonia y en el 67 canté en otro, esta vez en Montevideo. Allí me encontré con Augusto Bonardo, quien me llevó a su programa Gente joven; con él trabajé dos años y después pasé por todos los canales de Montevideo. Fue Bonardo quien me bautizó con el sobrenombre de Sabalero, aludiendo al pueblo en que nací, antiguo centro pesquero, y a una canción mía de ese mismo título, que tuvo mucho éxito en el Uruguay.
—¿En qué fecha viajaste a la Argentina?
—En 1969 canté en un programa del Canal 9: actué una sola tarde y me volví. Regresé a mediados de 1971 y desde entonces estoy afincado, por ahora, en Buenos Aires.
Al decir eso, al remarcar su precaria instalación en un sitio que, curiosamente, comienza a considerarlo ya como a uno de sus favoritos, Sabalero Carbajal parece volver a la infancia; cuando los caminos eran una inevitable tentación y el fútbol una desmesurada pasión cotidiana. Pero el hombre suele matar las ilusiones del niño: "Cuando era botija tejía sueños alrededor de la pelota y de la gambeta —confiesa—; ahora, en cambio, el fútbol ya no me gusta. Es más, hasta me da bronca, ¿sabés? Me duele ver que esa misma gente que protesta durante toda la semana porque le aumentaron el precio de la leche, de la carne o del pan vaya los domingos a una cancha de fútbol y se olvide de todo. De esa manera, el fútbol profesional forma parte de la maquinaria para dopar al pueblo", dice, sepultando así, para siempre, el potrero del pueblo y la pelota de goma. Claro que entonces descubre, sin ruborosa inocencia, un filoso costado de su encrespada personalidad.
—¿Cuál de tus temas alcanzó mayor repercusión en la Argentina?
—Creo que No te vayas nunca. compañera, que obtuvo el segundo premio en el último Festival Buenos Aires de la Canción realizado en el cine Metro. En Uruguay algunas de mis canciones son populares, como esa que titulé 'A mi gente', pero la mayoría de ellas todavía no se conocen en Buenos Aires.
—¿Cuál de tus actuaciones considerás más importante desde el punto de vista profesional?
—Creo que mi presentación en el reciente festival de Cosquín de 1972 es una experiencia importante; no sólo porque recibí la mención al mejor solista, sino porque tuve oportunidad de medir mi relación con el público argentino. En mis dos primeras actuaciones del festival, por ejemplo, la gente me recibió cordialmente, me escuchó con respeto y me aplaudió discretamente. A la tercera vez, cuando canté un tema del poeta Campolino, que se llama Juventud, el público explotó de entusiasmo. Como yo canto despacio, sin romperme mucho porque no me gusta el camelo, supongo que lo que entusiasmó a la concurrencia debe haber sido la temática de esa canción, que tiene unos versos muy frescos, de mucha fuerza, muy comprometidos con el momento especial que vive la juventud.
—¿Vos compartís, de alguna manera, el compromiso que asume la canción de Campolino?
—Por supuesto, yo pretendo tomar y enfrentar las responsabilidades del tiempo en que vivo. Si fuera solamente un cantor, que presta su voz para decir únicamente las obras de los otros, quizá no sería tan radical en asumir mis compromisos sociales y políticos, pero yo soy un cantautor, un hombre que escribe y dice sus propias cosas.
Esas cosas que dice y escribe Carbajal lo definen perfectamente; sin embargo, hay costados de su personalidad que no son demasiado conocidos: "Toda mi vida —confesó a SIETE DIAS— he sido un sindicalista, tanto en los tiempos en que trabajé de obrero, como ahora que soy cantor. Fui, por ejemplo, activista sindical en el gremio textil y en los centros de estudiantes cuando cursaba el bachillerato. En Montevideo participé activamente en el movimiento de cantores populares. Así, mi contribución para cambiar esta sociedad no se da exclusivamente en el plano musical, sino en otro más amplio, donde intervienen los conceptos de gremio, política sindical y reivindicaciones de clase". Cuando se le señala que él, sin embargo, dejó su país para afincarse en el más reposado —aunque no se sabe hasta cuándo— territorio argentino, Carbajal desenvaina una lucidez no demasiado frecuente:
"Mirá —enfatiza—, si vos en tu país no tenés ni siquiera para comer malamente, ¿qué hacés?. Te vas, seguramente, y seguís luchando por tu gente en otra parte; te refugiás en cualquier rincón del mundo pero seguís luchando en lo tuyo, pues lo peor que podrías hacer sería cambiar de oficio. Mi trabajo, por ejemplo, es decir, mi lugar en la sociedad, consiste en hacer música popular. Quizá podría trabajar en otra cosa para ganarme la vida, ser albañil, pongo por caso, pero entonces me sentiría derrotado, tendría la impresión de que estoy ocupando un sitio que no me corresponde. Lo mejor, desde luego, es emigrar para seguir luchando. A veces yo mismo me formulo una pregunta: si un cantor popular no canta, ¿para qué sirve? Y siempre me respondo que para no sentirse derrotado hay que seguir en la brecha, sin perder de vista que el objetivo principal no es que el cantor popular se convierta en un ídolo, sino que el hombre que hay dentro del cantor adquiera conciencia de los problemas sociales que lo rodean y asuma su papel". Ese rechazo del estrellato —"el ídolo es un globo inflado por la promoción", dice el cantante— le permite desarrollar una interesante distinción entre el auténtico arte del pueblo y las formas ocultas de la propaganda, que suelen crear estrellas artificiales a fuerza de insistencia y demagogia.
—En el trascurso de este reportaje aseguraste repetidas veces que no sos autor de canciones de protesta, sino un simple cantor popular. ¿Podrías explicar esa diferencia que se deduce de tus palabras?
—No es que yo cante letras de protesta, ocurre que a mí me gustan varios tipos de canciones, por ejemplo las de amor, los viejos temas melancólicos, los ritmos nuevos y también los versos con contenido social. Creo, sobre todo, que el tiempo no se cambia con una canción; es la canción la que cambia con la época; entendiendo, claro está, la palabra tiempo como concepto social y época como momento político. No pienso que una simple canción sea capaz de despertar sentimiento revolucionarios; además, ni los cantores de protesta ni los cantores a secas aportan nada a la trasformación social: sólo como individuos son capaces los hombres de motorizar un proceso y no en función de su oficio. Por eso digo que yo soy un cantor popular; sin dejar de reconocer que a lo mejor también soy un cantor de protesta. Se me ocurre, con todo, que un cantor popular es siempre un individuo honesto consigo mismo y con su público; en cambio, es profundamente deshonesto cantar temas sociales y vivir en una casa muy cómoda, rodeado de todas las cosas innecesarias. Cantar las miserias de los demás, ir a pelear una medalla de oro en un festival usando como argumento el hambre de los otros me parece algo muy indigno.
—¿Podrías dar nombres que ilustren tu posición?
—Ya que no sería adecuado señalar en un reportaje quiénes son, o no son, falsos cantantes de protesta, pues no me gusta hablar de los demás cuando ellos están ausentes, te diré en cambio a quién considero un auténtico cantor popular. Se trata de Carlos Molina, un compatriota mío, un payador uruguayo desconocido en la Argentina. Es un hombre que tiene su casa, su mujer y su hijo: siempre anda con su guitarrita debajo del brazo y no puede entrar a ningún canal televisión, no le pasan ni un solo tema suyo por la radio, no lo dejan entrar en los clubes y por eso se ha dedicado a rascar por todos los boliches de campaña del Uruguay. Así, de esa forma modesta, levanta unos humildes pesos que le sirven para mantener su casa con dignidad y pagar los estudios de su hijo, que está por recibirse de abogado. Molina es un convencido del valor de las cosas que hace; por eso nunca se dejó tentar por ninguna propuesta que lo obligara a cambiar su temática. Esa honestidad define al auténtico cantor popular y desenmascara, por supuesto, a los impostores de la canción, que nada tienen que ver con el pueblo.
—¿Cuando usás la palabra pueblo, te referís exclusivamente al pueblo uruguayo?
—No, la empleo en un sentido más amplio, que abarca a toda América latina, puesto que son los problemas de este continente los que me tocan más de cerca.
—¿Qué problemas, por ejemplo?
—En general todos, pero en especial los problemas del movimiento obrero. Lo más importante de un país es su clase trabajadora, por eso me alegro cuando triunfa y sufro cuando es derrotada. También me avergüenza la discriminación racial que deben soportar los negros en toda América. Hasta los he visto mendigar trabajo, que es lo último que debe mendigar un hombre. Nunca, por mucho que he andado, he visto que un negro sea maestro de un liceo, directivo de un banco o gerente de fábrica. Por eso grabé un tema de Pablo Neruda que se llama Bailando con los negros, que grafica perfectamente los padecimientos de nuestros hermanos negros de Latinoamérica.
—¿Esas cosas te preocupan más que tu trabajo?
—Son cosas distintas, pero te aseguro que cuando estoy en mi pieza, escribiendo una canción, se me aparece toda la realidad del mundo y no me puedo mentir a mí mismo. Por eso sólo canto las cosas que yo realmente quiero.
—¿Qué pasaría si en la Argentina no pudieras cantar las cosas que realmente querés?
—Canto lo que quiero o no canto nada. Si en la Argentina, cosa que no ocurre, no pudiera hacer los temas que siento, me mandaría a mudar a otro lugar, y si ahí tampoco me dejaran, me volvería a marchar. Resulta que me importa, sobre todo, ejercer mi oficio con dignidad. La querencia, ese arraigo que sentimos por la tierra, es a veces medio falsa. Lo importante es no transar.
DANIEL PLA
Revista Siete Días Ilustrados
28.02.1972

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