Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

cohetes
USA-URSS
¿Hay fronteras para los cohetes?
SS-9 es la sigla que, en el código de la OTAN, designa la bomba suborbital soviética. Se trata de un vehículo (cargado con cabezas nucleares) que describe una trayectoria parcial alrededor de la Tierra a escasa altura: unos 150 kilómetros. O sea que avanza sigilosamente por debajo del cono de detección de los radares convencionales. Su identificación se produce —según los expertos— cuando se halla a apenas 3 minutos de su blanco.
La bomba suborbital está en el centro de la polémica que mantienen actualmente en los Estados Unidos el Senado y el Pentágono. En ella habrá de decidirse si prospera o no el proyecto Nixon de montar una red de cohetes-anticohetes (ver Panorama Nº 102). Hay dos posiciones:
Según el secretario de Defensa Melwin Laird, los soviéticos han comenzado a instalar “una enorme red de SS-9, cada uno de los cuales está equipado con una bomba de hidrógeno de 25 megatones” (el proyectil más poderoso de los Estados Unidos lleva 2,5 megatones). Esa enorme carga explosiva resulta difícil de explicar. Desde luego, no está dirigida contra las grandes ciudades, pues es demasiado potente. Entonces, debe tener como objeto destruir (al tanteo)
los depósitos de proyectiles balísticos norteamericanos.
Los expertos admiten —en general— que la tecnología soviética en materia de balística intercontinental carece de precisión; esta circunstancia está compensada por la puesta a punto de combustibles que permiten elevar más carga y por la multiplicación de los cohetes ofensivos y defensivos. Pero Laird agrega una nota dramática al panorama. Para él, los SS-9 están destinados a lanzar un ataque por sorpresa contra los Estados Unidos. Dice: “No cabe duda de que los rusos están decididos a descargar el primer golpe’’.
Ese golpe estaría dirigido contra los silos subterráneos donde se acumula la “riqueza balística” norteamericana. Según informes acumulados por las fuerzas armadas, la URSS contaba, al iniciarse 1969, con 200 SS-9. A partir de entonces comenzaron a .instalar —cada mes— otras diez bombas suborbitales. Crece entonces el peligro y se hace viable el proyecto Safeguard (Salvaguardia) de Nixon: proteger aquellos depósitos con una línea defensiva de cohetes-anticohetes.
La posición contraria es la que gana cada vez con más fuerza en el Senado. Científicos como Ralph Lapp —llamados oportunamente a declarar— dicen: Aunque la URSS descargara 750 de los 1.000 cohetes intercontinentales de gran potencia de que dispone, de ninguna manera podría anular el arsenal balístico estadounidense. Habría, pues, represalia y ambas supernaciones quedarían literalmente destruidas. Entonces, la verdadera “salvaguardia de los Estados Unidos está en la fuerza disuasoria de la réplica y no en imaginarias líneas Maginot del aire.

Variedades
La URSS ha concretado, a su vez, algunos sistemas defensivos. Utiliza para ello el cohete SAM-3 (equivalente al antimisil norteamericano). Hay emplazamientos de esta arma en los alrededores de Moscú y a lo largo de la llamada “línea Tallin” (una cadena de radares). Este sistema es incapaz de interceptar un ataque general y su propósito es realizar una defensa restringida de la zona cubierta.
Hasta hace poco el Pentágono creía que el SAM-3 era “un proyectil de bajo rendimiento, asistido por anticuados radares mecánicos”. Pero ahora el secretario de Defensa Laird anuncia perfeccionamientos: algunas variantes del artefacto tendrían una cabeza nuclear de hasta 60 megatones. La explosión de esta carga fuera de la atmósfera anularía una formación bastante grande de cohetes ofensivos, destruyéndoles el vital sistema electrónico. Alrededor de Moscú hay unos 75 SAM-3 y se afirma que los soviéticos están llevando a cabo un programa de 25.000 millones de dólares para construir e instalar 5.000 ejemplares más de esta arma.
También hay discrepancias en la evaluación del SAM-3. No todos los observadores concuerdan en que resulte una línea de protección decisiva. La mayoría opina que puede interceptar cohetes Minuteman y Polaris, pero que sería ineficaz contra operaciones ofensivas más complejas.
El arsenal soviético no se agota con esto. Últimamente se han incorporado submarinos atómicos de caza, que desarrollan altas velocidades y están dotados de equipos de detección subacuática. Constituyen un intento para neutralizar un arma similar norteamericana: los submarinos atómicos equipados con 16 cohetes Polaris (500 km de alcance y una carga de 1,5 megatones). Rivalidad que se acompaña de curioso detalle: EE. UU. instala febrilmente aparatos de detección en el fondo de los mares para conocer las evoluciones (y el número) de tos sumergibles soviéticos. Mientras prosiguen en Ginebra —lentamente— las negociaciones en la comisión de desarme para un acuerdo que prohíba utilizar el fondo del mar con fines militares.
En este mundo erizado de cohetes, salpicado de cabezas nucleares, los Estados Unidos debe decidir si prosigue o no con el proyecto de misiles-antimisiles. La primera inversión sería de unos 7.000 millones de dólares. Que podrían multiplicarse —a corto plazo— hasta alcanzar las centenas de miles.
PANORAMA, ABRIL 15, 1969
cohetes

Ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba