Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

LA CARRERA DEL ESPACIO
Sputnik, Laika, Gagarin, Lunokhod, Von Braun, Saturno, Apolo, Neil Armstrong. Quince años de exploración espacial pueden resumirse en ocho nombres, que son también un mapa de la carrera tecnológica más desenfrenada que ha conocido el hombre. Durante esta década y media, Estados Unidos y la Unión Soviética subordinaron su enorme poderío económico y científico al esfuerzo por la conquista del espacio, una historia que apenas comienza. Estos años iniciales, de aventura y descubrimiento, en los que el hombre se midió en una nueva dimensión, fueron explorados y analizados por Nicolás Vichney (en Estados Unidos) y Dominique Verguése (en la URSS) para la Enciclopedia Comparada USA-URSS, Los dos colosos, un extenso (543 páginas) análisis paralelo de las dos naciones, compilado por un centenar de especialistas internacionales, que fue editado en 1970 por Argos (Barcelona) y Robert Laffont (París). Los tramos que siguen son una selección del capítulo 56, La conquista del espacio, y fueron cedidos en exclusividad a Panorama, para su reproducción, cuando el texto original aún era inédito.
ESTADOS UNIDOS. Por desarrolladas que estén y por más perspectivas que ofrezcan la exploración y la explotación del espacio contiguo a la Tierra y del sistema solar, ya no monopolizan la atención de los especialistas norteamericanos del espacio. En la actualidad, ceden el primer plano a una nueva empresa: la conquista del espacio por el hombre.
Fue también la U.R.S.S. la que lanzó el primer satélite con un cosmonauta a bordo (Gagarin, el 12 de abril de 1961); pero esta vez Estados Unidos no se dejó sorprender; tenía ya un programa —el proyecto Mercury— en curso de realización; después de dos vuelos sub-orbitales preparatorios, la cápsula Mercury Friendship VIJI, que llevaba a bordo al astronauta Glenn, fue colocada en órbita el 20 de febrero de 1962.
De cualquier forma, en la época en que empezaba la conquista del espacio por el hombre, el retraso de los norteamericanos respecto de los soviéticos era de un año. Este retraso no era considerable si se tenían en cuenta los esfuerzos que se habían realizado para llegar a donde se había llegado. Pero sí lo era si se daba a esta conquista el valor de demostración de la potencia respectiva del Este y del Oeste. ¿Iba a tolerar Estados Unidos que la U.R.S.S. conservara una supremacía que podía tener importantes consecuencias en el plano político y que, a pesar de expresarse en un terreno eminentemente pacífico, podía ser peligrosa a largo plazo para su seguridad? Los dirigentes norteamericanos optaron por acabar con ella. Fue al presidente Kennedy a quien correspondió el mérito de hallar al problema planteado por la ventaja soviética una solución adecuada al espíritu precursor tan arraigado en los norteamericanos; solución que, además, poseía la virtud de conducir tanto a la ampliación de nuestros conocimientos como a la consecución de numerosos progresos técnicos.
En efecto, al lanzar el proyecto Apolo y al fijarse como objetivo la organización de un desembarco en da Luna a finales de la presente década, el presidente Kennedy fijaba una meta tan lejana y tan difícil que los países que intentaran alcanzarla se encontrarían prácticamente, cualesquiera que fuesen su adelanto o su atraso, colocados en una misma línea de partida.
El esfuerzo a realizar era realmente gigantesco. El proyecto Apolo, que exigía unos gastos de 20.000.000.000 de dólares aproximadamente, constituía el programa de carácter científico y técnico más importante que hubiera emprendido jamás Estados Unidos. Y exigía superar unas dificultades sin precedentes y que posiblemente no eran del todo conocidas. ¿Podría permanecer el hombre durante un período de tiempo considerable en estado de ingravidez? ¿Sería posible posarse en el suelo de la Luna? Estas preguntas, y muchas otras, seguían pendientes de respuesta cuando se estaban colocando ya las primeras piedras del edificio.
Los cohetes encargados de lanzar los ingenios «habitados» procedieron, en principio, del arsenal militar: tras haber utilizado Redestines en los disparos preliminares, se recurrió al Atlas y, después, a una versión mejorada del cohete Titán, el Titán II.
Posteriormente hubo que echar mano de Una solución que durante mucho tiempo se dudó en adoptar: la construcción de un cohete tan sumamente potente que no tendría ninguna utilidad militar, pero permitiría desembarcar en la Luna. En esto consistió el proyecto Saturno, que se concretó, en una primera fase, en la realización de un cohete experimental, el Saturno I, cuyos disparos —hecho sin precedentes en los anales de la astronáutica— se vieron coronados por el éxito; más adelante, se puso a punto el Saturno I perfeccionado y luego el Saturno V. Este último es un cohete de 100 metros de altura, que debe desarrollar en el despegue una fuerza de 3.500 toneladas —frente a las 180 de un Atlas— y puede situar en órbita alrededor de la Tierra una carga útil de 120 toneladas. Feliz presagio: ya en su primera prueba, el 9 de noviembre de 1967, el Saturno V funcionó de maravillas; hizo gravitar alrededor de la Tierra una masa que, incluido el último piso del cohete portador, pesaba 126 toneladas. Ello equivalía a superar, con mucho, todas las marcas. Por otra parte, este hecho daba la medida de los progresos tecnológicos alcanzados en Estados Unidos en poco menos de diez años, progresos que habían multiplicado por 10.000 el peso de los ingenios puestos en órbita por un cohete norteamericano.
Idéntica «escalada» se ha producido en lo que al peso de las cabinas destinadas a albergar a los astronautas respecta. A la cabina del Mercury (monoplaza), de 1,5 toneladas, siguió la cabina Gemini (biplaza), de 3 toneladas. Finalmente, el ingenio Apolo (triplaza) con su L.M. (el vehículo de exploración lunar que se desprenderá de él para posarse en la Luna), sus motores para corregir la trayectoria y el habitáculo que ocupan los astronautas, tiene un peso digno de la potencia del Saturno V: 45 toneladas.
La aventura iniciada con el programa-Mercury, que había demostrado la operatividad de las soluciones técnicas alcanzadas, prosiguió con el programa Gemini. Con este último se trataba de demostrar que el hombre era capaz de soportar una estancia prolongada en el espacio: además, había que poner a punto el método de la «cita espacial», sin el cual sería imposible regresar de la Luna. Existía el proyecto, además, de que uno de los dos miembros de la tripulación saliese de la cabina y efectuase «actividades extravehiculares».
El programa era ambicioso. Sin embargo, se cumplió en todos sus puntos. Durante el vuelo del Gemini IV —del 3 al 7 de jimio de 1965— el astronauta Edward White dejó su habitáculo para «caminar por el espacio». El 4 de diciembre del mismo año, la cabina Gemini VI, pilotada por Walter Schirra y Thomas Stafford, consiguió alcanzar en el espacio a la cabina Gemini VII, con lo cual llevó a cabo la primera cita espacial. En este vuelo la tripulación del Gemini VII consiguió permanecer en órbita alrededor de la Tierra durante trece días, dieciocho horas y treinta y cinco minutos; quedó demostrado, por tanto, que el organismo humano puede adaptarse en forma duradera a la ingravidez. Más tarde, el 16 de marzo de 1966, el Gemini VIII reeditó la hazaña del Gemini VI, y consiguió, además, unirse al ingenio —en este caso deshabitado— que perseguía. Posteriormente, con Gemini IX, Gemini X, Gemini XI y Gemini XII se efectuaron otras salidas al espacio, citas y maniobras diversas más difíciles que las anteriores, que demostraron que los ingenios norteamericanos dominaban perfectamente la técnica del vuelo espacial. Otra conclusión se imponía. White no fue el primer hombre que «caminó por el espacio», ya que la hazaña fue realizada por primera vez por un soviético. Sin embargo, la salida al espacio
del norteamericano tuvo lugar sólo unos meses después de la del soviético. Si sólo tenemos en cuenta las experiencias que tuvieron éxito, observamos que el retraso de los norteamericanos disminuía. Y muy pronto se invirtió la situación: la cita realizada por las cabinas Gemini VI y Gemini Vil no fue precedida por ninguna experiencia soviética; es mas, todo el programa Gemini se cumplió sin que la U.R.S.S. hubiera intentado efectuar maniobras de citas espaciales Había que admitir, a menos que los soviéticos hubieran encarrilado su programa de conquista de la Luna por vías totalmente distintas a las seguidas por los norteamericanos, que las posiciones de salida se habían modificado radicalmente: Estados Unidos había pasado a la cabeza del pelotón de la carrera espacial. Así, pues, los preparativos de la última etapa se llevaron a cabo en un clima de euforia. Fundamentalmente, el éxito del proyecto Apolo dependía del perfecto funcionamiento del cohete gigante Saturno V y de la cabina Apolo.
Sin embargo, el horizonte no tardó en nublarse. En primer lugar, la puesta a punto del Saturno exigió más tiempo del previsto. Más tarde se produjo el drama de Cabo Kennedy: el 31 de enero de 1967 tres astronautas, entre los cuales figuraba un veterano de los vuelos espaciales, Virgil Grissom, murieron en el incendio de la cabina Apolo, en tierra, mientras se desarrollaba una sencilla prueba de familiarización con el nuevo ingenio. Hubo que estudiar de nuevo toda la distribución interna de la cabina y aplazar los vuelos previstos.
Al mismo tiempo, en Estados Unidos se empezó a especular sobre la importancia que había que dar en el futuro a la conquista del espacio. Esta, que había nacido de la rivalidad de las dos grandes potencias, ¿debía conservar su ritmo pese a que, aún sin haberse estabilizado definitivamente, las relaciones entre Washington y Moscú mejoraban en forma considerable? Poco a poco, las razones para otorgar, tanto en el terreno técnico como en el financiero, una prioridad absoluta a la conquista del espacio se hicieron menos imperativas, con lo cual empezó a admitirse que los créditos espaciales podrían, al menos en parte, destinarse a otros sectores de la actividad nacional. Naturalmente, estas dudas no determinaron que se pusiese en tela de juicio el proyecto Apolo: se daba por supuesto que se haría todo lo posible por desembarcar en la Luna antes de 1970. Pero los proyectos que en teoría debían suceder al Apolo, agrupador con el nombre de Application Apollo, se retrasaron. El programa Post-Apollo sólo se proponía sacar partido del material fabricado para desembarcar en la Luna. Hubiera sido necesario, naturalmente, ir más lejos y definir unos proyectos, de la magnitud de la «operación Luna», que pudieran suceder a esta última y de esta forma asegurar a la industria norteamericana los pedidos que necesita. Pero no llegó a aprobarse un proyecto Post-Apollo.
Señalemos, para terminar este apartado, los principales éxitos alcanzados por los norteamericanos durante los años 1968 y 1969 en el terreno de la conquista del espacio.
En enero de 1968, el Surveyor VII toma tierra en el cráter Tycho de la Luna y lo explora mediante sus cámaras de televisión. En noviembre de ese mismo año Estados Unidos lanza el observatorio astronómico orbital OAO-02 y en diciembre los cosmonautas Borman, Lowell y Anders orbitan alrededor de la Luna a bordo del Apolo VIII.
En febrero de 1969, en el marco de la operación Apolo IX, tiene lugar la prueba espacial del módulo lunar, vehículo destinado a trasportar dos astronautas a la superficie de la Luna.
En marzo, Estados Unidos lanza los dos ingenios Mariner V F y G; el primero de ellos llega a Marte el 31 de julio del mismo año.
En mayo, los astronautas del Apolo X, Stafford, Young y Cernan, se aproximan a la Luna con el equipo completo. El módulo lunar se separa de los módulos de mando y servicio y se aproxima a la superficie de la Luna, aunque sin tomar contacto con ella.
Finalmente, en julio, Armstrong, Aldrin y Collins llevan a cabo la más espectacular proeza astronáutica lograda hasta la fecha. Los dos primeros pisan la superficie de la Luna durante 21 horas y 26 minutos, mientras el tercero da en solitario catorce vueltas a nuestro satélite, en espera de enlazar de nuevo con el módulo que se ha utilizado en el alunizaje y regresar a la Tierra.

UNION SOVIETICA. Desgraciadamente, poseemos muy pocas informaciones sobre la organización de los programas espaciales soviéticos, su realización y la infraestructura necesaria.
Se sabe que existe un Consejo para la Exploración del Espacio, pero se ignora su papel efectivo. Se supone que cada proyecto se confía a un solo hombre, dotado de amplios poderes, que moviliza todos los talentos necesarios. Probablemente, por tanto, los ingenios son fabricados por un único centro industrial, ya que el sistema de subcontratos parece utilizarse muy poco en la U.R.S.S.
La red de seguimiento y de telemedición se-extiende por todo el territorio de la U.R.S.S., desde Crimea —donde una estación se halla especialmente a la escucha de las sondas lunares— hasta la importante estación de Kamchatka, pasando por las estaciones situadas en los tres campos de lanzamientos. Este circuito se completa actualmente con algunas estaciones instaladas a bordo de naves que se sitúan en el Pacífico durante ciertos vuelos. Sin embargo, desde el comienzo, la U.R.S.S. se ha visto perjudicada por no disponer de estaciones en otras partes del globo, en particular de cara a los vuelos espaciales tripulados, y ha firmado acuerdos con ciertos países (Europa oriental. Oriente Medio, África, Cuba) para construir nuevas estaciones.
Las características de los tres campos de lanzamiento son casi desconocidas. Son a la vez militares y civiles, y sirven para la experimentación tanto de misiles intercontinentales como de cabezas de cohetes espaciales.
El primero, el más antiguo, es el de Kapustin Yar, situado a 80 kilómetros de Volgogrado, al norte del mar Caspio (48° norte, 48° este). Fue creado inmediatamente después de la guerra con objeto de experimentar los misiles derivados de las V-2 y sirvió para el lanzamiento de los primeros Sputnik y de algunos Cosmos, situados en una órbita inclinada 49° con respecto al ecuador.
La segunda base de lanzamiento está emplazada a unos 200 kilómetros al sudoeste de Baikonur, al este del mar de Aral, en las estepas del Kazakstán. Está constituida de hecho por varios campos de lanzamiento, entre los cuales se destacan los de Tuyratam y de Karsakpay, y de una base de entrenamiento, Zvezdogorod. De este complejo parten todas las naves que describe» una órbita inclinada de 65° con respecto el ecuador; es decir, todas las naves tripuladas, las sondas lunares e interplanetarias y ciertos satélites Cosmos de reconocimiento.
A finales de 1966, unos estudiantes británicos consiguieron localizar una tercera base —sin duda instalada recientemente— en Plesetsk, cerca de Arkangelsk (63° de latitud norte, 41° de longitud este). Desde esta base son lanzados los satélites Cosmos que recorren una órbita inclinada 72° con respecto al ecuador. Algunos norteamericanos piensan que tal vez esta base se utilice, además, para la experimentación de misiles antimisiles.
Sin duda, estas tres bases, y sobre todo la de Baikonur, se extienden a lo largo de muchos kilómetros, a fin de permitir las últimas verificaciones y el lanzamiento de los enormes cohetes soviéticos. Efectivamente, la era espacial comenzó en la U.R.S.S. bajo el signo de la potencia de los cohetes lanzadores. En 1958 los técnicos colocaban en órbita cargas de 1,3 toneladas; en 1960, de 4,5 toneladas, y en. 1961, de 6,5 toneladas. En 1961 arrancaban a la atracción terrestre 650 kilos (Sputnik VIII), y en 1962, 850 kilos, lo cual hace suponer que disponían de un cohete tan potente como el actual Atlas-Centauro norteamericano, utilizado por primera vez en junio de 1966.
Desde entonces la U.R.S.S. ha lanzado cargas cada vez más pesadas, hasta alcanzar las 12,5 toneladas del Proton el 17 de julio de 1965 (sin contar el peso del último piso, como en el caso de los Vostok y de los Vosjod), lo cual implica la posesión de un cohete lanzador que desarrolle en el despegue un empuje de unas 1.350 toneladas. Así, pues, este lanzador es más potente que los dos cohetes norteamericanos actuales de mayor potencia: el Titán III C (1.100 toneladas en el despegue), y el Saturno I B (750 toneladas en el despegue). Sin embargo, para poder lanzar una cabina tripulada hacia la luna, la U.R.S.S. deberá poner a punto un cohete aún más potente. Los soviéticos han indicado que la nave pesaría de 50 a 70 toneladas y el cohete portador de 5.000 a 6.000 (el cohete lunar norteamericano Saturno V pesa 3.000 toneladas).
Se ha creído durante mucho tiempo que los cohetes espaciales soviéticos provenían de los misiles militares. El Salón de Le Bourget de junio de 1967 demostró que ello no era cierto, al menos en lo que respecta del Vostok que en él se expuso. Este cohete, de concepción simple, posee dos pisos y medio; el primero está compuesto de un cuerpo central de 28 metros de altura rodeado de cuatro motores laterales. Este cohete desarrolla un empuje de 550 toneladas en el despegue y consume combustibles líquidos. El cuerpo de los motores es orientado por pequeñas boquillas pilotadas que se mueven en torno de un eje.
A esta gama de cohetes lanzadores de potencia variable corresponde toda una gama de satélites y de sondas interplanetarias. Podemos clasificar estos vehículos espaciales en cuatro categorías:
1º Satélites científicos Sputnik y Cosmos.
2º Satélites tecnológicos y de exploración, satélites controlables desde tierra Polyot, satélites Proton, satélites de detección de radiaciones Electron, satélites de comunicaciones Molnya.
3º Sondas interplanetarias: Luna, Venus, Marte y Zond.
4º Cabinas tripuladas Vostok y Vosjod.
La decisiva aportación soviética en el terreno de la investigación espacial no se ha limitado a la Luna, sino que se ha extendido, además, a la aventura del hombre en el espacio. El 3 de noviembre de 1957 demostraban que un ser terrestre, el perro, era capaz de sobrevivir en el espacio, más tarde, el 12 de abril de 1961, que un hombre podía soportar la aceleración y la desaceleración que suponían su envío al espacio, la ingravidez y las dosis de radiaciones recibidas durante el vuelo si estaba protegido de manera conveniente.
Aunque ciertos cosmonautas soviéticos se hayan sentido mal durante los vuelos, al parecer a consecuencia de un entrenamiento insuficiente (en especial dos de los tres pasajeros del Vosjod I, que por otra parte no eran verdaderos astronautas, sino científicos, lo cual obligó a acortar la experiencia), los seis vuelos de los Vostok han demostrado que el hombre se adapta fácil y rápidamente a las nuevas condiciones ambientales, aunque sufra algunas modificaciones fisiológicas, por otra parte sin consecuencias graves, que desaparecen generalmente al cabo de pocos días. Han puesto de relieve, además, que el hombre es capaz de soportar estas condiciones durante un período de tiempo que puede totalizar, como mínimo, quince días. El tiempo de vuelo de los cosmonautas pasó, en efecto, de la hora cuarenta y ocho minutos de Yuri Gagarin (Vostok I, el 12 de abril de 1961), a las veinticinco horas dieciocho minutos de Titov (Vostok II, el 6 de agosto de 1961), las noventa y cuatro horas veintidós minutos de Nicolaiev (Vostok III, el 11 de agosto de 1962) y las ciento diecinueve horas seis minutos de Bykovski (Vostok V, el 14 de junio de 1963). Finalmente, el vuelo del Vostok VI, con Valentina Tereshkova a bordo, demostró, el 16 de junio de 1963, que la constitución fisiológica de la mujer le permite, en la misma medida que al hombre, soportar vuelos espaciales de larga duración. Tereshkova ha sido la única mujer que ha realizado un vuelo espacial.
Finalmente, el 18 de marzo de 1965, los soviéticos llegaban aún más lejos: alcanzaban una etapa que los norteamericanos no se atrevían aún a abordar: A. Leonov salía de la nave Vosjod II y evolucionaba en el espacio durante diez minutos, unido a la cabina en la cual permanecía el piloto Belaiev por un cordón umbilical que le permitía alejarse 4,8 metros de ella.
¿Ha sido la contribución soviética lo bastante definitiva y sistemática como para que podamos afirmar que la U.R. S.S. se mantiene muy cerca de Estados Unidos en la carrera del espacio? Se podía razonablemente creer que sí a fines de 1966. Sin embargo, después del accidente de Komarov a bordo del Soyuz I, el 24 de abril de 1967, se dudó de ello. Este accidente ocasionó un retraso considerable de los Amelos humanos, sin duda de un año, y posiblemente más. Los sistemas de a bordo funcionaron mal, en efecto, y los soviéticos procedieron a un examen de toda la cabina, de igual modo que los norteamericanos revisaron enteramente la cabina del Apolo. Incluso parece que se inició un debate general sobre el conjunto del programa soviético a raíz del accidente y que se consideró una posible reorientación. Los soviéticos —como los norteamericanos— encontraron serias dificultades en cuanto a la puesta a punto de su material lunar, puesto que dos años separaron el último vuelo Vosjod (marzo 1965) del primer vuelo del Soyuz, la cabina lunar.
Por otra parte, hasta octubre de 1967, los soviéticos no realizaron las pruebas necesarias para llevar a cabo un vuelo hacia la Luna, mientras que los norteamericanos ya habían realizado varias en el curso del programa Gemini, en 1965 y 1966. Los técnicos soviéticos llenaron esta laguna el 30 de octubre de 1967 al lograr que se reunieran en el espacio, de forma totalmente automática, dos satélites Cosmos: el Cosmos CLXXXVI y el Cosmos CLXXXVIII. Los soviéticos precisaron entonces que esta técnica de la cita espacial podría servir, en el futuro, para el ensamblaje en la órbita terrestre de varias naves espaciales y estaciones científicas, para conseguir plataformas de lanzamiento.
De 1967 a 1969 los soviéticos han alcanzado notables éxitos en el terreno de la conquista del espacio.
En junio de 1967 el Venus IV se posó suavemente en la superficie de Venus con ayuda de un paracaídas y envió información de aquel planeta a la Tierra.
En septiembre de 1968, el Zond V, estación automática no tripulada dirigida desde la Tierra, dio la vuelta a la Luna y regresó a nuestro planeta. La experiencia fue continuada en noviembre del mismo año por el Zond VI.
También en 1968, en octubre, tuvo lugar el vuelo orbital de la Soyuz III, nave tripulada muy manejable que constituyó un precedente de las Soyuz IV y Soyuz V, destinadas al establecimiento de estaciones o plataformas orbitales apropiadas para despegues o lanzamientos interplanetarios.
En enero de 1969 el Venus V llevó a cabo un profundo análisis de la atmósfera del planeta Venus.
Cabe señalar que, aunque hace unos años pareció que la U.R.S.S. tenía interés en competir con Estados Unidos en la conquista de la Luna, en la actualidad es evidente que los esfuerzos soviéticos en este terreno se orientan en otras direcciones.
Ello ha quedado demostrado, por ejemplo, con la cita de siete hombres a bordo de las Soyuz VI, VII y VIII, iniciada el día 11 de octubre de 1969. Los tripulantes de las citadas naves salieron de ellas para realizar una serie de trabajos prácticos, entre ellos la primera soldadura molecular en el vacío por medio de «soplete cósmico». El éxito de estos trabajos permitirá poner a punto otras naves que servirán de trampolín para futuros y espectaculares logros astronáuticos.
Revista Panorama
01.04.1971

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