Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

VIAJES A LA LUNA
POR SIEMPRE APOLO
Un éxito absoluto rubricó el último vuelo tripuladlo a la Luna.
La secuela de ese logro fue una inmediata decisión de la NASA: antes de diciembre de 1972 se cumplirá íntegramente el programa Apolo, pese a los problemas que ahora traban las investigaciones

Por primera vez en la historia de los vuelos tripulados al espacio, una nave de comando —la Kitty Hawk del plan Apolo 14— descendió en las aguas del océano Pacífico exactamente a la hora fijada por las computadoras (las 18.05 del martes pasado) y en el lugar preciso asignado por los expertos: no hubo el más mínimo error de cálculo; la prolija operación de amaraje en torno a las islas Samoa habría de demostrar —contra todas las suposiciones— que el programa Apolo, del que aún faltan tres misiones (la 15, 16 y 17) a realizarse hasta diciembre de 1972, no ofrece puntos vulnerables que obliguen a su suspensión. La puntualidad y exactitud de los operativos no son sino signos que los tecnócratas de Houston corrigieran las fallas que
hicieron abortar la misión Apolo 13 y avanzaron a pasos agigantados en esta otra tarea —plagada de imponderables— en la que se empecinan los norteamericanos: lograr que una tripulación humana —y no robots, como pretenden los soviéticos— sea la que conquiste definitivamente los territorios selenitas. En realidad, pocos fueron —en relación con las misiones anteriores— los objetivos de este último vuelo tripulado: a) afinar los mecanismos del programa Apolo, tarea esencialmente técnica; b) ubicar un posible lugar para el próximo alunizaje; c) hurgar las rocosidades lunares para traer a la Tierra la mayor cantidad de muestras que —se cree— se remontan a la época en que se formó el sistema solar y, de paso, averiguar si contienen agua. Si bien los astronautas Alan Shepard (47, comandante de la formación espacial), Stuart A. Roosa (37) y Edgard D. Mitchell (40) atosigaron su navío con 50 kilogramos de piedras lunares, no pudieron, pese a ello, alcanzar la cumbre del cráter del Cono, principal meta del vuelo, refugio de las más antiquísimas rocas que alberga en su seno el satélite natural de la Tierra. De todas maneras, este fracaso parcial fue salvado con la instalación en la Luna de un observatorio geofísico, dotado de energía nuclear, cuya misión consiste en transmitir por radio los datos sobre sismos lunares y en realizar mediciones de carácter científico. Además, el trío de aeronavegantes hurgó otros campos de la ciencia: en pleno vuelo fueron estudiados métodos que permitirán la elaboración de vacunas extrapuras merced a la esterilidad del espacio y se realizaron —también— experimentos sobre nuevas formas para la manufactura de metales.
Estas investigaciones, claro, no bastaron para que el vuelo de la Apolo 14 alcanzara a conmover a los millones de norteamericanos que, en otras oportunidades, vivieron pendientes de las aventuras espaciales. Los responsables del aparato publicitario que rodea a este tipo de actividad apelaron a un ardid nada convencional: permitieron que Shepard fuera el primer lunauta que jugó al golf en suelos selenitas, un nonsense que no registrará, por supuesto, la historia de los vuelos tripulados. La frialdad del hombre común de los EE. UU. se hizo también extensiva a los millones de humanos que, antes, siguieran azorados los avatares espaciales: en la Argentina, las televisoras locales registraron el pasado martes por la tarde uno de los más bajos del rating del mes.
Como si formara parte del show, la situación más atractiva, luego del amaraje de la Apolo, fue la que protagonizó uno de los hombres ranas encargados de acollarar con salvavidas gigantes la Kitty Hawk: se cayó repentinamente al agua cuando pretendía trepar por la nave de comando; el chapuzón y su desesperación al asirse a uno de los botes de goma que rodeaban la cápsula atrasaron en por lo menos dos minutos todo el operativo. Con excepción de ese inconveniente, el amaraje no presentó problemas: los hombres ranas se arrojaron al agua apenas acuatizó la nave y ajustaron en su torno un aro de flotación. Inmediatamente ayudaron a los astronautas a abordar la balsa flotante, donde recibieron pulcros trajes de vuelo y máscaras destinadas a evitar la propagación de eventuales gérmenes lunares. Pocos minutos después el trío fue trasladado a la cubierta del portahelicópteros New Orleans donde se lo introdujo en una cabina especial de aislamiento, iniciando a partir de allí 17 días de cuarentena. Unos instantes antes los tres pronunciaron las palabras de rigor: "Tuvimos un viaje de gran éxito" aseveró Mitchell; "valieron la pena todos esos momentos de gran duda" se jactó Shepard haciendo referencia a las dificultades que se tuvieron con una computadora electrónica y con los mecanismos del acoplamiento en el espacio; Roosa, en cambio, fue menos formal: "En los nueve días que duró el viaje —confesó— tuve visiones fantásticas de puntos y rayas luminosas, producto seguramente de la influencia que, sobre la retina ocular, tienen los rayos cósmicos".
Quienes siguieron atentamente la travesía de la Apolo 14 recuerdan sin embargo otras palabras, realmente insólitas en boca de los astronautas; son las que abruptamente pronunció Shepard el martes por la mañana: "Quiero decirles algo —espetó el comandante de la nave a los controles de Houston— en nombre mío y de mis camaradas de vuelo. Lo estuvimos conversando antes de salir y durante el vuelo. Los tres tenemos amigos e inclusive parientes en Vietnam. Algunas de esas personas no regresaron y probablemente no regresen jamás a nuestra patria. Por eso, como homenaje a ellos, queremos que este viaje sirva para rectificar algunas situaciones que impiden la comprensión entre los hombres". La desusada locución haciendo referencia al Vietnam sorprendió aún más que el éxito de la Apolo 14, de la que no se operaba que cumpliera tan acertadamente su peri pío. Hasta tal punto desconfiaban los expertos, que la culminación satisfactoria de la aventura los exaltó hasta el regocijo: "Este vuelo —se excitó el administrador adjunto de la Dirección de Aeronáutica y Espacio, Dale M. Myers— nos coloca directamente en el camino del éxito, y ahora bien se puede decir que las Apolo 15, 16 y 17 son una parte sólida del programa espacial norteamericano". Rocco Petrone (director de ese programa) señaló además que es inamovible el 25 de julio como fecha de lanzamiento de la Apolo 15: "Basándome en lo que he visto, no creo que nada detenga su travesía. El vuelo de la Apolo 14 puede considerarse perfecto".
La perfección a la que alude Petrone tiene su estadística: según los últimos datos dados a conocer por Houston, la Apolo alcanzó más de los nueve décimos de los 73 objetivos técnicos y científicos que se le habían asignado. De las 200 tareas que aproximadamente debían cumplir Shepard, Mitchell y Roosa, tan sólo unas 10 no alcanzaron a llevarse a cabo por meros problemas de tiempo. Las dificultades, sin duda importante —voltajes por momentos insuficientes para la realización de algunas maniobras, problemas para el acoplamiento entre la cápsula madre y el módulo lunar—, hicieron que no se cumpliera el operativo en un ciento por ciento. "De todas maneras —opinó Wernher von Braun, jefe de Planeamiento de la NASA— éste no será un argumento válido a favor de las limitaciones en el presupuesto espacial, para atender los problemas terrestres como la pobreza, el hambre, la enfermedad. Hemos demostrado que la tecnología nos ofrece la mejor posibilidad de resolver los conflictos humanos actuales y del futuro. Tal vez, pronto, hasta encontremos un nuevo habitat para el hombre".
Es la próxima misión Apolo la que más cerca estará de confirmar las palabras de Von Braun: deberá descender en los Apeninos Hadley, probablemente los cráteres más antiguos de la Luna y, por ello, los más propicios para investigar esa fascinante teoría que se esbozó recientemente y afirma que, a través de los estudios del suelo lunar, se puede llegar a comprobar la vejez del mundo, el origen del sistema solar y, por lo tanto, el origen de la Tierra. "Nos han enrostrado
—se lamentó Von Braun— que gastamos arriba de 24 mil millones de dólares en los programas espaciales. Es cierto. Lo que yo propongo es que gastemos el doble, y el triple, si con ello averiguamos quiénes somos, de dónde venimos y a dónde iremos a parar nosotros, los humanos".
La exaltación del científico, su júbilo por el éxito de la Apolo 14 llegó a desdeñar, los últimos trabajos soviéticos: "Creo que ahora y para siempre está demostrada la ventaja del empleo del hombre en misiones espaciales. Un robot no es capaz de corregir la orientación de una antena ni puede negarse a ascender a un cerro, aunque sepa que se va a destrozar". En Houston todo es alegría. La primacía que aún mantienen Estados Unidos en materia espacial hace olvidar otros urticantes conflictos. Mientras tanto, los argentinos se preguntan cuál es el nivel que, en materia espacial, alcanzaron las investigaciones en el país. Un amplio y revelador informe, que se publica a partir de la página 22, devela esas incógnitas.
Revista Siete Días Ilustrados
15.02.1971

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