INFORME SOBRE HIPPIES
LA SUPREMACÍA DE LA FLOR
El escritor Hellén Ferro analiza un
movimiento de masas que superó los diez años de vigencia y que
constituye algo más que una simple extravagancia juvenil
Hellén
Ferro es uno de los escritores con los que hay que contar para
descifrar las claves de ciertas corrientes de la literatura argentina
actual. Su obra, de acentuado tono polémico, es mirada con
desconcertado interés por las izquierdas y con cierto recelo por las
derechas (“Posconciliar antes del Concilio”, dice él mismo). Escribió
Los testigos, cuya acción trascurre durante el terremoto de San Juan;
No hay burlas con el Señor, dos enfoques nuevos en torno de la figura
de Juana de Arco; El convento del Cristo de la Humillación, cuentos
basados en las grandes herejías, editados por la Secretaría de Cultura
de la Nación; De noche, hasta el infierno, donde plantea el problema
de comunicación entre el sacerdocio anquilosado y los jóvenes
desprejuiciados de hoy. Ferro acaba de volver a la Argentina tras
cinco años de ausencia, durante los cuales residió en Jerusalén,
Varsovia, Londres, Praga, México. El Cairo, Nueva York y San José de
Costa Rica. En base a la experiencia recogida en esos viajes, SIETE
DÍAS le encomendó este informe sobre uno de los temas que más le
apasionan.
Se ha escrito mucho sobre la generación
hippy y se escribirá mucho más; pero siempre es bueno puntualizar que
la apariencia exterior de unos pocos corresponde con los estados
espirituales de miles de jóvenes disconformes con la institución
familiar o con el stablishment, como se denomina a la actitud de una
sociedad en la cual los jefes políticos o familiares desdicen en los
hechos lo que proclamaron con palabras. Hay más hippies de lo que
podría sospecharse, incluso en nuestro país, donde el movimiento
pareciera radicarse en minorías ligadas a las artes plásticas y
teatros de vanguardia, o deslizarse hacia la violencia juvenil
parauniversitaria. El movimiento hippy tiene caracteres universales,
diferenciados en una gama amplísima que va desde los "guardias rojos"
de Mao humillando al presidente Liu Shao-chi, hasta los cercanos
héroes de Joe, Busco mi destino, El restaurant de Alicia, Hair o Che
Argentina, ¿sos o te hacés?, una comedia representada en el teatrillo
ABC, de Buenos Aires, donde han ido a refugiarse los dispersados pero
muy vigentes jóvenes del Instituto Di Tella.
Nadie sabe con seguridad cuándo apareció y
qué significa exactamente la palabra hippy (hippie, sustantivo; hippy,
adjetivo). Comenzó a emplearse en 1960, con la aparición de los
primeros "descalzos" de Los Angeles (posteriores en un año a los
flowers children de San Francisco), y la opinión más autorizada la
deriva de hipsters, los alegres bebedores de la Beat Generation. Otros
suponen que es una deformación del exclamativo Hep! o que se forma de
la unión de Hi Hi Hurrah! y happy, por lo que significaría algo así
como "el triunfo de los felices”. En el uso corriente, la palabra
equivale' a "inquieto”, por lo que the hippy generation significaría
"la generación inquieta”.
La generación hippy es una reacción contra
el medio burgués y proviene de ese mismo medio. Las clases
privilegiadas miran al fenómeno como una pintoresca manifestación de
una moda juvenil (proliferan en el barrio Norte elegantes boutiques
hippies), en tanto que los muchachos obreros están demasiado ocupados
en problemas económicos para acceder a la complejidad espiritual
hippie, por la que sienten la ancestral desconfianza de la fuerza
frente a la inteligencia. Conviene, para aclarar malentendidos
referidos al "problema hippy”, repasar los fenómenos de reacción de la
clase media contra la sociedad constituida, muy distintos a los de la
lucha proletaria en pos de la equiparación de clases. Son movimientos
simultáneos —que a veces se mezclan—, pero esencialmente distintos. En
lo que va del siglo hubo tres movimientos engendrados por la burguesía
juvenil contra los convencionalismos y el estatismo conservador del
propio medio: La Bohemia (con centro en París), la Lost Generation
(radicada en varias ciudades de América y de Europa) y la Beat
Generation (que abarca a casi todo el mundo occidental). Recordemos,
someramente, sus aspectos destacados:
Bohemia.
Reacción finisecular que a menudo se mezcló a los movimientos
anarquista, y socialista. Características: Rebelión en el terreno de
las artes formales; orgulloso pintoresquismo en el vestido para
disimular la penuria económica; indolencia; pretexto para la explosión
de una sensualidad reprimida por el convencionalismo de una sociedad
dominada por la pacatería y los tabúes clericales (el solitario León
Bloy dijo mucho sobre el desvirtuamiento del verdadero sentido del
catolicismo); resentimiento por el status, social y económico, de los
más ricos (el anarquista despreciaba al bohemio por sus mal
disimulados síntomas de envidia a la prosperidad burguesa). Los
hippies heredan del bohemio la indolencia y la rebelión en el vestir.
Se repite el rechazo de la clase obrera.
Lost Generation.
Scott Fitzgerald representó a la "generación perdida” americana, como
Remarque o Barbusse ilustraron a la alemana y francesa.
Características: Mesianismo; escepticismo ante la condición humana;
compromiso político que buscó un cauce desesperado en las izquierdas.
Se sentían sacrificados por la Primera Guerra Mundial y por los
cambios del sistema capitalista en la sociedad industrial, que los
asfixiaba. Defraudados por el fracaso de la "intelligentzia”, que no
supo impedir la guerra, los "rugientes años 20” expresaban el deseo de
"vivir hoy porque nadie sabe qué pasará mañana”. Pasó otra guerra; y
la Lost Generation americana, mientras se borraban sus equivalentes
europeos con el fracaso del pacifismo y la tentadora oferta de un
credo por las derechas fascistas (la cabeza espiritual será Ezra
Pound), comenzó a influir en la Beat Generation de posguerra, más allá
de las fronteras de los Estados Unidos. El pacifismo de los hippies
deriva de la Lost Generation más que de la resistencia pasiva de
Gandhi; y también cierto menosprecio por la inteligencia puramente
especulativa. De rebote, heredan una especie de aureola intelectual.
Beat Generation. La
"generación golpeada" en Estados Unidos, los existencialistas y los
bloussons noirs en Francia, los young angry men (iracundos) en
Inglaterra, los vitelloni italianos, tuvieron representantes hasta en
Polonia y la Unión Soviética. Características: Abatimiento, el "dejad
hacer que nada vale la pena”; la no participación en la rápida
trasformación de la sociedad industrial en sociedad de consumo;
escepticismo pasivo, físico, político y religioso. Kerouac fue su
adalid en América (como Norman Mailer lo será de los hippies), Osborne
y Sartre en Europa. Bertolt Brecht, Becket y Moravia marcarán el
cambio a los hippies, que hallarán su mejor expresión en el Living
Theater, del que se desprenden las teorías teatrales de Jersy
Grotowski y la comedia musical Hair (pelos).
El beatnik es un autoderrotado que se
escinde de la sociedad a la que no trata de reformar sino en la teoría
de la protesta (la "no participación”), mientras el hippie muestra una
actitud positiva: cree en el hombre y en la posibilidad de mejorar —en
lugar de destruir— la sociedad en que vive. La regla de oro de los
hippies es "no colaborar” (es el simbolismo de los innocuos seat-down,
de las "sentadas”); obstaculizar por cualquier modo. El beatnik es un
inconformista pasivo, no un rebelde: la libertad sexual proclamada por
él no es una conquista sobre las represiones ancestrales —a pesar de
su culto por Freud y la poesía surrealista— sino la liberación o
evasión de una responsabilidad social. La transición de la sociedad
beat a la generación hippy se mostró en dos películas: El salvaje, con
Marlon Brando, y Rebelde sin causa, con James Dean (una describió la
rebelión contra la sociedad, el intento de destrucción ciega de las
normas fijadas por el stablishment; la otra, la rotura del sistema
familiar, acusado de hipocresía y frustración).
MIEDO A LA VEJEZ Y
ENVALENTONAMIENTO JUVENIL
Hay otras similitudes y diferencias entre
los beatniks y los hippies. El beatnik no era nómade, rara vez
cambiaba de escenario. Se autoabastecía en el sitio en que vivía y no
le importaba mendigar, con arrogancia, porque autoabastecimiento y
mendicidad eran para él secuela lógica de la guerra. La pobreza no
representaba una humillación, como durante la bohemia, o una
vergüenza, como en la “generación perdida”. Era una forma de alardear
de menosprecio por los convencionalismos sociales.
Durante el período 1914-18 las mujeres se
independizan y autoabastecen (aparece la “compañera” de lucha y de
trabajo del hombre; el concepto “pareja” se hace más importante que el
concepto piramidal de "familia”). En 1939 los adolescentes ocupan en
las fábricas los mismos puestos que en el 14 ocuparon las mujeres;
aprenden a autoabastecerse y al terminar la contienda no quieren
regresar a la dependencia de los padres, quienes predicaban sin
demasiada severidad y ninguna convicción credos que ya no practicaban
y que mantenían por comodidad burguesa o resabios del miedo ingenuo al
“qué dirán”. La falta de fe civil en los padres, el rompimiento de la
tradición moral y religiosa por parte de las mujeres-camaradas y la
independencia económica de los jóvenes produjeron la crisis familiar,
a la que intensificó la creciente pequeñez de los departamentos (los
chicos fueron testigos y jueces diarios de la conducta de los
mayores). El ateísmo beat fue su consecuencia. La Iglesia los atacó en
nombre y con las armas
de
la moral que menospreciaban. Más cauta se mostró con el paganismo
edénico de los hippies.
Aunque el abate Pierre significó para los
beatniks lo que es hoy Elder Camara para los hippies, pareció que por
falta de buenos pastores los principios religiosos habían caducado
para los jóvenes. Se necesitó que Juan XXIII empujara las renovaciones
del Concilio Ecuménico para que los curas obreros fueran autorizados a
la militancia activa, que ha derivado en el tercermundismo. La
religiosidad latente, y pagana de los hippies, encauzada primero
mediante la introducción de folks y música pop en la misa, ha sido
aprovechada para la propagación del regreso al “Evangelio de los
pobres” por parte de los curas del Tercer Mundo.
A diferencia del beatnik, los hippies
cambian continuamente de escenario; buscan nuevas experiencias que les
ayuden a entenderse y a entender a los demás, y se autoabastecen en
mínima parte con la venta de su artesanía. Rara vez recurren a la
mendicidad, que consideran denigrante para los jóvenes. Su recurso
principal de subsistencia es el producto de un trabajo anterior a su
experiencia de vagabundeo; o un estipendio que reciben de sus padres,
incapaces de dominarlos pero conscientemente ansiosos de no romper el
contacto con sus hijos, eslabón con el mundo del futuro.
El divorcio entre beatniks y hippies se
produjo por causa de una actitud diferente ante la sociedad que ambos
atacaban. El deportivo ejecutivo industrial, sesentón, de corbata
chillona y optimismo vacío (sustituido por el ejecutivo play boy,
cantado por María Elena Walsh), ridículo en su “vejeztud”, confirmó a
los jóvenes en su creencia de que estaban en buen camino al querer
destruir lo existente antes de saber qué construirían en su reemplazo.
El mito de la juventud, instaurado por los ejecutivos norteamericanos,
en un principio no consistió en el actual miedo a los jóvenes sino en
el miedo a la vejez, que significaba la exclusión del engranaje de la
producción capitalista y, por extensión, del mundo de computadoras y
cerebros electrónicos que comenzaba a perfilarse.
Se produce entonces el cambio de la actitud
pasiva a la actitud activa, de los beatniks a los hippies. El miedo a
la vejez de sus mayores envalentonó a los chicos que, a su vez, se
encontraron más solos que nunca al perder la poca confianza que tenían
en “los viejos”. Se unieron entre sí en una comunidad de largas
melenas, a lo Cristo —dispuestos al sacrificio, sacrificados y
sacrificables—, cortando a los grandes, de tal modo, todo vínculo de
penetración a su mundo. Concertaron una sociedad secreta, con un
ideario casi secreto a base de sobreentendidos expresados en una jerga
extraña del más bajo argot monosilábico y de los comics o tiras de
historietas (la filosofía de Charlie Brown y de Mafalda, su
equivalente latino, se convirtió en breviario de
cabecera). Mantuvieron una actitud cada vez
.más reservada, que no explicaban (y se enorgullecían de ello,
burlándose de los esfuerzos sinceros de maestros en los que no
creían), ni podía ser entendida por el resignado núcleo familiar,
acobardado frente a ese muro peligroso, explosivo y cada día más
vanidosamente seguro de sí. El “a lo mejor son ellos los que tienen
razón” fue la frase que acuñó la frustración, el cansancio y la
debilidad de la generación anterior frente a la “seguridad por
ignorancia” de los jóvenes (muy peligrosa a poco que comiencen a dejar
de ser tales). Una de las características más notorias de la
generación hippy es que, al contrario de la generación beat, no admite
a “los grandes” en sus filas, ni siquiera a los vagabundos o a los
antiguos beatniks.
LOS IDEALES
SOSTENIDOS POR LA GENERACION HIPPY
Los postulados de la generación hippy (y
recordemos de nuevo que hay miles de muchachos y chicas que los
comparten sin abandonar sus casas ni vestir en technicolor) pueden
agruparse de la siguiente manera:
1º) Hinduismo, búsqueda yoga de la serenidad
espiritual. Se habló más del gurú contratado por Los Beatles que de
Gandhi, al que apenas recuerdan algunos posters. Fue Nepal (Katmandu)
y no India la meta del peregrinaje hippy. Las drogas abreviaron
—cruelmente— el largo camino de preparación espiritual. Muy pocas
colonias hippies siguieron la línea de pureza de los bonzos de
Vietnam. La resistencia pasiva (las “sentadas”) es más aparente que
real (la violencia activa es ajena al movimiento hippie) y a menudo se
confunde con la indolencia.
2º) Regresión a la vida natural, pagana y
tribal, aunque no con el criterio ingenuamente naturista de los
nudistas de la década del 20. La sensualidad hippie es elaborada y
basada en el culto de los sentidos antes que en el instinto. Muchas
veces, la tan mentada “experiencia” de los jóvenes es sólo un pretexto
para justificar la explosión sexual que convirtió en libertinaje la
liberación de represiones religiosas patrocinada por los discípulos de
Freud y de Marx. El hippie es nómade, pero en pareja. Las formas de
vida tribal, primitiva, como las que se centran en la isla de Ibiza,
son efímeras. La comunicación se efectúa en los caminos y no en las
colonias, algunas vagamente rituales, con un misticismo sensual y
cierto ateísmo espiritual.
3º) Libertad Sexual, sin represiones ni
inhibiciones. Fidelidad a la pareja “mientras dura la pareja”; “juego
limpio" en este sentido. Los intercambios de partenaire, o las
relaciones sexuales en grupo, son ocasionales maneras de afirmar
frente a ellos mismos el tabú de la libertad sexual. El hippy ha caído
en la trampa de la liberación de la libido, que ha creado un tabú
represivo al revés: la obligatoriedad exhibicionista de mostrar el uso
que se hace del sexo. La homosexualidad es tolerada en grupo, como una
forma de “entenderse", pero es tácitamente excluida de la relación
individual de la pareja.
4º) Pacifismo, tolerancia, fe en el hombre.
Es preferible la flor a la piedra, el amor al odio. Antimilitarismo
declarado, piedad por la generación anterior: demasiado tarde para
redimirla. Afirman un concepto genérico: el hombre es bueno; hay que
quitarle sus cadenas (Thoreau y Rousseau dijeron algo al respecto).
5º) Oposición y obstrucción a la sociedad de
consumo, culpable de la deformación e incomunicación del hombre al
crear falsas urgencias y necesidades perentorias. Sustitución de las
viejas normas por nuevas formas de vida que al provocar escándalo
rompan posibles y peligrosos contactos con los viejos “burgueses". Se
trata, pues, de algo más que de la sustitución de una generación por
otra: se trata de modificar la sociedad, volverla más justa. En lugar
de aplicar formas utópicas de gobierno, quieren suprimir las
tergiversaciones existentes e inducir a la tolerancia ideológica.
6º) Culto a la libertad. La vivencia hippy
exige, como a los románticos de mediados del siglo pasado, una
militancia activa: vivir de acuerdo con los nuevos principios y morir,
si es necesario, por el ‘‘compromiso de la libertad”. El Che Guevara
se trasformó en un símbolo y en un mito (del tipo Robin Hood), y el
primer paso de la infiltración marxista en las universidades fue
capitalizar ese romanticismo: deformado el principio de “no
colaboración” y de obstrucción a la sociedad de consumo, los hippies
fueron politizados de acuerdo con una planificación preparada por las
izquierdas, fríamente calculada en su ritmo de crecimiento, desde el
seat-down a las bombas molotov (de combustión espontánea, sin mecha) .
Pero no los hippies trashumantes ni los hippies universitarios
entraron en la lucha de clases. El obrero, como antes los anarquistas
con respecto a los bohemios, rechaza con desconfianza a estos
vergonzantes exponentes de la clase media, bajo cuyo disfraz
revolucionario reconoce al futuro patrón. Sabe, sin leer a Engels, que
la violencia es transitoria y está destinada a afirmar el poder de la
clase que la engendra. La violencia de los hippies politizados está
destinada a afirmar pero a la vez reformar, la clase burguesa, a la
que reingresarán a corto plazo.
A este respecto, caben algunas
observaciones: si se analizan las canciones de protesta, se advierte
que sobre los ritmos vivaces de la música pop, más melódica que la
“golpeada" y ensordecedora de Elvis Presley, el rey del rock de la
época beat (ambas asimilaron definitivamente el jazz de la década del
20), de Woodstock a Avándaro, de Europa a América, las letras son de
un candoroso idealismo romántico, al que sólo el swing de Los Beatles,
cuya fama culmina en 1964, y cierta ironía contra la sociedad de
consumo, salvan de la tarjeta postal finisecular. Las canciones
politizadas —A desalambrar, Comandante Che Guevara— se infiltraron en
los medios universitarios, pero no priman sobre la protesta auténtica
que reclama la reinvidicación espiritual y física del hombre
atormentado por una sociedad de hábitos hipócritas y de innecesarias
urgencias de consumo, engendradoras de stress, “traducido en
agresión". No hay dentro de la canción de protesta, de Joan Baez a Bob
Dylan (cuyo antecedente fue Juliette Greco en la época beat y el gran
Dylan Thomas en la transición beat-hippie), un himno proselitista
como fueron La marsellesa o La internacional, o que tengan la
efectividad bélica de algunas de las canciones de la Guerra Civil
Española (Puente de los franceses...) o de
la Primera Guerra Mundial (Lili Marlene).
Sería interesante una especie de balance que informara contra qué
protestan las canciones de protesta más difundidas: si contra la
opresión que coarta la libertad interior del hombre, o contra
dictaduras hipócritas reemplazables por otras igualmente falaces.
7º) Reingreso a la sociedad. Quizás sea la
característica del movimiento hippie menos señalada y la más
importante de todas. ¿Qué buscan los jóvenes marchándose de sus casas?
Acumular una experiencia propia con la cual regresar después a su
medio para transformarlo mediante el amor sin falsos rubores, la
comprensión tolerante en la convivencia, y una crítica positiva dentro
de una socialización de paridad comunitaria, sin censuras mentales o
estatales, ni trabas de compromiso político. Un ideario que la
violencia puede hacer confundir, momentáneamente, con el anarquismo a
lo Kropotkine. Ya lo dijimos antes pero repitámoslo una vez más: el
ostracismo hippy es transitorio y no permanente como el beatnik. La
actitud espiritual de hippie es siempre positiva y no admite la
violencia, por lo menos en teoría, pues como buen representante de la
clase burguesa no trata de cambiar los regímenes establecidos sino de
modificar las modalidades de esos regímenes en cuanto tienen de
opresores de la libertad física y espiritual del hombre. Su lucha
endereza contra las deformaciones e injusticias sociales acarreadas
por la sociedad de consumo, y no contra una determinada forma de
gobierno (el militarismo y la dictadura son para el hippie formas
exteriores de la degradación de la sociedad de consumo). Las
“colonias” hippies carecen de propósitos políticos definidos. Es
visible, por ejemplo, el cuidado que ponen los chicos en discriminar
el ideario del Libro de Mao (que ahora se dice fue escrito por Lin
Piao) de las tácticas represivas de Mao durante la “revolución
cultural” iniciada en 1966.
CARACTERISTICAS
EXTERIORES Y DEFECTOS DEL GRUPO HIPPY
Las
características exteriores del publicitado grupo visible de la
sociedad hippy son fáciles de identificar.
1º) La indumentaria pintoresca no tiene el
significado de un desdén pasivo, como en la generación beat (donde era
meramente anti-convencional), sino que es una demostración del
voluntario retorno a las fuentes naturales, a la pureza e inocencia de
las primeras tribus. La sociedad de consumo, a través del desaparecido
emporio de Carnaby Street, se vengó de los hippies, obligándoles a
consumir productos elaborados para ellos.
2º) La falta de higiene con que los
anatematiza la pequeña burguesía policial (suciedad significa
potencialidad criminal) es más aparente que real, porque el amor a la
naturaleza, su afán de escandalizar para romper viejas estructuras, la
agresiva y exhibicionista libertad sexual, los llevan a los baños casi
rituales en comunidad, como en los pueblos primitivos, romanos o
medievales (y hoy entre los daneses y japoneses). De estos baños está
excluida la procacidad o la obscenidad. En las ciudades, la suciedad
hippy proviene, muchas veces, de lo precario de sus alojamientos.
Parias voluntarios, son tratados como tales por los dueños de las
miserables habitaciones donde se refugian.
3º) Las melenas masculinas causaron el
espanto de la sociedad burguesa que, finalmente, se tranquilizó con el
uso de las barbas “a lo Jesús”. La policía creyó que rapando a los
chicos podía suprimir su rebeldía interior (de igual modo hubiera
rapado a Napoleón, D’Artagnan o Beethoven) y los trató de
homosexuales, prostitutas y potenciales drogadictos (cuando eran
víctimas de un sistema, no criminales), con lo que creó esa imagen
aprovechada por los “revolucionarios”.
4º) El unisex, mucho más notorio en la alta
moda parisiense a partir de los prét-á-porter de Cardin, responde al
deseo de una condición igualitaria entre hombre y mujer. Por el
contrario, una generación que proclama el amor libre debe saber
distinguir bastante bien uno y otro sexo... El blue-jeans es una
comodidad en el mundo fluyente de las chicas de hoy.
DEFECTOS Y PELIGROS
DE LA SOCIEDAD HIPPY
¿Cuáles son los defectos más visibles le la
sociedad hippy?
1º) La indisciplina anárquica, que a pesar
de la experiencia y maduración adquiridas hará que su readaptación a
la sociedad donde planean reintegrarse sea dificultosa.
2º) Las drogas, infiltradas en sus filas por
la sociedad de consumo, que en teoría las combate. En algún país de
América es “la policía” quien controla el tráfico de marihuana o
mediante coima "hace la vista gorda”, como algunos hippies afirman que
ocurre. Y no falta algún Chico que sostenga de buena fe que la CIA
exporta el papel secante con las gotitas de ácido lisérgico para los
apetecidos y desafiantes "viajes”, o que la heroína y el opio de
Occidente se cultivan en los floridos campos de China Roja.
3º) La renuncia a la maternidad mediante la
“píldora” es otro producto infiltrado en sus filas por la sociedad de
consumo. 4º)
La falta de lazos afectivos durables, principalmente en relación con
los habitantes sedentarios de los sitios por donde pasan estos
nómades, que conspira contra la “comunicación”. El hippy tiene amor
por todos pero sabe, como el gitano, que no debe apegarse a ninguno,
pues se marchará apenas llegado. De esta "incomunicación” afectiva
surgieron en 1967 los intentos de colectividades o “colonias” hippies
desde las que se oponían a las drogas (el alcoholismo fue
menospreciado desde el principio, por contrario a la vida natural) y a
las aberraciones rituales del tipo Manson (desde el punto de vista de
rompimiento contra convencionalismos había curiosas similitudes entre
la “colonia” Manson y la “tribu” Polansky-Sharon Tate).
5º) La incomunicación con la generación
anterior, que los busca porque tienen poder de consumo, poder político
y universitario; y porque representan a una sociedad a la que no
tienen acceso. La adulación a los jóvenes por maestros venales o
padres debilitados trajo como consecuencia la vanidad, la suficiencia
de los jóvenes que se sienten suplicados por quienes desprecian. La
“dictadura de los jóvenes”, de la mano de la violencia, ya desborda el
campo universitario. Los padres, que ayudan pecuniariamente a sus
hijos durante su vagabundaje, no lo hacen sólo por razones
sentimentales, o para revivir en ellos sus propios días de rebeldía
juvenil, sino también por complejo de culpa de una generación
fracasada en el gobierno del mundo; y por temor a quedarse rezagados,
por no comprender a la juventud (lo que es sinónimo de vejez), en una
sociedad cuyos controles están perdiendo.
LA PENETRACION HIPPY
EN LA SOCIEDAD DE CONSUMO
Si la sociedad de consumo se infiltró en las
filas del ideario hippy fabricándoles ropas y “píldoras”, o drogas,
basta con echar un vistazo a cualquier tienda elegante o bar de “high
executives” para comprobar cómo, de alguna manera, todos nos hemos
vuelto un poco hippies. En la moda de los señores "serios”, a través
del ejecutivo del club de las “conejitas”, se impuso la melena (pero
no la barba), las camisas psicodélicas desprendidas hasta el tercer
botón, los pantalones con rayas inspiradas en los cofines de colchones
de nuestra infancia. Pero tomando en conjunto la trasformación de la
moda —los detalles y modalidades de la misma pueden ser transitorios—,
lo importante es que los atuendos gitanos, del año 20, y actualmente
del 33, no solamente han influido en la destrucción de “una sola
línea” en la moda masculina y femenina (ahora “todo vale” menos el
uniforme impuesto por los grandes modistos) sino que, en el caso de
los hombres, ha permitido la liberación de color. Ninguno de nosotros
se hubiera atrevido, en el largo período de los ambos grises y los
trajes azul-marino “para la noche”, a ponerse una corbata o una camisa
de un color no admitido. Complejos de virilidad se hubieran mezclado a
la repulsa social.
Y si en las artes —el culto del "objeto” y
del poster como manifestación estética—, en las modas o en el
espectáculo se advierte sin mayor esfuerzo la penetración hippie en la
sociedad capitalista, es en los aspectos interiores de ésta donde la
influencia es más honda y definitiva. La libertad sexual de las
mujeres "libres” de una década atrás es admitida casi sin menoscabo
por la mayoría de las chicas de hoy. Esa libertad asombra a los mismos
jóvenes frente a las generaciones que les siguen: los chicos de
dieciséis años son más libres que los de veinte. La emulación, el no
pasar por antiguos, tiene mucho que ver en estos cambios de la actitud
de la sociedad que hace veinte años todavía miraba con cierto
resquemor a una mujer “separada” y consideraba fácil a una divorciada.
La liberación sexual puede ser un triunfo de los analistas; la
explosión sexual es una consecuencia de las actitudes hippies
recogidas por el cine erótico, que se atreve a filmar, con resabios
hipócritas, relaciones sexuales en grupo, como en Ted & Alice & Bob &
Carol.
LA MADUREZ DE LOS HIPPIES
Para muchos, el movimiento hippie pareciera
que se ha desvirtuado, corrompido, politizado y que está en vías de
disolverse. Otros, por el contrario, opinan que es hoy cuando toma
rumbos más definidos, superando etapas de tanteo y descarte: los
hippies actuales, incluso los que se dejaron tentar por la violencia,
encuentran en el “tercer mundo” un camino para el servicio activo
social. Oponiendo la flor a la piedra comienzan a crear en las
universidades la conciencia de la necesidad de volver a estudiar para
lograr una mejor capacitación que les permita la trasformación de las
injusticias sociales. No es difícil advertir los primeros síntomas de
cambio de actitud en el sector científico y técnico profesional. La
violencia comienza a escindirse del medio universitario para pasar al
campo revolucionario real, que abarca a las tres clases sociales. No
en vano ha pasado el tiempo y aunque un sonriente espejismo devuelva
la imagen veinteañera de los hippies, la verdad es que las
generaciones se han sucedido unas a otras. Los molinos de Dios muelen
lento pero seguro. Los hippies de 1960 tienen hoy 30 años y no han
sido abatidos ni por las drogas ni por el marxismo o la violencia. Su
actitud más madura y menos estruendosa continúa siendo positiva.
Muchos han regresado a la sociedad después de su “experiencia” por los
caminos, y en diez años más es posible que rijan los últimos destellos
de la sociedad de consumo. Valía la pena saber qué piensan y hacia
dónde se dirigen, aunque no sepan todavía qué quieren.
Los Beatles ya no existen, la generación
hippy madura al borde de la era espacial; y a ella lleva la
experiencia de su vagabundeo. Si el lema de la sociedad de consumo
estuvo sintetizado en el slogan de una tienda neoyorquina (“Si no sabe
lo que quiere entre, que nosotros lo tenemos”), el lema de la sociedad
hippie podría formularse así: "Si sabe lo que quiere, no intente
imponerlo a los demás; pero haga por los demás lo que los otros no
supieron hacer por usted”. Y éste es el propósito de la sociedad
electrónica, que ya ha comenzado a regir el futuro.
Revista Siete Días
Ilustrados
20.03.1972
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