Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

A tabú muerto, tabú puesto
Das Berührungsverbot (La prohibición de tocar), por Gisela Elsner.
Rowohlt Verlag, Hamburgo, 1970. 264 páginas.
gisela elsnerDesde que alcanzó notoriedad internacional con el Premio Formentor de 1964, Gisela Elsner (nacida en 1937) ha edificado su propia imagen de autora belicosa. Sus dos novelas anteriores — Die Riesenzwerge (Los enanos gigantes) y Der Nachwuchs (El retoño)— la habían consagrado como una mordaz entomóloga aplicada a disecar la enmohecida mentalidad burguesa, tal como se manifiesta en la Europa de la integración económica y el accesible bienestar. La tercera novela de la Elsner tiene todo en común con las anteriores, y al mismo tiempo nada; más bien, es como si la misma mirada se hubiese aplicado a una superficie diferente, pero sostenida por fundamentos iguales.
Los inconfundibles, largos, inconclusos períodos están presentes, ricamente estructurados; el estilo áspero, la lentitud por momentos exasperante ("tan insignificante como si fuera a extinguirse”, dice ella misma del estilo narrativo de uno de sus personajes). También, esa malicia sarcástica, que la hizo llamar "humorista de lo monstruoso manifestado en lo cotidiano” por Hans Magnus Enzensberger. La diferencia con los relatos anteriores está en una aproximación mayor a la realidad inmediata, reconocible, de la Alemania Federal de fines de los años 60. No aparecen los metafóricos "enanos gigantes”. Sí, en cambio, el Eros Center de Hamburgo, el periódico Las noticias de St. Pauli, los "pomofilms” de Alois Brummer, los miles de clientes de Beate Uhse (fundadora y gerente de una respetable cadena de supermercados de erotismo, donde pueden adquirirse desde materiales gráficos hasta los más serviciales adminículos para favorecer, o perfeccionar, el placer).
De algún modo, Los enanos gigantes y El retoño eran esperpentos, horrendas fantasías, exageraciones espantosas pero neutralizadas por su identidad estética, por asumir esa condición verbal de esperpentos. La prohibición de tocar, en cambio, procura arremeter contra el lector, constituirse en un ejemplo de literatura entendida como provocación. Su tema está en el título: el viejísimo tabú del "no me toques”, solamente reducido por las necesidades y apetitos sexuales. La Elsner detecta y descubre sus manifestaciones, a menudo disfrazadas de su polo opuesto, en la vida de un grupo de gente de hoy.
Cinco hombres jóvenes, uno de ellos todavía estudiante: un círculo de amigos íntimos, con mujeres e hijos, padres y suegros, todos burócratas "en buena posición”, tres de ellos colegas en la misma oficina.
Desde luego que ninguno se cree burgués aunque todos provengan de buenas familias. Pero el más joven se casa con la hija de un panadero. Es "la mancha de tuco” del círculo, tan desprejuiciado y liberal. La que más lo siente es la mujer: "Su origen humilde pesaba sobre ella como el pecado original en un creyente”. La vida cotidiana de estas figuras exhibe una epidermis casi naturalista que, si se la mira atentamente, no es menos monstruosa que "los enanos gigantes” o el adolescente caricaturesco, el "retoño” donde se encarnan inapelablemente, todas las taras pacientemente disimuladas de los padres. La pesadilla de las novelas anteriores era real, la realidad de esta novela es una pesadilla.
La vida sexual de esta burguesía ilustra la censura que la rige: el sexo resulta insuficiente porque la "prohibición de tocar” es más fuerte y ha moldeado hondamente a todos los personajes: inseguros, tímidos, vergonzantes. Y sobre ellos sopla, con todas las luces encendidas, la sexwelle, la ola de erotismo abierto que en las sociedades opulentas atestigua, más que promueve, la caída de los tabúes, aunque no impida su reemplazo por otros más sutiles.
La "ola de sexo” agita sólo la superficie. No opera ningún cambio en las profundidades. Idéntica permanece la mentalidad de los personajes, que puede asomarse a una libertad que creen absoluta pero al final sólo quedan con un poco de vergüenza. La comedia grotesca de una burguesía que se ignora, se convierte insensiblemente en una representación pobre, chata; en sus actores surge un móvil único: la malicia más vulgar. Desnudándolos a distancia por el lenguaje, Gisela Elsner sonríe. ♦
O.C.V.
Revista Panorama
22.12.1970

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