Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

arturo jauretche
Jauretche: Todo lo visto y lo leído
“De memoria’’ — Pantalones cortos, por Arturo Jauretche, Peña Lillo, Buenos Aires, 1972, 264 páginas.
Pocas veces, como en este caso, se tiene la sensación de que cuando se lee un hombre habla. Sólo Lucio Mansilla, en sus Causeries, dio a las letras argentinas un sabor semejante, en el que el rumor de una conversación incansable se adosa a la tipografía, misteriosamente. Por eso, 'Pantalones cortos' es un libro que se escucha. Importa muy poco que Jauretche, a menudo, se vaya por las ramas. Un aparte del memorioso es tan amplio y tan sugestivo como cada episodio de este libro de memorias, que no tiene otra ley que la evocación.
Jauretche es un hombre que ni pintado para este género. Muy zorro, muy curioso, ha mirado siempre la vida cotidiana con una dedicación y un amor poco comunes, y en ella ha visto las fuerzas económicas y políticas del país, de las que da una imagen viva. En la introducción afirma: “He preferido a la minuciosidad precisa del dato, la sugestión un poco indeterminada de los hechos, según se difuminan en el tiempo”. Y, más adelante: “Estos recuerdos me han sido pedidos particularmente por jóvenes deseosos de tener una imagen viva de un pasado cercano que la velocidad de los cambios aleja, como si estuviéramos frente a un reloj de aceleración cada día más intensa. Parece que tienen urgencia por conocer el pasado inmediato y que ya les resulta muy lejano, pero no lo suficientemente como para que esté escrito”.
Y de eso se trata en este libro, de dar testimonio vivo y desordenado de la primera y segunda infancias de Jauretche hasta, aproximadamente, el año 1913, Pero es el recuerdo de un hombre político, de un nacionalista adherido al movimiento peronista y por eso su visión anecdótica, narrativa, es también una visión militante que no desdeña aludir a ideas obviamente posteriores, a su niñez. Cuando refiere la historia de las Casas de Ramos Generales —grandes almacenes de principios del siglo— describe el papel que cumplieron como “bancos” de la economía chacarera hasta cuando “esto terminó con la política bancaria de Miguel Miranda y sólo desde el peronismo el productor rural del campo —no el de la ciudad— pudo llegar directamente a la promoción bancaria”.
Esos primeros años de la centuria en el pueblo de Lincoln —donde Jauretche nació— trascurren en estas páginas en haces dispersos, y el autor no tiene ningún empacho en saltar de la deliciosa historia del globo de los Simbarini a las anécdotas que le proporciona el teodolito, o los viajantes de comercio, o los status por nacionalidades de inmigrantes. Al respecto refiere: “Una noche en Avellaneda la policía allanó una timba; todos huyeron menos tres que fueron llevados a la comisaría. Hacía frío y por eso el oficial de guardia los dejó en su oficina esperando la llegada del comisario que andaba de recorrida. Cuando el comisario llegó, ahí mismo, en la oficina, empezó el interrogatorio. «Vos —le preguntó al que estaba más cerca—, ¿cómo te llamás?» «Martín Echenagucía —contestó el interpelado.» «¿Vasco español? Buena gente —agregó el comisario—. Andate nomás.» Y tocó la salida. Llamó al próximo y le preguntó el nombre. «Juan Caracotche —contestó.» Y el comisario comentó: «Vasco francés, buena gente». Y ordenó la libertad. Se adelantó el tercero y no esperó la pregunta. Dijo, presentándose: «José Travallini, vasco italiano ...» Vaciló el comisario, enseguida sonrió y lo puso en libertad. Pero por gracioso, no por racismo”.
Pantalones cortos es un libro generoso con este procedimiento de contar un cuentito y hacer una reflexión, o de hacer una observación e ilustrarla con la anécdota. Así, Jauretche —quien también hubiera quedado libre en esa comisaría— hace entradoras sus memorias, de tal modo que el desaliño y la dispersión importan tan poco como en una charla de café o en una rueda de mate. No hace falta adherirse a todos sus puntos de vista para admitir el encanto y la veracidad de los hechos que narra, la fascinación de su testimonio invalorable, a través del cual —cuando aparezcan Los años mozos (I) y Los años altos (II)— quedará registrada con su óptica, casi la mitad de la historia del país, narrada por un hombre atento a su curso.
Jauretche niega en la introducción ser un hombre importante, y afirma haber escrito su libro desde el punto de vista del hombre corriente. Haberlo hecho no es su menor mérito.
J. di P. (infiero, por las iniciales, que se trata de Jorge di Paola)
Revista Panorama
11.01.1973

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