POR LAS PLAYAS
DE LA DIVAGACION
La rebelión antipoder,
por León Pérez. Editorial Galerna, 157 páginas.
Los hippies, por
Michel Lancelot. Emecé Editores, 257 páginas.
Ambos trabajos están
emparentados en dos sentidos: su intento de
explicar las insurrecciones juveniles de la última
década y una implacable superficialidad. Que los
jóvenes terrestres están en franca rebelión contra
las pautas establecidas por la sociedad, ya no es
novedoso. Hace varios años descartaron la náusea
existencialista y las actitudes pasivas para
atacar frontalmente las costumbres de sus mayores.
Europa, Estados Unidos, América latina y Asia han
sido testigos de monumentales revueltas que en
algunos casos (mayo 1968, Francia) casi provocan
la caída del Establishment. La remota generación
de posguerra que en el caso norteamericano fue
rotulada por Time como generación silenciosa, ha
pasado al olvido. Hoy —en todas partes— los
jóvenes participan de un creciente estado de
rebelión, política y cultural. Se trate de
minorías o mayorías no disimula el modo radical en
que rechazan el statu quo social. Algunos autores
buscan explicar los motivos de tanta energía
insurrecta.
El texto de Pérez, un
argentino, intenta ver al inconformismo mediante
la consideración sociopolítica y el análisis
psicológico. No obstante, se queda en la mera
enumeración de algunas características de la
rebelión e intenta —vanamente— reforzarla con
fatigosas citas y opiniones ajenas. Pérez no ha
estudiado el tema in situ, no ha profundizado los
conflictos que analiza, se basa en enfoques
realizados por otros y en recortes periodísticos.
La "rebelión antipoder", resumida hasta el éxtasis
por Cohn-Bendit o Dutschke, no es siquiera tomada
en cuenta. Las raíces del descontento estudiantil
aparecen como algo distante, anecdótico. El resto
es una divagación de carácter ético que propone a
los rebeldes como "positivos" o "negativos", según
posean o no una ideología de cambio. De este modo,
la presunta tarea del estudioso —analizar a fondo
las rebeldías— se disfraza de trascendencia y
culmina en una vaga moralina a propósito de este
tema, poco conocido por Pérez y a la vez manoseado
improductivamente.
El autor no ha
percibido en absoluto la magnitud de ciertas
rebeliones, lo cual se nota demasiado en sus
reflexiones sobre los insurrectos de larga melena.
"Los hippies no amenazan el orden; las guerrillas,
sí." Ignora que actualmente, en una corte de
Chicago, Abbie Hoffman (un cabecilla del
movimiento yippie, heredero politizado de los
hippies desde 1967) es procesado por conspiración
antigubernamental. Los hippies que Pérez explica
infructuosamente no existen. Y los esquemas
"izquierdistas" convocados para el diagnóstico
final fallan por perimidos.
El caso de Lancelot es
aún más descorazonador parte de ello debido a una
trampa de los editores: en el original francés su
libro no lleva el título que ha recibido aquí,
sino Quiero ver a Dios de frente. Se trata de una
parcial crónica sobre los hippies que han hecho
uso del LSD para el viaje lisérgico (no más de un
35 % de las tribus norteamericanas). Concebida
como una encuesta, su obra intenta estudiar las
conexiones entre la experiencia mística (el autor
es católico) y la aventura psicodélica.
Lancelot viajó por
Estados Unidos, descartó frívolamente Nueva York y
sé zambulló en el Flower Power californiano. Salvo
un par de visitas a tribus respetables, el resto
de su periplo —se nota demasiado— tuvo lugar en
torno a hippies de plástico, o sea, los
disfrazados como tales y no los verdaderos
protagonistas del fenómeno. El único protagonista
genuino de su libro es Timothy Leary, profeta del
LSD. Página tras página el ácido lisérgico aparece
como tópico central, y dado que Lancelot se siente
desprovisto de materias primas, revisa los viajes
de Aldous Huxley por el territorio de la
alucinación o la historia de la ciudad de San
Francisco. Pero de manera alguna explica la
ceremonia psicodélica en su real dimensión. Al
tedio general contribuye la abúlica traducción
realizada por Magdalena Ruiz.
Es muy evidente que
Lancelot también ha completado su información con
recortes de diarios, lo cual lo lleva a errores
garrafales como atribuir a Norman Mailer la
jefatura de línea de los beatniks, canonizar al
santón Meher Baba o llamar herederos de los
hippies a los freebies, efímero invento de un
cronista californiano.
Pérez y Lancelot no se
han enterado de algunas mutaciones
trascendentales. La famosa Marcha sobre el
Pentágono en 1967 y la Anticonvención de Chicago
en 1968 modificaron radicalmente la estructura de
lo que se ha dado por llamar hippies. Medio millón
de jóvenes demostraron el año pasado, durante el
Festival de Woodstock, que al margen de la
sociedad tradicional se está desarrollando una
nueva cultura que no puede ser explicada mediante
los esquemas habituales. Lo demás, en páginas de
libros como los aquí referidos, son un fatigante
turismo por las playas de la divagación.
M. G.
**.*.*.*
Un brasileño
en París
Celso Furtado: La
economía latinoamericana desde la conquista
ibérica hasta la Revolución Cubana - Editorial
Universitaria (Santiago de Chile), 311 págs.
Celso Furtado perdió
la ciudadanía brasileña tan pronto el régimen
revolucionario de su país institucionalizó este
sistema de depuración política. Ahora, en París,
ejerce la cátedra y describe el proceso económico
de las naciones latinoamericanas.
En "La Economía
Latinoamericana", un didáctico manual, su
izquierdismo ideológico y su integracionismo
continental ceden a un pujante nacionalismo
realista.
En su interpretación,
el proceso integracionista no debe derivar hacia
la liberalización del comercio. El riesgo
consistiría en trasladar los centros de decisión
de las naciones a los consorcios. A esta lúcida
reflexión, siguen imprevistas conclusiones. A su
juicio, tal riesgo es menor cuando se trata de
crear un sistema económico regional. Es decir,
trasladando la integración de lo comercial al
campo de la producción. El proyecto regional es
necesario para replantear las relaciones
latinoamericanas con los Estados Unidos y, sobre
todo, con los consorcios internacionales. Las
ventajas de tal tipo de integración son las ya
conocidas (economía de escala, localización
adecuada, etc.). El inconveniente radica en la
planificación de esta nueva división internacional
del trabajo. "En consecuencia —dice— cabe admitir
que los progresos del llamado movimiento
integracionista continuarán siendo lentos y las
decepciones frecuentes." Para la actual doctrina
argentina, la planificación debe orientarse hacia
la integración nacional, como paso previo a toda
otra tentativa regional. Los hechos vienen a
mostrar hasta qué punto no se trata sólo de
afirmaciones doctrinarias, sino de realidades muy
contundentes. El caso de la industria automotriz
podría servir de ejemplo. La Argentina alcanzó a
integrarla (95 % es nacional) y desenvolverla en
alto grado (se encuentra ya entre las diez
primeras industrias automotrices del mundo). Ahora
la propuesta regionalista avanza hacia su
disociación para horizontalizar la integración. A
los consorcios les interesa que naciones de
mercado pequeño y con un comercio exterior
estrangulado intervengan en la fabricación de
partes. A la Argentina, en cambio, le interesa, en
primer término, mantener a la industria integrada.
Para evitar precisamente, el riesgo que apunta C.
F. en el aspecto comercial: que el centro de
decisión pase de la nación a las corporaciones. El
trabajo, que es eficaz carta de presentación para
los estudiosos fuera del continente, es también
guía de interpretación para nacionales, con juicio
crítico, por supuesto.
..*.*.*.
La Argentina
invisible
El compromiso
argentino, por Julio Gottheil. Editorial Paidós,
Biblioteca de Psicología Social y Sociología,
Serie Menor, N9 19, 1969, 175 páginas.
Este ensayo se suma a
la literatura, ya muy abundante, sobre los
problemas sociales, económicos y políticos que
afligen a la Argentina. Gottheil ha querido
abarcar con extrema concisión el mayor número de
factores determinantes de la crisis. De ahí que en
su libro triunfe muchas veces el apunte fugaz por
sobre el análisis detallado. El autor pertenece a
esa fracción de argentinos que quiere la
modernización basada en el estudio científico de
los problemas y llevada a cabo por políticos sin
ideología partidista.
Un libro que maneja
infinidad de problemas no se deja resumir
fácilmente; sobre todo porque él mismo se ofrece
ante todo como resumen. Es justo destacar análisis
penetrantes e inteligentes, como el de la familia
argentina (páginas 56-59) o la descripción feliz
de algunos aspectos de la crisis institucional
(páginas 73 y siguientes). Hay temas, sin embargo,
cuya reiteración revela la importancia que les
acuerda el autor. Por ejemplo: el de la educación.
Gottheil denuncia nuestro injustificado optimismo
acerca del grado de alfabetización de los
argentinos y el terrible problema de la deserción
en todos los niveles de la educación. En el fondo
de sus reflexiones opera el deseo de resolver las
frustraciones vocacionales que asedian a los
argentinos e impiden su fecunda articulación con
la sociedad. Pero también está presente una
política de alcance muy amplio y que Réynaud
sintetizó así: "En un período largo, el nivel
mental es el que determina el ritmo del progreso".
También preocupa a Gottheil la integración
latinoamericana: si la Argentina no asume el
problema por las astas será imposible una
industria pesada por falta de mercado, los
artículos mexicanos y brasileños nos derrotarán en
la competencia de precios y, finalmente, si la
inercia domina a toda Latinoamérica, las empresas
americanas, europeas y japonesas serán las únicas
beneficiarías de la integración.
Entre los valores
básicos que el pueblo argentino considera como
verdaderas conquistas y por lo tanto deben ser
tenidos en cuenta para cualquier posible salida
del marasmo, Gottheil enumera: 1) la libertad
política, el respeto a la persona y el derecho a
elegir representantes; 2) la justicia social; 3)
la vocación por el desarrollo económico; 4) el
acceso a la educación y a la cultura; 5) la
racionalidad en la toma de decisiones. Este último
factor, que es el más incipiente, reviste a los
ojos de Gottheil una importancia decisiva. Como
síntomas alentadores señala el manejo de la
economía argentina según informaciones ciertas y
presentadas estadísticamente; el funcionamiento
crecientemente despersonalizado de empresas
rurales e industriales en que los técnicos, más
que los dueños del capital, son los que adoptan
las decisiones, lo que va constituyendo una clase
empresarial dirigente; por último, la creación de
centros de estudio e investigación en sociología y
economía.
El diagnóstico de la
situación, la necesidad de un cambio global no son
el cambio mismo. Este debe ser obra de los
políticos. ¿Qué deben hacer los políticos?
Gottheil asegura que la capacidad de conducción de
los políticos argentinos es promisoria; su defecto
radicaría en que aún no han comprendido la
necesidad de adoptar racionalmente sus decisiones.
Su misión sería entonces "lograr la adhesión
emocional del pueblo para la racionalidad" (pág.
29). Aquí aparece el perfil utópico del
pensamiento de Gottheil y la ideología subyacente
a todo el trabajo. La crítica que ha practicado de
los partidos políticos tradicionales (pág, 79) no
deja lugar a mucha esperanza. A su juicio nuestros
políticos tienen una marcada inclinación a
defender situaciones personales de poder. En ese
caso, ¿qué cabe esperar de ellos? Aun cuando
Gottheil no es muy explícito, parecería concebir a
los políticos como intermediarios entre el pueblo
y los tecnócratas. Estos serían los encargados de
trasferir las técnicas racionales de conducción
empresarial a la esfera del poder político. Platón
trató de pensar algo similar en su República. Sólo
que ahora la racionalidad no está en la filosofía,
sino en el manejo despersonalizado del mundo de
los negocios. La conducción empresarial es, para
algunos, la metafísica de nuestro tiempo. De todos
modos es difícil que los políticos cedan sus
prerrogativas a este estamento sin enlace con el
pueblo.
E. de O.
**.*.*.*
El otoño del
patriarca y otras estaciones
En su escritorio,
junto a abrumadora cantidad de libros que
coexisten pacíficamente a pesar de provenir de
diferentes lenguas y dominios dispares, Francisco
Porrúa, asesar de la editorial Sudamericana, tiene
buenas razones para suponer que el año 1969 fue
espléndido y generoso, y que 1970 lo será más aún.
En una pequeña biblioteca, en su oficina de la
calle Humberto Iº, dos fotografías —de Julio
Cortázar y Gabriel García Márquez —rompen la
monotonía de gastados volúmenes. El escritor
argentino y el colombiano, justamente, serán dos
cuñas esenciales para apuntalar el plan editorial
de Sudamericana para este año.
En septiembre,
aproximadamente, García Márquez enviará desde
Barcelona los originales de El otoño del
patriarca, alucinante novela que relata la
historia de un dictador de 240 años de edad, que
ya no recuerda cómo llegó al poder, ni su vida, ni
su nombre, y vagamente intuye quién es, entre el
torbellino inapresable de su memoria. Cortázar, en
cambio, no deparará tales prodigios de la
imaginación. Ofrecerá una edición de todos sus
cuentos, reordenados por él mismo, denominada
Relatos, y un libro, sin título todavía, que
recogerá unas fotografías que tomó de las
construcciones utilizadas antiguamente en la India
para determinar el movimiento de los astros, con
textos que las explican o las revelan (es de
esperar que no las ¡lustren).
"El plan editorial de
1970 no va a diferir del de 1969, salvo en una
cosa: se va a demostrar mayor interés todavía en
la narrativa latinoamericana —señala Porrúa—. Y
nuestro interés responde a una expectativa del
mercado: cada vez se leen más novelas
latinoamericanas y menos las europeas. Una
editorial puede determinar sobre la publicación de
un libro pero no puede dirigir los gustos del
lector. Nosotros no menospreciamos a la
novelística europea actual, pero evidentemente no
vende como antes. Las editoriales norteamericanas
o Inglesas, por ejemplo, tienen muy claras sus
limitaciones para influir en forma directa: sólo
gastan especialmente en la publicidad de un libro
cuando ya se ha vendido mucho. Nosotros tenemos
una actitud parecida."
Polis Puercón (segunda
parte del ciclo narrativo El sueño de la razón),
de Héctor A. Murena; Tres, cuatro, cinco patas de
gato, de Juan Carlos Durán; Antígona Vélez y Las
tres caras de Venus, dos obras de teatro de
Leopoldo Marechal; Cuentos completos, del chileno
Manuel Rojas; El valle de las hamacas, del
salvadoreño Manilo Argueta; Las celebraciones,
primera novela del chileno Antonio Skarmeta, autor
de Desnudo en el tejado, premio Casa de las
Américas 1968; una selección de cuentos del cubano
Virgilio Piñera, ordenada y prologada por José
Bianco; Hijos del orden, la novela del peruano
Luis Urteaga Cabrera, primer premio del concurso
Primera Plana-Sudamericana; Nueva biografía del
Caribe, de Germán Arciniegas; La casa en la
oscuridad y Lazos de familia, de la brasileña
Clarice Lispector, son algunos de los tramos de la
escalada propuesta por Sudamericana para imponer
definitivamente en el mercado del libro argentino
la literatura latinoamericana. Escalada a la que
se agrega Silvina Bullrich con una nueva novela,
con título significativo: Soy un monstruo sagrado.
En 1969, la lista de
best-seller de Sudamericana arrojó cifras que
respaldan el tan mencionado boom de la novela
latinoamericana. Boquitas pintadas, de Manuel Puig
(60 mil ejemplares), la reedición de la primera
novela de García Márquez, La hojarasca (40 mil),
Heroína, de Emilio Rodrigué (15 mil) y Sagrado, de
Tomás Eloy Martínez (5 mil), así lo testimonian,
ya que salvo Los norteamericanos, de Roger
Peyrefitte, ningún libro traducido alcanzó las
cifras de Boquitas o de Hojarasca. Sin embargo, la
literatura europea y la norteamericana no estarán
ausentes en 1970: Una muerte en la familia, de
James Agee; Z, del griego Vassilis Vassilikós;
Teorema, de Pier-Paolo Pasolini; Nueve cuentos, de
J. D. Salinger; Tune, de Lawrence Durrell, y El
fin del camino, de John Barth, son sólo algunos de
los títulos que Sudamericana publicará este año,
para homenajear a las ficciones escritas en lengua
extranjera.
Ediciones Minotauro,
editorial asociada a Sudamericana y dirigida por
Porrúa, también rendirá homenaje a los algo
olvidados idiomas foráneos, con las siguientes
publicaciones: El país de octubre y La feria de
las tinieblas, de Ray Bradbury, La sequía, El
mundo de cristal, El hombre imposible y Las voces
del tiempo, de Jean Ballard, El hombre en el
castillo, de Phillip Cadick, y El tiempo cero, de
Italo Calvino, entre otras. Porrúa, además,
acaricia un proyecto que sólo puede denominarse
como fascinante: la publicación en castellano de
la revista New Worlds, dirigida por Michael
Moorcock, que revolucionó la literatura de
anticipación con un simple razonamiento; un
escritor que se proyecta en el futuro
necesariamente debe encontrar un lenguaje
revolucionario, un idioma tan violento como los
cambios que deparará el futuro.
Revista Panorama
enero 20, 1970
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