Libros
La rebelión antipoder, por León Pérez
Los hippies, por Michel Lancelot
Celso Furtado: La economía latinoamericana desde la conquista ibérica hasta la Revolución Cubana
El compromiso argentino, por Julio Gottheil
El otoño del patriarca y otras estaciones (comentarios)

POR LAS PLAYAS DE LA DIVAGACION
La rebelión antipoder, por León Pérez. Editorial Galerna, 157 páginas.
Los hippies, por Michel Lancelot. Emecé Editores, 257 páginas.
Ambos trabajos están emparentados en dos sentidos: su intento de explicar las insurrecciones juveniles de la última década y una implacable superficialidad. Que los jóvenes terrestres están en franca rebelión contra las pautas establecidas por la sociedad, ya no es novedoso. Hace varios años descartaron la náusea existencialista y las actitudes pasivas para atacar frontalmente las costumbres de sus mayores. Europa, Estados Unidos, América latina y Asia han sido testigos de monumentales revueltas que en algunos casos (mayo 1968, Francia) casi provocan la caída del Establishment. La remota generación de posguerra que en el caso norteamericano fue rotulada por Time como generación silenciosa, ha pasado al olvido. Hoy —en todas partes— los jóvenes participan de un creciente estado de rebelión, política y cultural. Se trate de minorías o mayorías no disimula el modo radical en que rechazan el statu quo social. Algunos autores buscan explicar los motivos de tanta energía insurrecta.
El texto de Pérez, un argentino, intenta ver al inconformismo mediante la consideración sociopolítica y el análisis psicológico. No obstante, se queda en la mera enumeración de algunas características de la rebelión e intenta —vanamente— reforzarla con fatigosas citas y opiniones ajenas. Pérez no ha estudiado el tema in situ, no ha profundizado los conflictos que analiza, se basa en enfoques realizados por otros y en recortes periodísticos. La "rebelión antipoder", resumida hasta el éxtasis por Cohn-Bendit o Dutschke, no es siquiera tomada en cuenta. Las raíces del descontento estudiantil aparecen como algo distante, anecdótico. El resto es una divagación de carácter ético que propone a los rebeldes como "positivos" o "negativos", según posean o no una ideología de cambio. De este modo, la presunta tarea del estudioso —analizar a fondo las rebeldías— se disfraza de trascendencia y culmina en una vaga moralina a propósito de este tema, poco conocido por Pérez y a la vez manoseado improductivamente.
El autor no ha percibido en absoluto la magnitud de ciertas rebeliones, lo cual se nota demasiado en sus reflexiones sobre los insurrectos de larga melena. "Los hippies no amenazan el orden; las guerrillas, sí." Ignora que actualmente, en una corte de Chicago, Abbie Hoffman (un cabecilla del movimiento yippie, heredero politizado de los hippies desde 1967) es procesado por conspiración antigubernamental. Los hippies que Pérez explica infructuosamente no existen. Y los esquemas "izquierdistas" convocados para el diagnóstico final fallan por perimidos.
El caso de Lancelot es aún más descorazonador parte de ello debido a una trampa de los editores: en el original francés su libro no lleva el título que ha recibido aquí, sino Quiero ver a Dios de frente. Se trata de una parcial crónica sobre los hippies que han hecho uso del LSD para el viaje lisérgico (no más de un 35 % de las tribus norteamericanas). Concebida como una encuesta, su obra intenta estudiar las conexiones entre la experiencia mística (el autor es católico) y la aventura psicodélica.
Lancelot viajó por Estados Unidos, descartó frívolamente Nueva York y sé zambulló en el Flower Power californiano. Salvo un par de visitas a tribus respetables, el resto de su periplo —se nota demasiado— tuvo lugar en torno a hippies de plástico, o sea, los disfrazados como tales y no los verdaderos protagonistas del fenómeno. El único protagonista genuino de su libro es Timothy Leary, profeta del LSD. Página tras página el ácido lisérgico aparece como tópico central, y dado que Lancelot se siente desprovisto de materias primas, revisa los viajes de Aldous Huxley por el territorio de la alucinación o la historia de la ciudad de San Francisco. Pero de manera alguna explica la ceremonia psicodélica en su real dimensión. Al tedio general contribuye la abúlica traducción realizada por Magdalena Ruiz.
Es muy evidente que Lancelot también ha completado su información con recortes de diarios, lo cual lo lleva a errores garrafales como atribuir a Norman Mailer la jefatura de línea de los beatniks, canonizar al santón Meher Baba o llamar herederos de los hippies a los freebies, efímero invento de un cronista californiano.
Pérez y Lancelot no se han enterado de algunas mutaciones trascendentales. La famosa Marcha sobre el Pentágono en 1967 y la Anticonvención de Chicago en 1968 modificaron radicalmente la estructura de lo que se ha dado por llamar hippies. Medio millón de jóvenes demostraron el año pasado, durante el Festival de Woodstock, que al margen de la sociedad tradicional se está desarrollando una nueva cultura que no puede ser explicada mediante los esquemas habituales. Lo demás, en páginas de libros como los aquí referidos, son un fatigante turismo por las playas de la divagación.
M. G.
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Un brasileño en París
Celso Furtado: La economía latinoamericana desde la conquista ibérica hasta la Revolución Cubana - Editorial Universitaria (Santiago de Chile), 311 págs.
Celso Furtado perdió la ciudadanía brasileña tan pronto el régimen revolucionario de su país institucionalizó este sistema de depuración política. Ahora, en París, ejerce la cátedra y describe el proceso económico de las naciones latinoamericanas.
En "La Economía Latinoamericana", un didáctico manual, su izquierdismo ideológico y su integracionismo continental ceden a un pujante nacionalismo realista.
En su interpretación, el proceso integracionista no debe derivar hacia la liberalización del comercio. El riesgo consistiría en trasladar los centros de decisión de las naciones a los consorcios. A esta lúcida reflexión, siguen imprevistas conclusiones. A su juicio, tal riesgo es menor cuando se trata de crear un sistema económico regional. Es decir, trasladando la integración de lo comercial al campo de la producción. El proyecto regional es necesario para replantear las relaciones latinoamericanas con los Estados Unidos y, sobre todo, con los consorcios internacionales. Las ventajas de tal tipo de integración son las ya conocidas (economía de escala, localización adecuada, etc.). El inconveniente radica en la planificación de esta nueva división internacional del trabajo. "En consecuencia —dice— cabe admitir que los progresos del llamado movimiento integracionista continuarán siendo lentos y las decepciones frecuentes." Para la actual doctrina argentina, la planificación debe orientarse hacia la integración nacional, como paso previo a toda otra tentativa regional. Los hechos vienen a mostrar hasta qué punto no se trata sólo de afirmaciones doctrinarias, sino de realidades muy contundentes. El caso de la industria automotriz podría servir de ejemplo. La Argentina alcanzó a integrarla (95 % es nacional) y desenvolverla en alto grado (se encuentra ya entre las diez primeras industrias automotrices del mundo). Ahora la propuesta regionalista avanza hacia su disociación para horizontalizar la integración. A los consorcios les interesa que naciones de mercado pequeño y con un comercio exterior estrangulado intervengan en la fabricación de partes. A la Argentina, en cambio, le interesa, en primer término, mantener a la industria integrada. Para evitar precisamente, el riesgo que apunta C. F. en el aspecto comercial: que el centro de decisión pase de la nación a las corporaciones. El trabajo, que es eficaz carta de presentación para los estudiosos fuera del continente, es también guía de interpretación para nacionales, con juicio crítico, por supuesto.
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La Argentina invisible
El compromiso argentino, por Julio Gottheil. Editorial Paidós, Biblioteca de Psicología Social y Sociología, Serie Menor, N9 19, 1969, 175 páginas.
Este ensayo se suma a la literatura, ya muy abundante, sobre los problemas sociales, económicos y políticos que afligen a la Argentina. Gottheil ha querido abarcar con extrema concisión el mayor número de factores determinantes de la crisis. De ahí que en su libro triunfe muchas veces el apunte fugaz por sobre el análisis detallado. El autor pertenece a esa fracción de argentinos que quiere la modernización basada en el estudio científico de los problemas y llevada a cabo por políticos sin ideología partidista.
Un libro que maneja infinidad de problemas no se deja resumir fácilmente; sobre todo porque él mismo se ofrece ante todo como resumen. Es justo destacar análisis penetrantes e inteligentes, como el de la familia argentina (páginas 56-59) o la descripción feliz de algunos aspectos de la crisis institucional (páginas 73 y siguientes). Hay temas, sin embargo, cuya reiteración revela la importancia que les acuerda el autor. Por ejemplo: el de la educación. Gottheil denuncia nuestro injustificado optimismo acerca del grado de alfabetización de los argentinos y el terrible problema de la deserción en todos los niveles de la educación. En el fondo de sus reflexiones opera el deseo de resolver las frustraciones vocacionales que asedian a los argentinos e impiden su fecunda articulación con la sociedad. Pero también está presente una política de alcance muy amplio y que Réynaud sintetizó así: "En un período largo, el nivel mental es el que determina el ritmo del progreso". También preocupa a Gottheil la integración latinoamericana: si la Argentina no asume el problema por las astas será imposible una industria pesada por falta de mercado, los artículos mexicanos y brasileños nos derrotarán en la competencia de precios y, finalmente, si la inercia domina a toda Latinoamérica, las empresas americanas, europeas y japonesas serán las únicas beneficiarías de la integración.
Entre los valores básicos que el pueblo argentino considera como verdaderas conquistas y por lo tanto deben ser tenidos en cuenta para cualquier posible salida del marasmo, Gottheil enumera: 1) la libertad política, el respeto a la persona y el derecho a elegir representantes; 2) la justicia social; 3) la vocación por el desarrollo económico; 4) el acceso a la educación y a la cultura; 5) la racionalidad en la toma de decisiones. Este último factor, que es el más incipiente, reviste a los ojos de Gottheil una importancia decisiva. Como síntomas alentadores señala el manejo de la economía argentina según informaciones ciertas y presentadas estadísticamente; el funcionamiento crecientemente despersonalizado de empresas rurales e industriales en que los técnicos, más que los dueños del capital, son los que adoptan las decisiones, lo que va constituyendo una clase empresarial dirigente; por último, la creación de centros de estudio e investigación en sociología y economía.
El diagnóstico de la situación, la necesidad de un cambio global no son el cambio mismo. Este debe ser obra de los políticos. ¿Qué deben hacer los políticos? Gottheil asegura que la capacidad de conducción de los políticos argentinos es promisoria; su defecto radicaría en que aún no han comprendido la necesidad de adoptar racionalmente sus decisiones. Su misión sería entonces "lograr la adhesión emocional del pueblo para la racionalidad" (pág. 29). Aquí aparece el perfil utópico del pensamiento de Gottheil y la ideología subyacente a todo el trabajo. La crítica que ha practicado de los partidos políticos tradicionales (pág, 79) no deja lugar a mucha esperanza. A su juicio nuestros políticos tienen una marcada inclinación a defender situaciones personales de poder. En ese caso, ¿qué cabe esperar de ellos? Aun cuando Gottheil no es muy explícito, parecería concebir a los políticos como intermediarios entre el pueblo y los tecnócratas. Estos serían los encargados de trasferir las técnicas racionales de conducción empresarial a la esfera del poder político. Platón trató de pensar algo similar en su República. Sólo que ahora la racionalidad no está en la filosofía, sino en el manejo despersonalizado del mundo de los negocios. La conducción empresarial es, para algunos, la metafísica de nuestro tiempo. De todos modos es difícil que los políticos cedan sus prerrogativas a este estamento sin enlace con el pueblo.
E. de O.
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El otoño del patriarca y otras estaciones
En su escritorio, junto a abrumadora cantidad de libros que coexisten pacíficamente a pesar de provenir de diferentes lenguas y dominios dispares, Francisco Porrúa, asesar de la editorial Sudamericana, tiene buenas razones para suponer que el año 1969 fue espléndido y generoso, y que 1970 lo será más aún. En una pequeña biblioteca, en su oficina de la calle Humberto Iº, dos fotografías —de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez —rompen la monotonía de gastados volúmenes. El escritor argentino y el colombiano, justamente, serán dos cuñas esenciales para apuntalar el plan editorial de Sudamericana para este año.
En septiembre, aproximadamente, García Márquez enviará desde Barcelona los originales de El otoño del patriarca, alucinante novela que relata la historia de un dictador de 240 años de edad, que ya no recuerda cómo llegó al poder, ni su vida, ni su nombre, y vagamente intuye quién es, entre el torbellino inapresable de su memoria. Cortázar, en cambio, no deparará tales prodigios de la imaginación. Ofrecerá una edición de todos sus cuentos, reordenados por él mismo, denominada Relatos, y un libro, sin título todavía, que recogerá unas fotografías que tomó de las construcciones utilizadas antiguamente en la India para determinar el movimiento de los astros, con textos que las explican o las revelan (es de esperar que no las ¡lustren).
"El plan editorial de 1970 no va a diferir del de 1969, salvo en una cosa: se va a demostrar mayor interés todavía en la narrativa latinoamericana —señala Porrúa—. Y nuestro interés responde a una expectativa del mercado: cada vez se leen más novelas latinoamericanas y menos las europeas. Una editorial puede determinar sobre la publicación de un libro pero no puede dirigir los gustos del lector. Nosotros no menospreciamos a la novelística europea actual, pero evidentemente no vende como antes. Las editoriales norteamericanas o Inglesas, por ejemplo, tienen muy claras sus limitaciones para influir en forma directa: sólo gastan especialmente en la publicidad de un libro cuando ya se ha vendido mucho. Nosotros tenemos una actitud parecida."
Polis Puercón (segunda parte del ciclo narrativo El sueño de la razón), de Héctor A. Murena; Tres, cuatro, cinco patas de gato, de Juan Carlos Durán; Antígona Vélez y Las tres caras de Venus, dos obras de teatro de Leopoldo Marechal; Cuentos completos, del chileno Manuel Rojas; El valle de las hamacas, del salvadoreño Manilo Argueta; Las celebraciones, primera novela del chileno Antonio Skarmeta, autor de Desnudo en el tejado, premio Casa de las Américas 1968; una selección de cuentos del cubano Virgilio Piñera, ordenada y prologada por José Bianco; Hijos del orden, la novela del peruano Luis Urteaga Cabrera, primer premio del concurso Primera Plana-Sudamericana; Nueva biografía del Caribe, de Germán Arciniegas; La casa en la oscuridad y Lazos de familia, de la brasileña Clarice Lispector, son algunos de los tramos de la escalada propuesta por Sudamericana para imponer definitivamente en el mercado del libro argentino la literatura latinoamericana. Escalada a la que se agrega Silvina Bullrich con una nueva novela, con título significativo: Soy un monstruo sagrado.
En 1969, la lista de best-seller de Sudamericana arrojó cifras que respaldan el tan mencionado boom de la novela latinoamericana. Boquitas pintadas, de Manuel Puig (60 mil ejemplares), la reedición de la primera novela de García Márquez, La hojarasca (40 mil), Heroína, de Emilio Rodrigué (15 mil) y Sagrado, de Tomás Eloy Martínez (5 mil), así lo testimonian, ya que salvo Los norteamericanos, de Roger Peyrefitte, ningún libro traducido alcanzó las cifras de Boquitas o de Hojarasca. Sin embargo, la literatura europea y la norteamericana no estarán ausentes en 1970: Una muerte en la familia, de James Agee; Z, del griego Vassilis Vassilikós; Teorema, de Pier-Paolo Pasolini; Nueve cuentos, de J. D. Salinger; Tune, de Lawrence Durrell, y El fin del camino, de John Barth, son sólo algunos de los títulos que Sudamericana publicará este año, para homenajear a las ficciones escritas en lengua extranjera.
Ediciones Minotauro, editorial asociada a Sudamericana y dirigida por Porrúa, también rendirá homenaje a los algo olvidados idiomas foráneos, con las siguientes publicaciones: El país de octubre y La feria de las tinieblas, de Ray Bradbury, La sequía, El mundo de cristal, El hombre imposible y Las voces del tiempo, de Jean Ballard, El hombre en el castillo, de Phillip Cadick, y El tiempo cero, de Italo Calvino, entre otras. Porrúa, además, acaricia un proyecto que sólo puede denominarse como fascinante: la publicación en castellano de la revista New Worlds, dirigida por Michael Moorcock, que revolucionó la literatura de anticipación con un simple razonamiento; un escritor que se proyecta en el futuro necesariamente debe encontrar un lenguaje revolucionario, un idioma tan violento como los cambios que deparará el futuro.
Revista Panorama
enero 20, 1970

 

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