Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Libros
Viaje por una nación inédita
EDUARDO S, CALAMARO: "La comunidad argentina"; editorial Losada, Buenos Aires, 1963; 304 páginas, 300 pesos.
A primera vista, parece una compilación de datos económicos, sociales, históricos, geográficos y artísticos, realizada con ánimo didáctico, divulgador inclusive. Sin embargo, ésta es solamente la base sobre la cual erige Calamaro (47 años, abogado, casado, un hijo) el retrato compacto, coherente, de un país. El ángulo de mira se vuelve múltiple, las informaciones se canalizan por un único conducto. El riesgo consistía en alejarse de la guía turística o del manual frío. Calamaro lo elude; quizá se debe a dos motivos: sigue siendo un poeta (así comenzó su actividad literaria en 1938, con su libro Caramillo) y ha nacido en la Argentina.
Si toda sociedad es un rompecabezas, reunir sus partes no borra los contrastes; pero esos contrastes constituyen rasgos distintivos, entrañan una forma simbólica de armonía. El sol "grande y frío" de la medianoche antártica, la emigración correntina, los valles salteños, el cosmopolitismo de Buenos Aires ("la madre despiadada del país; hizo tanto por emanciparlo y someterlo al comercio y la cultura internacionales que lo llegó a gobernar, le dio sus ideas y le cobró sus comisiones"), son fragmentos inseparables de un mismo mosaico. La habilidad de Calamaro estriba en mostrar de qué manera pueden funcionar —y lo han hecho— por sí solos, pero cómo encuentran su destino al anudarse en el concierto nacional.
La comunidad respira una amena sencillez de expresión, se vuelca hacia su lector a través de una prosa cuidada, capaz de superar las arideces técnicas o estadísticas; respira, además, un fervor argentino que se convierte en el corazón de la obra, en su primera razón de existir. A nadie escapa que el autor ha trabajado y escrito también para él, para ser el primer destinatario del ensayo y de su idea central: la de que por encima de luchas y diferencias que conviene conocer, de las que conviene extraer sabiduría y orientación, es la unidad la que necesita prevalecer y afianzarse. La lógica unidad del rompecabezas.
De ahí que insista sobre los perjuicios que acarrean las divisiones internas, el predominio de la Capital y la debilitación de las provincias, la falta de una economía adecuada: "...la destrucción —anota— acompaña nuestros pasos como la mala sombra". La proposición de Calamaro, resumida en el último capítulo de su texto, no es nada, romántica; él aspira a que se instaure "una nación independiente, con su territorio unido, su población integrada, su economía desarrollada, su gobierno justo y su cultura aplicada a la elevación material y espiritual de la comunidad".
Proposición tampoco demasiado original ni demasiado nueva, pero que surge sin forzamientos, como el epílogo obligado de las 300 páginas de un viaje —esta vez sí original y novedoso— por la intimidad del país, del balance apasionado aunque inconformista de un pasado y un presente incrustados de descubrimientos y realidades insólitos. Aquí deberá buscarse el fruto esencial de la obra: la Argentina que muestra es la que todos recuerdan, pero es también una Argentina inédita, como creada de un golpe con los materiales más pregonados y, sin embargo, aptos para el asombro.
"Sus pasos (los de la comunidad) serán inciertos hasta que conozca mejor esta tierra luminosa y cambiante como la primavera", dice Calamaro en las primeras líneas del volumen. Su contribución —serena, modesta, certera— está en haber ayudado a conocer mejor.

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Actitudes
Cuando los hombres ceden
BERTOLT BRECHT: "Schweyk en la Segunda Guerra Mundial -Galileo Galilei ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1964; 203, páginas, 260 pesos.
Una década atrás, Buenos Aires despertaba a la profunda revolución teatral de Eugen Bertolt Fredrich Brecht: el conjunto del IFT dio a conocer en 1953 uno de sus mayores textos, Madre Coraje y sus hijos, en idisch; y un año después, en español, lo representaron Alejandra Boero y Pedro Asquini. También en 1954, Madre Coraje se
convertía en la primera pieza de Brecht traducida y editada en castellano (la lanzó una empresa local).
Desde entonces, aquel despertar se acrecentó: una decena de obras de Brecht —que murió el 14 de agosto de 1956, a los 58 años, en Berlín Este— salieron de prensas y escenarios argentinos. Esa popularidad se extendió al mismo tiempo por Europa, y entusiasmó a los Estados Unidos a partir de 1960. Sin embargo, hasta el momento sólo Alemania, Italia y Francia divulgaron la producción dramática completa de Brecht; Nueva Visión agrega a la Argentina en el cuarto lugar de la lista; este volumen inaugura los 12 tomos que cubrirán tan abundante actividad: cerca de 40 piezas.
Schweyk (escrita entre 1942 y 1943, durante el exilio norteamericano) representa, en mayor medida que Galileo (versión definitiva: 1955), las teorías que colocaron a Brecht, tal vez solamente junto a Pirandello, a la cabeza de los grandes renovadores contemporáneos. Al revés de sus ancestros, perseguía un teatro que denominó "épico" y postulaba, en esencia, la participación crítica del espectador, a quien pretendía obligar a adoptar decisiones en vez de hacerlo experimentar sentimientos.
Dicho de otra manera, y con palabras del propio Brecht, el ser humano pasaba a constituirse en "objeto de investigación" del teatro. Sus innovaciones no se detuvieron en los puntos de enfoque; se trasladaron hasta el aparato expresivo, la puesta en escena, el trabajo de los actores, e influyeron sobre escritores de todo el mundo. El teatro recobraba, con Brecht, una dimensión social y una relación con el público que había perdido durante tres siglos. Volvía a ser, además, un arma de combate.
Las vicisitudes de Schweyk, un criador de perros, en la Praga ocupada por los nazis, o las de Galileo, trescientos años antes, en la corte de los Médicis, proponen a Brecht una misma clave para describir la condición humana. Schweyk, con tal de sobrevivir, acaba en las manos de los victimarios a quienes se negó a enfrentar; Galileo sucumbe ante la Inquisición, pero su retractación le permitirá pulir en secreto una nueva ciencia. Son dos estudios lúcidos, de corrosiva intensidad, sobre la debilidad y la fuerza, la tenacidad y el hedonismo, la carne y el alma.
El autor los entrega, en su actitud de intermediario, con el lenguaje suelto y epigramático que le conocen sus admiradores, con la magia que impone su narración colorida, poética, comunicativa. Brecht abogó en uno de sus libros: "En lo familiar, descubrir lo insólito. En lo cotidiano, desentrañar lo inexplicable." Que lo ¡haya pensado no es, sin duda, valioso. Que lo realice —como en la mayoría de su producción— con tanta hondura da la pauta de la trascendencia que tiene su quehacer.
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Rebeliones
Sudáfrica o las palabras prohibidas
NADINE GORDIMER: "Mundo de extraños"; Seix Barral, Barcelona (España), 1964; 270 páginas; 390 pesos.
Salvo por su revulsiva toma de posición contra el apartheid sudafricano, esta vasta novela de Nadine Gordimer repite prolijamente todos los rasgos asumidos por ese género en Inglaterra. desde E. M. Forster en adelante: un estilo incisivo y plagado de elegancias, sobre el que está flotando siempre una punta de humor; una abundancia para las descripciones que parece indicar cierta desconfianza en la capacidad imaginativa del lector y, sobre todo, una exagerada intromisión de las opiniones del narrador dentro del relato. Detrás de ese vetusto concepto de la novela suelen agitarse, sin embargo, actitudes políticas llenas de coraje y personajes formidables.
Es lo que pasa con Mundo de extraños, escrito por una sudafricana de 41 años que colabora en el extravagante semanario norteamericano The New Yorker y que ya antes de esta obra mayor había publicado dos colecciones de cuentos y una novela fracasada, The Lying Days (Los días yacentes, 1953).
Cuando Tobías Hood, descendiente de una familia de editores londinenses, llega hasta Johannesburg (Sudáfrica), sólo quiere resolver lo más rápidamente posible la expansión del negocio familiar y volver. Detesta que su madre lo abrume con preguntas epistolares sobre las minorías indígenas o los efectos de la segregación.
La amistad de un intelectual negro, Steven Sitole, y sus fatigantes relaciones eróticas con Cecil, a quien Hood no puede revelarle que frecuenta los barrios indígenas, acaban por sacudirlo, por ponerle en claro que la inacción es una forma de complicidad con el racismo. Cierto día, Sitole escapa con un grupo de nativos de un club hindú, y el camión que los llevaba se estrella en la carretera de Germiston. La muerte violenta de su amigo es lo que desborda a Hood, lo que lo alienta a dejar a un lado su complacencia con los partidarios del apartheid.
Más que por sí misma, esta novela de Nadine Gordimer vale por el acto de rebeldía que implica haberla compuesto (hacia 1958) en una Sudáfrica inflamada contra quienes niegan la supremacía blanca; para un intelectual, también ese gesto es una forma de talento.
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Aniversarios
Tenacidad, formula para las tempestades
Cumplir diez años es, para una revista, un acontecimiento desacostumbrado en un país donde la literatura de circunstancias o de combate sólo es consumida "por un tipo de gente mal vestida y con barbas, de quienes no se sabe si son modernos o locos", como los define el propietario de un quiosco que está junto al teatro San Martín, en la calle Corrientes. La hazaña de sobrevivir ha sido consumada por Bibliograma, boletín del Instituto Amigos del Libro, una publicación que lanzó en junio pasado su número 26 y que sigue siendo dirigida por el mismo escritor que la fundó, Aristóbulo Echegaray, de 59 años.
Bibliograma perdura quizá porque su nacimiento estuvo también al margen de las rutinas: como declara el propio Echegaray, "todo nuestro secreto está contenido en la palabra tenacidad". La historia empezó un día de otoño, hace una década, cuando algunos jóvenes escritores con dificultades para editar sus obras pidieron apoyo a sus mayores: enderezaron primero sus miradas hacia algunos hombres que habían formado parte del viejo grupo de Boedo; entre ellos estaba Echegaray. Tenso, alegre, incisivo —como ahora mismo—, aquel poeta que se acercaba al medio siglo fomentó la creación del Instituto Amigos del Libro Argentino y afrontó el lanzamiento de la revista.
"Fue un verdadero triunfo del eclecticismo", discurría hace poco el escritor Germán Berdiales (68 años), quien apuntaló , la obra de Echegaray desde los días iniciales. La frase era quizá una manera de descubrir que ya el segundo número", de Bibliograma acumulaba los nombres de Fermín Estrella Gutiérrez;; actual presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, y del doctor Antonio Pagés Larraya, secretario de Comunicaciones, mientras el cuarto prodigaba los de César Tiempo, Córdova Iturburu y Conrado Nalé Roxlo. Que la revista era un terreno abierto a todos los puntos de vista, fue una impresión que se fortaleció definitivamente en 1956, cuando fue incorporada una sección económica y se encomendó a Rogelio Frigerio que la redactase.
Sin embargo, hay una forma de la vulgaridad que Bibliograma retuvo: la dificultad para salir a flote de sus inconvenientes financieros. Algunas veces, fue el novelista Marco Denevi quien salvó la revista del derrumbe; a menudo, los pintores Juan Carlos Castagnino, Antonio Berni y Raúl Schurjin donaron sus cuadros para mantenerla; más frecuentemente, sin embargo, él propio Echegaray recurrió a sus bienes personales o a los de algunos amigos voluntariosos: Bibliograma pudo así salir de todas sus asfixias; al mismo tiempo, el Instituto conseguía editar a "principiantes no siempre agradecidos".
Este año, el concurso de cuentos patrocinado por Echegaray y su equipo descubrió a un escritor riojano, Ángel María Vargas, cuyas obras "El código y el toro" y "Arriero a pie", después de competir entre sí, arrebataron el primer premio, de 25.000 pesos, y uno de los segundos, de 10.000. Junto a Vargas, los nombres de Jorge Di Paola Levin, Abelardo Castillo —a quien luego se suprimió de la lista, porque su cuento, Patrón, no era inédito— y Alberto Rodríguez Muñoz, probaban que Bibliograma era capaz de concentrar dentro de sí a los mayores y a los recién llegados de la literatura argentina; una suerte de reflejo del propio jurado que acordó los premios, compuesto por hombres cuya edad excede de los 50 años, como José Barcia, Berdiales y Echegaray, y por jóvenes como Martha Lynch y Marco Denevi.
"Con nosotros, los amigos del libro, se acaba en la Argentina el mito de las generaciones antagónicas", apuntaba hace poco un escritor del Instituto. Aunque Echegaray no se lo haya propuesto, hay que ver en ésa frase una de sus victorias más tocantes.
Revista Primera Plana
14/7/1964

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