Films
Un toque de genio
¡SOCORRO! (Help!, Gran Bretaña, 1965). Producción de Walter Shenson-Subafilms, presentada por Artistas Unidos. Director: Richard Better, 92 minutos.
Help

Hay que verla tres veces para gozarla mejor. Son tantas las sorpresas, tan originales las ideas, tan veloces algunos datos de humor, que una parte del público transitará, sin pausa, de la carcajada al desconcierto. En su segundo film con los Beatles, el joven director americano Richard Lester ha procurado alejarse aún más que en Yeah, Yeah, Yeah! de los moldes convencionales.
Lo que cuenta es casi nada. En una ceremonia de fanáticos hindúes (con la que el film comienza directamente) se advierte qué el sacrificio final no podrá realizarse hasta rescatar el anillo monstruoso que la víctima debe usar en su último minuto. Por motivos nunca aclarados —aunque se sabe que su apelativo responde a una pasión por tales alhajas—, el anillo está en un dedo de Ringo, el baterista de los Beatles. Los fanáticos interrumpen la ceremonia, consultan la agenda de vuelos de la BOAC (British Overseas Airtransport), van a Londres y comienzan la lucha por el anillo, que ocupa una hora y media del relato, sin otra interrupción que la lucha paralela que, con idéntico objetivo, emprenden dos
enloquecidos hombres de ciencia británicos. En una casa, en una taberna, en un subsuelo, en los Alpes, en un campo abierto, en las Bahamas, en el cuartel de Scotland Yard, en el propio palacio de Buckingham, los cuatro Beatles aparecen continuamente acechados por sus perseguidores, y continuamente protegidos por una dama joven, hasta un final insólito.
En esta peripecia no hay otra regla que la libre imaginación, con un espíritu juvenil que procura desobedecer todas las limitaciones y que consagra los más desopilantes disparates como recursos legítimos. Un tigre amenaza a Ringo y alguien advierte que para calmarlo sólo hay que cantar el movimiento final de la Novena .Sinfonía de Beethoven (opus 125). Una piedra de esmeril puede deshacerse hasta el polvo cuando con ella se intenta cortar el anillo maldito. Un buzón de correos esconde a un delincuente que se aferra desde dentro a la mano del anillo. En una superficie interminable de hielo se abre un agujero, y de allí emerge un nadador que pregunta solemnemente por dónde debe tomar para llegar al puerto de Dover. Tras infinitas peripecias ciudadanas, los Beatles deciden que el único
sitio tranquilo para grabar una canción es el campo desierto, adecuadamente vigilado por el ejército; y por un túnel subterráneo, los fanáticos emprenden el único de los ataques posibles a ese cuidado bastión enemigo. Un centenar de estas ideas alimentan la anécdota, a veces para crear situaciones, a veces para el chiste lunático, como el letrero final que dedica el film a la memoria de Elias Howe (un inventor americano, 1819-1867, nacido en Spencer, Massachusetts), que en 1846 patentó la primera máquina de coser.
El espíritu de esa invención es el de Loquibambia. (1940), aquella gran farra que Hollywood adaptó de una exitosa otra teatral (Hellzapoppin’), proponiendo cambios incesantes de acción, lugar y tiempo. En manos de Richard Lester, la invención está respaldada por una fingida seriedad para elaborar disfraces, sistemas de ataque y de defensa, alusiones modernas que llegan hasta James Bond y el Rayo Laser, solemnes preparativos militares. Pero no pierde un segundo en vueltas previas. Cada secuencia comienza siempre en el centro de la atención, culmina explosivamente y es sucedida de inmediato por otra, que obliga a olvidarla, despreocupándose, a menudo, de la lógica y de la mera probabilidad. Prodigiosamente, ese frenesí contrasta con algunos toques de la flema inglesa, para la cual un chiste nunca es tan gracioso como una irónica observación lateral. El aire despreocupado y superior con que los Beatles, su defensora y el inspector de Scotland Yard afrontan feroces maniobras criminales, es el dato humorístico más constante de toda la narración.
Hay otra virtud más rigurosamente cinematográfica. Después de dominadas todas las técnicas, a un grado tal que la fotografía en color asombra por sus efectos (sus esfumados, sus imágenes deliberadamente alejadas del foco, sus rápidos recorridos de cámara), Richard Lester ha resuelto reírse de todo convencionalismo en la narración y en la descripción. Mantiene íntegras las canciones, y nadie podrá quejarse de que no le dejen escuchar debidamente a los Beatles; pero, en cambio, fragmenta sin cesar las imágenes respectivas, concediendo apenas segundos en la toma a cada uno de los cuatro intérpretes (para lo cual se prestan admirablemente los
contracantos y réplicas). En algunos de los números, y más notoriamente en She’s Got a Ticket to Ride (con ambiente alpino) la fragmentación llega a la incorporación fantástica de tomas disímiles que saltan, en segundos, de los resbalones por la nieve a la acumulación de los cuatro Beatles sobre un improbable piano en plena alta montaña, sin contar con las imágenes volcadas de costado o los relámpagos de color.
Esa variedad incesante da al film un nervio peculiarísimo, como un equivalente visual a la fantasía de la música. Quienes apreciaron a Lester por Running, Jumping and Standing Still (once minutos de humor lunático, con Peter Sellers, que se exhibió fugazmente en un festival montevideano del SODRE) saben que el director ha manejado ese estilo desde 1959. No lo inventó para los Beatles ni lo derivó de ninguna “nueva ola” francesa: lo cultivó durante años y consiguió aplicarlo, con milagrosa armonía, al conjunto musical que más lo necesitaba para sus apariciones cinematográficas. En esa coincidencia hay un toque de genio.
Página 53 - PRIMERA PLANA
4 de enero de 1966

 

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