Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

LOS CICLISTAS
tendrán su velódromo
POR LUIS CARLINI
El ciclismo, una de las cenicientas del deporte argentino —la otra es el atletismo—, va a tener por fin la ayuda oficial. El Presidente de la República ofreció a los directores de la Federación Ciclista Argentina, organismo que pronto cumplirá cuarenta años, un velódromo digno de Buenos Aires. El general Perón indicó, además, como lugar propicio para la erección de la pista nacional, el lugar en que estuvo el Velódromo Municipal, demolido a fines de 1908, en el Parque Tres de Febrero, dentro de lo que hoy es conocido como Circuito KDT. Por razones sentimentales, desde luego, esa indicación del presidente merece un aplauso por lo que significa como reconocimiento de la labor de los esforzados fundadores del ciclismo deportivo en la Argentina. Los estudios que sin duda se harán, han de decir si ese sitio es aún hoy el más adecuado en relación con sus facilidades de acceso y los medios de transporte.
Las perspectivas de contar en plazo más o menos breve con un velódromo completo, anima a hacer un poco de historia, para destacar la importancia y la trascendencia de la promesa presidencial. Después del recio juego de la pelota, el ciclismo fué el gran deporte de espectáculo que se practicó en el país, predominando en él, aunque parezca un contrasentido, el espíritu francamente deportivo sobre el comercial. Y así como en la pelota se siguieron las modalidades españolas, vascas, en el ciclismo se aplicaron las que privaban en Francia e Italia a fines del siglo anterior, vale decir, poco después del advenimiento de la bicicleta, tal como la vemos ahora, salvados los progresos técnicos realizados en su construcción y la serie de pequeños detalles que le han dado su fina estructura actual.
En su tiempo, tanto en el escenario metropolitano como en el nacional, el ciclismo tuvo, guardadas las distancias establecidas por la densidad de la población, la gran popularidad de que hoy goza el fútbol. Nació en los parques y paseos —el fútbol se difundió en el puerto y los potreros—, como distracción de moda, pero inmediatamente surgió el afán de competencia. Las avenidas del norte de la ciudad, mejor cuidadas y con el encanto de Palermo, estimularon ese esparcimiento. Mujeres y hombres, de toda edad y condición, se entregaron con entusiasmo a la bicicleta, que contaba ya con esta opinión de médicos eminentes: ejercicio recreativo, educativo e higiénico. El ciclismo constituyó así uno de los mayores encantos del viejo Palermo, cuya maraña boscosa llegaba casi a la avenida Alvear de hoy.
Como era de preverse, no tardaron en crearse los clubs y los periódicos dedicados al estímulo de tan saludable ejercicio ni en manifestarse la necesidad de formar recintos adecuados para la práctica del ciclismo deportivo. Sentíase, aguda, la falta de un velódromo, a semejanza de los que existían en Europa, y el eco de cuyas manifestaciones mayores llegaba vigoroso a la lejana Argentina.
No tardó en aparecer la pista, redonda, de tierra, en el patio central de la vieja Plaza Eúskara, parque de diversiones con la base de un gran frontón de pelota, ubicado en la manzana cercada por las calles Jujuy, General Urquiza (Caridad entonces), Independencia y Estados Unidos. Allí desarrolló sus programas el Veloz Club Español, una de las entidades más representativas del movimiento ciclístico de fines del siglo pasado y comienzos del presente. Alrededor de 1900 funcionaron tres velódromos, de carácter distinto: el Municipal, de Palermo; el del Belvedere, en la Recoleta, y el Central, en el local del frontón Buenos Aires, Córdoba y Cerrito, donde se realizaron las grandes asambleas cívicas del 90. El primero, construido por la Municipalidad de la Capital, fué seguramente el mejor que tuvimos: pista de cemento con un desarrollo de 333,33 metros, ideal para el ciclismo esencialmente deportivo, amplia tribuna y demás comodidades. Estaba ubicado en el Parque Tres de Febrero, dentro del espacio conocido por Circuito KDT y fué demolido en 1908. El Belvedere era una especie de café al aire libre. Su pista sirvió para las reuniones que organizó como concesionario el Club Ciclístico Italiano, hoy Club Italiano, cuyo cincuentenario acaba de cumplirse. Era de cemento con un desarrollo inferior al del Municipal. Por uno y otro pasaron las figuras más destacadas del ciclismo mundial. El tercero, el Central, fué por sobre todas las cosas una pista de espectáculo diurno y nocturno. Se jugaban boletos y se compraban y vendían carreras. Su desprestigio fué rápido y desapareció, volviendo el recinto a ser lo que era antes: un frontón de pelota y un lugar adecuado para las grandes reuniones públicas. Vale la pena recordar que más o menos en esa época funcionaba un velódromo rudimentario, de tierra, en un terreno bajo, ganado al río, conocido hoy por Plaza Mazzini. Se alquilaban bicicletas y todo el mundo andaba en la pista, realizándose también algunas carreras improvisadas. Otra demostración del auge que había alcanzado el ciclismo.
Alrededor de tres lustros había pasado la Capital sin velódromo, cuando de nuevo se hizo presente la iniciativa privada, con más entusiasmo que medios. Un grupo de aficionados, capitaneados por Alberto Maubert, uno de los ciclistas más completos que haya tenido el país, acometió la empresa de construir un velódromo. Pista de madera, de unos doscientos cincuenta metros de desarrollo e instalaciones para el público y los corredores. Estaba ubicado en la calle Las Heras, en lo que es hoy el Parque Romano. Quedaron enterrados allí los pocos pesos de que disponían sus fundadores. Poco después se habilitó una pista en la vieja cancha de fútbol del Club Huracán, sin que prosperara, y en la actualidad sólo funciona con cierta regularidad el velódromo del Club Platense.
Tal, en síntesis, la historia de los velódromos porteños. Salvo en lo que respecta al Municipal, de Palermo, el ciclismo careció de apoyo oficial, aunque sí le debe frecuentes y numerosas trabas a su práctica libre. Nada ha significado para el Gobierno su enorme desarrollo, su función social inocultable, y hasta la fuente de ingresos que representan para el fisco los derechos de importación, el gran comercio que gira en torno del ciclismo y el haber sido, en su tiempo, la meca de todos los valores universales que tuvo ese deporte. El Gobierno actual, que ha comprendido la importancia social del deporte, luego de haber ayudado y estimulado a numerosas otras actividades, tiende su mano al ciclismo y le ofrece de primera intención lo que tanta falta le hace: un velódromo. Queda ahora el asunto en manos de la Federación Ciclista Argentina, de cuyo empeño depende la realización inmediata de tan grato proyecto.
Revista Argentina
1/6/1949

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