Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

TURISMO
La bahía que cayó del cielo
Parecen los campos calcinados que describió H. P. Lovecraft en sus cuentos alucinantes. Miles de árboles retorcidos se amontonan en los bordes del lago Fagnano, en plena Tierra del Fuego. Esa maraña de troncos grises y secos son el recuerdo de los incendios que, hace más de 40 años, iluminaron la zona. Como el frío impide la descomposición de las bacterias, los esqueletos de árboles todavía perduran, semejantes a ejércitos dormidos. A su alrededor, se desparraman bosques de lengas verdes y casi lozanas, algún fantasmagórico caballo blanco y centenares de ovejas. En el otoño, las lengas se vuelven rojas.
Sin embargo, la Isla Grande de Tierra del Fuego ha dejado de ser un motivo de inspiración para geólogos o escritores malditos. A partir de este mes, la compañía aérea Austral formalizará tres vuelos semanales —a cargo de Jets Bac 111— entre Buenos Aires y Río Grande. La travesía insume casi tres horas y convierte en viaje cotidiano lo que hasta no hace mucho era un privilegio de exploradores audaces. Arribado al aeropuerto de Río Grande —una ciudad plana y ventosa—, el turista todavía deberá recorrer doscientos kilómetros para descubrir la bahía de Ushuaia. Puede optar, para eso, entre una línea de ómnibus que por 35 pesos lo sacudirá durante cinco horas por los últimos tramos de la ruta nacional número 3 o un paseo de 20 minutos en un avión de Líneas Aéreas del Estado, que —curiosamente— hace el paseo por 20 pesos menos.

LA TRAVESIA. Si elige la primera alternativa, gozará de algunos paisajes gloriosos. Durante el último tramo del viaje, la ruta apenas se separa de las verdes aguas del Fagnano. Entre cabañas de leñadores casi abandonadas y sucesivos cercos de madera que limitan los cuadros de petróleo, aparece la hostería Kaikén. Se encuentra al pie de una montaña que los desaparecidos indios onas creían embrujada. Su amplio comedor luminoso coloca al lago en una vidriera permanente. Cerca de la hostería es posible pescar truchas pero, en cambio, está prohibido cazar los castores, albañiles de pequeños diques en todos los arroyos montañosos.
La ruta trepa 400 metros sobre el nivel del mar, en plena cordillera, y a sólo 53 kilómetros de Ushuaia ante el último retazo del Fagnano, surge otro apeadero: la hostería Petrel. Si los viajeros se sienten atrapados por esa mezcla de soledad y absoluto confort deberán depositar 20 pesos diarios por una habitación impecable y 41 por los servicios completos. Siempre que sean socios del Automóvil Club Argentino.

HISTORIAS. Con sus casas de madera, inevitablemente pintadas -de colores, frente al conflictivo canal de Beagle aparece Ushuaia. Antiguo dominio de los indios yaganes —que construían sus habitaciones con montañas de cáscaras de mejillones— hace sólo cien años que se instaló allí el primer poblador blanco. A más de 3 mil kilómetros de Buenos Aires, en la ciudad más austral del mundo conviven historias de varias épocas. Es fácil toparse en alguna calle empinada con un inglés cuyos antecesores conocieron a Julio Popper, el aventurero legendario que acostumbraba fotografiarse matando indios y que acuñó su propia moneda. El joven Tom Goodall —por ejemplo—, bisnieto de un explorador que llevó a Tierra del Fuego la primera mujer blanca, narró: "Ahora tengo una estancia con mi madre y siempre vengo a la ciudad en mi propio avión. Aunque el negocio de la oveja no anda muy bien, alcanza para mantener la estancia. Los peones son buenos, pero se emborrachan todo el tiempo".
Mientras el padre salesiano Alberto Agostini —el primero que escaló el Monte Olivia— cuenta en Mis viajes a la Tierra del Fuego (1927) cómo los estancieros se dedicaban a matar indios para extender sus campos y llenarlos de provechosas ovejas, los que ahora confeccionan la historia oficial —descendientes de aquellos comerciantes y salesianos con otro espíritu— narran cautamente, sin que nadie les formule preguntas, que los indios murieron a causa de la tuberculosis.
Pero el confort perfecto del hotel Albatros, con su único, inmenso ventanal frente al canal de Beagle, permite soslayar el pasado. Construido hace seis años por el ACA, sus tarifas alcanzan a 50 pesos diarios para socios y 55 para los que no lo son. Todas sus habitaciones, cuidadosamente calefaccionadas, tienen baño privado y miran al Beagle. Además de gastar las horas en el clima artificial pero atractivo del Albatros, es posible intentar otras actividades al aire libre. Entre ellas, la pesca es la favorita.
Todos los ríos y arroyos están plagados de truchas, y es permitido atraparlas desde noviembre hasta abril.
"En Tierra del Fuego, el turismo está todavía en pañales. Tenemos las más increíbles bellezas naturales, pero nos falta la infraestructura para proporcionar movilidad al visitante. Todavía no es posible navegar regularmente por el canal, o andar a caballo. Estamos construyendo, en este momento, un parador para hacer ski sobre hielo. Además, la gente debe perder el miedo a venir acá en invierno, cuando todo es más hermoso", comentó Oscar Brisighelli, director de turismo de Tierra del Fuego.

VEDA. Después de las excursiones y caminatas, los visitantes de Ushuaia suelen peregrinar por la calle San Martín. Es que sus diez comercios atesoran, todavía, algunos productos extranjeros. En 1958, Ushuaia y Río Grande fueron declarados puerto libre, pero en abril del 71 esta franquicia fue interdicta. Después del té, los turistas se amontonan en los boliches en busca de cigarros cubanos, whisky escocés y blue-jeans yanquis. Los precios, sin embargo, son ahora apenas más baratos que en Buenos Aires. "Es que el dólar subió mucho —se justificó José Bisio (19), dueño de un local en la Galería Albatros— y, con el cierre del puerto libre, estamos muertos. Todavía tenemos mercadería para aguantar una temporada, pero hemos solicitado al gobierno la reapertura del puerto. Si no, tendremos que cerrar."
No es, sin embargo, la única prohibición que pesa sobre la zona Las avionetas que es posible alquilar en el Aero Club se aventuran sólo diez minutos por encima de los canales fueguinos. Inclinándose sobre los ventisqueros, el piloto suele señalar nostálgicamente el horizonte chileno. Allí están los canales helados que escandalizaron a Darwin: "Una sola mirada a esa región basta para soñar durante ocho días seguidos con naufragios, peligro y muertes".

Revista Panorama
04.01.1972

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