Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

VOCACION POR LAS TUERCAS
por DIONISIA FONTAN
En su casa del barrio de Palermo se vive el vértigo. Dora Bavio acaba de entrar —son las tres de la tarde— y me pide que le dé cinco minutos para almorzar. Viste pantalón y remera; una frondosa cabellera le cae enmarañada sobre los hombros y cubre una parte de su rostro, pero ella no parece darse cuenta. Los trámites de rigor que se exigen para abandonar el país llevándose el automóvil la tuvieron en jaque todo este viernes de mediados de enero. Por la noche debe partir rumbo al Perú, para participar en Las 6 horas de Lima, a correrse en circuito. Ella conducirá la única máquina argentina de la competencia.
Sigo a Dora hasta la cocina: su madre le sirve un churrasco con ensalada. Es de buen apetito y no lo disimula; a su lado se acomoda Susana Beatriz Renzulli, su acompañante, quien vive en la misma casa de departamentos de la calle Uriarte. La charla, informal, apurada, pero ninguna de las dos mujeres demuestra impaciencia, pese a que las aguardan cuatro fatigosos días de viaje: es que a último momento no pudieron resolver el traslado del auto por vía aérea.
"Comencé a manejar cuando tenía 11 años en un campo de papá, en Balcarce. Después, ya grande, descubrí que los fierros eran mi pasión. Me inicié profesionalmente en 1966 con un Renault 1093. Aquel año participé en cuatro carreras y hasta el 70 no volví a competir. El año pasado fue prolífico: actué en 14 carreras, incluidos los dos últimos Grandes Premios, en setiembre y diciembre. Siempre, a excepción de dos oportunidades, me clasifiqué entre los diez primeros puestos. ¿Por qué soy la única mujer argentina que practica este deporte? No sé, también yo me lo pregunto y no hallo una respuesta concreta. Pienso que todavía las mujeres de este país viven sujetas a infinidad de prejuicios que les impiden manifestarse plenamente. Además, el automovilismo es caro; yo estuve varios años sin correr porque no podía financiarme los gastos".
La madre de la piloto, allí cerca, atenta a los menores gestos, parece aceptar —se diría que resignada— la vocación de su única hija, "porque si ella es feliz así, no tengo ningún derecho de agobiarla con mis temores. Sin embargo, mientras Dora está ausente yo vivo con el corazón en la boca.
—¿Cómo miran a Dora Bavio sus colegas masculinos?
—Muy bien, están chochos. Reconozco que supe ganarme el afecto de ellos procediendo con humildad y sin rodeos.
—¿Le resulta fácil a una mujer, en nuestro país, ingresar a ese universo dominado exclusivamente por el hombre?
—No. Tuve que caminar bastante y convencer a los que fabrican coches. Todos me miraban como a un bicho raro. ¡Vaya a saber lo que pensarían de mi veleidad!
—¿Entiende de mecánica?
—Por supuesto. Cuando preparan mi máquina me paso las horas en el taller observando cada movimiento. En realidad, es como un trabajo de laboratorio.
—¿Qué automóvil tiene?
—Un Peugeot negro (el único de ese color que compite en carreras); un 404 del año 69, que está adaptado para turismo de carretera.
—¿El automovilismo le da para vivir?
—No, ¡qué esperanza! Todo lo que gano lo absorbe el coche. Me ayudo un poco con la publicidad que llevo impresa en la carrocería. Actualmente estoy con licencia, sin goce de sueldo, ya que trabajo en la Dirección General de Coordinación, que depende del Ministerio del Interior. Hace algunos años me diplomé de obstétrica, profesión que me entusiasma, aunque en la práctica me decepcionó bastante. Se trabaja de sol a sol y los laureles se los lleva el médico, invariablemente.
—¿Qué vestimenta se pone cuando corre?
—El equipo antiflama, casco, guantes de cabritilla muy fina y sensible (son alemanes); anteojos oscuros y mocasines. Ponga que adoro la femineidad y que me encantan las dos tendencias: minifalda y maxifalda.
—¿No teme por su vida?
—¡Claro que sí! ¿Quién no? Por eso trato de protegerme y soy cautelosa. El auto está equipado á prueba de golpes, uso cinturón, un casco que pesa toneladas y tengo excelentes reflejos, cualidad principal para estar frente al volante.
—¿A qué velocidad acostumbra desplazarse?
—En la ruta a 200 kilómetros por hora. En la ciudad apenas si llego a uno.
—¿Qué opinión le merece el caso Vianini?
—Me conmovió muchísimo, pero es distinto. Manejar un prototipo es más riesgoso porque no ofrece seguridad. Enterarse que un colega ha sufrido un accidente produce depresión, pero no hay que pensar demasiado en eso; es la ley del tuerca.
A pesar de su natural sencillez, Dora Bavio se sabe una mujer fuera de serie. No obstante, cuando emerge del auto su vida se desliza normalmente. Le encanta dormir ("no menos de diez horas diarias"), pasear en lancha, tomar sol, bailar los ritmos de moda, comprarse trapos. Las carreras no perturban su magnífico apetito, ni aceleran su pulso, ni transforman su plácida manera de ser. Con Susana —encargada de prenderle los cigarrilos, consultar la hoja de ruta y ayudarla a reparar las fallas mecánicas— forma un binomio ágil, intrépido, único. Hay algo más: interrogadas sobre cuál es la cosa que más aman, responden a dúo: "Vivir, vivir, vivir".
Revista Siete Días Ilustrados
01.02.1971

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