Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

El tránsito en Buenos Aires, imagen del caos

UN turista llega a Buenos Aires y quiere hacer amistad con la ciudad. Sale de su hotel en la media mañana y camina a la ventura. Una esquina cualquiera es siempre buen observatorio y desde allí contempla una escena del tránsito metropolitano. Ha podido llegar a otras bocacalles y en todas ellas el espectáculo es idéntico. Un trolebús detenido en el centro de la calzada; un tranvía que avanza en cerrada curva sobre una avenida en diagonal y paraliza el tránsito en cuatro direcciones; un poco más allá, un carro recolector de residuos impone su morosa dictadura y mientras las bocinas hienden el aire y aturde el silbato de un policía y vociferan motoristas y conductores de vehículos, los peatones hacen acrobacia y dan saltos mortales como en el redondel de un circo.
Entonces el turista se apoya contra un muro y tiene la impresión de que al fin ha visto la exacta reproducción de una estampa del caos. Y piensa, también, que en Buenos Aires hay 3.500.000 sobrevivientes. En fin, tenemos que dar la razón al turista. Porque lo cierto es que la capital argentina muestra el desorden de su tránsito como un alto trofeo, como nota distintiva de su juvenil empuje y de su libre iniciativa.
En Buenos Aires hay 7345 taxímetros; 1272 tranvías; 301 trolebuses: 1299 ómnibus; 822 microómnibus; 1575 "colectivos" de líneas particulares y varias decenas de millares de automóviles particulares, carros y camiones. Con el auxilio del honrado lugar común, podría decirse que ellos son los hacedores del caos reinante en el tránsito metropolitano. Sin embargo, no es así, y en esta nota procuraremos dar validez a nuestro aserto.

Ubicación psicológica
Alguna vez alguien dijo que éste es el país de la gauchada, la coima y la recomendación. Por esas vías todo se obtiene, desde un "aprobado" salvador frente a la mesa de examen, hasta un ascenso en la carrera administrativa, sin olvidar la obtención de una libreta de conductor y algunas otras gangas. Pero el hombre de Buenos Aires, en particular, tiene, además, otra característica definida. Es la de su desprecio por la ley, la ordenanza, el reglamento y hasta de simples normas de civilidad, de buena convivencia.
Por eso, quizá, el porteño entra a un estadio, en las doradas tardes de domingo, como el miembro de una tribu indígena en campo enemigo. Sube a un tren, o a un subterráneo que no se ha detenido todavía y deja en el andén un tendal de caídos. Cruza en la mitad de cuadra, habla desde un teléfono público durante media hora y llega al teatro, una conferencia o un concierto con veinte minutos de retraso. Ese hombre es el mismo que conduce un tranvía, un ómnibus o un automóvil. Naturalmente, el tránsito es una consecuencia directa de su libre albedrío.

Desorganización organizado
Mas no todo es culpa del porteño, tan proclive al desorden. En la discriminación consiguiente, acaso la responsabilidad mayor resida en la virtual "desorganización organizada" impuesta por ordenanzas anacrónicas y mantenidas a todo trapo por funcionarios que hacen de la rutina una ley suprema.
En un cuarto de siglo la ciudad ha crecido en forma portentosa. Mas habitantes y mayor densidad de tránsito. Pero las soluciones no han estado en exacta correspondencia con la magnitud del problema, porque el sólo ensanche de la calle Corrientes, la apertura de dos diagonales y de la avenida Nueve de Julio, el levantamiento de vías de tranvías en pocas arterias céntricas y el cambio de mano en otras, han sido sólo panaceas. El problema de fondo no está resuelto ni mucho menos. Alguna vez habrá que afrontarlo con la decisión que exigen su importancia y el prestigio mismo de la ciudad capital.
Con mayor densidad de tránsito, Nueva York, Londres París, entre otras grandes ciudades, han podido lograr el ordenamiento de su tránsito. Río de Janeiro es otro ejemplo, más cercano. Ni Tokio, ni Berlín, ni Roma, ni Estocolmo tienen en ese orden las preocupaciones nuestras. ¿Entonces, cuáles son los motivos que impiden en Buenos Aires la organización cabal de su tránsito? Sin distinción exhaustiva, apuntaremos algunos de ellos y, parejamente, no estará mal enunciar los modos que permitirían resolver la importante cuestión.

El estacionamiento
Las ordenanzas municipales han reglamentado el estacionamiento de vehículos en distintas zonas y calles de la ciudad. Pero hay excepciones y son tantas que constituyen la regla. En arterias de un ancho normal de ocho metros, el estacionamiento de vehículos resta espacio para la libre circulación y ahí comienza el primer acto del drama que todos los días vive la ciudad. A ello se suma el recorrido de enormes trolebuses, ómnibus, "colectivos" y en algunos casos tranvías. Ejemplo típico es la calle Sarmiento, en el tramo comprendido entre Callao y Reconquista. Todo ese muestrario de vehículos puede encontrarse en ella, junto a la cinta de automóviles estacionados. Sarmiento, acaso, es la calle de Buenos Aires que podría aspirar al campeonato mundial del desorden en el tránsito. A determinadas horas del día, recorrerla desde Callao hasta Florida insume alrededor de veinte minutos. Y esto no puede ser.
Hay calles donde la congestión del tránsito se debe exclusivamente a la superposición de líneas de transporte colectivo, mientras las laterales carecen de ellas. Otra causa concurrente es la que produce, en horas de la mañana, el servicio de recolección de residuos, realizado en carromatos de tracción a sangre.
Está, también, la arbitraria conducción del tránsito, hecha sin método, fiada tan sólo a la inspiración del encargado de ella. En el cuadro general del caos no falta, desde luego, la inveterada indisciplina del conductor ni la desaprensión de los peatones. Pero mención aparte merece el motorista conductor de trolebuses, tranvías, ómnibus y "colectivos". Aquí hay que señalar el nacimiento de una nueva generación de conductores. Nueva y peligrosa para la seguridad del tránsito. Algunos de ellos, por no decir la mayoría, carecen de la experiencia necesaria. Los pasajeros de un trolebús pueden dar testimonio de la afirmación que hacemos.

Lo que puede hacerse
En días recientes terminó sus deliberaciones la conferencia internacional sobre seguridad en el tránsito, reunida en nuestra capital. Dos de sus recomendaciones tienen, a nuestro juicio, tal importancia que merecerían articularse en disposiciones concretas para incorporarlas al cuerpo de reglamentaciones en vigencia. Una de ellas señala la necesidad de que la capacidad de un conductor sea sometida a prueba en las calles de mayor densidad de tránsito; otra, que se dicten clases en las escuelas públicas acerca de la seguridad.
Es impostergable, en verdad, la formación de una conciencia pública sobre la seguridad en el tránsito. Tarea de educación, lento proceso formativo, el mejor instrumento para alcanzarla es la escuela. Con el tiempo, quizá las nuevas generaciones tengan respeto por la ley y consideración por sus semejantes. Por otra parte, la experiencia acumulada en centros bien evolucionados, aconseja la adopción de otro sistema de regulación del tránsito. El de señales luminosas vigente en Estados Unidos y muchas ciudades europeas ofrece suficiente garantía. Aquí se hizo un ensayo en el breve contorno de la plaza Británica. Tuvo la virtud de hacer desaparecer la anarquía y mostró indudables ventajas. Pero se lo abandonó, cuando lo aconsejable era extenderlo a más vastos sectores de la ciudad.
Es impostergable —tal como ESTO ES lo señaló hace ya tiempo—, la habilitación de grandes playas de estacionamiento, en edificios construidos con esa exclusiva finalidad, en estratégicos espacios abiertos o en locales subterráneos. Cuando se suprima de cuajo el actual sistema de estacionamiento en las calles céntricas, la circulación del tránsito ganará en fluidez y se hará mucho más rápido. Tampoco parece razonable levantar vías de tranvía y habilitar, en cambio, líneas de trolebuses en las mismas calles, con el añadido de la circulación de ómnibus y "colectivos".
Por otra parte, habría que evitar al porteño la repetición diaria de la hazaña que supone atravesar algunos puntos neurálgicos de la ciudad. La construcción de pasillos subterráneos constituiría una excelente contribución para la seguridad en el tránsito. Se nos ocurre, también, que no está mal insistir en algo que la vida misma de Buenos Aires reclama de antiguo en todos los acentos: el levantamiento de vías férreas en el sector urbano y la traslación de estaciones terminales a las líneas limites de la Capital Federal.
Alguna vez, en definitiva, se comprenderá que la organización del tránsito en Buenos Aires tiene otra trascendencia que la muy simple de su propio ordenamiento. Todavía no se ha hecho, por ejemplo, la estimación de su importancia económica. Porque el tiempo que se pierde en viajes a través de una ciudad como la nuestra es incalculable y con proyecciones asombrosas sobre todos los sectores de la actividad. Diríamos, por último, que es impostergable organizar el tránsito metropolitano porque lo exige el prestigio de una ciudad que no está, precisamente, ubicada en la selva.
Mario CHAZARRETA
__________
Pie de fotos
-Los peatones, entre los cuales se encuentran también los niños, se ven amenazados con frecuencia a raíz del caótico tránsito del centro porteño.
-El sistema nervioso de los porteños se ve sometido a una dura prueba diaria con la subida a los colectivos. Un adecuado ordenamiento del tránsito contribuirá a resolver el vital problema del complicado transporte urbano.
-La tradicional calle Florida sirve de desahogo para la complicada odisea del peatón en d centro de Buenos Aires. El problema del tránsito, típico de toda gran ciudad, es uno de los que exigen más inmediata solución.
-En muchas calles el estacionamiento de automóviles hace que el acceso a los subterráneos no pueda hacerse sin librar verdaderas batallas campales.

Revista Esto Es
4/11/54

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba