Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

QUINQUELA MARTIN: 1890 -1977
EL HOMBRE QUE LE PUSO COLOR A SU MUERTE

VIERNES 28 DE ENERO. 13.30 HS. ESTE ES EL PUNTO FINAL PARA SU VIDA. UNA VIDA QUE COMENZO TIZNADA POR EL CARBON DE LOS BARCOS, POR LA POBREZA DE UN NEGOCIO, POR UNOS PADRES ADOPTIVOS QUE LE ENSEÑARON LA VIDA DE LOS INMIGRANTES Y LA TERNURA. DESPUES FUERON LOS VIAJES, LA FAMA, EL EXITO. DESPUES, EL SOSIEGO DE SU TALLER Y SUS VENTANAS AL RIO. QUINQUELA MARTIN HA MUERTO. EL MISMO ELIGIO LOS COLORES PARA SU MUERTE.

Todo está ahí. Como siempre. Como desde hace decenas de años. Están los deslomados volúmenes de Dostoievski, Zola y Malatesta. Está la antigua cama de dos plazas y el poncho riojano que sirvió de colcha. Está la fotografía firmada y dedicada de Benito Mussolini. Están los caballetes y la mesa con miles de colores mezclados en un óleo que endurecieron las hora'; y la falta de trabajo. Está la
espátula más vieja, la del mango tantas veces clavado y pegado.
Y están también las ventanas al puerto y los silencios. Esos silencios que él supo transitar por su mundo de colores y fuerza. Esos silencios de los últimos años. Y las tentaciones de volver a la tela mientras sus manos le negaban el pulso y sus ojos la total claridad de las imágenes.
Ahora, en la casa de Pedro de Mendoza frente al Riachuelo, hay un hueco, un vacío que el viernes 28 de enero inventó la muerte. Exactamente a la una y media de la tarde el corazón de 87 años de Benito Quinquela Martín se detenía en un último latido. El se había anticipado contestando unos meses atrás: "No, no le tengo miedo a la muerte. Al contrario, a la muerte yo la sigo con color..."

HASTA NACER FUE UNA NOVELA
Hay una fecha exacta: 21 de marzo de 1890. Ese día, alguien deja en la puerta dé la Casa de Expósitos una cuna modesta y un bebé que lleva una carta entre sus pañales:
"Este niño ha sido bautizado y se llama Benito Juan Martín."
Junto a la carta había un pañuelo cortado en diagonal. Sin dudas, la otra mitad de ese pañuelo quedó en manos de quien abandonó al niño.
Las monjas del convento sacaron deducciones: "Por el peso, debió nacer el 1º de marzo".
"En realidad, mi nacimiento se pierde entre las sombras de lo desconocido y nunca lo pude comprobar de una manera irrefutable."
En ese convento pasaron sus primeros seis años. En otro lugar, en la Boca, un matrimonio humilde veía desesperar la aventura de un hijo. Los años pasaban y Manuel Chinchella y Justina Molina sentían que se frustraba su mínima esperanza. Un día se deciden. Un día golpean a las puertas del convento. Cuentan su historia y aquel niño pasa a ser suyo. Manuel y Justina ya tienen un hijo. La pieza donde viven se llenará de las alegrías compartidas.
"Los viejos necesitaban compartir con alguien su pobreza, y me eligieron a mi. No había de ser yo quien se quejara demasiado de los mandatos del destino."
Don Manuel era un hombre fuerte. Un genovés grandote que se destacaba por su fuerza en la descarga de los buques carboneros. Elegía siempre las bolsas más grandes y con una en cada hombro caminaba del barco a tierra. Justina en cambio había nacido en Gualeguaychú, Entre Ríos. Ella atendía el despacho de bebidas y almacén de comestibles y carbón de la calle Irala al 1500. No sabía leer ni escribir, y sin embargo jamás se equivocaba en las cuentas que hacia al fiado. Era intuitiva y dueña de una memoria prodigiosa.
El negocio era en realidad un pequeño almacén de ultramarinos que nunca daba más que trabajo y poca plata."

EL CARBONERO Y LOS GARABATOS
Benito Quinquela Martín ya tenía dieciocho años. La necesidad y la herencia lo llevaron al puerto, a los barcos carboneros. Era raro el día que no llevara tantas bolsas como para cargar media docena de chatas. Sin embargo, en sus ratos libres. buscaba sus papeles y sus lápices. Pian dibujos toscos, intuitivos. rudimentarios. Sus amigos del puerto no podían entenderlo. Le hacían bromas. Llamaban a sus trabajos "garabatos". Por eso Benito, el carbonero, guardaba secretamente sus dibujos. El único que accedía a ese mundo de papeles "garabateados" era Juan Ortiz. un amigo al que también le gustaba la pintura y con el que Benito pasaba las horas charlando de arte.
"Siempre pensé que mi origen pobre me hizo un experto. Viví entre los personajes y paisajes que inspiran mi pintura. Por eso dejé de lado los paisajes ciudadanos y las figuras aisladas para meterme en mi puerto."
A los diecinueve años decide ingresar en la Sociedad Unión de la Boca para tomar clases con el pintor Alfredo Lazzari. Pero no abandona su trabajo en el puerto. Sus padres se han mudado a la calle Magallanes 970 y sólo mantienen la carbonería. En la parte de arriba del negocio hay una pequeña habitación que Quinquela convierte en taller.
Un año después se va a vivir solo. Necesita más tiempo para estar con sus pinturas y se lo roba a las horas de trabajo. Hace lo justo para poder vivir. Así vagabundea por la Boca. Los chicos, al verlo con su caballete y su tela, le gritan cosas y le tiran piedras. La policía lo encuentra sospechoso.
"Lazzari fue el único maestro que tuve en mi vida. El me enseñó los rudimentos del dibujo y la pintura. Tenia una virtud rara en los profesores de academia: dejaba en libertad al alumno para que éste se expresara y buscara su propia técnica. Este respeto por la libertad es uno de los mayores beneficios que saqué de sus enseñanzas."

EL PRIMER VIAJE LEJOS DEL PUERTO
Una familia amiga de sus padres lo invita a pasar unos días en San Javier, Córdoba. Los Anselmi son gente amable y tratan de que Quinquela pase unas vacaciones como en familia. Pero fue mucho para él. Arrancarlo de su puerto, sus cuadros y sus padres, fue demasiado. Por eso el 14 de diciembre de 1912 escribe detrás de una fotografía que pone en un sobre:
"A mi querido e inolvidable padre, por el cariño y el amor que encierra mi corazón, le mando mi retrato para que flote el amor en nuestras almas. Su hijo. Benito."
Por fin volvió a su geografía, a sus afectos. Volvió a vagabundear por la Boca. Poco a poco se convirtió en "el carbonerito pintor". Así lo descubrió un día Pío Collivadino, director de la Academia Nacional de Bellas Artes. Vio sus dibujos, notó su tremenda fuerza expresiva y su originalidad de "primitivo". Collivadino le promete ayuda y le augura un gran porvenir.
"Creí que aquello era un elogio circunstancial, pero estaba equivocado. Quince días después entra mi padre a mi pieza y me dice agitado: 'Benito. . . Benito. . ., te busca un señor de guantes. . .' Era Eduardo Taladrid, secretario privado de Pio Collivadino, que después fue mi mentor y amigo."

PINTAR, LEER, ESCRIBIR
Un bigote fino e incipiente asoma en la cara de Quinquela. Se agrega un sombrero de ala ancha y corbata voladora. Así su figura anda por las calles de la Boca, la Isla Maciel, Parque Lezama, Wilde. A la noche, esa figura volvía a la camisa a cuadros y los pantalones de tiro alto. Así llegaba hasta el colegio de la calle Australia 1081. Así se presentaba frente a Margarita Erlin, su maestra, la encargada de enseñarle a dibujar las letras y los números. Quinquela no sabía leer ni escribir. Con grandes sacrificios llegó hasta tercer grado. Las dificultades económicas lo obligaron a volver a trabajar.
"Cuando se vive al día, el estudio es un lujo y los pobres no están para esos derroches. Además de trabajar adentro de la carbonería tenía que salir a la calle a recorrer la clientela y ocuparme del reparto del carbón, que se hacia a hombro."
Pese a todos los esfuerzos que hace durante el día, por la noche, ahora sin escuela, Quinquela vuelve a sus pinturas. La ayuda de Eduardo Taladrid es valiosa. Por medio de éste, Quinquela realiza su primera exposición individual en la Galería Witcomb. El público y la crítica fueron elogiosos hacia el "debutante". Era el 4 de noviembre de 1914.
Sin embargo, unos meses atrás, Quinquela había llevado algunos de sus cuadros para vender a un italiano que tenia un negocio en Maipú y Rivadavia, y el resultado fue tremendo: mientras señalaba la puerta del local el italiano le dijo:
"Va vía. Andate a sembrare papas. Lei es un pintor de paredes."
Pero la increíble historia de Quinquela cambia apenas expone en una galería comercial. Pío Collivadino y Francisco Badino son los primeros en comprar sus obras. La primera venta de sus cuadros suma cinco mil pesos.
Un año después (1915) los directivos del Jockey Club lo invitan a exponer. Otro suceso. Otro éxito. Pero también empiezan a dividirse las opiniones. Para algunos, Quinquela es una revelación genial. Para otros, un hombre que ignora todo sobre pintura.

NUEVO NOMBRE. NUEVO TALLER.
El pequeño estudio en los altos de la carbonería se vuelve estrecho. Quinquela necesita un taller más grande. No quiere alejarse de la Boca. Finalmente consigue alquilar una pieza en la calle Almirante Brown. También conserva su otra pieza, donde tiene una cama y un ropero.
Para esos días el pintor, del que hablan los diarios, decide también corregir su apellido, cambiarlo.
"Cuando me llamaba Chinchella, era Chinchella para algunos y Quinquela para otros. Para los italianos, que lo pronuncian bien, era Quinquela. Pero para los españoles y los argentinos era Chinchella con todas las letras. Además tenia tres nombres propios: Benito, Juan y Martin. Me quedé con el Benito, suprimí el Juan y convertí el Martin en segundo apellido. El Chinchella lo traduje fonéticamente y al final quedó Benito Quinquela Martín."

LOS VIAJES DEL MAESTRO
Enero de 1920. En Mar del Plata se realiza una muestra de pintura argentina. Quinquela viaja en avión por primera vez y por primera vez expone con su nuevo nombre.
En noviembre de ese año Eduardo Taladrid lo invita a viajar a Río de Janeiro para exponer su obra. Viajan y pasan seis meses antes de que puedan conseguir un lugar para la exposición.
Finalmente la Escuela Nacional de Bellas Artes cede uno de sus salones para la muestra. Es la primera exposición de Quinquela en el extranjero.
En 1922 Quinquela regresa a la Argentina. Vuelve a cambiar su taller. La Vuelta de Rocha es su lugar preferido. Allí consigue una casa en Pedro de Mendoza 2087.
Oficialmente le ofrecen un empleo en el consulado argentino en Madrid. Son trescientos pesos por mes. El cónsul, Eduardo Schiaffino, lo inicia en el trabajo. Conoce a Jacinto Benavente, Antonio y Manuel Machado, Alberto Ghiraldo. Las reuniones en el café El gato negro se hacen frecuentes. Quinquela visita el Museo del Prado.

LOS VERTIGINOSOS AÑOS QUE SIGUEN
1924: Quinquela regresa de España y con el dinero ganado en la venta de sus cuadros le compra a sus padres la casa de la calle Magallanes. La carbonería estaba al borde de la quiebra.
Quinquela pinta sin descanso. Tiene un sueño: conquistar París. 1925: Quinquela se embarca en el vapor Massilia rumbo a París.
1926: Exposición en la Galería Charpentier. El cuadro "Día de sol en la Boca" es comprado por el director del Museo de Luxemburgo. El gobierno francés está decidido a otorgarle la Legión de Honor. Quinquela la rechaza.
1928: El pintor regresa a Buenos Aires después de una muestra en Nueva York. Ya prepara un nuevo viaje a Europa.
1929: Roma es su nuevo destino. Su exposición es visitada por
el rey Víctor Manuel III y por Benito Mussolini.
"Cuando Mussolini terminó de ver mis cuadros se me acercó y me dijo: 'Lei e il mió pintore. . .' Se lo agradecí y le pregunté por qué me decía eso. En un castellano bastante claro me respondió: Porque usted pinta el trabajo'."
En los Estados Unidos y en Europa los críticos ya tienen su opinión formada. Los títulos de las críticas son elocuentes: "Nace un nuevo Gauguin.
1930: Londres. Quinquela había dicho en un reportaje para el "Daily Express": "No he pintado mujeres porque todavía no la he encontrado". Miles de cartas llegaban al diario con fotografías de mujeres inglesas dirigidas a Quinquela.
"Si no hubiera mujeres no se podría pintar. Lo digo yo, que soy un pintor de barcos. Las mujeres para mi son tan importantes como los barcos."
1934: Se inaugura el mural de Quinquela en Obras Sanitarias. La "República de la Boca" lo nombra almirante junto con Filiberto y Bessio Moreno.
1936: Quinquela compra el terreno frente al Riachuelo, que dona al Estado para la construcción de una escuela-museo. El mismo decide que la escuela sea de colores y con un mascarón en la fachada.

QUINQUELA DETIENE SU VERTIGO
Cada vez le gusta quedarse más tiempo en su casa, con sus alumnos, en su mundo, que no va más allá de una pieza y un par de ventanas. Recibe visitas como la de Geraldine Chaplin. Es nombrado miembro honorario de la Universidad de Buenos Aires. Dona su estudio y regala 28 cuadros, que se tasan en 28 millones de pesos en 1972. Una dolencia lo lleva a una clínica, donde permanece durante nueve meses. El 15 de marzo de 1974 se casa en secreto con la mujer que fuera su secretaria durante quince años: Alejandrina Cerruti.
"Fueron muchos años compartiendo cosas. Creí que seria bueno para los dos quedarnos juntos para siempre. Y ella está contenta; a mí me hace bien que ella esté contenta.

LAS RESPUESTAS GENIALES DE HOMBRE GENIAL
Durante toda su vida Quinquela Martín accedió a reportajes, charlas, encuentros. En cada oportunidad que tuvo mostró su humor, su ingenio, su fuerza y su inteligencia para responder. Estos son algunos ejemplos:
—¿Cuál cree usted que es el colmo de la vanidad?
—No reconocer la propia.
—En un mundo de ciegos, ¿qué cosas hubiera hecho?
—Pintura sonora.
—¿Le gustaría hacer un viaje a la Luna?
—Si, para pintar sus puertos.
—¿Qué opina de los críticos?
—Cuando son humanos son buenos.
—¿Hasta cuándo se puede amar?
—Hasta después de la muerte.
—¿Por qué pintó su ataúd?
—Yo tengo en mi ataúd el concepto de la tierra; es un concepto religioso; me gusta la tierra y entonces es lindo morirse con su cajón en colores. Lo pinté de siete colores y adentro la bandera argentina. Y le puse un pasamanos, porque siempre se lleva entre muchos y se lastiman las manos. En cambio, éste lo pueden llevar cómodos. Es un cajón barato; total se va a pudrir enseguida y así los gusanitos serán de colores.
Viernes 28 de enero de 1977. 13.30 horas. Benito Quinquela Martín ha muerto. Fueron 87 años en los que sorprendió al mundo de la pintura. Despertó la polémica alrededor de su obra. Los siete colores de su ataúd son el cierre, el final de una vida. Su espátula agitó aguas, inventó barcos, imaginó carboneros como él. Sus hombres fueron casi gigantes de músculos brutales, de gestos duros, de manos agresivas. Porque además fue inmigrante sin saberlo, portuario por ejercicio, solitario, benefactor, amigo. Benito Quinquela Martín ha muerto, pero pasará mucho tiempo para que se borren sus colores desparramados en las telas, en las paredes, en las calles de su puerto. Porque él nunca le tuvo miedo a la muerte, y porque la desafío con su paleta y su espátula poniéndole los colores que fueron su vida, Quinquela seguirá vagabundeando por la Boca hasta que alguien se anime a desteñir su historia.
Agustín Bottinelli

Recuadro en la crónica__________________
LOS PROBLEMAS QUE MIE TRAJO QUINQUELA Por Rafael Squirru
Cuando comenzaron las reuniones en mi domicilio de la calle Arenales que conducirían a la concreción del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (hoy rebautizado con el nombre de Museo de Artes Visuales. Sin comentarios) presidía la pared principal de mi estudio uno de los cuadros más importantes de Benito Quinquela Martín. Se trataba nada menos que de su pintura de la Vuelta de Rocha, que el presidente Alvear obsequiara al príncipe de Gales durante su famosa visita a nuestro país. El cuadro había colgado durante varías décadas en el palacio de St. James hasta que destronado el ilustre príncipe por mucho menos de lo que su antepasado Enrique VIII, en materia de complicaciones femeninas, había ido a parar al banquillo del rematador y del mismo a manos de mi finado hermano mayor Eduardo, quien siendo diplomático en Dinamarca lo había adquirido de un marchand de Copenhague.
Cualquiera pensaría hoy que tan ilustre pintura habría de conminar al respeto de artistas y colegas que asistían a esas reuniones. Mejor no hacer demasiados nombres.
Lo cierto es que el cuadro de Quinquela en el ámbito de un supuesto futuro director de un Museo de Arte Moderno fue piedra de escándalo que me alienó a un respetable número de personas que objetaban fanáticamente contra una manifestación de arte que consideraban escandalosamente "popular".
Tengo la certeza de que muchas de esas personas mantienen la misma actitud.
Debo hoy confesar que eran tales las dificultades que me traía el famoso cuadro que llegó un momento en que dudé de si no seria mejor ocultarlo.
Pero mi compromiso con Quinquela iba más allá de la amistad que había brindado a mi padre primero, y luego a mi entonces joven persona.
Yo admiraba esa obra y mi idoneidad como crítico, más allá de la inseguridad propia de los años mozos, me obligaba a defenderla por encima de cualquier otra consideración.
Mi cultura visual de aquellos años no me permitía establecer una ubicación más o menos precisa de los reales méritos de aquella pintura, pero mi sensibilidad respondía en moneda de buena ley a esos grupos de obreros que desfilaban junto a la carreta, cobijados todos por la gran estructura negra del puente que emergía al fondo como un fantasma fuerte y cariñoso.
Lo que yo sentía, y hoy sé que no estaba equivocado en sentirlo, era la poderosa intensidad que emanaban de esas formas y de esos colores castigados con la espátula. Como diría Fierro: aquello era pura realidá.
Hoy me siento lo suficientemente seguro como para establecer fuera de toda duda posible los reales méritos de aquella obra y de esa fuerte y original personalidad que representa para el arte de nuestra época y de nuestro medio Benito Quinquela Martin.
Él, y lo digo con satisfacción, nunca llegó a saber los dolores de cabeza que me había traído su famoso cuadro.
Precondición de poder establecer la posición que ocupa una obra como la de Quinquela en la historia de nuestro arte es la de comprender que toda cultura es interacción y diálogo entre el hombre y su medio.
Para quienes olvidan la segunda parte de la ecuación y creen que por cultura debe entenderse lo alcanzado por la cultura en términos abstractos de universalidad es indudable que el arte de Quinquela no terminaba de llenar las condiciones de información visual que ellos exigían.
Las grandes corrientes europeas de renovación estilística lo habían dejado indiferente y su diálogo se mantenía obstinado con ese barrio de la Boca del que emergían sus realizaciones plásticas.
Pero lo que mide el mérito artístico de una obra no es necesariamente el grado de información de quien la realiza sino su grado de intensidad vital; el grado de energía liberada, como diría ese premio Nobel de literatura que se llama Saúl Bellow.
Y ese grado de vitalidad tiene mucho más que ver con la autenticidad y la capacidad vital del artista que con su grado de información.
Quinquela sentía, y sentía con intensidad todo ese mundo que lo rodeaba. Poco interesa si al clasificarlo lo ubicamos como un primitivo o como un neo-impresionista.
También podríamos con análogos argumentos invalidar la obra de un Aduanero Rousseau, a quien la crítica acepta en lugar destacado en el panorama del arte actual. No son las teorías las que justifican a las obras de arte; antes bien son las obras de arte las que invitan a las reflexiones teóricas en torno a las mismas.
Quinquela es un primitivo de nuestro medio y eso de ninguna manera debe ser tomado en un sentido peyorativo. Su primitivismo tiene sabor popular y eso lejos de restarle le agrega mérito a una obra que encuentra eco a ese nivel de degustación.
Esa misma intuición popular le llevó paradójicamente a incursionar en aspectos del arte que hoy están considerados de la más sofisticada vanguardia.
Pienso, como lo hacia notar sagazmente el crítico Rosselot Laspiur, en su berretín de ver pintadas de vivos colores la barriada de su elección, lo que lo hace verdadero pionero del así llamado arte ecológico, que es aquel que busca modificar a través de sus realizaciones el entorno en que vivimos.
Esto se extiende como en el caso de Calder a la pintura de aviones para importante línea aérea, actitud también anticipada por Quinquela en su idea que llevó a la práctica de pintar los ómnibus que pasaban en su recorrido por la Boca.
Quiso de este modo la ironía transformarlo además en vanguardista de actitudes conceptuales dentro del espíritu de quienes precisamente lo negaban por indiferente a las mismas.
Todo lo cual nos lleva a concluir que en sus mejores momentos Quinquela Martín plasmó una obra de incuestionable valor y jerarquía y que debidamente ubicada merece ocupar ese destacado lugar dentro de nuestra producción artística que intuitivamente su pueblo supo otorgarle.
Revista Gente y la Actualidad
3/2/1977

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