Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Gobierno: Entre los consejos de Alende y los fuegos opositores

La semana pasada, una ola de calamidades recorrió el país. Persistían las inundaciones en Formosa, amenazaba el turbio Paraná, los huracanes barrían a la Patagonia mientras una nube de polvo, la niebla de la sequía, encapotaba el cielo del sur bonaerense. Había otros motivos de inquietud: los gráficos decretaban el estado de alerta, reverdecía la protesta cegetista al tiempo que se indignaba la Unión Industrial por la ocupación de la planta Fiat Concord, paraban los obreros de la carne y los textiles de una fábrica de San Andrés.
También los guerrilleros se mostraron activos: en la tarde del viernes, un comando de la FAP asaltó la sucursal de Banfield del Banco de Galicia; un policía resultó muerto y dos suboficiales heridos.
En circunstancias parecidas, o en vísperas de batallas, César acostumbraba a indagar el destino en el vuelo de las aves. Obvio, Roberto Levingston no cree en las profecías de los pájaros; al parecer, confía en los consejos de Oscar Alende, el mentor de la generación intermedia, con quien almorzó el viernes pasado en la Casa de Gobierno.
No extrañó que el presidente conversara con el caudillo revolucionario de Banfield. Desde tiempo atrás, varios discípulos de Alende recorren animosos los laberintos del poder: Jorge Gardella, ex ucrista capitalino y ahora asesor de Aldo Ferrer; el santafecino Juan Quilici, reciente subsecretario de Finanzas, y —entre otros— el ex senador Tomás Arana y el líder juvenil de la intransigencia radical, Délfor Caressi.
Se trata de gente que repudia a "la vieja partidocracia", que desea asociarse a los militares para continuar con la revolución nacionalista que detenga la ofensiva del marxismo. En esencia, y como aporte novedoso para la renovación política argentina, insisten en llevar a la práctica el Programa de Avellaneda, aquel que sirvió de caballito de batalla a la intransigencia radical en 1944 y que había sido ideado, nueve años antes, por el izquierdista Leónidas Anastasi; los mismos papeles que arrumbó Arturo Frondizi en 1958 porque no se ajustaban a la realidad del país.

MATE SI, WHISKY NO. ¿Acaso Levingston apoya ese programa? Quienes lo conocen afirman que parece dispuesto a afianzar la instancia nacionalista; en resumidas cuentas, que se opondrá a todo intento de apresurar la salida de las urnas. Cuando Alende abandonó el comedor presidencial, luego de dos horas de plática, enfrentó a los periodistas con ánimo de ganar una guerra. Algunos creyeron verlo eufórico, como si el jefe del Estado le hubiese obsequiado las armas del triunfo; otros lo vieron inquieto, sumergido en el vórtice de una crisis de proporciones. Pero todos advirtieron que el ex gobernador de Buenos Aires hablaba por Levingston o, por lo menos, que defendía su pensamiento.
Alende eludió las respuestas acerca de lo que había conversado con el primer mandatario. Pero fue contundente, quizá audaz, durante los sesenta minutos de su monólogo. Así, lanzó denuestos contra los monopolios internacionales y defendió la actitud gubernamental emergente del caso Fiat. "Fue una posición seria y enérgica para evitar un abuso de la empresa y estallido provocador" dijo.
Siguió despotricando contra los "torvos" intereses foráneos, "que tienen hombres infiltrados en los poderes públicos", y de tal manera arriesgó que el gobierno estaría dispuesto a revisar la estructura de la Junta Nacional de Granos y a presentar combate a la industria frigorífica extranjera. En su arremetida llegó a expresar: "Es muy sintomático que cuando se pretende poner en marcha la revolución nacional comienzan a manifestarse los elementos del interés foráneo para derribar al gobierno. Por eso vine a conversar con el presidente. Hace por lo menos 20 años que el país no tiene un gobierno de posición tan clara en defensa del interés nacional. De allí que la conjura quiera voltearlo ahora, porque de lo contrario estima que no lo volteará jamás".
Ya definido, no tuvo inconveniente en denunciar que "la conjura intenta quebrar la unidad del Ejército, a quien se lo quiere llevar a un complejo de culpa por las frustraciones de los últimos años. Más aún: quieren llevar a las Fuerzas Armadas a una solución desesperada por el comicio inmediato, y así ver cómo los militares vuelven vencidos a los cuarteles sin haber cumplido con la revolución nacional".
Insistió sobre el poder de los monopolios y aludió a Deltec Internacional. Le preguntaron si Juan Carlos Onganía había "servido a esa compañía" y su respuesta no fue del todo explícita: "Es una pregunta inoportuna, pero puedo decir que Onganía no estuvo a sueldo de la Deltec". Luego aseveró: "Krieger Vasena y Costa Méndez se conchabaron en monopolios extranjeros después de haber ejercido cargos en el gobierno. Esos monopolios existen, no es un sueño. Tanto existen, que llevaron al gobierno a un ministro como Krieger Vasena y quieren tumbar a un ministro como Ferrer y a un presidente como Levingston".
Restaban otras definiciones de importancia. Por ejemplo, conocer si el presidente le había ofrecido la gobernación de la provincia de Buenos Aires, si estaba decidido a la formación del "partido del gobierno" y si auspiciaba la reforma constitucional. Alende aclaró: "Yo estoy al margen de toda politiquería y del reparto de posiciones. Primero hay que hacer la revolución con justicia social. Los planes electorales están condicionados a esa revolución y, por lo tanto, no creo que el gobierno deba formar su propio partido".
Por fin, después de manifestarse partidario de no reformar la Constitución y la ley Sáenz Peña, dijo que en un futuro las fuerzas políticas argentinas deberían organizarse sobre tres corrientes de opinión: la nacional, la de la izquierda internacionalista y la liberal. El epílogo: "Si este gobierno ejecuta la revolución, tendrá a su favor la mayoría del pueblo como ahora la tiene en contra; porque el pueblo tiene la sensación de que no se está haciendo la revolución esperada".

LA CONTRAPARTE. Mientras Alende clamaba por la continuidad revolucionaria, los adversarios del gobierno se aprestaban a perfeccionar la táctica para dar la batalla del cuarto oscuro. Desde Madrid, Juan Perón instruía al bando electoralista, las huestes de Jorge Paladino: "Los peronistas deben comprender que como tales nada pueden esperar del gobierno militar que nos agobia. En consecuencia, es preciso fortalecer los cuadros y aprestarse para la lucha que derribará a la dictadura". Con esa dura definición se nutrió, el jueves último, el cónclave del Consejo Superior Justicialista; es que no sólo Paladino había recibido instrucciones de acelerar el proceso que situara a Levingston entre la espada y las urnas: otros "compañeros de base" tenían en sus manos varias misivas en las que El Líder los instaba a "no transar con los militares continuistas".
En la noche del sábado, el emisario Paladino acomodaba las cargas de dinamita al esquema de su discurso que habría de pronunciar, el día siguiente, en el congreso peronista de La Plata que fuera convocado por Héctor Sáinz en el salón Carroussel. Claro que allí no se detenían los preparativos electorales de la gente de Paladino: después de sus vacaciones, Roberto Ares se aprestaba a reunirse con Manuel Rawson Paz y Ricardo Balbín para comenzar a estudiar los puntos básicos de una plataforma de gobierno común, la clave para que cualquiera de las dos agrupaciones mayoritarias se respeten en caso de llegar al poder.
Algo más se estudiaba en la casa de Rawson Paz: la posibilidad de que el aramburismo antigorila constituyera su propio partido, es decir una nueva fuerza que apoyara el acuerdo de La Hora del Pueblo para afianzar el movimiento centrista, único capaz de oponerse al frente de las izquierdas que instrumentaron los comunistas en Rosario.
Pero si las posiciones se van definiendo con celeridad, Juan Perón sigue en la suya. En otras palabras: reparte el juego con cartas marcadas a tres mesas distintas. A los escisionistas de las 62 Organizaciones los invita a incorporarse al buque madre, un trabajo eficaz de Lorenzo Miguel; a Raimundo Ongaro lo empuja a continuar la lucha "para que ganen los mejores de la causa popular", mientras que a Miguel Gazzera le aconseja no pactar con los nuevos participacionistas de la CGT, la flor y nata del vandorismo.
Sea como fuere, las soluciones institucionales de fondo siguen dependiendo de las Fuerzas Armadas, en general, y del Ejército en particular. Ni la violencia guerrillera, ni los afanes electoralistas, ni los reclamos sindicales son por ahora decisivos para definir un proceso que parece acercarse a su apogeo. Alejandro Agustín Lanusse está de vacaciones.
PANORAMA, ENERO 26, 1971

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