Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

LOS PUNTOS SOBRE EL PLANETA
"Por qué se dice poeta?", le espetó en las calurosas cavidades del Centro de Arte y Comunicación, un señor al cual no dejaban ser amable. "Porque es una definición lo suficientemente ambigua, amplia y generosa como para permitirme trabajar con libertad." Leandro (Leandro Katz), argentino, 33 años, una barba trabajada como sostén del mentón, cabellera enrulada, aires mefistofélicos, se encrespaba ante los espectadores que asistían a la colocación de su tercera columna del lenguaje: "Dislocamiento y reubicación de monumentos".
El día anterior había desarrollado ante Primera Plana los enunciados de una probabilidad: "En veintiún puntos del planeta se habrán de producir acumulaciones de lenguaje humano, las cuales, cobrando una formación arquitectónica de carácter vertical, podrán elevarse hasta una altura no mayor de 60 kilómetros y se denominarán: 'Las 21 columnas del lenguaje'."
Ausente del país desde los 23 años, ha sido transeúnte de las sorprendentes arterias de Iberoamérica: Lima, Quito, Bogotá, el Amazonas, San José de Costa Rica, México. Antes, quizá como gesto de despedida, dejó un libro: Es una ola (Sudamericana). Recaló en Nueva York (primera plana Nº 447). Nada le está vedado: fotografía, cine, teatro, artes gráficas, póquer, pedagogía. Como los antiguos caballeros tiene su orden: "El Triángulo Rotador Evanescente". Como todo poeta habita el mundo de lo no imposible. Aquí, su imaginación:
—Estoy trabajando en un proyecto que nace de una serie de reflexiones sobre la literatura y probablemente sobre campos más abstractos del lenguaje; tiene que ver con transportar, producir desplazamientos de carácter concreto, en este caso sería desplazar la literatura hacia el nivel del arte. Soy poeta. Intento llevar estas expresiones de la actividad humana hacia otras de carácter especializado, es decir, romper con los círculos que dicta el sistema. Es una de las cosas que realmente quiero ver si puedo modificar, pues en esencia creo
que el arte es vida y la vida es revolución, cambio constante; entonces, limitándome al espacio que me brinda el arte y la literatura, quiero ver si puedo producir estos desplazamientos. Es mi modesta obra.
No sé, concretamente, qué efectos y consecuencias puede tener dentro de sistemas establecidos, porque se trata de trabajar en planos creadores, entonces no podemos anticipar con total exactitud los efectos, pero asumimos, a través de un acto de fe en la creación, que el arte encierra el poder de generar nuevas formas de vida. La idea consiste, en esencia, en que en 21 puntos en el planeta se producen acumulaciones de lenguaje humano; estas acumulaciones se manifiestan a través de la relación entre los distintos niveles y existen, aunque son de carácter inmaterial. Sostengo que estas acumulaciones se elevan, o se pueden elevar, hasta una altura de 60 kilómetros, tienen un carácter por lo tanto arquitectónico. se ubican en distintos puntos del mundo y están construidas de palabras, de los elementos del lenguaje humano.
—¿Cómo son ubicados esos puntos?
—Son ubicados a través de un proceso interiorizado. No trabajo ni ebrio, ni dormido, ni despierto, ni soñando, sino a través de una interiorización de la obra. Es el resultado de una serie de reflexiones acerca del arte y de la vida, de todo lo que nos preocupa, todo lo que me preocupa a mí; asumo que esta obra de arte, a través de un mecanismo interiorizado, contiene todos los elementos de esas reflexiones y es, a su vez, capaz de generar otras nuevas.
—Su presentación en el CAYC, ¿qué nivel ocupa en la estructura del planteo?
—Como digo, son 21 elementos, los estoy señalando; he indicado uno en Nueva York, otro en Venezuela, el tercero acá, en Buenos Aires, y al elegir cada espacio, pienso en términos de que cada uno de estos 21 elementos, debe ser un acto en sí, una situación, que pase, no sólo al nivel del campo de las artes plásticas o visuales, sino también dirigida a niveles de teatro, a niveles de carácter social. Entonces es la confluencia, cada elemento es la confluencia de una serie de ideas. Por ejemplo, a este proyecto en el CAYC lo he llamado "La descolocación y reubicación de monumentos", pensando en todos los monumentos de la historia de las civilizaciones que han sido transportados en esculturas. Pienso en la cultura como una especie de mármol en el cual se ven vetas de distintos colores. que se mezclan y entremezclan.
—¿Qué significado tiene la "Venta del Obelisco"?
—Tiene que ver en principio con un hecho de carácter lingüístico. Estoy tomando una especie de creación del ingenio popular, cuando dicen 'Te vendieron el obelisco'. Yo pienso que el mercado del arte es un poco así, la venta del obelisco. A la vez estoy creando una situación, ilustro un hecho de creación de lenguaje, como esa frase, y señalo una crítica a los sistemas de arte. Y por otro lado, estas pequeñas ideas son capaces de generar toda una serie de especulaciones en el actor-espectador, es decir, estoy sugiriendo una idea de carácter inmaterial, que cada persona que la lee o escuche, se interesa y se le instala en su mente. Si hablo de una columna que se ubica donde está el obelisco, que se eleva por 60 kilómetros y está compuesta de palabras, inmediatamente nuestra mente es capaz de diseñar, crear y construir esta columna. Entonces se produce la situación en la cual el arte ya deja de ser el objeto de carácter exclusivo. El artista es el espectador y entramos a planos más nuevos en estas actividades, que yo desconozco, ya que estoy trabajando con elementos que son, en sí, desconocidos para mí, porque me estoy metiendo en campos que no sé exactamente a dónde van a conducir; es un proceso de evolución, estoy siguiendo una línea de ideas y, como todas las ideas, asumo que son como una vertiente, capaces de crear más. que no van a cesar, a interrumpirse y ver hacia dónde me conducen en ese campo y, en tal sentido, pienso que el arte es capaz de afectar no sólo a los sistemas de arte vecinos, sino que a su vez afecta, cambia las vivencias humanas. Si es que creemos en el hombre, como yo creo, asumimos la creencia de que el arte puede ser partícipe de eso.
—Las dos columnas anteriores, la de Nueva York y Venezuela, ¿en qué consistían?
—La de Nueva York consistía en un transplante de la situación de la apertura de una galería de arte, en la cual la gente va a mirar, y a observarse mutuamente, a actuar de una manera determinada en una especie de conmemoración sugerida por una serie de objetos, que llamamos objetos de arte. Yo quería transplantar esta situación a un terreno baldío que estaba en la confluencia del río Harlem y del río Hudson, un parque muy salvaje y excepcional en Nueva York, donde casi no queda tierra limpia, un sitio raro, muy extraño, de un sabor especial. Se trataba de ver qué sucedía, cómo se daban esas situaciones en las cuales los espectadores venían pensando, "Bueno voy a ver una escultura, voy a ver un objeto que ha sido creado por el artista, voy a ver algo hecho de madera, de bronce" y en la invitación se hablaba más de una visión capaz de generar otras visiones; en realidad era un poco la descripción de una situación que se iba a presentar allá, que iba a ser, por ejemplo: ver un río, un paisaje, un grupo de amigos, como si fuera una pintura, una especie de instante. La obra era todo, era esa visión y nada más.
La segunda columna fue bastante distinta; fui a Caracas pensando en colocarla en la cima de un monte hermosísimo, a cuya falda está la ciudad; es una montaña muy bella, y en la cima se iba a colocar esta columna y fue plantada con una declaración muy breve que decía: "El arte de los conceptos es el acontecimiento más grande desde la invención de la fotografía". Esto anunciado en una postal fotográfica en cuyo dorso estaba el papel fotográfico puesto en el baño fijador sin ninguna imagen, es decir, absolutamente blanco. A mi entender, ahí habíamos entrado en otro plano. Es decir, la fotografía, cuando se inventó, cambió absolutamente el arte, porque ya no se trataba de imitar a la realidad, sino ya entramos en' una etapa en la cual la imagen de la realidad se interiorizaba e iba a los planos de interpretaciones personales del artista; así pasamos al impresionismo, al dadaísmo y al surrealismo que eran las interpretaciones más personales de cada artista. Ahora creo que, planteadas así las cosas, este tipo de arte pasa más allá del mundo material que es el mundo de la pintura y de la fotografía, pasa a mundos en los cuales el espectador es el verdadero artista y en los cuales ya no se asume que el mundo interior del artista es excepcional sino simplemente se admite que el mundo de cada persona es excepcional, el mundo de cada persona es una fuente de creación excepcional. Y eso creo que es muy importante. Los sistemas de arte están llenos de grandes injusticias, injusticias en el sentido de que se dice que hay unos mejores que otros, esas cosas, ese sistema de fracasos, ese sistema en realidad económico; éste tiene más, éste tiene menos, una cosa así. No veo la razón por la cual se debe acumular el talento, la inteligencia o ciertas virtudes en un individuo. Todo el mundo debe ser artista y todo el mundo tiene
que crear la vida cotidiana. En ese sentido, en el sistema en que estoy tratando de operar, en que me estoy concentrando y que llamo arte, para poder llamarlo arte debo moverme dentro de los sistemas de arte y abrirlos operando desde ese nivel, asumiendo que representa a todos los demás.
—¿Cuál sería la próxima columna y en dónde?
—Bueno, el cuarto elemento es un poco impredecible. Opero movido por un proceso creador que no sé muy bien cómo definirlo o cómo anticiparlo. Estoy dejando que cada elemento contenga, genere una nueva forma, trato de alcanzar niveles nuevos. Ahora no sé cómo empezarlos hasta el momento en que los hago, es una especie de sistema de consumo, que se van realizando, se van absorbiendo, se van quemando, consumiendo.
La primera semana, al llegar a Buenos Aires, estaba muy confundido. No sabía si estaba soñando o despierto, era muy extraño, veía todo de una manera muy familiar y muy remota a la vez. Me encontraba a mí mismo, todo me sugería, y traía recuerdos, estaba basado en el pasado. Cosas insólitas. Por ejemplo, al segundo día, por alguna razón abrí una puerta, y el picaporte, la forma del picaporte, como cedía, era un ventarrón de recuerdos. Detalles así, muy sorprendentes, especialmente relacionados con los objetos, me recordaban muchas cosas. Mi madre había guardado una serie de objetos que yo dejé al irme, encontraba un tornillo que pertenecía a algo que debía ser arreglado y veía el tornillo, recordaba exactamente a qué pertenecía, que pertenecía a una bisagra de un escritorio que se había salido, que debía colocarla nuevamente y que la había puesto a un lado para hacerlo en otro momento, y es realmente un poco asombroso porque me enseñó muchas cosas acerca del Tiempo. No creo que el tiempo es lineal, no es un proceso en línea, posiblemente es una forma de acumulación, es obvio, son sospechas que todos hemos tenido y que se concretan con estas cosas.
Buenos Aires me pareció una ciudad sólida, una de las ciudades más construidas que conozco. No he ido a Europa, pero conozco Latinoamérica y los Estados Unidos, USA, a pesar del concreto y de las masas de estructura donde viven seres humanos, está un poco derrumbada, las señales de desmenuzamiento del sistema son un poco más aparentes. Buenos Aires me parece que está sólida, es una ciudad muy hermosa. Se podría decir burguesa, no en un sentido despectivo, sino como cohesión, funcionamiento. Es una ciudad cautivante, así de manera inmediata. Otra cosa que me asombró de la Argentina, yo sostengo que en esta parte del mundo la luz es muy distinta, tiene una cualidad muy especial y no sé si esto ha sido investigado en el aspecto de la pintura, de la plástica. Hubo una época de paisajismo que ha captado esa magia. La literatura lo ha hecho.
—Se habla de una paleta argentina, pero no se sabe hasta qué punto responde a las cualidades lumínicas que usted señala.
—Me han llamado la atención los árboles que en Buenos Aires tienen un aspecto característico, las cortezas muy negras, muy sólidas y muy retorcidas, las copas abundantes, y ha de ser posiblemente porque se los cuida y se los poda mucho, entonces crecen de una manera muy especial.
—¿Y ahora cómo se siente?
—Ahora bien, pero la primera semana no daba pie con bola, estaba muy mareado. Me encontraba con gente, reconocía amigos de la infancia en los bares. Se excitan y sorprenden mucho. Es algo muy cariñoso. Todo el mundo es muy afectuoso. Me preguntan cómo estoy, qué pienso de Nueva York y siempre la conversación va hacia preguntas fundamentales sobre la vida y el tiempo. ¿Qué pensaba antes y qué pienso ahora? Porque todos estábamos muy cargados de sueños y éramos todos una generación que esperaba mucho de cómo iba a formarse el futuro.
—¿Qué conclusión sacan?
—En general todos estamos muy decepcionados y desilusionados ideológicamente, lo que es una cosa muy buena porque nos estamos desilusionando de cosas que esperábamos que hicieran otros y que vemos que tenemos que realizar nosotros, que casi pertenecen a un sueño genético que nació con uno, que hay que cumplir por todos los medios, por los mejores medios, que hay que llevarlos adelante porque es nuestra vida. Es muy importante ser feliz y para serlo hay que realizar todo lo que se ha soñado. Si no, nos convertimos en seres cargados de sueños rotos y eso es malo, hace a la gente amargada.
—¿Cuándo regresa a Nueva York?
—No lo sé todavía. En realidad mi plan es regresar para febrero; pronto, porque estoy enseñando un curso en una escuela de artes visuales, que además de tener cursos con etiquetas de carácter formal, presenta maestros instructores, gente joven que son artistas que están trabajando en campos determinados.
—¿ Qué más encontró en Buenos Aires?
—Buenos Aires es para mí la ciudad de los amantes descartados y de los amores perdidos. Me gusta mucho la gente joven argentina que he visto, me parece que tiene ganas de hacer un montón de cosas que no puede hacer, de dejarse crecer. Me asombra ver que hay gente joven que se desempeña en proyectos que, cuando me fui, estaba en manos de los mayores. Recibo quejas de que quieren hacer cosas y no pueden. Los argentinos somos gente muy instruida, a la vez ese conocimiento no se lo ha dejado crecer, eso es un gran crimen, lo que pasa es lo que me pasó a mí que a los 21 años se encuentra que la única manera de florecer como un árbol es irse y renunciar a esa cosa tan querida que es el terruño y que uno lo lleva consigo. Hay que decir, mi hogar es donde está mi corazón y seguir adelante.
Primera Plana nº 468 • 18/1/72

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