Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

1882 - PRESTIGIO
1916 - DECADENCIA
1966 - ¿PRESTIGIO?
QUE FUE QUE ES EL JOCKEY CLUB
(SIN ALEVOSIA)

PARADO EN LA PUERTA DE CERRITO, EL DISTINGUIDO SOCIO BOSTEZO SU QUEJA: "YA EL JOCKEY NO ES EL DE ANTES; AHORA CON SOLO TENER BILLETES SE PUEDE ENTRAR..." AHI MISMO, DESDE EL FONDO DE NOSOTROS, INSISTENCIALMENTE, NOS NACIO EL TEMA: ¿COMO ERA ANTES EL JOCKEY CLUB? ¿COMO ES HOY? ¿QUE REPRESENTA? ¿QUE PAIS PERSONIFICABA? ¿SIGUE SIENDO "IN"? ¿O ES UN ALIMENTO PARA MARIA BELEN Y ALEJANDRA, YA QUE "TIA VICENTA" HA FALLECIDO? ESTA LA HISTORIA. SIN ALEVOSIA. LO JURAMOS

DESPUES de asistir al Derby de 1876 en Chantilly, los cinco caballeros decidieron cenar en el restaurante Foyot de París. La comida transcurrió entre melancolías por la patria lejana y comentarios sobre el tema obligado del día: el turf. La idea de crear en la Argentina una sociedad hípica se debatió con inusitado fervor, hasta que uno de los cinco cerró enfáticamente la conversación: —Bueno, den por constituido el Jockey Club de Buenos Aires— fueron las palabras de Carlos Pellegrini.
Sus interlocutores —Miguel Cané, Pedro y Enrique Acebal y Remigio González Moreno— no imaginaban que seis años después, en la muy ignorada ciudad de Buenos Aires, aquella idea resurgiría de sus cenizas para transformarse en una aristocrática realidad.
El 15 de abril de 1882 el local de la imprenta "La Minerva" —Florida 130— era testigo de cómo los padres fundadores, entre proyectos y sueños, prometían "abonar" 1.000 $ de entrada y 100 $ mensuales para desarrollar la naciente institución. Cinco días más tarde "La Tribuna Nacional" anunciaba, junto con la gran liquidación "a precios muy ventajosos a consecuencia de la baja del oro", de la sastrería Los Tres Mosqueteros, la creación del Jockey Club, profetizando que sería, "en poco tiempo más, el centro más distinguido de nuestra buena sociedad".
La sede quedó provisoriamente fijada en los altos de la confitería del Águila en Florida entre Cangallo y la Piedad (hoy B. Mitre); al poco tiempo se celebraba la primera reunión hípica bajo los auspicios del Jockey. En dicha reunión, debido a la falta de personal Carlos Pellegrini mismo vendió boletos.
La flamante Comisión Directiva pronto se ocupó de interesar, por intermedio de Pellegrini, al presidente Roca para que apoyara la iniciativa. Roca, pese a que el club había suscitado algunas resistencias iniciales en el ámbito porteño, le acordó por decreto la suma de 12.000 $, "facultándolo para distribuirlo en la forma en que considere conveniente para los fines de la ley".
Sin embargo, no habrían de ser económicos los problemas que jalonarían la vida del club; los apellidos de los cien socios fundadores eran garantía suficiente para obviar inconvenientes de esa índole. La elección de. una sede apropiada se transformó en la primera obsesión de los originarios "habitués". Fue así como, después de desfilar por cinco locales transitorios, a fin de siglo se inauguró triunfalmente lo que sería orgullo de los socios de ayer y nostalgia de los de hoy: el edificio de la calle Florida.
Para llevar la obra a feliz término la Comisión Directiva debió sortear no pocos obstáculos. Finalmente consiguió reunir 516.000 $, de los cuales los mayores aportes los formaban los 62.000 $ del doctor Osvaldo Rocha y los 50.000 $ de un presidente de la República: Miguel Juárez Celman (el fundador del club, Carlos Pellegrini, aportó 20.000 $). El precio total de la obra bordearía los dos millones de pesos, pero con la pequeña fortuna reunida pudo el arquitecto Nordmand comenzar la construcción de un edificio que haría escribir, años después, en el álbum del club: "Todo es regio en el Jockey".
Y, en verdad, ningún detalle había sido olvidado (Pellegrini lo compararía, en uno de sus viajes, con el University Club, que poseía esculturas y cuadres por 750.000 dólares). Quien recorriera los salones Van Loo, Bouguereau, Imperio o el llamado "Manicomio", podría reafirmarlo: desde los cuadros de Corot, Manet o los tres Goya hasta la "Diana" en mármol de Falguiére y desde los vinos de Bourgogne, Burdeos o Chateau que se asomaban entre las 180.000 botellas de la bodega hasta la célebre sala de armas, nada había sido descuidado.
El baile de inauguración causó una impresión sensacional en el Buenos Aires "fin de siecle". "Es voz unánime —escribió Pellegrini entusiasmado— que jamás se ha visto aquí nada parecido. Estaba
todo Buenos Aires (mil personas) y se ha bailado desde las diez y media de la noche hasta las seis y media de la mañana".
En 1919, con el ingreso de ochocientos socios nuevos reclutados entre lo más aristocrático de la sociedad porteña, el club alcanzó su apogeo. Dos años después las autoridades del Jockey, enteradas por un asociado de los apremios económicos que sufrían los deudos del escritor español Emilio Castelar y Ripoll, adquirieron sigilosamente, por 25.000 pesetas, la biblioteca del difunto: 7.000 volúmenes entre los que se contaban algunos con dedicatorias autógrafas de Víctor Hugo, Alejandro Dumas y George Sand. Hecha pública la compra, voces de protesta se alzaron en Madrid por haber permitido que tal riqueza bibliográfica saliera del país y se ofreció al Jockey una considerable suma por rescatarla. Pero al club —"uno de los más ricos del mundo" —no le interesaba el dinero y declinó la oferta. Gran parte de esas obras perecerían en el incendio de 1953.

LOS TIEMPOS DIFICILES
Allá por 1916 a Hipólito Yrigoyen le alcanzan y le sobran 372.810 sufragios para relegar a Rojas-Serú, fórmula de los conservadores; en el Jockey, por supuesto, el resultado es un severo golpe.
Por ese entonces había carreras los domingos, feriados y jueves. Los domingos y días festivos el mal era menos peligroso, pero los días hábiles las oficinas eran fáciles intermediarios del contagio. La pasión "burrera" transformaba miércoles y jueves en feriados de hecho: los miércoles para estudiar los programas; los jueves para jugar.
Los presidentes que antecedieron a Yrigoyen estaban casi todos vinculados al Jockey; imposible pedirles una solución al problema. Pero cuando asume Yrigoyen cunde el pánico en el club: la supresión de las carreras constituiría la ruina de propietarios de caballos, studs, de haras. Hay quien llega a predecir la desaparición del club de la calle Florida.
En 1920 se vence el plazo concedido por la ley al Jockey para realizar carreras los jueves. El Congreso —radicales, inclusive— influenciado por los poderosos intereses del club, sanciona en la últimas sesiones ordinarias de aquel año la continuación del plazo.
Impensadamente, Yrigoyen veta la ley en un decreto en el que afirma que el Congreso, "dejando de lado las justas y clamorosas protestas del país", ha empleado las últimas sesiones del año para contemplar los intereses de instituciones particulares que deben sostenerse por sí mismas, mucho más cuando son notoriamente pudientes". La alusión al Jockey Club es evidente; desde entonces, y hasta 1930, en Florida 577 se reunirían exclusivamente enemigos del gobierno.
Cuando, veinticinco años más tarde, 304 electores proclamaban a Juan Domingo Perón presidente de la Nación, el Jockey comienza a ser mirado como el principal reducto de la oligarquía antiperonista. Las relaciones entre el gobierno y el club, cada vez más tirantes a medida que transcurre el tiempo, hacen crisis en 1953, año de duelo para el Jockey.
El 15 de abril de ese año, mientras se desarrollaba una concentración popular de adhesión a Perón en Plaza de Mayo, explotan dos bombas: cinco muertos y dos heridos son el saldo de los estallidos. Esa misma noche se producen las represalias; mientras son incendiadas la Casa del Pueblo y la Casa Radical, grupos de manifestantes irrumpen en el Jockey por la entrada de Tucumán 560. Un socio vitalicio del club, al memorar los hechos, no vacila en acusar indignado a Perón: "Yo mismo oí cuando gritó: vayan y quémenlos". La afirmación, sin embargo, parece exagerada.
Una vez adentro del edificio, los incendiarios comenzaron a sacar a la calle Florida los muebles y objetos de arte, los que fueron quemados. Menos creíble es la versión dada por La Razón del día 18 de abril de ese año, de que había sido arrojado a la pira dinero encontrado en una caja fuerte.
El socio antes citado vuelve a indignarse cuando se lo interroga acerca de la actuación de policías y bomberos: "¿Apagar? —exclama— ¡Ayudaron a quemarlo!".
A trece años de los hechos es difícil hallar coincidencias. Si bien el número de efectivos que concurrieron al siniestro parecería aventar sospechas (seis dotaciones de bomberos, con nueve líneas de mangueras, una usina parque y la mejor escalera mecánica disponible), es el mismo memorándum policial de los acontecimientos quien renueva las dudas; dejando de lado la objetividad característica, el documento afirma que los manifestantes "enardecidos por los insólitos y cobardes atentados de que habían sido objeto"' se dirigieron al Jockey para incendiarlo. Más adelante agrega que los bomberos tropezaron "en un primer momento con dificultades, ya que el pueblo, justamente indignado, trató de impedir su labor". Consultado, Ignacio Gómez (viudo, dos hijos), por aquel entonces sargento Nº 743 de bomberos, asegura que ellos intervinieron "como si se tratara de un incendio cualquiera, sin ninguna orden extraña". El mismo rescató a dos empleados del club —recuerda— aislados por las llamas.
Pese a todo, los socios del club no olvidan que Perón había incitado a la multitud, después de que explotaran las dos bombas: "Eso de la 'leña' que aconsejan, ¿por qué no empiezan a darla ustedes?"
Tampoco pueden olvidar el artículo 2º de la ley 14.188, sancionada por el Congreso al mes siguiente del incendio: "Declárase disuelta y extinguida la Asociación Civil denominada Jockey Club de la Capital Federal en su calidad de centro social y asociación que propende el mejoramiento de la raza caballar".
El edificio de la calle Florida, orgullo de varias generaciones, había perecido el mismo día que el Jockey Club cumplía sus setenta y cuatro años. La resurrección vendría con la caída de Perón, dos años más tarde.

¿QUE ES EL JOCKEY CLUB?
En el Album del Jockey, editado en 1924, el club se autodenomina "la institución por excelencia". En verdad, no hay en la Argentina apellido de nuestra clase alta tradicional que no haya pasado por él.
Los requisitos de ingreso enunciados por los estatutos no mencionan otras condiciones tácitas: renombre familiar, posición económica, ubicación ideológica, situación profesional, etc. Los estatutos (modificados trece veces, entre 1883 y 1964) proclama en su artículo 23: "Para ingresar al Jockey Club es necesario ser mayor de edad, presentar una solicitud a la Comisión Directiva y llenar los demás requisitos que ésta establezca". Esos requisitos son los que motivan una curiosa costumbre: cuando la Comisión Directiva se reúne para resolver un ingreso, cada uno de sus miembros introduce secretamente en un bolillero una bolilla blanca o negra. Si del total de bolillas reunidas hay dos negras, el socio es rechazado y no podrá presentarse nuevamente por el lapso de dos años; si hay una. sola bolilla negra, volverá a tratarse el caso en la reunión. siguiente. De allí que "dar bolilla negra" sea una frase conocida, y temida, entre nuestros aspirantes a aristócratas.
Misterios como ése son, quizás, los que han contribuido a hacer del club uno de los círculos más cerrados del país. Ante la investigación periodística una consigna tácita parece imperar entre los socios: el silencio. Para entrevistar al presidente es necesario presentar una nota formal, frecuentemente no contestada; los empleados de la casa afirman no poder responder a interrogatorios verbales. Pese a las incógnitas, un asociado —tras expreso pedido de no publicar su nombre—. suspiró: "El Jockey ya no es lo de antes; ahora con sólo tener billetes se puede entrar". Para ratificarlo recordó con una anécdota la dificultades de otros tiempos. Viajaba Julio A. Roca rumbo a su estancia, cuando súbitamente se indispuso. Reclamado un médico acudió un pasajero judío, F..., quien lo atendió solícitamente hasta el punto de acompañar al enfermo hasta su destino. Una vez allí,
ante la pregunta de Roca sobre sus honorarios respondió el médico que sólo le pedía que le facilitara el ingreso al Jockey. Consintió Roca y F... fue uno de los primeros socios judíos del club. Hubo socios disgustados.
En una de sus obras, Manuel Gálvez afirma que los gobernantes anteriores a Yrigoyen, aparte de ser socios del Jockey, obtenían sus candidaturas allí. Carlos Pellegrini, Roca, Juárez Celman y Alvear parecen confirmar la teoría: todos ellos fueron socios del club. La importancia de éste en la historia política argentina es un hecho evidente, aunque muchas veces ignorado. El previsor artículo 19 de los estatutos concede las prerrogativas de socios al Presidente y Vicepresidente de la Nación, Ministros, miembros de la Suprema Corte, Gobernadores provinciales, Intendentes de la Capital y Jefe de la Policía Federal; resoluciones posteriores concedieron iguales facultades a embajadores extranjeros y parlamentarios del Congreso Nacional, durante el período de sesiones. Los generales Toranzo Montero, Rosas y Repetto y el ex embajador de Estados Unidos Robert Mc Clintock se contaban entre quienes se acogieron a dichos beneficios.
Durante el gobierno del presidente Justo, más de un 60 por ciento de los miembros del gabinete eran socios del Jockey; en 1941, el porcentaje era menor (cinco sobre doce); bajo la presidencia de Frondizi, los ministros Acevedo, Mugica, Alsogaray y M. A. Cárcano —vitalicio— eran socios. Donde el porcentaje se hace casi nulo es, lógicamente durante la presidencia de Perón.
En la actualidad, el Jockey amenaza con retornar a su edad de oro. Hace unas semanas, en su "Página de Barrio Norte", el humorista Landrú ironizaba:
—¿Serán socios los que ahora mandan?
—Seguro. Y si no, se hacen enseguida, por lo menos el día del juramento de Onganía vi pilas de socios: Álvaro, Risolía, Cabral, Hure, Varela, Ortiz Basualdo, y qué sé yo.
Se olvidaba, entre otros, del más importante: el ministro de Relaciones Exteriores Nicanor Costa Méndez integra la actual Comisión del Interior del Jockey.
Sin embargo, no sólo políticos florecen entre las huestes del club: entre sus 7.500 socios hay también escritores (Bianco, Bioy Casares, Ibarguren), numerosos juristas (Borda, Soler, Zorraquín Becú) y hasta deportistas; estos últimos casi todos automovilistas (Álzaga, Bordeu, Menditegui, Perkins) o polistas (Alberdi, los Cavanagh, los Menditegui, Samuel Casares).
Entre sus actividades laterales el club hace beneficencia, costea monumentos y hasta, en otros tiempos, prestó plata a la Comuna. Pero todo ello pierde relieve si se lo compara con el fin específico de la institución: regentear el funcionamiento general de hipódromos, moderna forma de "propender al desarrollo de la raza caballar", como anuncia el encabezamiento de sus estatutos.
El Jockey Club representó siempre de algún modo la corriente conservadora de la política nacional: Vicente L. Casares, presidente del club en 1898, era un fervoroso partidario de Pellegrini; Santiago Luro, rector en 1892 y 1893, fue presidente del Partido Conservador. Y, quien más, quien menos, todos los que tras abonar los $ 40.000 de la cuota de ingreso y esperar pacientemente durante dos o tres años una vacante, consiguen flanquear las puertas del club, parecen integrar dicha corriente. Aunque cada vez sean menos los que van al Jockey a charlar de política y cada vez más lo que concurren simplemente a almorzar, disfrutar de un baño turco o emocionarse en una sala de juego en donde la leyenda ha dilapidado más fortunas que la realidad.

EL SUEÑO DE LA CASA PROPIA
—¡Qué divertido! Ahora que en el gobierno hay gente como uno, todo va a empezar a funcionar.
—¿Se mudará ahora el Jockey de edificio, gordi?
—Por su. Ahora más que nunca.
El diálogo, pese a las evidencias, no surgía de labios aristocráticos. En realidad, ni siquiera existían quienes el 10 de julio pasado lo pronunciaban; se trataba de María Belén y Alejandra, dos imaginarios personajes de la decapitada "Tía Vicenta". Sin embargo, resultó premonitorio: diez días después la Asamblea del Club resolvía adquirir, en la discreta suma de ciento treinta millones de pesos, los 4.370 metros sobre los cuales se yerguen las paredes octogenarias de una casona de tres pisos. El lugar elegido cumplía acabadamente con las elevadas aspiraciones del Jockey: Alvear 1345, es quizá, el centro aristocrático de la ciudad, desde la plazoleta de enfrente, el fundador Pellegrini mira de reojo, sentado en su monumento, la nueva sede del club.
Con la adquisición se cerraba una etapa —la más difícil quizá— en la historia del Jockey. Desde la caída de Perón la clase alta la esperaba; el edificio actual de la calle Cerrito no satisfacía del todo a nadie y era por eso que nadie lo veía como algo definitivo. La costosa compra, pese a derrumbar los sueños de quienes imaginaban una nueva construcción en el viejo solar de la calle Florida, vino a revivir antiguos esplendores. De allí la invocación con la que el actual presidente, Manuel Anasagasti, agradeció, de pie, el gesto de la Asamblea: "Hoy han tenido ustedes la calidad que se supone en los socios del Jockey Club. Quieran Dios y la Virgen que así sea siempre".
Revista Extra
10/1966

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