Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

El domingo 1º, por la tarde, el ahora flamante gobernador de Neuquén, Felipe Sapag, recibió en su residencia privada a los enviados de SIETE DIAS, Ricardo Cámara y Carlos Abras, para dialogar durante más de una hora sobre las características que el mandatario neoperonista (foto de la izquierda) imprimirá a su gestión. A partir de la página 16 se incluye una síntesis de esa conversación que —inevitablemente— desembocó en el conflicto protagonizado por los obreros de El Chocón, lugar al que se trasladó Sapag el jueves 5 para "conversar con todos los sectores". Cámara y el fotógrafo Abras viajaron a esa zona (foto de la derecha) el lunes 2 para recoger las opiniones de los trabajadores en huelga y construir el informe que nace en la página 76.

Chocón
UN POLVORIN EN LA PATAGONIA
La huelga desencadenada en el complejo hidroeléctrico neuquino se erigió en un insólito foco de violencia. Mientras el gobierno y los obreros buscaban denodadamente una solución, el pleito desnudó además de entuertos políticos la vida cotidiana de un campamento de hombres solitarios.
Cada vez que ulula la sirena —todos los días, a las 12— los 1.700 hombres se agolpan en torno a un palo raquítico y enano enclavado al pie de un montículo. Cerca, a sólo cinco metros de distancia, un grotesco muñeco en forma de carnero flamea por sobre el revoltijo de maderas retorcidas y bloques de cemento que atraviesan el camino: es la barricada. Entonces, Antonio Alac se trepa al montículo y bajo el sofocante calor del mediodía neuquino, profiere su bramido cotidiano: "¡Compañeros! Todo el país está pendiente de nosotros. Si claudicamos ahora, si nos rendimos, nos van a mirar con sorna, nos van a despreciar. ¿Acaso tenemos pasta de cobardes? ¿Somos machos o no?" Y desde los 1.700 hombres brotan gritos de "¡dale turco!", "¡vamos turco!", mientras otros, menos eufóricos, giran la cabeza y, al tiempo que aplauden, otean más allá del muñeco y de las maderas amontonadas, vigilan la frontera. Es que allá abajo, donde la curva de la hondonada se hace más profunda, un grueso pelotón de la implacable Agrupación Güemes, artillado con ametralladoras, permanece rígido, clavado al pedregullo del camino, guardando absoluto silencio mientras Alac discursea. Entre esa escuadra policial, traída desde Buenos Aires, y los obreros guarecidos tras la barricada, median 200 metros: es la tierra de nadie, la franja que, el martes 3, amortiguaba las tensiones entre los sovietizados obreros de El Chocón y el resto del país. No en vano Alac, el principal líder de los sublevados, apostrofó en su arenga a quienes lo acusan de alentar la
violencia: "No queremos enfrentamientos —contemporizó— y tampoco queremos el caos; lo que queremos son soluciones".
Pero la violencia existía, contra los esfuerzos de Alac y sus discursos. Una violencia embozada, latente, apenas diluida por el pacto labrado entre los obreros y las fuerzas policiales: los dos bandos se comprometieron a no atacar y a respetar escrupulosamente el territorio de cada uno. Esa característica fue la que impregnó a la villa ocupada por los obreros con las liberalidades de un soviet: allí, en los pabellones de los solteros, la única autoridad era el Comité de Huelga. Más aún: pelotones de vigilancia, armados con piedras, permanecían día y noche apostados en las cumbres de los pequeños cerros que rodean a la villa, atentos a una imprevista incursión policial. Del otro lado, los policías, alojados en el edificio de la escuela, apenas si podían descansar tranquilos: "Si nos dan la orden de entrar —reflexionó ante SIETE DIAS un rollizo oficial de la Güemes— va a ser una masacre. Estos tienen dinamita".
—¿Y no se puede resolver en forma pacífica?
—¿Qué? Esto solamente se soluciona con la fuerza; y nosotros, los de la Güemes, en estas cosas tenemos experiencia: por eso nos pusieron en la zona más peligrosa.

ESPLENDOR EN EL PARAMO
Ese mismo día, sin embargo, un subrepticio revoloteo de funcionarios buscaba afanosamente la fórmula mágica para solucionar el pleito, que —de seguir dos semanas más— atrasaría un año la obra y produciría una pérdida de 15 mil millones de pesos viejos de lucro cesante. Neuquén, a 83 kilómetros de distancia de las entonces paralizadas obras de El Chocón, se había trasformado poco menos que en la capital política del país. El arribo del ministro del Interior, Francisco Imaz, quien viajó el martes para ungir al nuevo gobernador, el neoperonista Felipe Sapag, terminó de conformar un cuadro que entusiasmó a los neuquinos: "Esto es un símbolo del progreso de la Patagonia —prorrumpió un oficialista en una animada mesa de El Ciervo, el bar de moda, ubicado en la arbolada avenida Argentina—; antes ni de casualidad venían tantos periodistas y funcionarios". En realidad, lo que Neuquén simbolizaba era algo menos: un gigantesco campo de ensayo que el gobierno y la oposición coincidieron en elegir para experimentar sus futuras líneas de acción. Pero sobre todo el gobierno: el jueves 5, Sapag se disponía a viajar personalmente a El Chocón para enfrentarse con los sublevados. La Revolución arriesgaba así no sólo a uno de sus hombres más prestigiosos, sino que ponía en juego a la encarnación misma de su nueva tónica política, consistente en buscar la adhesión de figuras populares (ver reportaje a Sapag, página 16).
De ahí que hasta el propio Alac, un rionegrino de 33 años, acusado por sus enemigos de responder a la disciplina del codivillismo, optara por inclinarse hacia una especie de expectativa esperanzada ante la gestión de Sapag. "Si él viene —declaró a SIETE DIAS— es porque debe tener una solución. Nosotros confiamos en Sapag: una vez fue democráticamente elegido y se lo conoce por su actuación. Pero confiamos todavía más en el obispo de Neuquén". Es que el diocesano Jaime Francisco de Nevares visitó casi todos los días de la semana pasada el reducto de los obreros, alentando a las 400 mujeres de los casados a acompañar a sus maridos, confortando a sus hijos y mandando alimentos a través de la parroquia del barrio obrero de Bouquet Roldán, de las afueras de Neuquén. No sólo eso: varias veces se encerró con Alac y los otros dos delegados, Edgardo Adán Torres y Armando Olivares, para proponerles fórmulas de arreglo. Un trajín tan intenso que —pretextó— le impide cruzar una sola palabra con el periodismo.
Alac, en cambio, aclaró que "nosotros luchamos con las manos abiertas, no andamos con subterfugios; por eso rechazamos la propuesta de levantar la huelga a cambio de la formación de una comisión mixta con tres delegados de Coria y tres de los nuestros: ellos no tienen nada que hacer en esto, no llegan ni a 20". Siempre que Alac menciona a Rogelio Coria, secretario general de la Unión Obrera de la Construcción (UOCRA), sus acompañantes prorrumpen en denuestos. Porque el conflicto estalló cuando, desde Buenos Aires, el progubernamental Coria destituyó a los tres delegados de El Chocón, acusándolos de formar parte de una conjura liberal-marxista: habían participado en el cónclave opositor efectuado en Córdoba el 31 de enero, un ágape que para muchos tenía connotaciones golpistas; la huelga de El Chocón, fundamentalmente desencadenada en defensa de esos tres delegados, vino a significar, dos meses después, el único triunfo político de aquella reunión cordobesa.
Para Alac, pese a todo, el conflicto no tiene ninguna implicancia política. Lo cual no le impidió declarar que "en el país debe darse una salida electoral, a través de un frente amplio que coordine la acción de todas las fuerzas políticas populares". De ahí que haya considerado que "Ongaro se equivocó, se inclinó al sectarismo al no participar en la reunión de Córdoba; no obstante eso, es lo más representativo que tenemos en el movimiento obrero".
Quien aparentemente se equivocó al arremeter contra Alac fue Coria: es evidente el apoyo que El Turco se ha ganado en El Chocón y el rechazo que los obreros sienten por la dirección nacional de la UOCRA. Ni siquiera el montaje de una "comisión normalizadora" destinada a reemplazar a los tres delegados, pudo mellar el movimiento: la comisión se limita a arrojar volantes desde el aire y a refugiarse, luego, en las instalaciones que la empresa les proporcionó en la zona administrativa de las obras. Fue esa comisión y no la patronal, la que encaró todos los esfuerzos para desgastar la huelga: sólo consiguió que volvieran al trabajo los obreros de algunas empresas subcontratistas, de escasa importancia para la continuación de las obras; el lote fundamental —los 1.700 de Impreglio Sollazo, constructora del dique— se juramentaron en no cejar hasta que no obtuvieran una solución satisfactoria: son ellos los que tienen en su poder las cargas de dinamita.

EL CHOCON OUE SALIO DEL CIELO
Los motivos de tanta intransigencia brotan apenas se les pregunta a los obreros qué los condujo hasta El Chocón. "Nos dijeron que aquí los perros se ataban con chorizos", bramó el delegado Torres, un cordobés barbado, de 27 años, especializado en excavaciones con explosivos. "Pero eran todas mentiras; a mí me pagan 151 pesos (viejos) por hora y tengo que trabajar quince horas diarias para poder mandarle plata a mi mujer. Aquí todo es mucho más caro, y, encima, nos han quitado las horas extras de los domingos. Ni siquiera se puede dormir: uno entra, otro sale, otro se ríe, otro llora; en cada pabellón somos 60 y en total hay cinco baños".
La mayor parte de los 1.700 obreros que trabajan en el dique son solteros o no han podido llevar hasta allí a sus familias. Apenas 400, aproximadamente, conviven con sus mujeres e hijos, en caseríos especiales construidos por la empresa. Y esas mujeres son las únicas que habitan en las obras. Los 1300 solteros se aglomeran en pabellones de material con techo de zinc, la llamada villa transitoria, debido a que, dentro de algunos meses, estarán construidas las viviendas definitivas. La empresa le ha entregado un camastro en préstamo a cada obrero, pero cada colchón cuesta 5.900 pesos y las frazadas, 3.500. Comer en la cantina, insume 12 mil pesos mensuales. "Es una comida insoportable", protesta Torres; la solución es comer en las casas de los casados, quienes ofrecen pensión a 15 mil pesos por mes. El único esparcimiento es el cine dominical, extremadamente barato: 50 pesos por función. "Pero las guitarreadas, además de ser más higiénicas, son gratis", murmura Vicente Navarro, un peón ayudante llegado hace apenas un mes y de quien sus compañeros sospechan que lo envió Coria para quebrar la huelga. Lo cierto es que, a los 48 años, Navarro recaló en El Chocón "porque me gusta conocer el país, yo no tenía apremios económicos".
Es creíble: el repentino peón fue guitarrista de Radio Belgrano, actuó en lugares como Siglo XX y La Querencia, en Buenos Aires, y hasta alcanzó la asesoría artística de un ignoto sello boliviano, Lauro, de la calle Callao. Esmirriado y cetrino, cada tanto hace sonar su guitarra para los huelguistas que deambulan sin nada que hacer por las anchas sendas pedregosas de la villa. "Yo no sé nada, muchachos —se justifica entonces—, a mí no me interesa la política". Es que Navarro fue visto en una reunión organizada por Rogelio Papagno y Juan Alberto Delturco, los dos enviados de Coria a la obra en huelga, y acaso tema la represalia de Omar Kader, un marmóreo ex boxeador profesional, colaborador del Comité de Huelga, quien en 1967 hizo su última pelea nada menos que con el psicoanalizado Alberto Lovell; hoy, Kader pilotea los gigantescos camiones térex —las ruedas miden tres metros— que trasportan material a los túneles en excavación. Es el mismo trabajo que hace Alac, sólo que el pasado de este líder es mucho más notorio: nació en General Conessa, Río Negro ("ése sí que es un pueblo viejo; me acuerdo que la plaza era tan, tan oscura, que se podía hacer de todo; una vez hasta le robaron una campana al cura y la colgaron entre los árboles; fue un gran escándalo, muchos se encontraron con sus propias esposas que salían corriendo de la oscuridad de la plaza") y trabajó en diversos oficios en lugares tan distantes como Formosa, Caleta Olivia, Nueve de Julio, Río Turbio, Buenos Aires y hasta Río Grande en Tierra del Fuego. "Me vine a El Chocón porque me dijeron que era un edén", confiesa. Además de jefe del movimiento, ostenta una legendaria fama de donjuán, abonada por su vistosa musculatura y sus procedimientos drásticos para manejar a la gente: su novia, Ema del Carmen Mansilla, una neuquina suave y estilizada, fue detenida a principios de la semana cuando pretendía —se dijo— introducir alimentos en la villa; ella estaba encargada de dirigir la olla popular que después, a pesar de su encarcelamiento, se organizó con éxito: el cura Héctor Galhiati —un italiano que participó en al experiencia de los curas obreros en Francia y que laboró en los túneles de los Alpes— logró que los alimentos enviados por su parroquia de Bouquet Roldán, puedan trasponer la estricta barrera de vigilancia. Pero con una condición: no organizar caravanas de automóviles como la que alborotó la ruta el domingo 1º y que fue detenida mediante forcejeos por la guardia policial; la aceptación de esa premisa dio lugar a la división de la Comisión de Solidaridad organizada en Bouquet Roldán: los izquierdistas de ese organismo acusaron al padre Héctor de dejarse amedrentar por el gobierno, mientras que el sacerdote respondió, ante SIETE DIAS, que "lo único importante es hacer llegar los alimentos: a mí que no me vengan con maniobras políticas".

LA GALERA DEL MAGO
Es que una de las líneas de acción que se barajaba en el gobierno era la de sitiar por hambre a los tozudos huelguistas; éstos, a su vez, planeaban apoderarse del ganado de Manuel Bustín Surri, propietario de la estancia que se extiende en los terrenos de El Chocón. A fin de semana, sin embargo, ese método parecía descartado: prevalecía el afán negociador. Los obreros levantaban cada vez con más ardor un cartel que alentaba: "Nada de violencia", mientras Sapag, antes de decidirse a viajar a las obras, Recibía en su casa a Alac y Olivares. Entonces la solución estaba a punto de alcanzarse: instrumentar un statu quo que mantuviera a los delegados en sus cargos, hasta tanto la justicia se expida sobre sus diplomas. El único escollo era la UOCRA: su representante, Papagno, habría exigido la destitución lisa y llana de los delegados, posición que apoyaría el representante" de la Secretaría de Trabajo, Héctor Mamblona. Con todo, Sapag confiaba en superar esa dificultad, hasta que el miércoles 4, el secretario de Trabajo Rubens San Sebastián, declaró que Sapag no podía intervenir en el pleito. Entonces se recordó una versión, antes descartada, según la cual se iban a aplicar en El Chocón las disposiciones de la ley de seguridad para zonas fronterizas y que los huelguistas serían desalojados por la fuerza.

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GOBERNADOR SAPAG
TIEMPO DE CAUDILLOS
La designación del máximo patriarca político de la Patagonia para encabezar el nuevo gobierno de Neuquén abre una serie de interrogantes y especulaciones. De origen peronista, Felipe Sapag aceptó mantener un diálogo con SIETE DIAS durante el cual se mostró partidario de estructurar un nuevo partido de envergadura nacional y aplaudió a la política económica oficial

La leyenda asegura que el 21 de septiembre de 1955 irrumpió en la plaza General Roca de la ciudad de Neuquén para llevarse a su casa, fuertemente apretado contra el pecho, el busto de Eva Perón que los partidarios de la entonces victoriosa Revolución Libertadora se aprestaban a destruir. Fue la época de su primer derrocamiento: el nuevo gobierno lo desalojó de la intendencia de Cutral-Có, un feudo donde había señoreado durante el gobierno peronista. Otra leyenda dice que, hacia 1960, sostuvo con su propio peculio a los huelguistas ferroviarios que, durante 42 días enfrentaron al entonces presidente Arturo Frondizi. Por aquella época, la fortuna personal de Felipe Sapag (53, cuatro hijos, oriundo de Zapala) estaba sólidamente asentada: sus negocios abarcaban desde la minería —provee de diversos minerales a Fabricaciones Militares, YPF y otras grandes empresas—, los almacenes de ramos generales y la ganadería. Ese impulso empresario tuvo, claro, su correlato político. En 1961, su audacia lo llevó a fundar el Movimiento Popular Neuquino (MPN), tal vez la única experiencia verdaderamente neoperonista, independiente de Madrid, que triunfó en el país: ganó las elecciones de 1961 y 1963, duplicando los votos de todos sus adversarios unidos. Y cuando la Revolución Argentina lo destituyó, el 28 de junio de 1966, el general Julio Aguirre, encargado de desposeerlo de la gobernación, le ofreció un agasajo durante el cual roció de encendidos elogios la labor de El Turco Sapag al frente de la provincia.
Entonces se creyó que, acaso, el nuevo gobierno nacional podía restituirlo en el cargo; una especulación falsa: Sapag fue inclinándose paulatinamente hacia la oposición, hasta el punto de mantener tratativas con sus enemigos del peronismo ortodoxo. "Ultimamente, se había reunido varias veces con Paladino", confió a SIETE DIAS Alfredo de Martín; Jorge Daniel Paladino es nada menos que el representante máximo de Perón en la Argentina, y De Martín uno de sus acólitos neuquinos, ex candidato a gobernador por la ortodoxia del movimiento. Pero sorpresivamente, días después de que Juan Carlos Onganía declarara a este semanario que le parecía viable la instrumentación de una salida política a través de dos grandes partidos (ver número 147), Sapag era designado gobernador de Neuquén. Así, una de las piezas claves del futuro mecanismo institucional se adosaba al engranaje de la Revolución: el gobierno había comenzado a dar la batalla política.

LA SAGA DE FELIPE, EL BUENO
El hombre elegido para iniciar ese giro, es el segundo hijo de una familia sirio-libanesa radicada en Zapala a principios de siglo, cuando Neuquén era un villorrio "donde había demasiadas casas: por eso me fui a Zapala", según dijo una vez el jefe del clan, Carlos Sapag. Allí, el padre de Felipe el Bueno —mote endilgado por sus enemigos para aludir a su generosidad— despuntó como matarife, hasta que un almacén de ramos generales solidificó su prosperidad y pudo enviar a su hijo Elías —ex senador nacional, cofundador del MPN— a estudiar a París. Desde entonces, toda la familia actuó unida en los negocios y la política. Cuando el martes 3, Felipe juró como gobernador ante el ministro del Interior, Francisco Imaz, Silvia Sapag (21, estudiante), se entusiasmó tanto, que obstaculizó sin querer el trabajo de los fotógrafos: "yo quiero estar junto a mi padre", masculló con rabia, mientras prefería presenciar la ceremonia en cuclillas antes que alejarse unos metros. No fue el único fervor: afuera, en la calle, cerca de 500 neuquinos desgañitaban sus gargantas al grito de: "¡Felipe, Felipe!", protagonizando la ceremonia oficial que mayor apoyo popular recibió desde 1966.
De ahí que se justificara el alud de especulaciones tendido en torno de la designación. Las versiones fueron tantas, que Imaz debió declarar, en Neuquén, que el hecho "de ninguna manera significaba la iniciación del tiempo político", y que Sapag fue nombrado "fundamentalmente porque es un hombre consustanciado con la Revolución Argentina". Y cuando se le preguntó cuál podía ser la reacción del ex presidente desterrado en Madrid, replicó: "¡A mí qué me importa lo que piense el señor Perón!". A continuación, dijo haber leído en dos oportunidades el reportaje de SIETE DIAS a Onganía y que de esa nota no surgía que, necesariamente, el gobierno vaya a fomentar la creación de dos grandes partidos. "Pero ése es un sistema bueno que se aplica con éxito en muchos países adelantados".
Aparentemente, el motivo fundamental que llevó a Sapag a aceptar la gobernación, arriesgando su capital político, fue la promesa presidencial de que se modificará el ordenamiento legal de El Chocón, disponiendo que la represa genere energía para la Patagonia y no para el Gran Buenos Aires. "No quiero hablar de ese problema, pero no creo que nos afecte", fue todo lo que aceptó declarar a SIETE DIAS el ingeniero Raúl Ondarts, vicepresidente de Hidronor S. A., la empresa que producirá y comercializará la energía. En los corrillos neuquinos, se afirma que Sapag hasta estaría dispuesto a renunciar si el gobierno nacional no adopta su criterio. Con todo, ese no fue el único tema de la extensa charla que SIETE DIAS mantuvo con el flamante gobernador el domingo l9, antes de que asumiera el cargo: la situación política del país, la vertebración de una salida, el peronismo, la política económica y la ideología de la Revolución, fueron otros de los ítems sobre los cuales Sapag aportó algunas precisiones. A continuación, los tramos más significativos de ese diálogo:
—¿Usted planteó algunas condiciones para aceptar el cargo?
—No hubo condiciones, sino una base de coincidencias con el presidente sobre el desarrollo de la Patagonia y, en especial, acerca del destino que debe dársele a la energía de El Chocón: él me aseguró que se adoptarán las medidas legales necesarias para que esa obra beneficie a todo el sur argentino.
—eso significaría modificar el actual ordenamiento. ¿Usted cree que el gobierno lo hará?
—Espero que sí. Estimo que hay que excluir a los catorce partidos de la provincia de Buenos Aires de la zona de influencia de El Chocón. El actual ordenamiento de Hidronor, de mantenerse, va a acentuar el desajuste, el desequilibrio existente entre el litoral industrial y la Patagonia despoblada: no da prioridad" a las provincias de Río Negro y Neuquén, ni siquiera éstas se encuentran representadas en el directorio. La ley 16.882, aprobada por el Parlamento por unanimidad, fomentaba la radicación de industrias en la Patagonia y les otorgaba a las dos provincias el 33 por ciento de los beneficios.
—¿Se volvería a aplicar esa ley, entonces?
—No sé. Pero el actual régimen hay que modificarlo; sobre esa base acepté la gobernación.
—Sin embargo, usted es un caudillo político, el único a quien la Revolución llamó a colaborar. ¿No cree que su designación implica una apertura importante?
—Yo no le asigno ninguna trascendencia política. Sinceramente, no me explico por qué se han armado tantas especulaciones. Mi único compromiso es el de trabajar por el desarrollo de la Patagonia.
—Pero usted dijo que su designación le había parecido insólita. ¿Por qué?
—Yo no dije eso. Dije que me había sorprendido, simplemente, y el diario Río Negro cambió la palabra.
—¿Y por qué se sorprendió?
—Bueno, hasta ahora el gobierno había preferido designar militares retirados, apolíticos.
—Precisamente por eso se afirma que su nombramiento significa el inicio de una apertura política.
—Yo no le asigno el sentido de una gran apertura. La preocupación esencial del presidente, y también la mía, es lanzar un plan de gobierno para la Patagonia. El general Onganía estimó que yo tengo experiencia como gobernante y que conozco los problemas del sur. Eso es todo: no hay propósitos políticos.
—De todas maneras, usted fue un opositor al gobierno de la Revolución.
—No es cierto. Yo mantuve posiciones de crítica constructiva. Por ejemplo, en el caso de El Chocón o de la concesión a la Dow Chemical en perjuicio del complejo petroquímico nacional de Cinco Saltos. Pero ya antes de que se produjera el hecho revolucionario pensaba que el país estaba enfermo y que necesitaba una cirugía.
—Esa enfermedad, se supone, abarcaba a las estructuras políticas tradicionales. ¿Cómo habría que modificarlas?
—No sé bien todavía en qué forma. He leído varias cosas que me parecen interesantes. Por ejemplo, el trabajo del radical Arturo Mor Roig, en el sentido de incorporar al Senado a los ex presidentes y prolongar el mandato de los legisladores durante todo el período presidencial; también podría tener éxito la estructuración de dos o tres grandes partidos, para evitar la disgregación.
—¿Y acerca de la representación sectorial?
—No tengo opinión formada, me faltan antecedentes. De todas maneras, estoy seguro de que este proceso desembocará en una democracia representativa.
—¿Usted sigue siendo peronista?
—Estuve encuadrado, y sigo encuadrado, en una gran corriente nacional y popular. He formado parte del Movimiento Popular Neuquino, que interpretó los ideales justicialistas, pero sin injerencias extrañas de ninguna otra organización o persona.
—¿No le parece necesaria la organización, a nivel nacional, de esa corriente nacional y popular?
—Supongo que sí, que es necesaria. Dentro de esa corriente militan sectores que no sólo provienen del justicialismo sino de distintos partidos políticos enrolados en la línea nacional.
—Eso significaría la formación de un nuevo partido, tal vez el partido político de la Revolución Argentina.
—No estoy en condiciones de evaluar esa posibilidad. No sé. El presidente y el ministro del interior son los que tienen la palabra al respecto.
—De todas formas, ¿la Revolución Argentina encarna, desde el gobierno, a esa corriente nacional y popular?
—Vea, ésa es una pregunta que tendría que hacérsela al ministro Imaz. Yo conozco las líneas generales de la Revolución, es decir, las que se refieren a la necesidad del ordenamiento y trasformación.
—¿Y esas líneas generales, no son nacionales y populares?
—Ni lo uno ni lo otro. Siempre se ha hablado de dos tendencias. No sé si es cierto y no sé cuál es la que prevalece. Yo soy un gobernador de una modesta provincia: no tengo elementos de juicio. Pero estoy seguro de que, cuando se reanude la actividad política, triunfará la mayoría, que está con lo nacional y popular.
—A su juicio, ¿la política económica es antinacional?
—Algunos aspectos del gobierno son controvertidos, cuestionados por mucha gente. Yo considero que la estabilidad de la moneda es muy importante: aquí hay que sacrificarse para obtener beneficios.
—Entonces, es partidario de la política de estabilidad.
—La considero fundamental.
—¿En qué gobierno se alcanzó la línea nacional?
—Pues, durante el peronismo.
Revista Siete Días Ilustrados
9/3/1970



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