Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Televisión
Un Hamlet visceral y con pullover
Cuando el viernes 18, a las 22 en punto, los equipos del Canal 13, de Buenos Aires, comenzaron a devanar las imágenes enroscadas en el "tape" de Hamlet, todas las personas vinculadas a la empresa de la calle Lima contuvieron el aliento, desde los directivos hasta los empleados más modestos. Sabían que ese estreno, última etapa de "una de las empresas culturales más riesgosas que se hayan intentado este año en la Argentina" (ver PRIMERA PLANA, número 91), era decisivo. Si detrás quedaban los meses de discusiones y tratativas, de preparativos y de extenuantes ensayos, más allá de los 113 minutos y 38 segundos de transmisión (dos horas completas, incluyendo la publicidad) se alzaba ahora el veredicto del público, llamado a decidir si una tragedia clásica podía congregar audiencias tan vastas como los espectáculos denominados populares.
Una primera estimación de las reacciones de los espectadores se había tenido en la tarde del lunes 7 de setiembre; entonces, dos centenares de invitados especiales se sentaron en el vasto estudio 1 del Canal 13, ante ocho monitores, para asistir a la premiére del espectáculo. Acogidos por esbeltas recepcionistas, los invitados podían contemplar, en el centro del estudio en penumbras, la maquette de la escenografía de Antón, asaeteada por vigorosos reflectores.
Era un primer contacto con la obra, prolongado en los retóricos afiches de —curiosamente— Ronald Shakespear, donde Hamlet-Alfredo Alcón se destaca como una cruz de tinta china sobre un esfumado cráneo. Un directivo de la agencia encargada de la publicidad confió a PRIMERA PLANA que el primer boceto de Shakespear (quien es también, con sus 20 años, un diligente fotógrafo) consistía en la figura de Alcón sosteniendo en una mano su propia cabeza y ostentando sobre el cuello la calavera de Yorick. "A nosotros nos gustó mucho —informó el directivo—, pero al Canal le pareció demasiado inquietante."
Si la reacción de los convidados de esa tarde puede tomarse como índice, Hamlet debe de haber conquistado también a los espectadores hogareños en la noche del viernes último. "Seguramente, si Shakespeare tuviera que escribir su Hamlet hoy, utilizaría otras formas", es la premisa del productor-director David Stivel (33 años), que está en la base de esta versión de los trajines del vengativo príncipe danés. Los riesgos eran de doble filo: llevar un clásico a un medio de difusión hostigado por la ramplonería, y trasladar su furiosa esencia poética a moldes contemporáneos. El procedimiento elegido por Stivel (aparentemente el más seguro) no es nuevo: despojar al texto de sus connotaciones temporales, reducirlo a un esquema fácilmente transportable a cualquier lugar y época. A fines de la década del 30, el entonces joven Alee Guinness hizo en Londres un Hamlet con ropas y decorados que evocaban vagamente la Alemania hitlerista; hace pocos meses, John Guielgud lo dirigió en Nueva York con un Richard Burton en pantalón y camisa sport.
En Buenos Aires, Stivel retomó esta noción y la derivó hacia la fantasía: atuendos y decorados debían ser "intemporales", con un acento aproximadamente contemporáneo. Las esperadas audacias, sin embargo, resultan bastante modestas en el enfoque plástico de la versión del 13. Desde ese punto de vista, lo que se vio el viernes recuerda los "modernismos" que Cocteau erigía ya en 1935; ropa deportiva (Bergara Leumann) estilizada para los hombres, escenarios cubistas de Antón, revólveres y ametralladoras en lugar de dagas y arcabuces.
Es verdad que tampoco el texto transmitido —del propio Stivel y María Luz Regás— se sujeta a un canon riguroso en su actualización: las vestimentas y el nítido lenguaje de cámaras autorizaban a una economía de la retórica original, que no se ha producido. Los resultados de esta tibieza son diversos: la mayoría de los intérpretes no logra eludir cierta ampulosidad en la elocución; la música (salvo las gráciles canciones de Ofelia) incurre en complacencias melódicas propias del melodrama fílmico. Es curioso que no se haya visualizado el relato de Ofelia a su padre sobre la visita que le hace Hamlet, fingiéndose loco (Olivier lo transcribió en imágenes, en su film de 1947), ni la carta del príncipe a Horacio, donde narra cómo soslayó una trampa mortal del rey Claudio y cómo fue capturado por los piratas.
Estas objeciones no impiden que las tareas de director e intérpretes puedan estimarse como de primer orden. Hasta el segundo de los tres actos en que se condensan los cinco originales —aparición del espectro, su conversación con Hamlet en el desolado torreón nocturno, la decisión vengadora del príncipe, el "Ser o no ser"—, se advierte una pujanza imaginativa exigida en máximo nivel, con excepción de toda la secuencia de la llegada de los cómicos y la representación teatral, notoriamente carentes de intensidad. El resto de la versión transita, hasta el final, por lugares más comunes. Pero Stivel mueve sus cinco cámaras (una de ellas dotada de zoom) con pulida eficiencia, con fluida tersura en las transiciones de los abundantes primeros planos a las aperturas y profundizaciones de campo, con una rigurosa selección de encuadres.
Un dato inquietante: la actitud de Alcón durante el "Ser o no ser" (uno de los puntos óptimos del espectáculo) deriva de un sueño de Stivel, quien, obsesionado por Hamlet, lo entrevió en postura de crucificado, y así lo transportó al video, con un alto sentido de funcionalidad visual. Es también una de las múltiples culminaciones con que Alcón subraya la excelencia de su trabajo, sin par en la televisión argentina, hasta el punto de sobrepasar sus memorables prestaciones en cine (Un guapo del 900) y en teatro (Recordando con ira.)
Al enfoque transitado y gastado, que convierte al príncipe de Dinamarca en poco más que un indeciso, Alcón opone un Hamlet diferente: es una pura voluntad tendida hacia la venganza, crispada sobre una verdad que sólo puede resolverse en su sangre. Su Hamlet es visceral, antes que intelectual.
A su lado, pasan la sagacidad de Violeta Antier (la reina) y de Ernesto Bianco (el rey. un tanto artificioso), la crepitación interior de Jorge Rivera López (Laertes), el empeño de Bárbara Mujica (una Ofelia algo estática). Juan Carlos Gené, en cambio, desconcierta con su Polonio. de diseño cotidiano. en contraposición con el resto del elenco, que incluye otros nombres cotizados como los de Tibaldo Martínez y Pepe Soriano.
No es, sin embargo, en la discriminación del elenco o de los rubros técnicos donde ha de buscarse la definición de este Hamlet, sino en la fuerza con la que erige esta certidumbre: no se trata ya de un esfuerzo, sino de una conquista. A doce años de inaugurada la televisión en la Argentina (se cumplen el 17 de octubre próximo), el Hamlet del Canal 13 constituye, también, un índice de madurez, el más alto registrado hasta ahora en un medio que suele trabajar con las manos atadas por la rutina.
PRIMERA PLANA
22 de setiembre de 1964

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