Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

LA DONNA EN UN OASIS GALAPAGOS
Hace un año no había ni una gota de agua dulce allí: sólo médanos, arbustos, el mar. Es a un paso de Valeria del Mar. Hoy llegan a juntarse doscientas personas, y en todo caso hay un desfile de gentes con bidones que rezuman agua fresca. El centro del alegre milagro se llama Galápagos: un edificio blanco que "hicimos con nuestras propias manos". Los autores: la rubia Marina D'Elias, su hermano Diego y Garlos García Iñigo, navegante de los siete mares. Marina, ceramista, hizo los murales: La Tierra, El Sol. Otro ceramista hizo las tortugas incrustadas afuera. Antonio Molina da fin a su escultura La Pareja. Música todo el tiempo, bancos y almohadones para sentarse, sopas, ocho clases de panqueques, bagna cauda, pucheros, polentas, poco whisky (a 500), almuerzo (a 300: milanesa, huevos, papas), y un asombroso almácigo de carpas multicolores por la vecindad. "Los carperos necesitan agua dulce. La buscan aquí. Tenemos un grupo electrógeno donado por Raúl Presman que nos da luz y agua." Toto Marietti toca jazz en trompeta y forma grupos, su mujer María Teresa es la encargada de la bagna cauda (manjar piamontés), Lucía Bonis, cabeza de rulitos, túnica negra, compaginó la música y prepara la comida macrobiótica (de origen japonés, a base de cereales; nada de alcohol, ni café, ni carne, ni derivados de animal, ni verduras crudas; mucho arroz integral). De día se ven circular los niñitos de los carperos (muchos psicólogos y otros profesionales); de noche el ambiente se vuelve de boite, a la música habitual (Little Richard, Bill Haley, Jimmy Hendrix, los resucitados del Rock and Roll) se suman valses vieneses, polcas, mazurcas y danzas griegas, y mansos hippies bucólicos se acercan con sus faroles ("Es conmovedor: cuarenta faroles en la noche"), se instalan afuera a escuchar, y ayudan, "barren, alegran con sus guitarras". Habitués: muchos del Bar Baro, la vieja guardia de Gesell, Romelio Riveiro (Picacobres), Roberto Plate, recién llegado de París. El barbado Hans, caminante del mundo, hace alto allí por días y hace y vende collares y pulseras con alambre y piedras duras. Y Enrique Sclocco lava platos y es mozo, artesano en yeso y madera en las horas libres, adornado con collares de canutillo y almejas. Y se puede ir desde Pinamar y Gesell cuando no llueve: si llueve se empantanarán; la última semana el camión grúa de Pinamar tuvo una lista de treinta coches para sacar a las 9 de la mañana. Y todos son felices. Y La Donna los ama.
Revista Confirmado
10.02.1971

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