Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Alberto Cortez
El hombre que "inventó" a Machado
Triunfó cantando el "sucu-sucu" en Bélgica pero no se sintió conforme. De pronto descubrió a los poetas del Siglo de Oro español y quiso revivirlos en canciones. Volvió a triunfar, pero éste fue un triunfo distinto. El de un artista que encontró su vocación
Por J. C. FERNANDEZ PERNA
FOTOS: EDUARDO NUÑES INFORME: RICARDO JORDAN

-La distancia nos permite amplificar los recuerdos en una forma tal que a veces se hace exagerada. Cuando yo recordaba a mi pueblo, me imaginaba a mi casa más grande de lo que es realmente. Que los árboles eran mayores. Que las calles eran más anchas, más largas. Que el pueblo era enorme. Que las personas eran más jóvenes o más viejas. Que la vida era superior. Es decir, que uno pierde realmente la noción de la medida en la forma que recuerda. Y creo que la medida del camino se hace mayor también, se exagera. Porque de pronto uno siente una tremenda nostalgia y enormes deseos de estar en esos momento a la sombra de un árbol en el patio de mi casa, o conversando con mi madre, o caminando por las calles del pueblo, charlando con los viejos amigos que me vieron nacer, o los que nacieron conmigo o a los que vi nacer. Entonces uno lo va idealizando cada vez más, dentro de su subconsciente, como una de las cosas más hermosas que puede tener el ser humano: el amor a la tierra donde ha nacido...

El cigarrillo se fue quemando solo hasta que, con sus últimas palabras, se derrumbó como una lluvia de ceniza. La tarde de Buenos Aires, grisada por el aguacero, se prestaba para la nostalgia, para la confidencia. Por un ventanal del hotel se vislumbraba la inconfundible silueta del obelisco. Era curioso: Alberto Cortez desgranaba sus recuerdos, hablaba de su pueblo, Rancul, en La Pampa, y el brillo del asfalto mojado de la avenida 9 de Julio devolvía una estampa de tango.
Enterrado en su diván, parecía sumergirse en ese anonimato casi cruel en el que vive en su país. La gente, toda la gente, no lo conoce como sus méritos artísticos y humanos lo merecen. Hace once años se marchó de Buenos Aires. Era un típico ejemplar de aventurero en busca del triunfo. En Europa, con la barra de Hugo Díaz, vagó y conoció el agrio sabor del hambre y de los amigos lejanos. Después de un año de trajín llegó el "boom", que tuvo gusto a milagro. El "Sucu-Sucu" gustó tanto a los belgas que en dos meses vendió más de un millón de placas. Vino la plata. La celebridad. La ayuda a sus amigos. Los viajes de gira. Y éxito. Se radica en España.
—Pero llegó un momento en que todo eso no llegaba a conformarme. Me casé en Bélgica con una mujer que le robó el color de los ojos al cielo, y el sabor a la miel y todo eso que sentís cuando estás enamorado. Pero yo quería volar más alto. ..
Así descubre Cortez que los poemas del Siglo de Oro español están como muertos, sin música. Y entonces, obedeciendo a un impulso muy íntimo, los canta. La indignación de los españoles reunidos en el Teatro de la Zarzuela, en Madrid, se convierte en admiración. Así, es el primer artista del mundo que interpreta a Antonio Machado, á Lope de Vega, a Luis de Góngora, a Francisco de Quevedo, al marqués de Santillana. Pero mejor que sea él quien lo cuente:
—Originariamente, yo había conocido unos trabajos que se habían hecho en Francia, concretamente Leo Ferré, uno de los grandes intérpretes de la canción tradicional francesa (del poema-canción). Ferré trabajó sobre temas de Beaudelaire, Rimbaud y Verlaine. Y se me ocurrió que había mucha mística, mucho ritmo en la poesía española, especialmente la de los poetas que vivieron en el Siglo de Oro, y mucha sencillez para poder transformarlas en canciones.
—¿No tuviste problemas con la censura al interpretar a esos poetas?
—Los que hubieren tenido problemas con esta censura de ahora eran los poetas de esa época, si hubiesen escrito hoy día. No creo que haya nadie que se atreva a hacerlo.
—¿Y sobre Antonio Machado, no tuviste temor de que sí ocurriera?
—Jamás ninguna ideología política pudo hacerse con Antonio Machado. Su poesía, su arte, estuvieron siempre por encima de cualquier politiquería vulgar.
—Es decir que en España él primero que cantó a Antonio Machado fue Alberto Cortez. En la Argentina es creencia general que esa obra se debe a Joan Manuel Serrat.
—Mirá. . ., yo creo que en este tipo de cosas uno no puede andar corriendo detrás de las posibilidades. Esto no es una carrera. Ni Antonio Machado ni los poetas del Siglo de Oro están en una competencia de rating ni de una mayor o menor venta de discos. Lo grande, lo importante, lo sublime en esto —que para mi lo es— es que una antorcha que un día se me ocurrió prender permita que la juventud se preocupe por comprar un libro, al mismo tiempo que un buen disco. Yo no sentí nada. A lo mejor pudo haber herido un poco mi vanidad. Pero la vanidad es una cosa que resbala en lo que nos consideramos con espíritu seguro. En consecuencia, yo no sólo he admirado la obra de Serrat, sino que le agradezco que haya retomado esa antorcha y la haya llevado. Y la haya ofrecido a una mayor cantidad de público. Lo importante es que Antonio Machado hoy en día está con los jóvenes. Y también que es un best-seller. Y que los jóvenes saben que existió un señor que dijo: "Caminante no hay caminos/ se hace camino al andar..."
—¿Es decir que no hubo mala fe de parte de Serrat?
—De ninguna manera. Al contrario. Cuando él comenzó a trabajar con Antonio Machado, me llamo por teléfono y me pidió una especie de autorización para poder cantar a Machado, incluso algunos de los temas que yo había musicalizado, cosa que hizo con El Retrato y Las Moscas.
—Aparte de Machado, ¿a qué poetas admiras?
—Para mí, hay tres pilares en el idioma. Son San Juan de la Cruz, Antonio Machado y el americano César Vallejo. Me apasiona en ellos su posición filosófica frente al hombre. No manifiestan las expresiones externas que se pueden traducir en hambre, frío, alegría, tristeza, casa, comida, guerra, ideología política ... No, van hacia adentro, en busca del hombre ideal. En busca de ellos mismos. Es un viaje del cosmos a través del hombre; para implantarse. Quizás si siguiesen surgiendo hombres como ellos, algún día podríamos decir con orgullo y con una verdadera fuerza espiritual: "Estamos en condiciones de enfrentarnos a Dios, y de reclamarle algunas cosas".
—¿No son musicales los temas de César Vallejo y San Juan de la Cruz?
—Por supuesto que sí.
—¿Por qué no las cantas entonces?
—Porque en ese momento al hombre de quien yo me sentí más cerca fue Antonio Machado, ya que César Vallejo utiliza otro verbo distinto, más arrítmico, más asonante. Y San Juan de la Cruz pertenece a una época en que el florecer de las letras estuvo en manos de hombres como Luis de Góngora, Lope de Vega y Francisco de Quevedo y Villegas. Y la verdad es que no me sentí capacitado para enfrentarme con ellos.
—Ya explicaste lo de Antonio Machado. ¿Por qué ahora "cortás" algunos poemas de Almafuerte y les ponés música?
—Almafuerte es anterior a Machado. Inclusive dentro de mí también. Murió en el 17, Machado en el 39. Almafuerte fue mi poeta de cabecera. Desde chico me gustó mucho la poesía y desde niño lo leí. Recuerdo que en la biblioteca de mi pueblo, una biblioteca pública muy precaria por cierto, había un libro que se llamaba El Parnaso Argentino. Lo leí muchísimas veces. Y lo que me seguía impactando siempre era Almafuerte. Posiblemente porque mi carácter se acercaba mucho más a él que a los demás; ya desde niño. Y ahora, al hacer los poemas de Almafuerte, significa para mí volver un poco a esa edad, pura y profunda, que son los años de la infancia. Tú dices que yo "corto" o "adapto" los poemas de Almafuerte al "musicalizarlos". Pero no es así. Yo evito algunas estrofas. Jamás voy a modificar ninguna estrofa del poeta.
—Retrocedamos muchos años atrás. ¿Cuándo y por qué te fuiste de la Argentina por primera vez?
—Tenía veinte años. En 1960. Estudiante de abogacía, aunque no me iba ni me venía. Sobre todo en ese momento la Facultad de Derecho sufría una convulsión bastante extraña de laicos, católicos, humanistas, comunistas, demócratas, liberales, radicales..., no sé ... Había todo tipo de grupos ... Cuando yo ingresé en la facultad era un auténtico infierno estar allí. Venían los liberales y me decían: "Debes ser uno de los nuestros". Venían los comunistas: "Tú debes levantar la mano con el puño cerrado". Y los demócratas decían que yo tenía que ser uno de ellos. Al final, yo no sabía lo qué era. La forma en que se movía todo ese ambiente me asustó bastante. Toda aquella convulsión lo único que logró fue despertar más profundamente en mí deseos tremendos de ser artista, de escribir, de cantar. Entonces comencé a cantar acompañándome con mi guitarra por los piringundines del bajo de Buenos Aires. Sacaba unas propinas muy jugosas que me ayudaban bastante a mantener mi "status" dentro de la humilde pensión de la calle Libertad 281.
—¿Qué cantabas en ese entonces?
—Todo tipo de cosas. Cantaba tangos, que me gustaban mucho. Los meses fueron pasando y entré en varias orquestas. Por ejemplo, yo cantaba en la orquesta de Mario Cardy; en la "Richmond" de Esmeralda, en el Tabaris. Después me invitaron los muchachos de la jazz San Francisco y dimos la vuelta por todo el país. Hasta que un día vino a verme un amigo, el folklorista Hugo Díaz, que toca la armónica, y me invitó a participar con él de una aventura: recorrer varios países europeos integrando un espectáculo folklórico. Yo era el pianista. Lo consulté con mi padre por teléfono. Él seguía viviendo en La Pampa. Recuerdo muy bien su respuesta: "Si no vas ahora que tenés veinte años, no sé cuándo lo vas a hacer en realidad". Y me fui para Europa. Con veinte años y un montón de ganas de ver cosas y aprender.
El resto está resumido al comienzo. Del anonimato, el hambre compartido, la bohemia, al éxito, al triunfo, a la riqueza. Al encuentro con Renée (su esposa). El paquete de cigarrillos estrujado, los ceniceros desbordados, los cassettes completos, eran el testimonio de cuatro horas de íntima confidencia. Alberto Cortez, hombre antes que artista, había realizado un strep-tease espiritual mostrándose tal cual es. Ya está otra vez en Europa. Actuando en Madrid. Luego, Barcelona. Después, Guernica. En febrero volverá a nosotros para presentarse en el Hotel Provincial de Rosario. Aunque tiene ganas de dar recitales en el interior. En Córdoba, en Mendoza. Como lo hace habitualmente en España: alterna su trabajo profesional con los de orden cultural. Estos, dentro del ámbito universitario. Por supuesto, nada cobra por ellos. Acá no se estila. Con todo, al despedirse, nos dio esta respuesta:
—Con sumo agrado lo haría si hubiese gente dispuesta a organizarlo. Lo que yo no tengo tiempo es de eso, precisamente, por mis otros compromisos. Estoy a disposición de los estudiantes si ellos tienen interés. Y podríamos hacerlo en el Aula Magna de la Facultad de Derecho, se me ocurre...
Le tomamos la palabra.
Revista Semana Gráfica
22.01.1971

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