Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Los hombres y las mujeres que he conocido:
WILLY FERRERO
Especial para "Caras y Caretas". Por PITIGRILLI
ACERCA de este niño prodigio, benjamín de la gloria en 1909, pronto se fraguaron, las leyendas ponzoñosas de la maledicencia.
Se decía que el padre, un payaso-músico de café cantante, había inventado un "número" que se diferenciaba poco de los perros sabios y del oso que baila. La calumnia tenía, sin embargo, algo de verosimilitud, porque, efectivamente, el padre exhibía en los circos ecuestres, en los teatros de variedades europeos y americanos, toda una orquesta compuesta de conejos, ataviados con vestidas de seda, y que tocaban varios instrumentos. Debajo del vestido se ponían en movimiento unos mecanismos, mientras que el pobre animal no mostraba sino un hocico atontado, al tiempo que las falsas patas anteriores movían un falso arco, una falsa batuta directora y dos falsos palillos de tambor.
—El pequeño Willy —se decía— es un conejo que Ferrero padre ha agregado a su orquesta.
Otros dijeron que el niño prodigio, el Mozart redivivo, no sabía ni comprendía una nota musical, sino que remedaba mecánicamente unos ademanes convencionales, y que cualquiera orquesta hubiese sabido desempeñarse sin sus inútiles movimientos y su inútil dirección. Le aconteció lo mismo que cuarenta o cuarenta y cinco años después a otro niño prodigio: Pierino Gamba, Un instrumentista erró adrede una nota, otro "entró" una fracción de segundo después, un tercero corrigió una indicación en su propia copia. Pero las tres veces, Willy, con un golpe seco sobre el atril detuvo al conjunto orquestal y llamó al orden a los tres músicos. La artimaña no había logrado éxito; en cambio, el éxito fué pleno para el pequeño director.
Ante él ya se abría el camino de la gloria.
Todos los teatros de Europa se lo disputaron. El zar lo llamó al Kremlin, donde Willy estrechó amistad con su coetáneo el príncipe heredero, el zarevitz.
Un cosaco gigantesco llevaba a pasear por los jardines reales a los dos niños sosteniéndolos sobre sus brazos, y Willy y el zarevitz se divertían en tirarle de los bigotes, en sacarle los cartuchos de la doble cartuchera que ostentaba sobre su formidable pecho, en destocarlo del gorro de pelo persa. En pocos meses Willy Aprendió el ruso, y el zarevitz el italiano. Durante los conciertos en el Teatro Imperial, el zar se acariciaba la barba con los dedos pulgar e índice para ocultar ante las damas, los gentileshombres y los generales, su emoción, y al final de cada ejecución lo llamaba a su palco, donde él mismo lo presentaba al público.
Su vuelta a Italia fué triunfal. La reina Margarita lo besó repetidas veces en la frente, diciendo que estaba en presencia de un milagro Algún crítico quiso hacer los últimos reparos, pero ante el éxito extraordinario todos los críticos, de consuno, tuvieron que asentir. Se habló de telepatía, de reencarnación, de todas las cosas de que suelen hablar quienes no saben lo que se dicen. El fenómeno musical era auténtico, fuera de toda duda.
Cuando en 1912 se presentó en el teatro Costanzi, de Roma, en lugar de corresponder a los aplausos con los cuales el teatro en pleno aplaudía la aparición de ese niño de pantaloneros de terciopelo y melena, rodeado el cuello de puntillas blancas que extendían aún más la palidez de su rostro, se desprendió del hombre que lo llevaba alzado y se lanzó tras un gato que había aparecido por una entrada lateral, se escabulló entre las damas de largos vestidos de noche y los caballeros de frac, decidido a perseguir y capturar su presa. Fué menester un caramelo para que desistiera de darle caza al gato y subiese a la tarima del director para dar a una orquesta de cien profesores la señal de acometer con la "Séptima Sinfonía" de Beethoven.
Lo conocí en 1914, poco antes del comienzo de la primera guerra mundial, en el café "Florio" de Turín, donde yo, estudiante universitario, me encontraba todas las noches con el padre, que ya se había retirado del teatro. Y supe así su historia.
Willy había nacido en una clínica de Portland Main, en los Estados Unidos. Unos días después de su nacimiento, una enfermera descubrió en la boca del pequeño Willy dos dientes.
—Es una señal de gran fortuna —dijo la enfermera. Y añadió—: Será un gran músico.
—Ojalá que no —protestó el padre.
A la sazón, el padre era un modesto profesor de corno en una orquesta; la madre, violinista. Pocos años después la señora Gemma estaba ensayando el "Largo" de Haendel, y Willy, echado de bruces en el suelo, dejó de jugar con sus soldaditos de cartón y soltóse a llorar en silencio. Terminado el "Largo", la señora tocó la "Mazurca" de Wienianvsky, y la cara del niño se abrió en una amplia sonrisa. Síntomas; infalibles de un temperamento musical. Los padres lo llevaron a un concierto, y algunos días después oyeron que canturreaba, sin un error y sin titubeos la "Quinta Sinfonía".
—Comprendimos —me decía el padre— que Willy era una esponja musical. Pocos años después, en 1910, en el Trocadero de París, Massenet lo alzó entre sus brazos y lo besó varias veces sin poder contener las lágrimas.
De cuando en cuando, junto con el padre, iba al café "Florio" también el pequeño. Mientras Willy tomaba silenciosamente su helado, alguno de los presentes se divertía en tararear una pieza cualquiera, equivocando alguna nota, Willy, sin interrumpir el ritmo de la cucharita entre el vaso y la boca, le lanzaba terribles miradas de arriba abajo como fulminándolo.
Lo volví a encontrar más adelante en Viena, donde, ya joven de veinte años, se había puesto a estudiar seriamente en la Academia de Música de Max Spinger.
—Quiero lograr que se olviden que he sido un niño prodigio —me dijo—. Deseo ser un director como los demás; algo mejor del promedio de los demás directores.
El 24 de marzo de este año murió en una clínica de Roma. En su sepelio tocaron el "Largo" de Haendel, aquel "Largo" que había revelado su genio musical, cuarenta y cinco años antes, mientras la madre tocaba el violín, y él —todavía no era un niño prodigio—, a sus pies, en el suelo, jugaba con los soldaditos de cartón
Caras y Caretas
agosto 1954

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