Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

PANTERAS NEGRAS EN LOS ESTADOS UNIDOS
DE CARA A LA VIOLENCIA
Cuando hace pocos días el líder negro David Hilliard propugnó el asesinato del presidente Nixon, la opinión pública volvió a sacudirse ante los signos de división que el odio racial produce en la sociedad norteamericana. Esta nota especifica quiénes son, cómo se organizan y qué objetivos persiguen los exponentes más temibles del nacionalismo negro

Pocos días atrás, las teletipos de las agencias internacionales de noticias suministraron un despacho especial desde Washington, que pregonaba: "El Poder Negro es algo más que un movimiento, mucho más que marchas y demostraciones de protesta. El Poder Negro es una guerra civil en potencia". Aunque sobresaltado, el comentario no aportaba mayores novedades: todos los analistas coinciden en que los Estados Unidos atraviesan una coyuntura sólo comparable a la guerra de Secesión, que asoló a ese país a mediados del siglo pasado. Con una diferencia: esta vez, la división que carcome a los norteamericanos reconoce más de un motivo. El fantasma de la guerra de Vietnam se agregó, desde hace una década, al viejo problema del odio racial.
Pero aquel comentario glosaba una noticia inquietante. David Hilliard, uno de los jefes de la organización Panteras Negras, había sido acusado por el gobierno de haber afirmado en un discurso que "deberíamos matar al presidente Nixon". Si bien Hilliard se defendió diciendo que "fue mera retórica política", el fanático llamado del dirigente negro puso de manifiesto el contenido indudable del nuevo lenguaje del ghetto: la violencia. Porque el asesinato del profético y compasivo Martin Luther King marcó el fin de los ideólogos de la no violencia —con gravitación de poder— en la lucha por los derechos civiles. Con todo, el movimiento negro dista mucho de haber alcanzado algún grado de monolitismo. Por ahora, las escisiones internas y la pugna de facciones siguen bullendo entre sus huestes. En este sentido, la "guerra entre los movimientos negros" reconoce dos grandes alineamientos: la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP) y el Congreso por la Igualdad Racial (CORE). Mientras la NAACP brega por la integración plena de los negros en la sociedad norteamericana, a la vera de la ley de Derechos Civiles ideada por John F. Kennedy y promulgada por Lyndon Johnson, el CORE postula el aislamiento total; una especie de racismo al revés. Siguiendo las ideas del guerrillero Stokely Carmichael, los líderes del CORE asimilan la lucha por los derechos civiles como una guerra contra el "neocolonialismo", a la manera de los países del Tercer Mundo que luchan por su liberación.
Pero en tanto la NAACP es considerada el ala derecha del movimiento negro, el CORE fue perdiendo prestigio como polo aglutinador de las izquierdas. Ello obedece a dos motivos fundamentales: a medida que el propio desarrollo de la sociedad norteamericana posibilita el ingreso a la clase media de mayores contingentes de gente de color, el extremo nacionalismo negro va perdiendo adictos. La segunda causa se funda en la creciente influencia de una corriente segregada del movimiento estudiantil que se agrupa bajo el nombre genérico de Poder Negro. Sus líderes no sólo preconizan la acción, a la manera del CORE, sino que se ubican a la cabeza de las verdaderas guerrillas urbanas que1 todos los veranos se abaten sobre las principales ciudades norteamericanas. Son tres hombres que se han constituido en una verdadera amenaza revolucionaria: el actor Dick Gregory, Carmichael, y un músico de jazz que ostenta el título de general de los Panteras Negras Eldridge Cleaver.
LA NUEVA CARA DE LA VIOLENCIA
La nominación castrense elegida por Cleaver no es casual. Los Panteras Negras constituyen un núcleo de enardecidos militantes que se entrenan secretamente, se estructuran como organización militar y se preparan para el estallido de la "guerra civil negra", que ellos consideran inevitable. Algunos, como el asesinado Malcolm X, a quien se considera padre espiritual del Poder Negro, llegaron a preconizar la instauración de un "Estado Negro" dentro de los EE. UU. con un régimen político independiente de la Casa Blanca.
Esta versión extrema del nacionalismo negro llega a rechazar, a veces, el apoyo de los blancos que coinciden en la lucha por los derechos civiles. Constituyen así la contraparte de la segregación: su lucha, en cierto modo, tiende a segregarse de la sociedad blanca. Pero en la medida que el movimiento de los Panteras Negras cortara todos los lazos con sus aliados blancos, no podría existir funcionalmente. Entre otras cosas, porque correrían el riesgo de marginarse hasta tal punto de la cultura y la sociedad a la que combaten, que desaparecerían por completo. Es lo que advirtió Carmichael. De ahí sus esfuerzos —hasta ahora exitosos— de vincular la estrategia de lucha del Poder Negro con la creciente radicalización de los estudiantes norteamericanos, partidarios como él de la acción violenta contra el orden constituido.
La tormenta arrastra ahora a la propia Iglesia Católica. En el barrio negro de Newark, Estado de Nueva Jersey, un grupo de veinte sacerdotes acaba de lanzar públicamente una violenta acusación contra el arzobispo atribuyéndole racismo e indiferencia hacia los problemas sociales de los negros. Uno de ellos, el padre Christopher McManus, declaró: "Hubiéramos preferido dirigir nuestras protestas a través de los canales normales de la Iglesia, pero no tenemos otra alternativa. Durante años se nos ha tratado como si sólo quisiéramos aliviarnos el pecho. Pero nosotros queremos acción. Y eso es lo que la jerarquía no entiende. El vicario general nos dijo que Cristo no podría vivir en una comunidad negra, entre borrachines, juerguistas y ladrones. Ante esto, los sacerdotes no vamos a instigar actos de violencia. Pero que quede claro que si los miembros de nuestras parroquias, de nuestras comunidades, creen que se necesita la acción directa, nosotros los seguiremos. Son nuestra gente y decididamente estamos con ellos".
Pocos dudan de que, más allá de los extremismos, la brega por los derechos civiles es, antes que nada, una lucha contra la miseria, contra la desigualdad racial y política. Aun hoy, los detenidos en las manifestaciones negras son juzgados por delitos comunes, no como presos políticos. Por otra parte, en casi todos los estados del Sur la ley de Derechos Civiles es letra muerta, la segregación sigue siendo tan poderosa como en los tiempos de la guerra de Secesión. Así, el problema negro parece un síntoma de que la sociedad norteamericana se desmorona sobre sí misma. Por eso, desde hace tres años, cada verano resulta una convocación a la violencia. El grito incitador de los Panteras Negras (¡incidencia, incidencia!) precede a los saqueos, los tiroteos, las granadas de gases y los quejidos de heridos y moribundos. De ahí que David Hilliard —en libertad bajo fianza, a pesar de su "metáfora" respecto al asesinato de Nixon— haya declarado en una entrevista: "Nuestra divisa es la abolición de la guerra, pero comprendemos que para desembarazarnos de las armas tenemos que empuñarlas".
Revista Siete Días Ilustrados
26/01/1970

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