Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

MATA HARI MORIRÁ EN BROADWAY
La desesperada estratagema de Claunet,-el abogado de Mata Hari, fue desbaratada por ella misma: "No, señor juez, no estoy encinta como pretende mi brillante y generoso abogado"

"Señora, la ejecución será dentro de una hora.
—¿Puedo escribir unas cartas? —Por supuesto, todas las que usted quiera.
El diálogo transcurre en la madrugada del 17 de octubre de 1917, en una celda de la cárcel de Saint Nazare, en París. El curtido oficial de zuavos siente un extraño respeto ante aquella altiva mujer de 41 años, que mantiene su dignidad y su mágica hermosura en los umbrales de la muerte. A su lado, el abogado Claunet también guarda silencio. La prisionera escribe con decisión, sin vacilaciones. Luego se incorpora y enfrenta a ambos hombres:
—Ahora, si ustedes me permiten, quisiera cambiarme.
Veinte minutos después, vestida con su mejor traje y cubierta por
un velo violeta, la mujer apareció en la puerta de la celda:
—Estoy pronta —dijo, con voz neutra.
Los presentes no pudieron evitar un estremecimiento de admiración. Algunos instantes más y todo habría terminado. La prisionera Margarete Gertrud Zelle caería ante el pelotón de fusilamiento. El mito de Mata Hari comenzaría a vivir. Que no ha muerto todavía lo demuestra una noticia fechada en Nueva York: coincidiendo con el cincuentenario de su ejecución, se montará en Broadway el espectáculo musical "Mata Hari", protagonizado por Marisa Mell y Richard Harris con la dirección general de Vincent Minelli.

LA BAILARINA DE JAVA
La historia real había comenzado el 7 de agosto de 1876, en el pueblecito holandés de Leeuwarden, día en que el señor Zelle celebró el nacimiento de su hija, fruto de su matrimonio con una indonesia que había conocido en sus viajes. Margarete creció burguesamente, luciendo desde niña una belleza fuera de lo común, en la que el tipo europeo se combinaba con los rasgos orientales de su madre. A los 18 años se casa con un militar llamado Mac Leod, quien la lleva a recorrer mundo y la somete a sus crisis alcohólicas y sus ataques de sadismo.
La joven, que tiene un carácter formado, planta a Mac Leod en 1901 y se refugia en París. Allí comienza su carrera de "danzarina oriental", aprovechando esporádicas lecciones de baile que había
recibido en Java. En verdad, era una pésima bailarina; pero eso no importaba demasiado a los enfebrecidos espectadores que la veían despojarse paulatinamente de los velos que cubrían su cuerpo armónico y rotundo. Es entonces que Margarete, orillando los 30 años, adopta su nombre artístico de Mata Hari, que en indostánico significa "ojo del alba".
A partir de entonces crece su fama de bailarina, aunque podría decirse que el baile es para ella una actividad secundaria. La principal es recibir influyentes amigos (de a uno) en su lujosa villa de Neully. Mata Hari sabe escoger: El príncipe heredero de Alemania, el primer ministro de Holanda, e! ministro de Guerra de Francia, banqueros y financistas de toda Europa son asiduos visitantes de la bella danzarina.
La culpabilidad de Mata Hari en su juicio por espionaje es una discusión que todavía suele apasionar a los entendidos. Aparentemente, la generosa bailarina era inocente, o casi, de la mayoría de los ambiguos cargos que se le imputaron. Francia, conmovida y asustada por aquella tremenda "Grande Guerre", necesitaba un chivo emisario. Ella había reconocido pertenecer al espionaje francés y un equívoco documento del agente Canaris (el mismo que después, como almirante, comandaría el espionaje hitleriano) la hizo aparecer como "espía doble". Pero era una evidencia demasiado evidente. Nadie tan astuto como Canaris hubiera permitido que uno de sus "verdaderos" agentes dobles corriera un riesgo tan grande y tan tonto. Las circunstancias condenaron a Mata Hari; su orgullo suicida y sus heterogéneas relaciones hicieron el resto.

UN HIJO FALSO Y UNA MUERTE CIERTA
Claunet, el brillante abogado que asumió la defensa, intentó a último momento del juicio un recurso genial y desesperado. Cuando su instinto jurídico advirtió que la causa estaba perdida, jugó una carta peligrosa pero decisiva: afirmó que Mata Hari estaba embarazada. Era solo una maniobra dilatoria, que permitía ganar tiempo y obtener el lapso suficiente para una revisión del proceso. Pero Mata Hari arruinó todo con una sonora carcajada:
—No estoy encinta —exclamó—, como bien sabe mi generoso abogado. Claunet bajó, resignado, la cabeza. La suerte estaba echada.
No obstante, durante sus últimos días en Saint Nazare, Margarete esperó con ansiedad el indulto del presidente Poincaré. Su confesor, el padre Arbaux, debió comunicarle que el recurso habla sido denegado. Poco después entraban en la celda Claunet y el oficial de zuavos. La supuesta espía comenzaría a escribir la última carta a su hija: "Viví una hermosa vida. Amaba a tu padre; los trópicos y la bebida lo convirtieron en lo que terminó por ser. En cierta ocasión trató de matarme, tuve que abandonarlo. Ahora, otros me matarán. La vida ha sido más fuerte que yo. Adiós, hija mía. Encuentra tu felicidad sin odiarme".

MUERTE AL AMANECER
Mata Hari enfrentó al pelotón de fusilamiento. Como por un extraño instinto, se ubicó en el lugar justo, a la distancia exacta de las bocas de los fusiles. Un oficial se adelantó con una venda negra en la mano. Ella parpadeó con sorpresa: "¿Es realmente necesario?", preguntó. El oficial respondió con respeto: "No, si la señora lo prefiere. A nosotros nos es indiferente".
El oficial volvió hacia el pelotón y entonces con voz contenida, gritó la orden:
—¡Apunten!. . .
Entre los doce soldados que en ese momento enfocaron la mira de sus fusiles hacia el pecho altivo de Mata Hari, uno de ellos, Gastón Roche, testimoniaría muchos años después aquel momento decisivo:
"¡Nuestros fusiles se alzaron en la línea de fuego. Miré sin querer los ojos de aquella mujer, fríos y sin emoción. Sentí un nudo en el estómago. Por el rabo del ojo espié los rostros de mis compañeros, lívidos y tensos como el mío. Mata Hari estaba allí, impasible, con nuestros fusiles centrados en su pecho".
—¡Fuego!
Gastón Roche apretó el gatillo: "No podré olvidar jamás aquellos dos o tres segundos, durante los cuales la condenada, ya muerta, permaneció de rodillas frente a nosotros, con sus ojos intensamente clavados en los nuestros. Después se desplomó con el pecho atravesado por once balas".
Una acusación que todavía ronda los archivos aliados, apresuradamente clausurados. Hoy han pasado 50 años, y la muerte de Margarete Zelle —justa o no— parece necesaria para que Mata Hari pudiera vivir en la leyenda, hilando su interminable danza de tenues velos y sórdidas intrigas.
Revista Siete Días Ilustrados
10.10.1967

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