Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Juicio a Debray
La subversión en el banquillo de los acusados
Antes que la persona de Debray, lo que realmente se enjuicia en Camiri es la subversión castrocomunista en Latinoamérica

Los cuatro hombres de la Dirección de Investigaciones Criminales boliviana (DIC), escucharon pacientemente la arenga que el jefe del grupo de harapientos guerrilleros trataba de endilgarles. A pocos kilómetros de Lagunillas, en el corazón de una selva plagada de acechos y marihuíes (mosquitos voraces como jejenes), aquella escena no dejaba de parecer extraña. Pero lo que más llamaba la atención de los cuatro agentes del DIC, era la presencia de tres civiles en el pequeño contingente subversivo. ¿Prisioneros? "No, periodistas", fue la respuesta del que parecía más joven de los tres, un hombre de mediana estatura y acento extranjero.
Había razones para mantener la calma y seguir aguantando el interminable sermón. Sobre todo porque muy cerca de allí se movía una patrulla del ejército boliviano. Esto sucedió el 19 de abril último. Al día siguiente, en Muyupampa, los cuatro hombres del DIC —que salieron con vida de su encuentro casual con la guerrilla— no tuvieron ninguna dificultad en identificar a los tres "periodistas" de la noche anterior en la selva.
Esos cuatro hombres son, ahora, los principales testigos de cargo que el fiscal, coronel Remberto Iriarte Paz, presentará ante el Tribunal militar encargado de juzgar al marxista francés Régis Debray, al argentino Ciro Roberto Bustos, al anglo-chileno George Andrew Roth y a cuatro bolivianos más, acusados de participar en las guerrillas.
Camiri, lugar del juicio, podrá servir entonces para que el presidente Barrientos termine de demostrar la intervención castrocomunista en Bolivia y otros países del continente; o para que los dos acusados principales, Debray y Bustos, monten una barricada propagandística desde donde pontificar sobre las "bondades" de la lucha subversiva.
"Si no me nombran ministro, acepto", respondió el abogado Mario Rolón Anaya —actual titular de Trabajo en el gabinete boliviano— cuando Jeanine Alexandre de Debray le pidió que asumiera la defensa de su hijo. Ocho meses atrás la residencia de Anaya, en La Paz, había sido dispuesta para recibir a un huésped especial: un joven profesor francés, amigo personal de Fidel Castro. Era Régis Debray, a quien se agasajó esa noche con una cena. Era la cuarta vez que visitaba Bolivia en su calidad de escritor y periodista. La universidad lo recibió como filósofo. Allí los estudiantes tuvieron oportunidad de escuchar la nueva fundamentación de las tesis subversivas. (Por entonces, la política desarrollista del presidente Barrientos aparecía como un antídoto eficaz para la prédica de Debray.)
Seguramente por eso, a nadie le resultó sorprendente que otro de los amigos del rubicundo francés fuera Marcelo Galindo, Secretario General de la presidencia y cuñado de Barrientos. Por esos días, fue el propio Galindo quien proporcionó a Debray unos mapas topográficos que éste le había pedido.
Los mapas brindaban un relevamiento detallado de la zona de Ñancahuazú, el sitio donde pocos meses después estallaría el foco guerrillero. Galindo reparó en ese detalle el 20 de abril último, cuando Debray fue detenido en Muyupampa. Hoy, aquel pedido sin importancia es otra de las pruebas capitales que el fiscal Iriarte guarda en su carpeta acusatoria.
Pero la Constitución boliviana prevé sólo 6 meses de prisión para quien conspire o ayude a conspiradores. La tarea del fiscal es por eso mucho más complicada: debe probar que los acusados son culpables de robo y asesinato "en cuadrilla". Figura delictiva que "necesita" la acción guerrillera para ser punible con penas más severas.

A DIOS ROGANDO...
"Nunca participé en la guerrilla. Ni siquiera sé empuñar un revólver. Soy un intelectual", insiste Debray. Y trata de ir más allá: "El simple hecho de ser procesado demuestra mi inocencia: de haber sido un guerrillero, mis compañeros de acción no hubieran permitido mi captura con vida. Además, los soldados bolivianos me hubieran matado de haber creído que yo era un guerrillero auténtico". Su objetivo es obvio: demostrar que su vinculación con la guerrilla es puramente ideológica. Para ello, trata de exhibir dos pruebas: su libro "Revolución en la Revolución" apareció muchos meses después que la guerrilla boliviana iniciara sus operaciones en Ñancahuazú; y el destino corrido por Jorge Vázquez Viaña, hijo de un conocido historiador y el único guerrillero que el ejército logró atrapar. Al término de un encuentro, Viaña quedó abandonado con dos tiros en el abdomen y uno en cada pierna. La versión oficial afirma que el joven Viaña huyó del hospital donde se hallaba internado. Pero son pocos los que dan crédito a ese relato sobre su misteriosa desaparición. Debray se propone demostrar que Viaña fue ultimado por oficiales del ejército.
Lo que el principal acusado de Camiri no podrá negar es su estrecha vinculación con la guerrilla boliviana. Debray en persona se encargó de dar a publicidad su encuentro en Ñancahuazú con Ernesto "Ché" Guevara. Y la tarea que desplegó durante sus 90 días de estada en la selva: explicar a los insurrectos las tácticas desmenuzadas en su famoso libro. Un verdadero manual para la subversión antes que un tratado filosófico.
De todas maneras, entre los observadores extranjeros que pululan en La Paz predomina la opinión de que sea cual fuere la sentencia que se dicte contra Debray, ésta no conformará a nadie. Los que simpatizan con él consideran que es juzgado por su ideología y no por haber causado daños a Bolivia. Los que militan en el bando opuesto, estiman que debería ser ejecutado sin más trámite.

LA VERDADERA CAUSA
Una certeza parece cobrar cuerpo en los espesos corrillos que bordean al resonante juicio: más que las culpabilidades concretas de Debray, Bustos y Cía., lo que persigue el gobierno del general Barrientos es probar la intervención de Cuba en los asuntos internos de los países latinoamericanos. Ello permitiría demostrar, por añadidura, que el foco guerrillero instalado en el altiplano no responde a un proceso autóctono, sino a la política expansionista de Castro tendiente a exportar la revolución cubana. Si se alcanza ese objetivo, Barrientos lograría mejores condiciones para restituir la unidad nacional alrededor de su gobierno, que actualmente transita por una grave coyuntura de inestabilidad política, deducen los bien informados.
Estas conjeturas se apoyan en una ostensible paradoja: de todos tos acusados, el que se encuentra en situación más comprometida es el argentino Bustos. No pudo acreditar —como aduce Debray— ninguna condición periodística, y penetró en Bolivia con documentación falsa. Debray, en cambio, no ocultó en ningún momento su verdadera identidad. Sin embargo, es el francés quien carga con el peso de la mayor acusación. Hay también quienes llegan a afirmar que las autoridades bolivianas ofrecieron a Bustos su libertad a cambio de que acceda a ser el principal testigo de cargo en el juicio.
La posibilidad de que René Barrientos ofrezca en canje a Debray por cubanos anticastristas prisioneros en la isla, revela hasta qué punto lo que se sustancia en el juicio es la nueva realidad del drama latinoamericano: el principio de "no intervención" hecho añicos. Si Castro accede y le salva la vida a su amigo, el gobierno boliviano habrá encontrado al mejor testigo de cargo: el propio dictador cubano.
"Unos pocos años de lucha armada en América Latina, han hacho más para dar a conocer la singularidad de las condiciones objetivas favorables a la revolución, que las décadas precedentes de teoría política copiada", escribe Debray en el primer capítulo de "Revolución en la Revolución". Allí radica el peligro mayor.
Es posible que por eso la verdadera respuesta a la subversión no salga de Camiri, sino de otro rincón boliviano: Cuando los altos mandos de Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Perú, se reúnan para "coordinar una acción conjunta y enérgica contra todo intento de brote subversivo", Santa Cruz, en Bolivia, será la nueva capital de la lucha antiguerrillera.
Revista Siete Días Ilustrados
29.08.1967

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