Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Los elegidos de Satanás

"Nunca conocí un asesino que sintiera verdaderamente remordimientos. Nunca quieren discutir sus delitos. Son, en su mayoría, el producto de una cultura de clases inferior, provienen de estratos muy bajos de la sociedad. La respuesta violenta es lo único que aprenden" (Truman Capote).

"El asesinato tiene valor depurativo. Todos los seres humanos son Dios y el Diablo al mismo tiempo y cada cual forma parte de los demás. Matar, entonces, no tiene importancia, porque uno no mata sino una parte de sí mismo. Matar es automutilarse, quitarse el Diablo de encima" (Charles Manson).

Hijo de una prostituta, ladronzuelo desde su niñez, con 14 años de cárcel antes de que cumpliera los 25, la ficha de Charles Manson (34, cabecilla de los asesinos de Sharon Tate y sus cuatro amigos) que archiva la policía de Los Ángeles, denuncia: "Hurtos reiterados, ataques a mano armada, chantaje, actos de violencia sexual, consumición y venta de drogas, asesinato". Cuando dos semanas antes de su detención, Truman Capote (uno de los más importantes escritores contemporáneos de EE. UU.) intentaba hacer una radiografía del asesino de Cielo Drives destacando con meridiana claridad —sin conocerlo, claro— que su personalidad se ajustaba a un cuadro demencial típico entre los marginados sociales norteamericanos, nadie se había acercado tanto a la verdad. Se tabulaba, por entonces, que la masacre había florecido entre orgías, fiestas negras y ritos demoníacos a los que —se decía— era afecta Sharon Tate por influencia de su marido, el cineasta Román Polanski. Hoy se sabe que no había tanto delirio desatado en la fastuosa villa de Bel Air, el residencial suburbio de Los Ángeles, cuando entre la noche del 8 al 9 de agosto pasado la muerte se arropó en esa casona mandada a construir por la actriz Michele Morgan, comprada en 200 mil dólares por Terry Melcher (hijo de Doris Day) y alquilada por la pareja Tate-Polanski. El satanismo vino de afuera, la crucifixión nada tenía que ver con los fantasmas y diablillos que los Polanski acostumbraban a alimentar con su imaginación. Los acólitos de Charles Jesús-Satán Manson —culpables del quíntuple homicidio— proporcionaron finalmente la última respuesta que explica ese "happening de sangre", como luego lo calificó Capote.


LA VIDA EN BEL AIR

Para quienes conocen Bel Air, sus aires de refugio para millonarios, era descabellado suponer que el homicidio tenía sus raíces allí, en sus despreocupados habitantes. En Bel Air todo el mundo es rico, todos tienen nombre de marquesina teatral, rumian los placeres del éxito cinematográfico, pertenecen al Olimpo del mundo del espectáculo. La vida trascurre allí como en una suerte de languidez elegante: se ordenan las palabras para estar a tono, se habla del último gadget aparecido en la víspera, se está al tanto de todo lo que aún no ha llegado al oído de los simples mortales, se comenta con humor la arremetida del teatro underground, se vive en un aura de spleen, lujoso, de vez en cuando se olisquea lo desconocido con sólo encender un cigarrillo de marihuana o verter unas gotitas de LSD en un terrón de azúcar; pero nunca hay —no lo hubo hasta el 8 de agosto— pánico, ni terrorismo que florezca de mentes alucinadas.
¿Por qué, entonces, Sharon Tate, Jay Sebring, Wociech Frycowski, Abigail Folger y Steven Erl Parent se convirtieron de la noche a la mañana de diletantes en cadáveres mutilados? Para los amantes de la superstición no hay causas sino culpables inconscientes.
"Este terrible asesinato —declaró ante un juez en Los Ángeles Ida Schellinger, vidente californiana que cuenta con muchos adeptos entre los divos hollywoodenses— se debe a la aureola de desgracia que siempre acompañó a los Polanski, portadores de un virus implacable: su jinx (yeta)". No parece muy alejada de la verdad la vidente norteamericana. Cuando la Tate filmaba su última película (12 + 1) en Italia, el equipo actoral y los técnicos fueron perseguidos durante meses por toda suerte de desafortunados incidentes. El protagonista masculino del film, Vittorio Gassman, fue víctima de una hepatitis virósica; Vittorio de Sica — otro de los intérpretes— se desbarrancó en un pozo en Civitavecchia; en ese mismo lugar se encontró el cadáver decapitado de un hotelero de la zona que había desaparecido de su casa unos días antes. Aún más siniestros fueron los acontecimientos en los que la suerte complicó a Polanski. Cuando culminó su film Cul de sac, su protagonista, la bellísima francesa Françoise Dorleac —hermana de Catherine Deneuve— murió en un atroz accidente automovilístico. "A mí no me extraña la masacre —rumió ante el juez la Schellinger—; era el destino de la Tate morir de esa manera y sumir a su esposo en la tristeza."

LOS DEMONIOS DEL VALLE DE LA MUERTE
Por coherente que parezca la interpretación fatalística, mucho más irritante y probable se torna la máscara de esotérica confabulación que otros analistas de la masacre creyeron descubrir en torno del drama de Los Ángeles.
"En Estados Unidos hay un movimiento en plena ebullición —sugiere Stanley Krippner, director del Centro de Estudios Oníricos del Maimonides Center de Nueva York—: es el de las sectas religiosas. En las oficinas y en las fábricas los hombres son, a menudo, reducidos a máquinas, y por lo tanto buscan un desahogo para los aspectos místicos, románticos, de su ser, en lo sobrenatural. La Iglesia no satisface la necesidad espiritual de la gente, a tal punto que los espectáculos masivos son más eficaces que cualquier representación sacra."
El movimiento hippie se convirtió paulatinamente en el canal propicio donde se metabolizó todo ese desconcierto, esa búsqueda religiosa que la sociedad de consumo desdeñaba para convertir a sus miembros en autómatas Los rebeldes, los solitarios, los poetas, los marginados, engrosaron rápidamente las filas del hippismo. Y, desde hace poco más de dos años, también se sumaron al movimiento los criminales y psicóticos, trasformándose inmediatamente en líderes de sectas. Figuras de fuerte personalidad acabaron prontamente con los símbolos viejos del hippismo: la flor, la paz, el amor. Y a su sombra nació un nuevo tipo de hombre, una actitud distinta ante la vida. "Estos nuevos hippies —analiza Lewis Yablonsky, sociólogo norteamericano de la Universidad de Harvard— son en realidad alienados y solitarios. Han tenido tan pocos modelos de amor que, aun al actuar como si amaran, se encuentran totalmente despojados de verdadera compasión. Esa es la razón por la cual pueden matar tan fácilmente. Los hippies están muertos por dentro. Necesitan emociones fuertes, actos sexuales violentos, asesinatos, para sentir que viven todavía."
Pese a la diferencia de lenguaje, es aquí donde coinciden Capote y Yablonsky: Charles Manson, un lumpen, un ser atosigado de conflictos típicos de marginado, no encuentra otra salida para su locura que la de convertirse en líder de una secta religiosa hippie. ¿Por qué su instinto criminal recaló en los cuerpos de la Tate y sus amigos? "Odiaba a los ricos —se reconcentró Yablonsky—, detestaba a las mujeres y, merced a un pretexto fútil (el hecho de que el dueño de la villa de Cielo Drives, Terry Melcher —hijo de la actriz Doris Day—, se negara a grabar sus canciones de protesta) se las arregló para desatar sus más siniestros sentimientos."
Otra cosa no destila la orden que precedió a la masacre, pronunciada en alucinada alocución por el "gurú" Manson: "Ese hombre me ha hecho mal. La sociedad me ha dañado. Mataremos a cualquier cerdo que habite esa casa. Entren y agárrenlos". Pero si sanguíneas alteraciones abotagaron el trayecto nervioso del pensamiento de Manson, una locura mayor —terrífica— albergó a sus fanáticos fieles, los homicidas reales: Patricia Krenwinkel (22), Linda Kasabian (20), Susan Denise Atkins (21) y Charles Watson (23), quienes acuchillaron y balearon a los habitantes de Cielo Drives.
Hasta ahora, nadie se explica qué extraños mecanismos psicológicos los llevaron al endiosamiento de Manson y, por ende, al crimen. Watson (apodado Tex, porque es texano) era un excelente alumno, un buen jugador de probol (fútbol americano) y miembro intachable de cuidadosa familia burguesa. En 1968 abandonó todo (familia, carrera universitaria y deportiva, novia y amigos) para convertirse al hippismo californiano. La historia familiar de Tex es idéntica a la de sus compinches: todos hijos e hijas de gente respetable. Hasta que Manson atrapa sus vidas. Desde entonces no hay piedad para ellos: junto a Manson se unen a una tribu nómade en el Spawn Movie Ranch, cerca de Topanga, California. Cantan, se drogan, deliran, copulan al azar, se refugian en esotéricas teorías orientales, celebran misas negras, planean sobre alfombras mágicas que teje el LSD, profetizan sobre el desmoronamiento de la sociedad que los albergó. Nada los conmueve, ni siquiera el agónico ruego de Sharon Tate: "Por favor, déjenme tener a mi hijo". Dieciséis cuchilladas alrededor de su vientre fueron la respuesta de los hippies.
Aparentemente no hay explicación racional, inteligible, para tanta aberración. "Los sectarios de derivación religiosa —trató de bucear Henri Baruck, miembro de la Academia Francesa de Medicina— poseen un concepto degradante de lo sagrado y redescubren la antigua noción del rito pagano manchado con sangre de sacrificios humanos."
La interpretación no totaliza los interrogantes que despuntan al conocimiento de la personalidad de los asesinos. Patricia Krenwinkel era, antes de conocer a Manson, una adolescente tímida y gordinflona a quienes sus amigos recuerdan como "un ser sensitivo, dulce, proclive a estados de ánimo depresivos, capaz de horrorizarse cuando sus compañeros zaherían a los gatos". Desde 1967, al entrar en contacto con el "gurú", cambia radicalmente. "Mi alma pertenece a Jesús-Satán (Manson)", proclamó al ser arrestada, de la misma manera como lo hicieron sus compinches. "Para nosotras era todo, irradiaba poder, magia", se extasió otra fanática, Lynn Fromme. Un ex convicto que conoció a Manson en la cárcel fue más realista: "Tenía una manera de reírse que siempre conquistaba a la gente, trataba de hipnotizar a los que lo seguían, siempre conseguía que otras personas abastecieran sus necesidades".
Las causas reales que terminaron con la vida de Sharon Tate y sus amigos no salieron a luz todavía. Sólo aparece como único argumento la satánica teoría de Manson: "Sólo nos permitimos matar a los hombres —pregonaba el líder hippie—, no matamos animales porque ellos son de otro reino, no forman parte del yo colectivo. Insectos y reptiles son sagrados. El hombre, en cambio, debe morir para que expiren los demonios que lo habitan". Endeble pero terrible filosofía la de Manson, explicada por Capote como surgida de "seres debilísimos cuyo puesto en la sociedad es impreciso, criminales que encuentran en el asesinato una vía de escape para su invencible debilidad".

Recuadro en la nota__________
"...Y ELLA ME DIJO: TODO LO OUE QUIERO ES TENER MI BEBE"
El periodista Lawrence Schiller mantuvo un diálogo en la celda con Susan Atkins (21, foto, compañera de Charlie Manson), la joven que reveló a la policía norteamericana los detalles del asesinato de la actriz Sharon Tate en el que ella participó. A continuación se trascriben algunos fragmentos de ese escalofriante relato.

-Un día llegó un hombrecito con una guitarra y comenzó a cantar para nosotros, en el lugar donde vivíamos, High-Ashbury, San Francisco. Y la canción que más me impactó fue 'La sombra de tu sonrisa'. Descubrí que su nombre era Charles Manson. Sólo me dio amor, total amor.

-Esa noche me encontré con Charlie en la casa de la calle Lime Street. Nos dio instrucciones a mí y a Tex (Charles Watson), a una chica llamada Linda (Kasabian) y a Katie (Patricia Krenwinkel), para ir a esta casa en particular y nos proporcionó un auto. Habíamos estado comprando ropa negra para lo que nosotros llamamos "creepy-crawlies" (juegos de miedo). Tex me dijo que él y Charlie habían ¡do antes a esa casa. Por eso la habían elegido. Cada uno de nosotros llevaba un cuchillo y Tex un revólver.

-Cuando entramos en el living estaba un hombre (Wociech Frycowski) durmiendo en el sofá. Tex se acercó y el hombre se despertó. Tex le dijo: "No te muevas o te mato". Me indicó que atravesara el hall para ver qué había en las otras piezas. Atravesé el hall. Encontré un dormitorio. Entré. Y esta chica (Abigail Folger) dejó de leer el libro que tenía y me miró. Yo me sonreí y la saludé con la mano. Yo sabía que se dopaban. Supongo que me tomó por una amiga.

-Después miré en las otras habitaciones y vi a Sharon Tate y al hombre más joven, el más petiso (Jay Sebring). Ella tenía puesto un baby-doll trasparente y una especie de corpiño debajo. No me vieron. Tex me dijo que fuera al baño, trajera una toalla y atara al hombre al sofá. Y le decía a Tex: "¿Qué querés?, ¿quién sos?". Y Tex respondió: "Soy el Diablo. Estoy aquí por asuntos del Diablo".

-Fui al cuarto de Sharon Tate y les dije a ella y al hombre: "Salgan al living". Me parece que Tex los ató a los tres (Sebring, Sharon y Abigail Folger) juntos. "¿Qué está pasando?", dijo Sebring, y avanzó sobre Tex. No sé cómo se soltó. Y Tex lo mató. Y después Sharon comenzó a trasformarse. ¡Qué cambios! Su cara, Wow! "¡Oh, Dios! ¡No!", dijo Sharon. La Folger no dijo nada. Uno gritó: "¿Qué van a hacer con nosotros?". Tex: "Van a morir todos".

-Esto causó pánico inmediato. Y Tex me ordenó matar al tipo grande del sofá. Fui hasta él y levanté mi cuchillo. Dudé un momento. El se incorporó y me tomó del pelo. Empezó a tirar. Nos caímos contra una silla que estaba al lado. Después lo acuchillé, cinco o seis veces en la pierna, mientras trataba de salir del living, gritando. Grité: "¡Tex! ¡Ayúdame! ¡Hacé algo!". Entonces, en la excitación, Tex le habría disparado en la espalda. Después lo siguió y lo golpeó con la culata en la cabeza. Rompió la culata, y el revolver no funcionó más. Así que empezó a acuchillar al tipo.

-Sharon estaba empezando a zafarse de las sogas, y la Folger ya se había librado y estaba peleando con Katie. Fui hasta Sharon y le hice una toma. No se resistió. Entonces comenzó a pedirme que la soltara, para poder tener su bebé. Me preguntó si me daba cuenta de que estaba embarazada. Katie me llamaba para que la ayudara porque Abigail era más grande que ella. Así que llamé a Tex para que hiciera algo. Tex entró, agarró el cuchillo y la acuchilló de todas maneras. Volvió a salir, porque el otro hombre estaba sobre el césped: todavía andaba y pedía auxilio. Tex terminó de matarlo. Yo llevé a Sharon a mentarse al sofá, porque quería hacerlo, y ella me dijo: "Todo lo que quiero es tener mi bebé". Tex volvió a entrar y me dijo: "¡Matala!". La agarré de los brazos, pero no quería matarla. Seguí sosteniéndola de los brazos y dije: "Tex, yo no puedo. La tengo. Hacelo vos". Entonces Tex le acuchilló el corazón. Y otra vez. Se había hecho un ovillo cerca del sofá. "Salgan", gritó Tex. Así no más.

-Cuando Tex salió le pregunté: "¿Tenés mi cuchillo?".
Me dijo que no, y la paranoia creció, luego Tex me ordenó: "Sadie —a veces los miembros del grupo me llamaban Sadie Glutz—, volvé y escribí algo en la puerta". Yo no quería volver. Pero algo me obligó. Agarré la toalla con la que había atado las manos del hombre y caminé hasta donde estaba Sharon Tate. Me sorprendí: "Wow! Hay un ser vivo ahí dentro!" (en su v¡entre). Pero no pude abrirla para sacar al bebé. Yo sabía que estaba vivo, no sabía que no iba a vivir. Escuchaba los borbotones de la sangre adentro de su cuerpo. No era un ruido muy indo. Ahora sé que a ese ruido se lo llama cascabel de la muerte. Me agaché, pero volví la cara para otro lado. Después le apoyé la toalla en el pecho (de Sharon) para obtener un poco de sangre. Y fui hasta la puerta, de lo que Tex me había ordenado escribir en la puerta sólo recordaba una Palabra: "Cerdo".

Revista Siete Días Ilustrados
29-12-1969

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