Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

SAN JENARO NORTE
UN SI PARA EL PORVENIR
Cuando se mira un mapa de la República, apenas se distingue a San Jenaro Norte como un punto entre centenares. Sin historia ni tradiciones patricias, su memoria se inscribe solamente en los cinco mil habitantes del distrito (dos mil corresponden a la zona urbana) y en los viajeros que ocasionalmente descubren su milagro.
Desde afuera es imposible saber que San Jenaro Norte es un pueblo distinto. Hay que recorrer sus calles, hablar con la gente, tomar un vaso de vino en el bar Belgrano, junto al estaño donde don Tavella sirve a sus parroquianos entre bocanadas de pipa. Pero la incursión por el pueblo es riesgosa. Existe el peligro de radicarse en el para siempre.

El despertar de un pueblo
—Aquí no pasaba nada hasta que ocurrió lo del banco — comenta Laerte Bertolio, secretario general y director de relaciones públicas del club local y corresponsal de La Prensa.
Un grupo animoso de inmigrantes italianos levantó en 1873 las primeras casas, el primer almacén de ramos generales, la iglesia. A su alrededor se fue extendiendo la colonia, y el pueblo creció a su abrigo, dejándose vivir al ritmo de sus cosechas y del engorde de sus ganados. Pero "lo del banco" sacudió su modorra. En 1957 el gobierno llamó a licitación para instalar el Banco de la Provincia de Santa Fe. "Había que levantar el edificio o nos quedábamos sin sucursal", recuerda Bertolio. "Un sábado a la tarde —agrega— nos reunimos en el club, como de costumbre, y empezamos a hablar del asunto. Alguien tomó un papel y empezó a hacer una lista". Y allí mismo comenzaron a poner en marcha la suscripción popular. En dos semanas reunieron la suma necesaria. En un mes presentaron la licitación y fueron aprobados los planos. Y en quince meses quedó concluido el edificio. Cuando volvieron a reunirse, tenían la cabeza llena de proyectos. Un año después, San Jenaro Norte, vértice de la producción triguera de Santa Fe, fue designado por decreto del gobierno sede de la celebración anual de la Fiesta Provincial del Trigo.
—Todo el pueblo hablaba de construir. Hasta los chicos. En 1962 creamos la central automática de teléfonos, con 200 líneas. En 1963 instalamos el alumbrado de gas de mercurio en todas las esquinas y terminamos la construcción del juzgado de paz y la comisaría.
Por ese entonces se estableció en el pueblo el Primer Campo Argentino de Trabajo Voluntario, auspiciado por el movimiento de la Juventud de las Naciones Unidas. Pero el progreso, demasiado rápido, olvidó en su marcha los detalles de conjunto: el gas de mercurio siguió iluminando por las noches las mismas calles de barro y destacando el contraste entre los chalets de estilo detonante y las vetustas casonas aldeanas.

El otro San Genaro
El otro San Genaro (sin aditamento geográfico) deslinda su destino en torno de la estación del ferrocarril, a menos de un kilómetro de distancia de su rival. Lleva el mismo nombre del santo patrono, pero escrito con "G" y no con "J". El banco funcionaba en un precario edificio de San Genaro. Cuando el gobierno llamó a licitación, la rivalidad de los dos San Jenaro se convirtió en torneo deportivo: el que se presentaba primero se quedaba con el banco, que, al fin, cambió de pueblo. San Genaro lo perdió: sus pobladores deben recorrer desde entonces el cuarto de legua que separa a ambos pueblos, para depositar su dinero. La rivalidad acaba en la tumba. Los muertos de los dos San Jenaro reciben sepultura en un mismo cementerio, administrado, eso sí, por la comuna de San Jenaro Norte.

LT 23, la emisora local
El banco quedó atrás. La víspera de la inauguración de la emisora local, las siete peluquerías del pueblo trabajaron hasta medianoche, inflando con ruleros y batidos las cabezas de las mujeres. Afuera, bajo la lluvia, San Jenaro Norte seguía preparándose para la fiesta. Los cinco mil habitantes oían con angustia el repiqueteo del agua en los tejados. Con lluvia y todo, al día siguiente, sábado 19 de setiembre de 1964, todo el distrito agrícola (30 mil hectáreas) escuchó la voz de la emisora local, "LT 23 Radio de San Jenaro Norte, la Voz de la Fiesta Provincial del Trigo". La emisión prosiguió, sintonizada por centellares de aparatos de transistores, y sirvió para irradiar ese mismo día los actos inaugurales de otras tres obras: nuevo local social del Club Sportivo Rivadavia, un centro asistencial, una maternidad y también la habilitación de un servicio telefónico para llamadas a larga distancia.

Los prohombres
No faltan, en San Jenaro Norte, los protagonistas de las tertulias pueblerinas: el médico, el boticario, el dentista. Pero el pueblo vive al día con el tiempo: las tertulias del club son viveros de proyectos. Rolando Rodríguez Escribano, único dentista de San Jenaro Norte y presidente del Sportivo Rivadavia, llegó al pueblo nueve años atrás, con el título fechado un mes antes en Rosario: "Más de una vez —confiesa— tuve que dejar a un paciente con la boca abierta para atender las cosas del club. Ya se pasó, hace mucho, el tiempo en que la mayor
diversión era ir a pescar al arroyo.
Osvaldo Mauro es otro de los hombres importantes del pueblo. A los 16 años, radicado en Buenos Aires, vivía sumergido en un mundo de transformadores, diodos y parlantes. En 1947 viajó, becado, a Estados Unidos, de donde volvió dos años después convertido en experto en telecomunicaciones. Estableció una empresa. Por las noches, su hobby de radioaficionado lo ponía en comunicación con colegas de otros lugares del país. Una noche contestó a su llamado general una voz de mujer, L.U.5F.D. de San Jenaro Norte. Desde entonces, el dial de su transmisor quedó clavado en ese punto de la banda. Cuando se casaron, Margarita Toya se convirtió en una colaboradora eficaz en el manejo de la empresa (hoy es una de las más importantes del país), Mauro Comunicaciones, que armó la planta transmisora de LT23 Radio San Jenaro Norte. Osvaldo Mauro dirigió personalmente los trabajos. La planta estaba ubicada casualmente frente a la misma casa que lo vio nacer.
Desde que tomó a su cargo la dirección ad honorem de la radio, Nillson Maritano duerme cuatro horas. Es tesorero del club y atiende, además, su concesionaria de automóviles y la administración de tres explotaciones rurales de unos amigos. Es otro de los grandes personajes del pueblo. ¿Antecedentes?: "Esto es todo: a los doce años ya estaba tras un mostrador. No pasé de la escuela primaria. Ah, sí, también soy profesor de piano".
La casa de Maritano, entre las cuatro o cinco del pueblo que proyectan en líneas modernas su afán de originalidad, le costó veinticinco años de trabajo. 'Tero si queremos tener un cine, una confitería, un club con pileta de natación y todo lo demás, debemos hacerlo nosotros mismos. En estos pueblos chicos es así".
Como tesorero del club, Maritano (lo llaman "cerebro electrónico") administra la venta de la rifa "Fiesta Provincial del Trigo". Todos los sábados le llegan las remesas de un millar de vendedores y los lunes a primera hora presenta la liquidación completa, con deducción de comisiones, porcentajes para amortizar los 874 premios (entre ellos 50 automóviles) y saldo de beneficios, íntegramente destinado, como lo explicó la radio local, a "construir, en este solar argentino, el porvenir de la patria".

La señorita de "La Lolilla"
Facundo Larguía se vino de un galope hasta San Jenaro, huyendo de los malones que en Tandil habían matado a su hermano. En 1858 compró un campo cerca de Totoras (una estación más allá de San Jenaro). 106 años después, su nieta, Susana Larguía, donaba al pueblo de San Jenaro Norte una maternidad construida en memoria de su padre, el médico Facundo T. Larguía, y también de su madre, Lola Barrenechea, "a quien el doctor Carlos Pellegrini llamaba "La Lolilla", porque era alegre y encantadora". Ese mismo nombre lleva, desde entonces, la estanzuela —800 hectáreas— que el doctor Larguía compró en 1900, y donde su hija prolonga la adhesión familiar a la vida campesina. Pero no como mera espectadora: integra la Asociación Amigos del Suelo, que propugna el mantenimiento de la tierra con abonos naturales. En 1962 se fue a Alemania para seguir cursos especializados en la Universidad de Bonn, y en el Instituto Max Plank para la alimentación animal, de Hannover, vinculándose además con la Soil Association, de Inglaterra. Susana Lar-guía propició hace un par de años la radicación, en San Jenaro Norte, del Primer Campo Argentino de Trabajo Voluntario, cuyos adherentes colaboraron en la construcción de la maternidad. "El pueblo de San Jenaro —dice— soluciona así sus propios problemas sanitarios". La señorita de La Lolilla completó el homenaje a sus padres: en la torre de la nueva iglesia en construcción, una campana (que lleva grabado el nombre de su madre) repicará en si bemol en homenaje a
"aquella mujer alegre y encantadora". Como diría más tarde el párroco, presbítero Adolfo Luis Lucietto, igual que una madre, la campana despierta, congrega, llora y canta. En lo alto del campanario, parece dormida y está vigilando".

La central automática
La instalación de la central telefónica de San Jenaro Norte también demandó un espíritu emprendedor. "Cuando vino aquel señor de Standard Electric, en un largo automóvil con chofer, para hablar sobre el equipo telefónico, quedamos impresionados. Sacó de su portafolios varios folletos con detalles técnicos de "muy interesantes equipos manuales, para 50 abonados, que —dijo— creía que era lo que nosotros necesitábamos". Ellos le expresaron tímidamente que lo que querían era un equipo automático, y para 200 líneas. El representante de Standard Electric los miró con estupor, cerró la carpeta y dijo que lo iba a pensar. Cuando se entrevistaron con él en Buenos Aires, fueron tratados poco menos que de locos.
—¡Como a Colón! —señala riendo el ecuatoriano Ulises Torres, presidente y secretario de la cooperativa—. Pero pronto hará dos años que el equipo que nosotros queríamos está funcionando. Y de entrada no más tuvimos 100 abonados, que ya llegan a 160.
Torres vino a la Argentina en 1951 para estudiar agronomía. Estuvo en Buenos Aires; pasó a Casilda, donde se recibió. Un día se le ocurrió hacer un viaje a San Jenaro Norte, que —como a muchos otros— le resultó decisivo. Allí conoció a su esposa y se casó. Ahora tiene dos hijos y es director de la Escuela Monotécnica. "Extraño un poco a mi patria, es claro. Pero este es un pueblo con alma, y atrapa, le aseguro."
Todos, en San Jenaro Norte, tienen algo que contar. La radio, en su frecuencia de 1.430 kilociclos, sigue saliendo al aire, y todos esperan que algún día, desde la llanura santafecina, LT 23 pueda testimoniar no solo a su distrito, sino a todo el país, el fruto del esfuerzo de autoridades y pueblo, como lo expuso Laerte Bertolio en un discurso, el día que se inauguró la emisora local: "Ese principio, vinculado con lo hecho aquí, en San Jenaro Norte, pone en evidencia que el manejo de los fondos, aplicados con capacidad de inversión y mediante un régimen mixto, puede ser la gran solución en lo que se refiere a ordenamiento, pues el Estado, las provincias y las comunas, las entidades privadas, profesionales, populares, vecinales y de bien público, pueden asegurarse el pleno apoyo del pueblo para la gran labor constructiva que ha de dar solución inmediata a múltiples problemas locales, provinciales y regionales". Tal es, al menos, como ocurrió en San Jenaro Norte.
Revista Panorama
20.01.1965
 

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