Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Operativo Dorrego
TROPAS DEL EJERCITO Y JOVENES PERONISTAS UNIDOS EN UN PLAUSIBLE OPERATIVO
LA GRAN OFENSIVA DE PRIMAVERA
En una experiencia inédita que abrió paso a las más variadas expectativas, militares y jóvenes justicialistas convivieron durante 20 días en varias zonas del Noroeste bonaerense, cumpliendo un ambicioso plan de reparación de los daños originados por las inundaciones

Al principio, cuando el tren se aprestaba a detener su marcha en la estación de la ciudad bonaerense de 25 de Mayo, y una nutrida, estridente banda del Ejército atacó los primeros acordes de una marcha, todo hacía pensar que las tropas se aprestaban a agasajar a alguna alta dignidad castrense, de paso por el pueblo, Pero cuando comenzaron a desplomarse sobre el andén centenares de muchachos pelilargos y vocingleros, ostentando los brazaletes que los identificaban corno miembros de la fervorosa Juventud Peronista, la perplejidad invadió a no pocos lugareños.
Este primitivo asombro no sería el único que depararía el Operativo Dorrego, una estación mancomunada cívico-militar desarrollada entre el 4 y el 24 de octubre por 4 mil efectivos del Ejército Argentino y 800 jóvenes justicialistas, cuyo objetivo es reparar los destrozos causados por las devastadoras inundaciones que asolaron el Noroeste bonaerense en los primeros meses del año. Las sorpresas comenzarían a desgranarse caudalosamente, cuando en lo corrillos de la vida pueblerina circuló el jugoso anécdota rio surgido de urna convivencia que, hasta no hace mucho, hubiese resultado inimaginable. Por de pronto, se derrumbaron algunas escépticas previsiones que temían que el operativo "Codo con codo" —como también se denominó al Plan Dorrego— se convirtiera en un menos fraterno "puño a puño"; por el contrario, la insólita experiencia alimentó entendimientos que acicatearon a sus propios protagonistas.
Claro que la ensamblada relación entre dos estilos de vida diametralmente opuestos —la libérrima vocación juvenil y las rígidas concepciones de la disciplina militar— tardó un poco en materializarse: "Aunque nos recibieron con una banda, flotaban en el aire ciertas reservas— testimonió Daniel Merialdo, responsable de los contingentes juveniles de Río Negro, Córdoba y Mendoza, apostados en la localidad de Saladillo—. Nos estudiábamos mutuamente, medíamos gestos y palabras".
Naturalmente, las arduas tareas que aguardaban a unos y otros —colocar 390 caños en cruces de calles y desagües pluviales, refaccionar 12 escuelas y tres hospitales dañados por las aguas, reparar 1,150 metros de caminos, limpiar 2.500 metros de canaletas obstruidas y levantar un sin fin de viviendas precarias barridas por la corriente— se encargaron de aventar las meras desconfianzas derivadas de cuestiones de orden.
Las concesiones fueron mutuas: así como los militares se avinieron a no contar con una lista de nombres de los civiles y a no palparlos de armas, los bulliciosos jóvenes se abstuvieron de entonar en el vivac cánticos que aludieran a organizaciones activistas. Se conformaron —una vez acallado el estridente toque de diana— con corear, acompañados por acordeones y tambores, Los muchachos peronistas.

VOLVER A MARCHAR
Claro que muchos jóvenes de la JP, carentes de toda instrucción militar, protagonizaron graciosos episodios, dignos del más conspicuo de los reclutones, un calificativo que la jerga castrense concede a los soldados novatos. Así, algún sorprendido coronel se vio degradado a la condición de sargento primero y no pocos tenientes se regodearon con
un brusco, imposible ascenso al grado de general. Tal es lo que protagonizó Mario Rosales, un barbado peronista de la Regional II incapaz, según sus propias palabras, de distinguir a un cabo de un general de división. Entonces recurrió a una hábil estratagema: "Al principio, a todos los que teman algún botoncito dorado los llamaba general —simplificó Rosales, quien debió encarar, luego de arduas sesiones de instrucción, una táctica menos global—. Ahora me acerco bien y leo el apellido que llevan en la identificación de la casaca."
Quizás estas torpezas en el reconocimiento de las jerarquías —que divertían secretamente a los mismos militares— fue lo único que no previo la cartilla titulada "Pautas de comportamiento en relación al Ejército", elaborada por la JP y distribuida a cada uno de los integrantes del Operativo Dorrego. Así, entre numerosos ítem, el folleto establecía que "ningún compañero trabajará menos que el militar que más trabaje" (sin traducirse como una actitud competitiva) y ordenaba no perder "en ningún momento el aplomo y buen humor" y que "todos los compañeros deberán conocer los últimos discursos del general Carcagno, fundamentalmente el pronunciado en la Conferencia de Ejércitos Americanos "de Caracas."
A la semana de comenzado el operativo, la fluidez de las relaciones cívico-castrenses era total: "La JP y los militares se manejan a través de sus respectivas jerarquías: toda planificación o tarea conjunta se trata a nivel de dirigentes. Si por ejemplo ocurre algo urgente, el responsable de un grupo juvenil se entrevista con la máxima autoridad del vivac y juntos tramitan la solución", explicó a Siete Días Alberto Suárez, delegado de JP en 9 de Julio, quien exaltó la utilidad del sistema, "ya que los militares jamás se negaron a recibirnos y a prestarnos todo su apoyo".

LOS TRABAJOS Y LOS DIAS
Esta novedosa experiencia social, sin precedentes en el país, contó también con el entusiasta y agradecido apoyo de los pobladores de las zonas afectadas, que abarcan 1.800.000 hectáreas totalmente anegadas. Salvo alguno que otro rematador de hacienda, quejumbroso porque un soldado piropeó a su hija, ninguna queja menguó el entusiasmo y agradecimiento de los pobladores. "Mire, yo dejo todo el día abierta la puerta de mi casa para que los colimbas puedan entrar y tomarse un refresco —observó Néstor Ponzuk, vecino de 25 de Mayo—. La obra que el Ejército está realizando aquí, juntamente con los voluntarios, es realmente admirable. Nosotros los sentimos a todos como grandes amigos nuestros, que nos vienen a dar una mano."
La conducta de los jóvenes justicialistas mereció iguales encomios: "¡A mí me dejaron la escuelita como nueva— se alegró Noemí Larrouse de Astoriza, directora de la escuela Bernardino Rivadavia, de la ciudad de 9 de Julio—, y quiero destacar que los civiles me sorprendieron por su buena educación y el respeto que demostraron en todo momento." La directora se enorgulleció "por la promisoria tarea que hermana a nuestro pueblo y a nuestro Ejército".
Muy pronto, el favorable consenso de los lugareños se tradujo en jugosas donaciones a las comitivas juveniles que, luego de finalizadas las diarias tareas, recorrían las casas solicitando bolsas de cal, clavos y todo tipo de materiales aptos para la reconstrucción. A fin de soslayar malentendidos, los jóvenes no aceptaban ayuda en dinero efectivo y sugirieren, en cambio, que los mismos vecinos adquirieran los elementos necesarios; un método que prosperó en toda la zona y que también dio origen a las más risueñas interpretaciones. Así, un tozudo carnicero de Pehuajó, seguramente maravillado por el altruismo de los contingentes justicialistas propuso a los visitantes que le limpiaran la chimenea de su casa a cambio de las dos bolsas de cal que le pedían.
Los más arduos, pesados trabajos del Operativo Dorrego tienen por escenario las zanjas. Allí, civiles y militares sobrellevaron el mismo intenso régimen de vida: "Todos nos despertamos a la misma hora y laburamos durante el mismo tiempo —aseveró Raúl Martelli, miembro de la JP Regional I, afincada en Saladillo—. La única diferencia es que nosotros, de acuerdo con nuestro esquema de trabajo, tenemos derecho a elegir la tarea a realizar, mientras que los colimbas, no. Y no crean que rehuimos al trabajo pesado: somos los primeros en querer realizarlo."
Curiosamente —y siempre de acuerdo con el testimonio de Martelli— los que más se inclinaron por el fatigoso destino de las zanjas fueron los miembros de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), mientras que los militantes reclutados entre villeros y unidades básicas barriales se habrían inclinado por otros destinos: refección de hospitales y edificios públicos. Una circunstancia que en condiciones normales habría suscitado sesudos análisis sociológicos por parte de los juveniles ideólogos, pero que acabó sepultada por la abrumadora tarea que diariamente se desplomaba sobre los contingentes cívico-castrenses.
"El operativo está marchando a las mil maravillas —se entusiasmó ante Siete Días el coronel Alerto Jorge Ramírez, a cargo de las tareas en la localidad de 9 de Julio. En lo que a mí respecta me extraña que algunos periodistas esperen que yo haga declaraciones escapistas: no tengo el menor inconveniente en señalar que los muchachos son macanudos. Imagínese que el otro día, en una conferencia de prensa conjunta, se me escapó un compañero al referirme al delegado de la JP."
Obviamente, el desliz del coronel fue festejado jubilosamente por los jóvenes, quienes no tardaron en manifestar su más profundo deseo de institucionalizar el significativo término en el trato comunitario con los militares.
De todas maneras, la singular experiencia del Operativo permitió conciliar enfrentados criterios de disciplina, aventar tensiones estériles y abrir una nueva era de colaboración provechosa y fecunda. Por encima de la anécdota risueña, del jocoso desliz, un vasto, humilde conglomerado bonaerense, sólo ve en los laboriosos contingentes —sin distinción entre civiles y militares— la fraterna mano de un pueblo solidario.
Revista Siete Días Ilustrados
29/10/1973

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