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La vuelta de Spruille Braden
Pocos extranjeros han tenido un papel tan destacado en la historia política argentina como Spruille Braden, el embajador norteamericano cuyo nombre se convirtió en el símbolo de un sector nacional durante la lucha por el poder en la década del cuarenta. En 1945, el slogan fue Braden o Perón. La semana pasada, a casi veinte años de aquellos acontecimientos, Braden regresó a la Argentina, esta vez en viaje de bodas.
Aun así, volvió a ser noticia. El vespertino Crónica tituló a 6 columnas: "Volvió Braden, el hombre que ayudó al triunfo de Perón en la elección del 46." Pero Braden explicó, un poco azorado: "He elegido a la Argentina para pasar mi luna de miel porque aquí tengo muchos amigos."
Entre sus amigos y los periodistas, Braden vivió asediado. Antes de abandonar el barco, los fogonazos de los fotógrafos barrieron la cubierta, los pasillos, el camarote, sin respetar siquiera su aspecto (Braden recibió a la prensa envuelto en una bata deshilachada).
El ex embajador se instaló en una costosa suite del Plaza Hotel, con un escritorio y un salón donde agasajó a sus amigos, entre los cuales nombra, como sus más íntimos, a Federico Pinedo, Raúl Lamuraglia, Tito Gainza Paz y Justiniano Allende Posse.
Braden es hoy un hombre viejo, de setenta años, lleno de arrugas y más delgado, y es evidente que, en lo que a la Argentina se refiere, vive de recuerdos. Juzga a los hombres y los hechos con su experiencia de entonces, y eso explica que, en más de un caso, gente que se vinculó a él en la época de la Unión Democrática, y que él recuerda, hoy esté dividida entre sí por razones políticas. "Él no lo comprende —explicó a PRIMERA PLANA un importante funcionario radical del Pueblo—, pero ahora muchos tenemos más cosas en común con el peronismo que con Braden."
Pero Braden llegó en viaje de bodas, y no a hacer política, como reiteró a PRIMERA PLANA en su alojamiento del Plaza Hotel, y sólo puede hablarse con él de algunos aspectos relacionados con la política de su país y con sus planes personales. "Voy a estar en la Argentina tres semanas —dijo—. No, no voy a viajar al interior, ni vine a hacer negocios. Luego me iré a Chile, y después a Perú."
Aparentemente, sólo quiere pasear, y su actitud da la impresión de que las suspicacias sobre su viaje son infundadas. Habla de su casamiento y de su esposa como si sólo eso le importara realmente. A pesar de sus 70 años, acaba de casarse por segunda vez, y no oculta una emoción que sorprendería menos en un hombre cincuenta años más joven.
"En cuanto la vi, me convencí de que era lo que yo ansiaba", confió a unos amigos.
Esto ocurrió en febrero pasado, y el encuentro de Braden con Verbena Heward no pudo ser más casual. Braden asistía a una cena, en casa de unos amigos, y eran trece a la mesa. Alguien se tomó el trabajo de contarlos sugirió que se hiciera algo. La dueña de casa lo hizo. "¿Qué les parece si invitamos a la señora Heward, que acaba de llegar de California?" Verbena Heward accedió, por teléfono, y poco después llegó al departamento. Spruille Braden quedó —dijo después— "flechado como un chico".
La señora Heward debió sentir algo similar, pues sólo necesitó dos ocasiones más para aceptar el ofrecimiento de casamiento que Braden le hizo. Este la llevó a un lujoso night club, en Nueva York, y allí le declaró su pasión. Fue un caso de amor a primera vista.
Sólo la edad de Braden conspiró contra lo romántico de la escena. En medio de su declaración, ella dio un respingo. Él se detuvo. ¿Qué había pasado? Nada, alguien había puesto una mano helada en la espalda desnuda de Verbena. La responsable no podía ser más inoportuna: era una nieta del ex embajador.
La señora Verbena Heward es una adinerada propietaria de una cadena de hoteles. Es delgada, del tipo clásico norteamericano y, según afirman viejos amigos de Braden, "más hermosa que la primera esposa de éste, una chilena que falleció hace unos cinco años". De todos modos, hasta la semana pasada, ninguno de ellos sabía su edad. "Las mujeres presentes le dieron no más de 45 —explicó uno—. Los hombres calculamos que tendría alrededor de sesenta. Claro, usted sabe, en estos tiempos uno nunca puede saber exactamente qué edad tiene una dama."
A pesar de sus años ("Creo que ya hice bastante en mi vida"), Braden no descarta la posibilidad de seguir en el mundo de los negocios y de la política. Republicano acérrimo, conservador, de derecha, se declara ferviente partidario de Barry Goldwater. "Es una de sus virtudes: siempre dice lo que piensa. Lo mismo hacía cuando luchaba contra Perón", confió uno de sus amigos.
No cree, sin embargo, que Goldwater gane las elecciones presidenciales de noviembre. Si ganase, "sí, aceptaría un cargo. Pero no ejecutivo, sino como assistant (consejero)".
Braden se educó en Chile, donde su padre tenía grandes inversiones en las minas de cobre. Siempre se afirmó que él era un poderoso capitalista, pero quienes lo conocen personalmente lo niegan. "Rompió con su padre cuando era muy joven —explicaron—, y ya cuando lo enviaron a Buenos Aires como embajador tuvieron que darle un sobresueldo porque carecía de fortuna personal." Sin embargo, los padrinos de boda fueron la actriz Irene Dunne y el presidente de la Anaconda Company, empresa cuprera de USA que opera en Chile.
"Si quiere, pregúnteles a otros —dijo el informante. Y, luego, sonriente—: Otro que podría darle buenos informes está en Madrid."
Spruille Braden habla sin tapujos "del que está en Madrid". "Las principales diferencias entre Perón y yo fincaban en dos cosas fundamentales: libertad de prensa y libertad para los presos políticos—dijo—. Es natural que su popularidad perdure." Pero no es lo mismo si se le pregunta sobre la situación actual de la Argentina. "Acabo de llegar. Me ha impresionado mucho la construcción."
Solamente eh un punto pareció tener criterio formado: "Algunos contratos son malos; otros, no", le respondió con energía a su amigo Alberto Candioti. Este no quiso discutir. Él está contra todos los contratos petroleros y sólo visitó a Braden, invitado por el ex embajador, debido al antiguo conocimiento que trabaron en Colombia, cuando ambos eran embajadores en Bogotá. Ese conocimiento prosiguió luego en Buenos Aires, y se extendió a Balbín, a Américo Ghioldi, a Tamborini. Pero esto es política. Y política vieja. "Y yo sólo he venido en viaje de bodas a la Argentina."
21 de julio de 1964
PRIMERA PLANA

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