Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Conti: Alrededor de una ciudad

A fines de mayo, 'En vida' recibió el premio Barral 1971. Lo otorgó un jurado compuesto por Félix de Asúa, José María Castellet, Salvador Clotas, Juan García Hortelano, Mario Vargas Llosa y Carlos Barral. Haroldo Conti, narrador solitario, nunca ligado a ningún grupo ni a ninguna tendencia, tiene la noble imagen del autor que prefiere que sus libros hablen por él, sin rehuir las definiciones políticas, ni la adscripción al proceso revolucionario. En este sentido no es un hombre solo, y seguramente de allí provenga su proyecto cinematográfico, por su carácter de trabajo en comunidad. Sobre una idea original de Nicolás Sarquis (Palo y Hueso), Conti realizó el guión de 'La Muerte de Sebastián Arache y su triste entierro', una historia de sucesivas generaciones que encarnan la lucha de clases en un territorio mítico, cuyo tiempo y espacio no están determinados.
Su cuento La causa fue premiado por Life en 1960; en 1962, Sudeste recibió el premio de Fabril Editora; el de la Municipalidad de Buenos Aires por su volumen de relatos Todos los veranos; en 1966 el de la Universidad de Veracruz por su novela Alrededor de la jaula. Conti fue casi invariablemente premiado, aunque de ese destino escaparon los cuentos de 'Con la otra gente', por otra parte un volumen excelente. En vida (publicada ahora por Barral) es uno de esos libros cuya sencillez y diafanidad se levantan por encima de una arquitectura tan oculta como rigurosa. Acaso junto con Sudeste y Alrededor de la jaula, las tres novelas configuren un solo libro fragmentado, cuyos temas se desplazan insensiblemente, desde el río a la ciudad, sin perder nunca su amarga substancia.
Oreste, el personaje color ceniza de esta novela, deambula por la ciudad, escribe artículos para una grisácea revista agraria, y escapa los fines de semana hacia la costa, se encuentra con los amigos en el bar Polo. Si intenta huir de los hábitos sólo logra construirse otros de diferente signo, obstinadamente.
La vida de Oreste tiene la señal de la abulia, de un desencanto no exento de humor cáustico, y es un anti héroe en el sentido preciso de hombre que no dirige su destino, a quien lo hacen el medio y las circunstancias. Más que un personaje marginado es un ser en una prisión indefinida y ubicua, y su estado es el de la indecisión y el de una suerte de entresueño. "Y él es casi uno de ellos, esos tipos que no ha vuelto a ver pero que le decían «che, flaco», «hermano», y después se fueron, todos se van, y él casi se va también si no fuera que casi se queda, que es su manera de irse y quedarse", se dice de él en la novela. También, cuando escribe un artículo para La Prensa Agraria, "Oreste se detuvo en la palabra «perder», que acarició como a una piedra rugosa, palpando sus bordes sin saber qué hacer con ella".
A lo largo de la narración puede verse que a Oreste le venden El cruzado (una revista del Ejército de Salvación), una lámpara en un remate, y que da limosnas, todo esto como si no pudiera rechazar las demandas. En el texto hay marcas que señalan su condición de ser manejado por circunstancias externas a él, que hace suyas. Sólo elegirá una vez, aunque esa elección, con la que el libro concluye, también se parezca un poco a dejarse moldear por los hechos, como si sus decisiones estuvieran entretejidas con hilos de irresolución, y su movimiento tuviera los caracteres de la parálisis: "Se había quedado mirando el paisaje del almanaque que parecía bastante real, a pesar de todo. La barca no había progresado un solo metro. Aquel atardecer era sensiblemente el mismo de algunos sábados atrás", escribe Conti.
Oreste es también sus sueños, la rememoración de su infancia, el recuerdo de la imagen del padre, el tímido encuentro con Marcelo, su hijo —también la negativa final a dejarse ver por él— y la constelación de amigos que termina por deshacerse, con la enfermedad de Roque, la muerte del gordo Sixto, y el viaje de Paco a Río Grande. Paco le dice: "Lo importante es mandarse a mudar".
Abunda el humor en las páginas de En vida. Es imposible confundirse, sin embargo: esa causticidad tiene el efecto de desvalorizar y destruir, y afianza la tristeza dramática del texto. Este humor se parece al sarcasmo y bordea la ironía y la burla. Es la exaltación del humor porteño al servicio de un relato riguroso, que no pretende "desolemnizar", porque nada solemne hay en esta escritura. Está hecha de golpes corrosivos, de incisiones, tiene el cruel aliento de la verdad cuando ésta toma las formas del lenguaje. Es el libro más definidamente porteño que se haya escrito, porque ha captado el sentido y las leyes internas del habla de Buenos Aires. "Otro tipo que venía mirando a la gordita, parte de la gordita porque no se la podía mirar de una sola vez, atropello al viejo y Oreste quedó fuera de la discusión".
No hay piedad pero sí amor por los personajes en este libro amargo. Sólo la ilusión demorada y perdida en las ensoñaciones de Oreste abre una brecha en esta tensión oscura: "La costa está allí, detrás de esos edificios que asoman por la ventana, pero él la ve de todas maneras, inclusive ve a los muchachos sentados en el patio del Polo el verano del 67". Pero antes, Conti, ha escrito: "El río es sólo una idea".
Oreste, también, alimenta una quimera quizá muerta. Hablando con su hijo ha sacado a relucir, y no es la primera vez, un paisaje de Samoa, o Fénix, o Manihiki, que recortó de un Life. Esa isla aparece vagamente, pero como un punto extremo de la metáfora del río y de la costa. La evasión o la felicidad, pero de todos modos algo remoto, inalcanzable sin la vehemencia de la que el inerme Oreste carece. Es, apenas, un punto de referencia para advertir él sino de este ser apresado y absorto, devorado por la cotidianidad y las ensoñaciones, como las posiciones extremas de la oscilación de un péndulo. En la página 196 se describe un sueño: "No había otra cosa adelante, sólo los muchachos que corrían de un lado a otro en esa pálida claridad, corrían y corrían, y eso era toda la vida".
J. di P.
PANORAMA, ENERO 4, 1972

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