INVESTIGACIONES
Allá lejos y
hace tiempo
Los
vengadores de la Patagonia trágica, por Osvaldo
Bayer. Tomo I. Galerna, Buenos Aires, 1972, 217
págs.
En 1921 los
fusilamientos de obreros en Santa Cruz, por
personal militar, culminaron el acaso más trágico
capítulo del sindicalismo argentino, entonces bajo
la influencia anarquista. La Patagonia trágica, de
José María Borrero, publicado en 1928, fue durante
mucho tiempo el mejor resumen de esos
acontecimientos, sin que deban desdeñarse, en una
formulación justificadora totalmente opuesta, los
opúsculos de Edelmiro Correa Falcón y el general
Elbio Anaya, al igual que Borrero, partícipes de
los hechos. De mucho después son la novela
polémica Los dueños de la tierra, de David Viñas,
y el folleto reivindicatorio Los fusilamientos de
la Patagonia, de Oscar Troncoso.
Con las armas de la
severa investigación en documentos de toda índole
y del diálogo con notorios o anónimos
sobrevivientes, avanza ahora sobre el tema Osvaldo
Bayer, el excelente biógrafo de Severino Di
Giovanni. El volumen se completará con un segundo
tomo, en prensa. Pero ya deja apreciar la seriedad
y el método con que se conduce, en un cuadro de
vasto anecdotario y suma de complejidades,
inclusive más allá de las vallas clasistas que
enfrentaron a un proletariado visionario e
¡inmaduro con una trama casi feudal de la
economía sureña. Al final del libro todavía no se
ha consumado la "orgía de sangre" del
ajusticiamiento de los huelguistas (75, según
tímidas informaciones seudoficiales, 1.100 según
el órgano socialista La Vanguardia), pero están
dadas todas las condiciones para su precipitación.
Precisamente, Orgia de sangre debió llamarse la
continuación que Borrero (a menudo citado por
Bayer) prometió y nunca editó. Los vengadores de
la Patagonia trágica cubre la laguna, "pero con
rigurosidad histórica", adelanta con razón Bayer.
Sin descontar que el
resto del trabajo clarificará aún más el panorama
integral (en el cual se inserta la serie de
crímenes-venganzas iniciada con la muerte del
teniente coronel Héctor Benigno Varela, en 1923),
el libro sorprende por su claro acopio
informativo, una osadía que no incurre en el
escándalo y una tácita polémica que rehúye los
términos baratos o tremendistas. El autor ha
tomado partido desde el conocimiento profundo y en
detalle del hecho histórico, al contrario de los
supuestos investigadores o analistas de cualquier
bando que, en uno u otro sentido, fuerzan su
partidismo y no vacilan en el escamoteo de la
información que presumiblemente pueda mancillar
una tesis "a priori". El llano lenguaje, sin
acumulación de calificativos irreparables, resulta
sintomático de esa honestidad intelectual. Tampoco
es el caso de una clasificación de buenos
(obreros) y malo? (terratenientes), como en una
vieja película de cowboys. El inventario no
excluye las defecciones indisimulables en uno y
otro campo, las que refuerzan la índole del
conflicto entre un capitalismo no evolucionado y
un proletariado preindustrial.
Un sentido primero se
descubre en ese desnudo panorama, a partir de la
comprobación de que ese proletariado,
eminentemente campesino y mayoritariamente
extranjero —más o menos igual que los patrones que
enfrentaba—, asume por primera vez en el país la
conciencia revolucionaria, malograda en un
romanticismo castrador en cuanto se despista sobre
sus posibilidades efectivas de avance o de
triunfo.
Los otros eslabones
del conflicto son los terratenientes laneros, las
autoridades regionales que sibilinamente
boicoteaban al Poder Ejecutivo nacional, la
impotencia del juez radical Ismael Viñas, librado
al azar por su partido gobernante, y las Fuerzas
Armadas enroladas en la represión, a despecho de
la proclamada política obrerista del presidente
Yrigoyen. La ofensiva obrera sólo tuvo un
equivalente de coherencia en el aparato represivo
que la ahogó sin piedad. Entre una derecha cerrada
y una izquierda utópica, naufragaba un radicalismo
sin definiciones.
Sobre el adelanto que
fueron las minuciosas notas de Osvaldo Bayer en la
revista Todo es historia, no es aventurado suponer
que la segunda parte completará una obra
testimonial indispensable. JMC
NOVELAS
Si
los hombres son un signo
Entre
caminos, por Oscar Waisman.
Siglo XXI, Bs. Aires,
1972, 239 págs.
Es la primera novela
de Oscar Waisman (26), recomendada por un jurado
del Fondo Nacional de las Artes, integrado por
José Bianco, Bernardo Canal Feijoo y Ezequiel de
Alasso. Si bien la literatura argentina de los
últimos años es diversa y las nuevas novelas
rechazan un agrupamiento colectivo, la aparición
de Entre caminos marca una fractura mayor con el
resto de la producción novelística local: es un
texto escrito en el límite entre la narración y la
ontología, y acaso no sea su menor mérito el haber
podido mantener el equilibrio en una cuerda floja.
Atraído por la metafísica, por las preguntas
acerca del "ser" del hombre, Waisman eludió en
cierto grado la caída en la abstracción. Porque el
arte —el relato— requiere, obviamente, de las
apariencias para señalar la esencia, o más bien,
realiza la paradoja de indicar lo genérico a
través del individuo.
En este libro no hay
otra sustancia que la del lenguaje, y no se narran
primordialmente hechos, sino preguntas: "¿Dónde lo
espera una experiencia pura en la que pueda ser un
hombre nuevo, un hombre sin fue? ¿Cuál es el
tiempo y el lugar del mundo donde él pueda
nacer?". Si Antoine, el personaje, se siente
"sucio de él" (el mundo) y "no se puede limpiar" y
el pasado le pesa como un iceberg, la cuestión
planteada por Waisman sobrepasa los límites
provisionales de la lectura para precipitarse en
la polémica filosófica, en la divergencia respecto
del lugar donde plantear la pregunta por la
condición humana. Si en la historia, o en el mundo
contaminado, o en la altura o la hondura
privilegiada del camino-en-sí, o en el cruce de
caminos-.
J. di P.
ESCRITORES
De la
parodia a la realidad
Copsi, de Pacho O'Dormell, es el primer
libro que ofrece a los lectores una nueva
editorial, Bermejo. Es, también, la primera novela
del autor, escrita entre julio de 1970 y abril de
1972, y en ella esboza una alegoría de algunos
aspectos de la realidad política y humana de una
Argentina desgarrada. La narración se desplaza
insensiblemente desde la historia casi
costumbrista de don Luis —un español jubilado que
ha combatido por la República Española—, hasta la
parodia de su conversión en un ídolo publicitario
adscripto a la campaña de una bebida gaseosa. Don
Luis es el eje de este relato, alrededor del cual
giran personajes deliberadamente arquetípicos: el
revolucionario Gerardo, la mojigata Felisa, el
Técnico en Adaptación y Felicidad, el Técnico en
Ideología y Pensamiento, la falsa novia Lorna, un
general, un empresario norteamericano y otras
sombras.
Pacho O'Donnell,
médico psicoanalista, es miembro del grupo
"Documento", originado en un desprendimiento de la
Asociación Psicoanalítica Argentina, e integra la
comisión directiva de la Federación Argentina de
Psiquiatras. Fue entrevistado por Panorama y éstas
fueron sus respuestas:
"Empecé a escribir
desde chico. El primer texto publicado fue un
cuento, «La indigestión», premiado en un concurso
de la revista Zona, cuando tenía 21 años y antes
de que tuviera interés por la psicoterapia.
"Escribo desde aquel
entonces, pero con un nivel mayor de autocrítica:
no volví a publicar nada hasta Copsi. Tengo muchos
cuentos y relatos empezados, que pienso
reescribir, por lo menos algunos, para formar un
volumen.
"Uso una técnica que
aprendí de Miguel Ángel Asturias (a quien conocí
durante una beca médica en Italia, en 1965), que
consiste en escribir inicialmente un esqueleto, o
estructura básica, y a partir de ese magma
componer, seleccionando, cortando, pegando los
tramos elegidos. Una especie de técnica de montaje
cinematográfico, que es, por otra parte, una de
las cosas que me propuse elaborar en Copsi: más
que trabajar con palabras, trabajan con imágenes.
Y de este modo escribir una novela accesible, que
no repitiera los cánones de la novela engorrosa,
difícil, elitista. Y esto es fundamental en un
libro que se propone un contenido político. De
este modo, creo, no se produce un desfasaje entre
un contenido de cuestionamiento y una forma
hermética.
"Por eso me hago
responsable de algunas críticas que se pudieran
hacer a Copsi de caer en obviedades y
reiteraciones que serían pasibles de ser
descalificadas desde una perspectiva literaria. Me
he puesto deliberadamente en el punto de vista del
lector, ya que últimamente me ha resultado
trabajoso leer novelas. Tampoco se me escapa que
la literatura tiene una posibilidad limitada;
dentro de esa limitación, me parece posible llegar
a un público ya condicionado por los símbolos y
los signos de los medios de comunicación de masas,
que he traspuesto para utilizarlos con un sentido
ideológico inverso. La intención es poner en
entredicho aquello que los medios de comunicación
inoculan: competencia, creación de necesidades
superfinas, supresión de valores de acuerdo a un
interés mercantilista."
—¿Cómo relaciona sus
dos actividades, la de psicoanalista y la de
escritor? ¿Se apoyan, se excluyen o se integran?
—Las dos, al menos, se
emparientan, porque las dos responden a un interés
mío por el ser humano. Las dos actividades son,
para mí, formas de conocimiento, y, sobre todo,
dos formas de modificación. En otro nivel, el
hecho da estar trabajando, como terapeuta, por
situaciones vitales, hace que uno esté enfrentado
permanentemente con, por decirlo así, las cosas
más altas y más bajas
del hombre. Creo que son algo así como dos
instrumentos míos, o dos maneras de verificar, y
de sentir, y de gozar, que se complementan. Pero
no puedo negar que a la vez me resulta difícil
conciliar las dos actividades, sobre todo en el
plano práctico: la utilización del tiempo
disponible, y sacrificando, un poco bastante, pero
ayudado por mi mujer y por mis hijos, el aspecto
económico.
—¿Y en un sentido más
íntimo?
—El vínculo consciente
más profundo lo encuentro en el aspecto
ideológico. Como psicoanalista me incluyo dentro
del movimiento de colegas que estamos tratando de
trabajar desde una perspectiva crítica de los
recursos teóricos, técnicos y prácticos con que,
hasta ahora, se ha manejado la ciencia
psicoanalítica. Como ejemplo simplista, pero
claro: cuando una persona siente que tiene muchas
dificultades para trabajar, evitar el criterio
aparentemente ingenuo —pero que encierra una grave
actitud de adaptación— de rotularlo como "enfermo"
y con alguna de las palabras tan lindas que
tenemos para el caso; y en cambio, abordar el
problema cuestionando los conceptos de "salud" y
"enfermedad". Por el contrario, ¿no sucederá que
los empleos que le ofrece la página de avisos
clasificados son todos alienantes, o sea: quién es
el "enfermo", ese hombre o la sociedad? Por
cierto, este ejemplo es una simplificación de un
problema más arduo. Evidentemente, el
psicoanálisis no puede dar una solución total a
esto, en cuanto la verdadera solución es política.
Quizá mi inclusión en la literatura sea una forma
de revelar, más públicamente, esos mecanismos
tramposos y enfermantes.
—¿Qué le descubrió la
experiencia literaria?
—Pienso que todos los
personajes son aspectos internos míos, tanto don
Luis como Gerardo, Felisa, todos los otros,
resultan un mapa interno mío. Por otra parte, la
experiencia de escribir esta novela fue
desgarradora pero a la vez alegre, angustiante,
trabajosa. Pero el final fue escrito prácticamente
en trance, durante el cual perdí la noción del
tiempo y del espacio. Yo no escribía los
personajes, yo, en determinados momentos, era los
personajes. Fue como si, al final, hubiera estado
muy necesitado de terminar Copsi, porque estaba
habitado, parasitado por los personajes; necesité
poner distancia con ellos, y terminar. Por eso me
sorprende que haya autores, como Leopoldo
Marechal, que tarden 16 ó 17 años en terminar
(como en el caso de Adán Buenosayres) su obra,
conviviendo durante tanto tiempo con los
personajes. Para mí, escribir es un acto
emocional. No puedo, por eso mismo, escribir todos
los días; a veces, puedo pasar meses sin escribir,
aunque llega un momento que me abalanzo y termino
30 páginas en un día, como si en todo ese tiempo
aparentemente vacío estuviera preparando ese acto
de vehemencia.
PANORAMA, DICIEMBRE 7,
1972
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